17 mar. 2021
Luis A. Montero Cabrera
Las capacidades de los seres humanos con respecto a todas las demás especies en la larga cadena de la evolución de la vida en la Tierra son excepcionales. Son muchas las explicaciones posibles. Se suele atribuir desde la ciencia a que la selección natural permitió a homo sapiens trabajar, a la forma de nuestras manos, al tamaño de nuestro cerebro, a la forma erecta de trasladarnos, a la capacidad de socializar. Probablemente ninguna sea absoluta, sino un poco
de todo.
Una de esas excepcionales capacidades humanas ha sido la de intercambiar información detallada en diálogos o en grupos. Hablamos gracias a que podemos emitir sonidos modulados y los detectamos con los oídos. También transmitimos saberes con expresiones corporales que son vistas por los ojos de los demás.
Después de inventar la escritura podemos representar la información en forma de símbolos o letras y asimilarla mediante la visión o el tacto. Todas las
señales sensoriales se traducen en conocimiento por el mismo cerebro. Estas acciones se amplifican cuando el proceso abarca a más de dos individuos. La escuela se creó de esa forma: un maestro o ponente trasmite sus saberes interactuando con un grupo adecuado de alumnos.
La forma presencial había sido la única posible para realizar acciones donde un grupo de personas intercambian informaciones, las discuten, las mejoran entre todos, aprenden de unos y de otros. Pero ya a mediados del siglo XX la revolución de las tecnologías de la información permitió que aparecieran formas no presenciales como las clases por televisión, donde se podía trasmitir mucha información simultáneamente a muchos en diferentes lugares y al
mismo tiempo. Sin darnos mucha cuenta, estaba ocurriendo un fenómeno tan trascendental como había sido antes la invención de la escritura y la posterior de la imprenta.
La televisión clásica, igual que la imprenta, permite la trasmisión de información, pero no la plena comunicación. Este es un concepto mucho más amplio y abarcador. Entendemos a la comunicación como la información que fluye en todas direcciones y en todos los sentidos.
Todos aprenden, aunque siempre unos más que otros. La gran emulación de la comunicación humana sin la presencia física de las personas llegó en
las décadas finales del siglo pasado. Se extendió tecnológicamente en los primeros años del presente siglo XXI. Internet y la llamada web 2.0 cambiaron las cosas a nivel global. Instrumentos informáticos que habían sido desarrollados localmente y en las primeras computadoras, casi como un divertimento, se convirtieron en una vía de comunicación universal.
Gracias a ello las reuniones y conferencias con video son hoy muy comunes en el mundo. Se realizan fácil, rápida y ubicuamente. Es perfectamente posible para un participante viajando en un ómnibus urbano en Madrid, para otro posicionado en su casa de La Habana y otro desde un laboratorio en Santiago de Chile estar en una misma reunión. Puede lograrse así intercambiar “en tiempo real” ideas y pareceres que pueden ser tanto intrascendentes y personales como
también servir para cambiar al mundo con nuevas e innovadoras propuestas.
La mayor parte de los sistemas informáticos básicos que hoy lo permiten ya existían desde hace varios años. Una de las pocas consecuencias positivas de la pandemia de COVID 19 es que se han hecho muy populares. Teníamos las herramientas, pero eran usadas limitadamente y solo por los más innovadores, avezados y necesitados. Ahora se hicieron necesarias para todos
y la gente aprendió a usarlas masivamente, lustros después de inventadas.
En muchos casos se redujo considerablemente el impacto económico del aislamiento masivo de la población. Pudo suplantarse en lo posible el intercambio físico de información entre las personas y la gestión gracias a la presencialidad virtual. Ocurrió en lo laboral, lo educativo y lo cultural. Incluso aumentó la eficiencia de muchos procesos y redujo gastos de manutención y transporte de personas. En los países con una penetración social masiva de internet las
reuniones virtuales llegaron a aumentar un 50 % en unos cuantos meses de pandemia.
Para ello se usan las llamadas “plataformas” en internet que pueden crear un salón de reuniones dentro de un navegador cualquiera como Firefox, Chrome, Safari o Edge. Los participantes se oyen, se ven las caras y las expresiones, comparten documentos y presentaciones, también imágenes y videos. Todo en el momento en que ocurre, aunque estén separados por miles de kilómetros. Las que se han programado con registro de propiedad y exclusividad de copia (“propietarias” o en propiedad) pueden requerir que se haga un pago para usarlas y algunas pueden permitir un uso limitado sin pago alguno. Las de código abierto, que están protegidas comercialmente, pero que se permite copiar y usar libre y gratuitamente siempre que no se lucre con ellas, también son muy potentes y populares.
La lideresa mundial es “Zoom”. Está en propiedad, aunque permite un uso limitado sin costo alguno en casi todo el mundo. Es tan popular que su nombre ya se usa por algunos para denominar a cualquier reunión virtual.
Deplorablemente, no es posible utilizarla desde sitios en Cuba por las razones políticas del bloqueo de los EEUU contra nosotros. Otra bastante
popular, de código abierto y uso libre ilimitado es “Jitsi Meet” y está comenzando a usarse en nuestro país. El gigante Google hace tiempo tenía una plataforma de reuniones en propiedad y cerrada, bajo pago. A propósito de la explosión del uso de estos medios por la pandemia la liberó y convirtió en el llamado “Google Meet”. Hay muchas más. Un requisito indispensable de cualesquiera de ellas es que sean muy fáciles de usar. El uso intuitivo debe ser la mejor guía
para que un sistema de este tipo se extienda y haga popular. Para ello, el aprendizaje de los usuarios debe ir a la par de su utilización.
Ya vamos alcanzando niveles aceptables de penetración de internet en la población cubana. Nos puede faltar, entre otras escaseces, emprendimiento y actualización más acelerada en las tecnologías de telecomunicaciones y una acción efectiva para la ampliación y diversificación de este mercado interno y su necesidad que puede ayudar mucho en las difíciles condiciones de la Tarea Ordenamiento. También podríamos ir desarrollando una plataforma propia, dinámica, adaptable a las necesidades de las personas en Cuba y no al revés como tanto suele ocurrir en nuestro medio. Todo puede ganarse. Existen indicaciones explícitas y voluntad gubernamental para ello.
Los cubanos tenemos todas las condiciones y la educación básica para que estos medios sean de uso masivo, permitan que no se atrase el curso escolar, se rebajen los costos de reuniones y se hagan más participativas y eficientes.
También permitirían que se eviten gastos y energía en transportaciones que puedan hacerse innecesarias. Nunca sustituirán la rica interacción presencial en una reunión bien organizada, igual que la escritura no suplió a la palabra hablada, ni la imprenta a las cartas de amor. Con eso daríamos un paso más en la dirección que ha sido y tiene que ser un objetivo inalienable del socialismo cubano: más bienestar, dignidad, plenitud, libertad y cultura para todos.