Contrapunteo

Sobre la organización política en América Latina

11 may. 2017
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¿Cuán fácil o difícil resulta poner en sintonía los intereses individuales con los deberes cívicos y sociales? Creo  que es la pregunta de todos los tiempos. Para garantizar su puesto de mando en el sistema que sea (esclavismo, feudalismo, capitalismo), las clases dominantes siempre han procurado tener de su lado, al menos, a parte de los oprimidos y explotados, prometiendo un futuro mejor a quienes no ejerzan comportamientos subversivos o disruptivos para el orden establecido. De ahí que el sistema genera estímulos muy poderosos, tanto en el plano material como en el simbólico, para que nos concentremos en nuestro interés individual en lugar de que pensemos cómo unirnos para trabajar, en común, por el bien de todos. El mito del sueño americano es eso. Cada día, por ejemplo, miles de personas de Centroamérica viajan rumbo al norte buscando la promesa del sistema, que es en definitiva obtener la felicidad a través de una mayor capacidad de consumo. Casi ninguno triunfa, apenas alguno, de cuando en cuando, que sirve para alimentar ese mito. Es difícil luchar contra todas las comodidades o tentaciones que se despliegan para adormecer nuestra conciencia colectiva, pero también quienes participamos en un grupo político, social, cultural, etcétera, sabemos que es allí donde realizamos actividades y compartimos vivencias que de manera individual nunca alcanzaríamos, porque en esencia somos seres sociales.

Como se observa en ejemplos palpables de la historia, la única manera de luchar contra esta situación, para intentar cambiarla, tiene que ver con esa triada conciencia—acción—militancia. Son conceptos que se retroalimentan: si no hay acción, no hay conciencia. Es en la lucha misma donde las personas se forman principalmente, en la reflexión sobre esa lucha y en la reflexión de otros compañeros y otras compañeras. La militancia, a su vez, implica asumir de forma consciente la necesidad de organizarse y ayudar a organizar, para tener mejores acciones y mayores niveles de formación, de conciencia.

Desde mi punto de vista, creo que es clave, primero, tener la sensibilidad y el sentido común para advertir e indignarse ante las injusticias. Luego, la construcción de una cultura contrahegemónica respecto al capitalismo que nos permita desarrollar, aunque sea parcialmente, otras relaciones entre las personas. Ambos elementos, a su vez, se relacionan dialécticamente con la organización política, que está inmersa en una sociedad compleja, con pautas en general adversas, que la presionan, pero que también pueden influir en algún grado sobre ellas. Por ejemplo, disponiendo una forma organizativa que contenga a su militancia y le ofrezca colectivamente la posibilidad de desarrollar trabajos creativos, donde las personas alcancen niveles de realización individual y colectivos. También por ejemplo, desarrollando una política que aporte a subvertir las pautas ideológicas culturales capitalistas, revalorizando y construyendo nuevas subjetividades.

Por otro lado —aunque también, todo está relacionado— creo que es clave la recuperación de la propia historia popular. Muchas veces conocemos más de temas que no tienen ninguna importancia —vidas de celebridades, por ejemplo— o tienen menor vinculación con nuestra realidad específica —procesos sociales de otros lugares o de otros tiempos— que nuestra propia historia como pueblo. Esto en Argentina incluye a gran parte de la izquierda, por ejemplo, que es capaz de recitar frases de Marx o Lenin —con la importancia que tiene conocer a estos y otros pensadores revolucionarios— pero desconoce completamente la historia de América Latina o aún la de Argentina. Muchas veces se idealizan procesos ajenos y se desprecian los propios por «impuros», en busca de una ortodoxia que lleva a la paralización y/o al sectarismo.

A su vez, para la organización política es fundamental la eficacia: lograr avances materiales y simbólicos concretos. Aumentar la organización del pueblo, construir poder popular, liberador. Esto guarda relación con el grado de formación colectiva y la capacidad de acción—movilización, construcción de proyectos y propuestas políticas.

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