En 18 años, desde la llegada de Chávez al poder en Venezuela, fue la vez número 21 que el pueblo que ha protagonizado la revolución bolivariana se dio cita en las urnas para ejercer su derecho al voto.

Esta vez 8 millones 89 mil 820 venezolanos dijeron sí a la Constituyente, para un 41,53%. ¿Quiénes dijeron que sí? Los chavistas, los seguidores de Maduro, los que creen en la democracia y también otros que, quizás sin simpatizar plenamente con Chávez o con el mandatario venezolano, encontraron en la Asamblea la posibilidad real de poner fin a la violencia que se vive en las calles venezolanas, impulsada por una minoría opositora.  

Los comicios electorales no fueron fáciles en todas las regiones del país. La derecha intentó sabotear algunos lugares de la capital y de otras zonas donde tienen cierta presencia como Táchira, Mérida y Lara.

Los atacantes utilizaron desde granadas y armas de fuego contra centros electorales, hasta volantes intimidatorios, barricadas y bombas sobre la policía. Llegaron incluso a asesinar a uno de los candidatos. Los muertos de la jornada ningún medio internacional de derecha los pone a cuentas de la oposición, en cambio culpan al gobierno bolivariano y a su líder Nicolás Maduro.

El periodista Marco Teruggi, quien vive en Caracas, narra detalles de la jornada:

El objetivo era sembrar un clima de terror, impedir que la gente votara. Las imágenes que llegaron fueron una respuesta contundente: la gente cruzó ríos, evitó trancas, amenazas, y fue a votar. Una de las imágenes más significativas, por su dimensión, tuvo lugar en Caracas, en el centro electoral del Poliedro, abierto para permitir que votarán quienes habían recibido amenazas en sus edificios y urbanizaciones. Fueron miles y miles que, durante el día, y hasta entrada la noche, votaron allí. Gente de zonas de clase media, alta —donde, en el caso de Caracas, se concentraron las intimidaciones— de extracción popular, acomodada, en una muestra de la amplitud social del chavismo.

La violencia desplegada por la derecha no fue de quien avanza, acorrala, y toma posiciones. No, se trató de acciones que caracterizan a quien pierde, tiene desesperación, y sobre todo poca gente. Se vio nuevamente en las calles: el llamado a detener la elección solo tuvo eco en su base social histórica, clasista, minoritaria, que aplaudió la explosión de la bomba que hirió a seis policías —uno resultó quemado en el 80% del cuerpo— y no pudo generar, en el caso de Caracas, más que algunos focos de violencia. Nuevamente, como toda esta semana, lució —al decir de Soriano— triste, solitaria, y final.

La conformación de la Asamblea Constituyente fue una muestra de lo que es en América Latina la democracia representativa aplicada a conciencia. Su inmediato y futuro accionar debe dar respuestas a las demandas actuales que tiene el pueblo venezolano.

En opinión del economista Alfredo Serrano Mancilla la cita electoral demostró que las elecciones en Venezuela:

no se ganan con tanta mentira desde afuera ni con exceso de violencia adentro. El pueblo venezolano hace muchos años que se siente plenamente emancipado y no vota por lo que diga la prensa hegemónica internacional. Menos mal. Y esto es lo que no logran entender desde los centros tradicionales de poder. La gente vota según confíen en unos u otros más allá de lo que diga la CNN, El País, el FMI, Trump, Peña Nieto o Santos.

La derecha se inventó un plebiscito en el que aseguraban haber alcanzado 7 millones 186 mil 170 votos. Aunque la cifra es inflada —y la quema inmediata de los cuadernos de votación así lo reafirma—, la suma de votos que obtuvo la Constituyente fue aún mayor, con lo cual el chavismo supera con amplitud cualquier artimaña esgrimida por la oposición venezolana.

Las declaraciones injerencistas de Donald Trump y otros presidentes lacayos como Peña Nieto y Juan Manuel Santos, confirman la virtud del proceso. Solo atacan las ideas que les perjudican, a las que temen, que casi siempre son las justas, las socialistas y las democráticas.