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Rescatar la memoria vivencial de la guerra

22 may. 2017
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El libro Papá, son los muchachos. Así nación el ELN en Colombia, es la propuesta que ahora presentan las editoriales Ocean Sur y La Fogata. Contexto Latinoamericano comparte con ustedes algunas reflexiones, a propósito de su presentación en Bogotá.


Uno de los retos que todo proceso de paz debe enfrentar es el que se refiere al dilema memoria / olvido.

Cuando se reflexiona sobre los caminos para ponerle fin a un conflicto armado muchos profesionales de diversas disciplinas recomiendan la estrategia del olvido, teniendo en cuenta que la guerra es, también, un desbordamiento de la emotividad, y cualquier ejercicio de recuerdo despertaría nuevamente esa emotividad destructiva.

Otros consideramos que la memoria es uno de los ejes fundamentales de una estrategia de paz no ficticia, pues poner ante la conciencia, lúcidamente, lo ocurrido, es lo único que puede desvelar el sentido y el sinsentido de lo vivido, poner a la vista los hilos racionales o irracionales de las situaciones conflictivas y despejar el camino de un futuro sin conflicto. A mi modo de ver, es imposible construir responsabilidad frente al futuro sobre una base de irresponsabilidad frente al pasado, cuando este queda silenciado o sepultado bajo espesas capas de olvido.

Todos lo sabemos y lo reconocemos: Colombia ha vivido muchas décadas de violencia, de guerra interna, que ha dejado huellas imborrables en toda la sociedad, ya que pocas personas o familias han escapado a sus efectos y secuelas. La literatura sobre violencia inunda nuestras librerías y, dentro de ella, las crónicas de guerra ocupan un alto porcentaje. Sin embargo, el sesgo es evidente.

Quienes detentan el mayor poder editorial y mediático hacen de la crónica de guerra un instrumento ideológico de promoción de opciones políticas y del modelo vigente de sociedad, pues la crónica bélica nunca es aséptica o neutral. Por ello es ya una tesis de universal aceptación el que la historia la controlan y la dominan los vencedores, es decir, los ejércitos más poderosos, aunque hayan triunfado a contracorriente de toda ética, valor humano y o principio racional.

En el desarrollo de las doctrinas y las técnicas de la guerra, el siglo pasado vio desarrollarse en varios continentes el modelo de guerra irregular, y dentro de este el de la guerra de guerrillas, luego de comprobar que la normatividad confeccionada por las estructuras internacionales de poder estaba pensada para ejércitos relativamente equiparables, pero que si dichas normas se aplicaran a contiendas entre ejércitos descomunalmente desiguales, la guerra estaría perdida de antemano por los ejércitos minúsculos en armas, combatientes y recursos, así tuvieran evidente superioridad ética.

Sin embargo, las reglas de juego del modelo vigente condenan de antemano al estigma a la crónica de guerra de los ejércitos disidentes del establecimiento, materialmente minúsculos o vencidos, ahogándolos en los imaginarios del mal, sobredimensionados por su publicidad arrolladora.

Las perspectivas de una solución política a la guerra interna han comenzado a abrir pequeños espacios a la crónica de guerra de los pequeños, de los estigmatizados, de los réprobos o excomulgados por la institucionalidad y el establecimiento dominantes. Esos ejercicios, como el presente, permiten penetrar en campos antes cubiertos por prejuicios y dogmas políticos estigmatizantes, y entrar en contacto con realidades muchas veces deformadas e insospechadas que permiten confrontarse con situaciones e ideales humanos interpelantes.

Las filosofías modernas han ido sacando la comprensión de los ejercicios de la racionalidad humana del estrecho mundo del conocimiento científico-técnico y han ido descubriendo el papel fundamental que juega el sentimiento en los ejercicios de la razón. Immanuel Kant, Max Weber y Bertrand Russell están entre esos grandes pensadores que han identificado el papel preponderante del sentir en todos los ejercicios de la conciencia.

Para Russell, por ejemplo, «la ética se diferencia de la ciencia en que sus datos fundamentales son los sentimientos y emociones, no las percepciones»,[1] y el sentir humano se alimenta fundamentalmente del relato. Mientras este sea más espontáneo y más arraigado en las cotidianidades que evocan nuestras experiencias de base, más activará el sentir ético que sitúa racionalmente a las personas en su compromiso histórico.

La crónica de guerra que aparece en estos relatos impresiona por su espontaneidad y por dar acceso a una cotidianidad genuinamente campesina, encuadrada en la cultura de la pobreza, donde se encarnan sin tapujos ideológicos los valores de la solidaridad, de la resistencia a la opresión y de la búsqueda de utopías sociales y políticas, dentro de la sencillez más descarnada de las familias y de los conglomerados rurales donde toman cuerpo los sacrificios y tragedias de la guerra, donde el hambre, las penurias y las lágrimas alternan con un ejercicio militar incipiente y precario.

Impresiona descubrir allí los orígenes de una vertiente de la insurgencia nacional, historiografiada de otras mil maneras por el discurso oficial y dominante para ser ubicada mediáticamente en los imaginarios del horror.

Antes de que sea muy tarde, los colombianos debemos rescatar al máximo la memoria vivencial de la guerra, la única que puede construir un sentir ético que roture caminos de paz hacia el futuro.



[1] Russell, B., Sociedad Humana: Ética y Política, Cátedra, Teorema, Madrid, 1993, p.25.

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