Dentro de las voces progresistas y comprometidas de Latinoamérica, Víctor Jara es un ejemplo de militancia a través del arte. Nacido en Chile, en los años treinta del siglo pasado, se convirtió en director teatral, actor, dramaturgo e investigador de los instrumentos musicales indígenas; sin embargo, es como compositor, revolucionario y cantante popular que alcanza mayor trascendencia.
Nacido en familia campesina no tuvo una infancia fácil. Por cuestiones de necesidad, desde niño debió ayudar en las labores del campo a su padre Manuel Jara. Su madre Amanda Martínez, quien además de las típicas labores domésticas tocaba la guitarra y cantaba, lo mantuvo en contacto desde muy temprana edad con la música. En Moscú, en 1970, contó durante una entrevista: «(…) mi madre fue la que me estimuló en la música porque ella cantaba, en la casa siempre había una guitarra».
Inició formalmente su incursión en la música cuando se incorporó al coro de la Universidad de Chile. Mas su primera opción académica fue el teatro. Estudió entre 1959 y 1961, tiempo en el que conoció a la cantautora Violeta Parra, quien lo animó a continuar su carrera musical y lo acogió como discípulo.
Víctor Jarra se construyó una prolífica carrera. Compaginó su actividad teatral con la composición musical, y en 1965 recibió el premio Laurel de Oro como mejor director y el Premio de la Crítica del Círculo de Periodistas a la mejor dirección. Fue director artístico del conjunto Quilapayún (entre 1966 y 1969) y colaboró con el conjunto Inti Illimani, ambos representantes del movimiento musical llamado Nueva Canción Chilena.
Su creación musical rescató la tradición popular y reivindicó socialmente a las clases desposeídas del país. Sus canciones trataban sobre su pueblo y sus problemas. Su éxito internacional las llevó más allá de su país natal para ser cantadas en cualquier manifestación progresista o concentración universitaria de otros tantos países.
En el desarrollo de su labor musical resultaron decisivas las influencias de la música folklórica chilena; las experiencias que vivió y constató, como la situación social de los indígena que por aquel entonces no tenían derechos y vivían de manera deplorable; así como los artistas que conoció y con los que colaboró, como su maestra Violeta Parra.
Su éxito fue tan rotundo porque se acercó al pueblo desde sus propios códigos. Utilizó instrumentos folklóricos y narró acontecimientos de la época enlazados al quehacer de sus coterráneos. Tocó temas espinosos; a través de la canción protesta criticó a la Iglesia, cuyos poderes estaban asociados a regímenes opresores.
Desde 1970 asumió un fuerte compromiso político participando activamente en las campañas electorales de la Unidad Popular. Durante el gobierno de Salvador Allende fue nombrado embajador cultural.
El golpe de Estado del 11 de septiembre lo sorprendió en la Universidad Técnica del Estado. Fue llevado al Estadio Chile donde permaneció detenido cuatro días. Lo torturaron durante horas y finalmente, el 16 de septiembre, lo acribillaron a tiros. El cuerpo fue encontrado el día 19, con 44 impactos de bala.
Aun cuando ya lo habían tomado prisionero continuó creando y luchando. Por eso los fascistas le rompieron las manos. Durante su internamiento en el Estadio Chile escribió su último poema y testimonio: Somos cinco mil.
Somos cinco mil
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
Solo aquí
diez mil manos siembran
y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!
Jara simboliza una de las fuerzas más potentes de Chile y América Latina. Su alianza de arte con pueblo es un ejemplo de compromiso de la cultura con la lucha por la justicia. Es la unión viva de la imaginación con las masas populares que en el mundo entero se oponen a quienes dominan y oprimen.
Víctor Jara constituye uno de los protagonistas del proceso histórico que buscaba la consolidación del socialismo en Chile. Supo conciliar magníficamente su compromiso político con sus ganas de hacer arte. No en balde se ha convertido en referente para todos aquellos que creían, y todavía creen, que la conciencia crítica no es un rasgo externo a la creación. Su legado, su voz y el mensaje que transmiten sus canciones son para muchos una fuente de inspiración que va más allá de la mera admiración musical.
Su muerte fue un crimen tan horrible como las miles de desapariciones forzadas que ocurrieron durante la dictadura en Chile. Dejó un sabor tan amargo y tan persistente que 44 años más tarde todavía resuenan en las venas de Latinoamérica sus canciones.
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