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Gracias a la vida… que nos dio a Violeta

27 jul. 2017
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Allá por 1917 se fraguaba una gran revolución en el continente viejo. Ese fue un año de grandes eventos, o por lo menos de sucesos que tendrían repercusiones en la historia mundial. También en 1917, y con pocos días de antelación, nació, del otro lado del Atlántico una niña llamada Violeta que, a su propia manera, también sería protagonista de revoluciones.

Decir que Violeta Parra fue una cantautora chilena significa omitir una prolífica trayectoria artística que abarcó la pintura, el bordado, la escultura y la cerámica. Es considerada, y con razón, una de las principales folcloristas de América Latina y con su obra enriqueció el legado musical de su país y del continente entero.

La Viola, como le llamaban, se sintió atraída por la música desde muy pequeña. Su padre tocaba la guitarra y su madre cantaba en las fiestas y reuniones familiares, con lo cual la hija comenzó a imitarlos, aunque siempre a escondidas. Cuando tenía aproximadamente 9 años, sus padres descubrieron asombrados que ya tocaba y cantaba canciones completas sin haber recibido lección alguna.

Su niñez transcurrió principalmente en el campo, donde conoció de cerca y aprendió todo lo que tenía que ver con el arte popular. Comenzó a moldear cerámica, a crear figuras con alambre y a interesarse por el tejido de tapices. Tuvo que trabajar, junto a sus hermanos, cantando en restaurantes, calles, posadas y circos para paliar la penosa situación económica de la familia.

Su carrera de manera más profesional comenzó cuando se mudó a Santiago de Chile, y con su hermana Hilda formó un dúo musical. Allí también conoció a su primer esposo, padre de dos de sus hijos. Su relación terminó porque Violeta no quería y no podía ser una mujer tradicional; nunca renunció a su arte para convertirse en la esposa que quería Luis Cereceda. Fue mediante este hombre, que militaba en el Partido Comunista, que Violeta se involucra en la actividad política.

A principios de 1950, emprendió su extensa labor de recopilación de tradiciones musicales en diversos barrios de Santiago y por todo el país. Con la influencia de su hermano Nicanor Parra asume la defensa de la auténtica música chilena. A partir de ese momento su repertorio pasa a las canciones más tradicionales del campo chileno, lo cual le permitió descubrir los valores de la identidad nacional como nadie lo había hecho antes. 

A la edad de 37 años conducía un programa radial que se llamaba Canta Violeta Parra. Por ese tiempo ganó el Premio Caupolicán a la mejor folclorista, lo que le valió una invitación a presentarse en el Festival de la Juventud y los Estudiantes, en Polonia. Su estancia en Europa fue particularmente provechosa, tuvo un éxito inédito para cualquier artista chileno. Además, su actividad artística se diversificó: trabajó en cerámicas, pinturas al óleo y arpilleras. En 1964 logró convertirse en la primera latinoamericana en exponer individualmente una muestra titulada Tapices de Violeta Parra en el Museo de Artes Decorativas del Palacio del Louvre. También escribió el libro Poesía popular de Los Andes, y la televisión suiza filmó el documental Violeta Parra, bordadora chilena.

En esta época surgieron sus canciones más combativas y representativas de su preocupación social. Los textos en Miren cómo sonríen, Qué dirá el Santo Padre, y Arauco tiene una pena formaron la base de la corriente musical conocida como la Nueva Canción Chilena.

En 1965 La Viola regresó a Chile e instaló una gran carpa que llamó La carpa de La Reina. Quería hacer de ese espacio un centro cultural donde tocaran grupos folclóricos conocidos y desconocidos, y así convertirlo en un referente de la cultura chilena. Sin embargo, su emprendimiento no tuvo el éxito esperado.

Hay quienes afirman que este revés, unido a decepciones amorosas, fueron parte de las causas que la llevaron a suicidarse el 5 de febrero de 1967, a los 49 años. Apenas un año antes había escrito una de sus canciones más recordadas: Gracias a la vida. Este himno a la existencia es considerado por algunos críticos como una canción de despedida; basados en la letra, en el estilo de musicalización y en los tonos usados, que reflejan un estado de ánimo depresivo.

La prematura partida de Violeta la convirtió en un símbolo. La irreverencia de su discurso y su apasionada defensa de los derechos de los sectores más postergados la han convertido en un referente para diversos movimientos sociales. Su música todavía hoy tiene una función en este mundo, es un pasado que vuelve porque siempre es presente.

Cuando se cumplen 100 años de su natalicio y 50 de su partida física, Contexto Latinoamericano quiere proponerles una de sus canciones más conmovedoras, y que mejor muestra su espíritu luchador.

Vamos compañero

Levántese, compañero,

que sólo fue una batalla.

La guerra la ganaremos

haciendo una gran muralla.

La guerra la ganaremos

cuando aprendamos a ver

que si la clase está unida

nadie la puede vencer.

Nunca fue herido de muerte

quien tenía la razón,

y ella está donde está el pueblo

y no donde el gran señor.

Pedro, Juanito, Manuel,

vamos a curar la herida

con la unidad de los pobres,

los de la clase ofendida.

Levántese, compañero

que si hoy día somos cien

mañana serán millones

los que estaremos de pie.

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