20 abr. 2021
Siempre que un cobarde se siente acosado distribuye al aire amenazas que sabe que no podrá cumplir y manotazos que se pierden en el viento.
Siempre que un psicópata se siente amenazado reacciona mostrándose aún más desequilibrado.
Es exactamente esa la actitud del ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro: cada vez más aislado, trata de mostrarse poderoso.
Frente a la pandemia que ya afectó a casi 14 millones de habitantes y mató a casi 400 mil, a la falta de coordinación nacional para actuar e impedir que sigan muriendo más de tres mil brasileños a cada día, Bolsonaro perdió parte substancial de la aceptación que tenía en las clases más elevadas.
Hace pocas semanas 500 de los más reconocidos empresarios, agentes financieros y economistas firmaron un manifiesto con duras críticas a él y a su gobierno. Los sectores de la clase media que lo respaldaban, a su vez, también se alejan, en parte por la devastación de vidas, por el colapso que amenaza las redes de salud y por la creciente crisis económica.
Ya las clases más populares padecen, además de los efectos de la economía, de algo que había sido extirpado en tiempos de Lula da Silva: el hambre. Si Lula sacó al país del mapa mundial del hambre, estudios recientes indican que ahora 59,8% de los brasileños – 125 millones 600 mil personas – no tuvieron, desde el inicio de la pandemia, alimentos en cantidad y calidad recomendadas. Y que para 44% de ellas la carne desapareció del cotidiano.
Acosado cada vez más desde el último trimestre del año pasado, Bolsonaro aceptó lo que había jurado no hacer jamás: buscar apoyo, en el Congreso, del grupo de partidos de derecha conocido como “centrão”. Son diputados y senadores que se aliaron, a cambio de puestos y presupuestos, a todos – literalmente todos – los gobiernos desde el regreso de la democracia en 1985, luego de 21 años de dictadura militar.
Ocurre que ese tipo de alianza no es nada fiable. Basta con recordar lo sufrido por la entonces presidente Dilma Rousseff en 2016: fue depuesta en el Congreso con votos de sus hasta entonces aliados, inclusive de quien había integrado su gobierno.
Ahora mismo el Supremo Tribunal Federal, instancia máxima de la justicia en Brasil, determinó que se instaure, en el Senado, una comisión destinada a investigar la conducta del gobierno nacional durante la pandemia. Todos los desastres llevados a cabo por el entonces ministro de Salud, general (activo) del Ejército Eduardo Pazuello, serán blanco de la comisión. Si es llevado a fondo, el trabajo de la comisión seguramente será un flechazo al corazón no solo del general, también del mismo presidente.
A Bolsonaro no le queda otra que intentar comprar más respaldo.
El Supremo, a propósito, dejó claro de toda claridad que actuará con rigor extremo para reprimir – con evidente retraso – los reiterados excesos que Bolsonaro intenta llevar a cabo.
Ahora mismo determinó que se investiguen supuestas vinculaciones del ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, con minerías e invasores de tierras públicas en la Amazonia, que sufre la peor devastación en décadas. Frío, metódico y de gran eficacia, Salles no hace más que seguir de manera estricta lo determinado por Bolsonaro.
La reciente crisis provocada con las Fuerzas Armadas dejó claro que el presidente no contará con cualquier tipo de respaldo para cumplir sus seguidas amenazas de golpe de Estado. Los más de seis mil uniformados, muchos de ellos activos, esparcidos por todos los rincones del gobierno, de ministerios y secretarías nacionales a autarquías y empresas públicas, no cuentan con la simpatía de los altos mandos de las Fuerzas.
Hasta el vicepresidente, el general reformado Hamilton Mourão, viene cada vez más distribuyendo declaraciones frontalmente críticas a iniciativas – o la constante inercia – tanto del gobierno cuanto a Bolsonaro.
A todas esas señales que indican el creciente aislamiento del ultraderechista mandatario, hay que sumar otro aspecto que significa una clara presión sobre Bolsonaro, principalmente con los ojos puestos en las elecciones del año que viene: la vuelta de Lula da Silva al ruedo.
En cada nuevo sondeo de opinión pública crece más y más el porcentaje de los electores que declaran su voto a favor del expresidente.
La perspectiva cada vez más clara es que el aislamiento de Bolsonaro no dejará de crecer. Y también su agresividad y sus amenazas en las que menos gente cree cada día.
Tomado de Página 12