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El payador perseguido

18 ago. 2017
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Los jóvenes lo trataban con respeto y lo llamaban Don Ata, pero su nombre era Héctor Roberto Chavero. Toda su vida amó la música y la estudió; comenzó con el violín a los seis años de edad, pero no fueron los estudios musicales los que le permitieron descubrir los sonidos que le dieron fama mundial, sino el paisaje, la tierra misma, el cielo de su patria.

Su nombre le pareció siempre demasiado alejado de la cultura quechua que rodeaba su hogar. Con trece años comenzó a utilizar un seudónimo para algunas colaboraciones en el periódico escolar: Atahualpa, en honor al último soberano inca. Años más tarde le agregaría Yupanqui a su sobrenombre, lo que resultó en una poética traducción de su misión en este mundo. Ataw-wallpa, del quechua, significa «ave de la fortuna»; mientras Yupanqui expresa contar, narrar. Atahualpa Yupanqui fue entonces un ave de buena suerte que vino a cantarnos historias.

Con apenas diecinueve años compuso «Camino del indio», una canción inspirada en un simple sendero que llevaba hasta la huerta de naranjas y al rancho de un anciano indio amigo de los niños. Sin embargo, el tema se convirtió en un símbolo de los caminos recorridos por los pueblos originarios de nuestro continente.

La pasión por la cultura que rezumaba su tierra lo condujo por numerosos senderos: radicó en Rosario; pasó brevemente por Buenos Aires para actuar en la radio; recorrió después Santiago del Estero y más tarde visitó el altiplano argentino en busca de testimonios de las viejas culturas originarias. Con su guitarra, la valija y poco dinero, viaja para reconocer no sólo la geografía de su tierra sino también su canto; porque en la canción anónima y antigua que entona el pueblo, él intuía el verdadero rostro de la patria.

De espíritu rebelde, participó en la fallida intentona revolucionaria de los hermanos Kennedy (provincia Entre Ríos, Argentina) en defensa de la democracia y contra el gobierno de facto que había derrocado al Presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen. Después de la derrota debió exiliarse. Tuvo que refugiarse un tiempo en Montevideo, Uruguay, y luego en otras localidades del interior oriental y el sur de Brasil.

En 1945 se afilia al Partido Comunista en un acto público realizado en el Luna Park de Buenos Aires, asumiendo, sin disimulo, su compromiso político. Esta actitud produjo importantes consecuencias personales y artísticas en su vida: se prohibió su actuación en teatros, radios, bibliotecas, escuelas; sus obras tampoco podían ser ejecutadas y a él no se lo podía nombrar. Fue detenido muchas veces y estas circunstancias sólo lograron inspirar la obra de mayor envergadura creada por Yupanqui: «El payador perseguido».

Por fuerza de mi canto

conozco celda y penal.

Con fiereza sin igual

más de una vez fui golpeao

y al calabozo tirao

como tarro al basural.

Esa canción fue tomada como un fiel retrato de Atahualpa. Son palabras de profunda humanidad e innegable universalidad porque las vicisitudes que sufrió fueron y son aún, las de otras personas en muchos lugares de la tierra. Por ello él mismo decía: «...Y yo noto que no soy sólo yo, hay muchísimos, hay miles de payadores perseguidos en mi país. No importa que no sean payadores, pero es penoso que sean perseguidos».

En 1952 se apartó definitivamente de la política partidista, aunque no de su compromiso con la gente. Por aquel tiempo comienza a escribir sus mejores canciones, que reflejaban el compromiso de un hombre sensible a los padecimientos sociales que tenía la suficiente valentía para cantarlos.

Compositor, guitarrista, cantante y escritor, legó una obra cuyo conocimiento es esencial para acercarse a la música argentina, así como a sus costumbres, su entonación y su memoria. El reconocimiento de su trabajo etnográfico trascendió durante los años sesenta, y artistas de la talla de Mercedes Sosa grabaron sus composiciones y lo hicieron popular entre los músicos más jóvenes.

Yupanqui interpretó sus canciones no solo en Argentina, cantó con Edith Piaf en París en el año 1948 y dio cientos de conciertos en varios países europeos. Una de las cosas más curiosa de Don Ata es que estudió guitarra de manera ortodoxa y aunque conocía bien los rudimentos técnicos, decidió tocar como un paisano. Trasladó los conceptos de la música clásica que estudió a las melodías criollas. Mostró, con un profundo lenguaje poético y musical, que «se es libre a partir de saber relacionarse con los demás, desde lo mejor de cada uno».

Nunca ostentó créditos ni aires de grandeza, su única preocupación fue poder traducir musicalmente lo mejor de la cultura que lo engendró. Encontraba en ella los valores necesarios para conformar un mundo mejor: «La música es una de las cosas que puede salvar al mundo, porque un hombre que busca y encuentra y se solaza horas y días y años y años luz, a través de generaciones, con la belleza, ¿qué otra cosa puede querer que un mundo mejor?».

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