27 jul. 2021
Fabián Escalante
Sin lugar a dudas, la explosión social ocurrida en nuestro país el 11 de julio del año en curso, nos sorprendió a todos y no por falta de evidencias e indicios. Las redes sociales, en maratón olímpico, propagaban a los “cuatro vientos” consignas, orientaciones, noticias falsas, fotos trucadas, etcétera, dirigidas a manipular, confundir, engañar a la opinión pública nacional e internacional sobre la situación sociopolítica cubana.
El objetivo era claro, aprovechar las dramáticas circunstancias de penurias y necesidades producidas por la asfixia del bloqueo multilateral decretado por Estados Unidos, sumado a eventos circunstanciales, tales como el incremento exponencial de la pandemia de COVID-19 y la rotura de la principal fábrica de electricidad (Guiteras, de Matanzas), que no solo afecto la energía sino también el abasto de agua.
A ello habría añadir las dificultades en el abastecimiento de alimentos y medicamentos con las consabidas largas colas, una “mafia” de “mercado negro” nacida a consecuencia de ello, y a los errores cometidos en la tardía implementación de medidas económicas aprobadas desde hace ya algunos años, entre ellas la producción de alimentos.
La operación subversiva de magnitudes golpistas, al menos por lo que se conoce públicamente, no fue descubierta y desenmascarada, ni —al menos— advertida a la población por todos los medios disponibles. Un solitario y excelente documental, La dictadura del algoritmo expuesto por la TV cubana, consistió en la alerta más sobresaliente de estas semanas, que, sin embargo, al no estar concebida como una campaña mediática, bien organizada, dirigida a explotar las informaciones brindadas, no alcanzó los efectos sicológicos, políticos y de influencia en la conciencia social, que eran necesarios y debían proyectarse, ante la inminencia de la agresión en marcha.
La Cuba —y el mundo— de hoy es diferente a la de ayer, y más diferente aún a la de los primeros años de la Revolución, razones que imposibilitan utilizar los mismos métodos de análisis o de manejo de crisis antes recurridos. Existe un sector poblacional joven, despolitizado, (por nuestro ineficiente trabajo político y patriótico) que no comprende la necesidad de la resistencia a las políticas imperiales y desean mejorar sus condiciones de vida y no encuentran una salida inmediata a sus expectativas.
Los días han transcurrido desde los sucesos relatados y, como sucede, muchas interpretaciones surgen a la luz pública, mientras las campañas mediáticas en Estados Unidos y sus aliados continúa machaconamente acusando a Cuba de violación de derechos humanos y otras atrocidades, con la abierta intención de crear las condiciones para una intervención militar norteamericana.
Los revolucionarios tenemos que meditar y sacar experiencias sobre los hechos sucedidos. Estados Unidos y su gobierno fascista es el principal responsable, pero —y este es importante—, nosotros también tenemos responsabilidades por los errores cometidos, que exigen un análisis autocrítico, no solo referencias marginales, es necesario profundizar en el porqué de ellos, cuáles fueron sus causas y cómo vamos a solucionarlos. Eso fue lo que Fidel nos enseñó y advirtió en noviembre del 2005 al afirmar en un discurso en la Universidad habanera que solo la Revolución podía autodestruirse.
El llamado a los revolucionarios y a los comunistas ha de ser pasar a la ofensiva, a la primera línea: combate a los elementos contrarrevolucionarios de adentro y de afuera, combate a la corrupción, a la burocracia, la desidia: combate a lo mal hecho, combate a la decepción y a la desconfianza, a la falta o ausencia de control administrativo y político, combate a las orientaciones “huecas, formales”, en dos palabras, generar ideas, defender conceptos y conquistas.
Combatir contra el enemigo y la burocracia, sería el deber y la responsabilidad de este momento histórico. Utilizar las organizaciones políticas, sociales y de masas, sustentados en los deberes y derechos que nos proporciona nuestra Constitución socialista, no rehuir la confrontación directa y no temer a enfrentar los conflictos, porque como Fidel en muchas ocasiones nos indicó: la mejor forma de defenderse es tomando la ofensiva.
El combate y la confrontación de ideas se está desarrollando hoy en la base de la sociedad, en la cuadra, en el barrio, en la comunidad y es allí donde el Partido y las organizaciones sociales y de masas deben y tienen que dar la batalla, no para oprimir, sino para convencer, para explicar y en su caso, para trasladar a la dirección del partido y el gobierno, las dificultades, incomprensiones y carencias.
La pasividad nos hace cómplices de los errores y tendencias negativas que ya Fidel en su tiempo había advertido.
Las campañas enemigas realizadas por redes sociales, por los mercenarios de origen cubano que habitan en la Florida, así como por las operaciones mediáticas de los medios informativos tradicionales burgueses, deben ser enfrentadas sin vacilación. Es necesario denunciarlas, alertar a nuestra población, desarticularlos desde adentro, aprovechando la necesidad del enemigo de publicitar sus consignas, orientaciones y contactar con sus promotores internos, actividades que pueden ser prevenidas y neutralizadas, sin innecesarias movilizaciones, que pudieran desgastar y agotar nuestras fuerzas en la perspectiva de un largo combate.
La solidaridad externa, como se ha convocado, debe potenciarse a su máxima expresión, tanto en Miami y otras ciudades norteamericanas donde habitan cubanos honestos, así como en otras ciudades del Mundo, donde es bien conocida la actitud solidaria cubana.
Una vez más, Fidel nos convoca a la batalla de ideas, que consiste en el debate y no en la imposición, en el convencimiento, en escuchar y comprender argumentos, y aceptar aquellos que sean justos, porque ello no implica concesiones de principios, al contrario, en todo caso, refuerza nuestro concepto de Revolución, aquel que nos legó Fidel.
“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.