Abril trae para Venezuela el recuerdo del golpe de Estado a Hugo Chávez; quince años después, el país vive síntomas muy similares a los que padeciera por el cáncer opositor de aquel entonces, como si solo se hubiese adormecido el tumor, que no ha causado la pretendida muerte del chavismo.
No solo se repite el escenario, sino también los mecanismos para el ansiado desenlace que busca la derecha. Vuelve la violencia a las calles, llega a extremos peligrosos la polarización, mientras la opinión pública se debate entre dos realidades: la fabricada y la tangible.
Es como si existiesen dos Venezuela, dijo el canciller cubano Bruno Rodríguez en el XV Consejo Político del Alba realizado en La Habana. «Una, la de su pueblo y la unión cívico militar, la del ALBA-TCP y de PetroCaribe, la de la Asociación de Estados del Caribe, la del Consejo de Derechos Humanos y del Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas, la de la CELAC y el Movimiento de Países No Alineados; y otra, falsa y malvadamente fabricada por la siempre servil y proimperialista Organización de Estados Americanos, los medios de comunicación, las oligarquías neoliberales y otros poderosos intereses».
A esa construcción mediática de un país en desconcierto, ha sido la OEA quien más le ha aportado. El organismo regional insiste en aplicar la Carta Democrática Interamericana a Caracas y más recientemente le ha apostado a la expulsión; solo que el contexto regional y la correlación de fuerzas en el hemisferio no es la misma que en la década del 60 cuando aplicó esa estrategia contra Cuba. El secretario títere Luis Almagro se llevó un buen fiasco en su propósito.
En las sesiones del Consejo Permanente de la OEA hubo presión de la buena a imagen y semejanza del chantaje proveniente del mismísimo Departamento de Estado norteamericano e incluso, de algunos legisladores estadounidenses, hacia los países más pequeños y dependientes. Pero naciones como Haití demostraron lealtad y reciprocidad a los venezolanos que han estado allí con asistencia humanitaria de todo tipo, con ayuda material y personal, defendiendo la autodeterminación por encima de la injerencia. Es cierto, Estados Unidos también ha enviado auxilio, pero los haitianos han sabido aquí darle a cada intención su justo valor. Pareciera, como dicen por ahí, que el petróleo de Caracas quebró la hegemonía de Washington.
La historia se repitió con otros estados caribeños y centroamericanos que tienen una especie de hilo invisible atado a Norteamérica, ya lo decíamos, por mayor cercanía, vulnerabilidad y una dependencia económica histórica. Solo que, en los últimos diez años, muchos flujos han cambiado, y Venezuela, que es por demás un país con vastísimos recursos propios, ha tendido puentes de apoyo, introduciendo un concepto hasta entonces relegado: la complementariedad. Y esa se puso a prueba, así como aquello de que se es más leal por convicción que por deudas.
No obstante al fracaso diplomático, la organización que lidera el otrora canciller uruguayo insiste en denuncias y amenazas. Ahora sigue atenta a cada foco de protesta ciudadana —por supuesto que solo tiene ojos para las manifestaciones de la derecha— y a la difundidísima «represión» que adquiere cada vez mayor notoriedad en titulares de la gran prensa. En total sintonía, la oposición ha llegado a niveles de locura tales como acusar al gobierno de Maduro de usar armas químicas contra su población, aprovechando la tensa situación internacional tras el ataque de Estados Unidos a Siria con el mismo pretexto que llevara al Pentágono a invadir Iraq.
Pero veamos, ¿qué le pide la OEA a Venezuela? Liberación de los prisioneros políticos, elecciones libres, garantía de libertades individuales, restauración de derechos civiles y un canal operativo de ayuda humanitaria para la población. Si nos centramos en los dos primeros puntos, resulta que los prisioneros, que en efecto son opositores políticos del chavismo, han cometido delitos más allá de tener una postura contraria. Pesan sobre sus espaldas decenas de personas muertas, sangre venezolana derramada por su accionar que va más allá del terreno ideológico. Y de elecciones parece ridículo hablar en Venezuela. Ha habido más procesos electorales que en cualquier otro país en un cortísimo período de tiempo y la oposición las ha perdido en su mayoría, y cuando las ha ganado, ha ganado, ¿o de que otra forma se explica la mayoría opositora en la Asamblea Nacional?
Esa misma Asamblea se ha olvidado de su misión fundamental y se ha enfrascado en una única empresa: destronar a Maduro. Ha sido esa obsesión la que ha provocado que el Tribunal Supremo de Justicia la declarase en desacato hace más de un año. La cadena de irregularidades y el quebrantamiento del sistema jurídico-normativo venezolano, incluidas las normas procesales, provocó más recientemente que el órgano judicial asumiera las facultades del parlamento. Ello desató un choque de poderes que también fue ampliamente manipulado para promover la injerencia extranjera en los asuntos internos del país.
En momentos en que la Organización
de Estados Americanos sigue dando giros a la tuerca para presionar al ejecutivo
venezolano, cuando la oposición busca incendiar las calles a diario, mientras
se minimizan las acciones del chavismo por revertir la guerra económica de la
oligarquía, se hace más necesario que nunca que la izquierda en la región
cierre filas con Maduro.
El
ALBA dio el primer paso en su cita reciente, los gobiernos progresistas siguen
resistiendo al interior de la OEA y tocará a los venezolanos defender su
proyecto bolivariano de país para que la imagen de la Venezuela real se imponga
por sobre el espejismo caótico de los medios de comunicación.
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