Cuando hablamos de Chile y ahondamos un poco en su historia, resulta imposible no mencionar el Golpe Militar de 1973, protagonizado por Augusto Pinochet. Constituyó el inicio de 17 años de dictadura, represiones, desapariciones, censuras, engaños y asesinatos. A este periodo de la historia se le conoce como Régimen Militar (11 de septiembre de 1973 - 11 de marzo de 1990).
A partir de entonces, el silencio no solo estremeció a cada individuo, sino que se apoderó totalmente de los medios de comunicación. De ahí que la censura, la eliminación del pluralismo y el cierre de las principales redacciones, emisoras y cadenas televisivas que respondían a los intereses izquierdistas, no fuesen motivo de sorpresa para la población.
Tuvo lugar el denominado "apagón cultural", caracterizado por la represión y autorrepresión de las manifestaciones culturales consideradas contrarias a la línea oficial.
El principal mecanismo con facultades para anular toda clase de oposición política al régimen, fue la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), creada en junio de 1974. Este organismo represivo fue sustituido, en 1977, por la Central Nacional de Informaciones (CNI), que cumplió hasta 1990 las mismas funciones de represión. Otra de las variantes de estos órganos fue la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos), encargada de entregar a los medios la «versión oficial» de los hechos.
Una de las ramas hacia la que dichos centros dirigieron su atención fue la de la información: persiguiendo, exiliando y eliminando a periodistas, y evitando las publicaciones de medios de izquierda. El régimen dispuso del control de la programación radial, televisiva y escrita. Se abrieron así las puertas a la existencia de una sola prensa, la de derecha, lo que constituyó la pérdida del pluralismo en el ámbito comunicativo.
Si la diversidad de prensa y el debate público marcaron la época de gobierno de Salvador Allende, lo opuesto caracterizó al régimen de Augusto Pinochet. Inmediatamente después del golpe de Estado se decretó el toque de queda en todo el territorio chileno. Se silenciaron las radios Portales y Magallanes, y los diarios El Clarín (perteneciente al Partido Comunista), El Siglo, Puro Chile, fueron allanados y sus prensas destruidas. Algunos medios de comunicación cerrados perdieron de forma simultánea sus bienes. De esta manera, la dictadura le despejó el camino al futuro duopolio de El Mercurio y Copesa (Consorcio Periodístico de Chile S.A), que se subordinaron a la dictadura por afinidad ideológica, pero también por ataduras financieras.
Durante el propio 11 de septiembre las Fuerzas Aéreas bombardearon algunas emisoras de radio como parte de la Operación Silencio, para acabar con los medios de izquierda que se adherían al gobierno que estaba siendo depuesto. El Partido Socialista se quedó sin Radio Corporación; su cadena pasó a manos del Ejército hasta la fundación de la nueva Radio Nacional. El Partido Comunista, a su vez, padeció la clausura de 40 radios afines al ideario político del Presidente Allende, entre ellos Radio Magallanes. Por otra parte, 115 radios de alcance nacional, regional y provincial fueron partidarios del golpe y siguieron en funciones.
El Régimen Militar buscó el control absoluto de los medios. Una vez que las publicaciones favorables a Allende fueron silenciadas, las críticas del periodismo autorizado se mantuvieron bajo control por medio de la censura previa y las sanciones ejemplares. El decreto ley 1009, además, modificó la Ley de Seguridad del Estado, facultando al tribunal competente para suspender la publicación o transmisión, hasta por diez días, del diario, revista, emisora radial o canal de televisión infractores.
Para 1974, de los once diarios existentes en Santiago de Chile antes del golpe, sólo quedaban cuatro, las revistas de izquierda desaparecieron y cinco radioemisoras habían sido bombardeadas y expropiadas.
Televisión Nacional de Chile y Radio Nacional de Chile operaban como instrumentos de propaganda de la obra pinochetista. De esta manera, el contenido de las informaciones se uniformiza respondiendo a la ideología de derecha y tratando de ridiculizar y silenciar a los pocos medios opositores que no fueron completamente cerrados.
Oficialmente, la censura solo se aplicó en periodos determinados (al comienzo del régimen y un par de oportunidades durante la década del ochenta), sin embargo, los medios buscaron la manera de subsistir y una forma para ello fue la práctica constante de la autocensura, para evitarse los allanamientos y suspensiones. Además, se impusieron prohibiciones específicas encaminadas a eliminar fundamentalmente las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos y las críticas a la política económica y sus consecuencias sociales.
El largo paréntesis de censura impuesto, cedió en 1976 cuando una serie de publicaciones independientes surgió para contar lo que estaba prohibido y promover el regreso a la democracia. Entre ellos destaca el periódico La Época, que criticaba al gobierno de Pinochet por las violaciones a los derechos humanos. Sobresale también la revista Solidaridad, editada por la Vicaría de la Solidaridad y permanente órgano de denuncia de la represión. Otras publicaciones importantes que sobrevivieron fueron el diario Fortín Mapocho y las revistas Apsi (medio de análisis internacional), Cauce y Análisis. Pero subsistieron con mucha censura, por ejemplo, en el caso de la revista Apsi, las reglas del gobierno demandaban que los militares fueran los primeros en leerla.
En el caso de la censura radial, las emisoras debían grabar sus noticiarios y enviar las grabaciones y libretos al edificio Diego Portales, sede del gobierno y de la Dinacos. Desde ese mismo lugar salían las disposiciones y orientaciones para los medios y las citaciones a sus directores, para instruirlos en los temas que podían tratar o no.
Tras el derrocamiento de Salvador Allende, el gobierno militar dispuso la intervención de todos los canales de televisión, hasta entonces estatales o universitarios. Se flexibilizó la venta de espacios publicitarios y se retiraron los aportes públicos a las televisoras universitarias.
Luego de aprobada la celebración del plebiscito para ratificar el candidato a ocupar la presidencia por el periodo siguiente de ocho años, el 5 de septiembre de 1988 fue permitida la propaganda política tras quince años de dictadura. La propaganda sería un elemento clave para la campaña del NO al mostrar un futuro colorido y optimista, contrarrestando a la campaña oficialista, notoriamente deficiente en calidad técnica y que presagiaba el retorno del gobierno de la Unidad Popular en caso de una derrota de Pinochet.
A los pocos días de iniciada la campaña nadie pudo ignorar la evidente superioridad técnica de la franja del NO, mejor construcción argumental, mejores filmaciones, mejor música, con una pegajosa melodía característica, en torno a la frase «La alegría ya viene».
El día de las elecciones la prensa se agolpó frente al Palacio de La Moneda para conocer la versión del gobierno a estos datos, cuando llegaba el miembro de la junta Fernando Matthei, quien luego de ser preguntado, declaró que para él estaba claro el triunfo del NO. Las palabras de Matthei dieron inmediatamente la vuelta al mundo. Casi un 55 por ciento de los votantes chilenos contestaron con un NO a la continuidad del régimen.
Un documento de 2013 de la Sociedad Interamericana de Prensa menciona que 23 periodistas, 9 estudiantes, 20 trabajadores de la comunicación, 21 periodistas fallecidos posteriormente (a raíz de prisiones, maltratos, exilio) y 28 obreros gráficos representan el número de bajas que sufrió el periodismo chileno en el periodo de 1973 a 1990. Por supuesto, la noticia de sus muertes no se publicó en los medios.
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