En el contexto del XIX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, con sede en Sochi, Rusia, y a cuatro años de aquellas primeras palabras que motivaron el surgimiento de este libro (se refiere a Juventud latinoamericana dialoga con Fernando Martínez Heredia. Retos de una generación, de la editorial Ocean Sur, 2017), las ideas del destacado intelectual cubano Fernando Martínez Heredia nos llegan para enriquecer este debate que tiene como protagonistas, y a la vez como destinarios, a los jóvenes revolucionarios del mundo.
Alegría grande al ver que discutieron de manera libre y profunda, y sobre todo que multiplicaran los retos. Sería absurdo opinar sobre todo lo que hicieron, o «poner al día» mis retos. Les pido entonces permiso para solo exponer y resaltar algunos aspectos.
Quisiera comentar que no hay que estar «completos» para triunfar, ni para lograr cambios profundos y trascendentales. Pero sí es imprescindible adquirir cierto número de cualidades y rasgos esenciales básicos, y lo más importante, pasar a actuar con decisión, conciencia y alguna organización, mantenerse actuando sin ninguna excusa y ganar cada día más organización y más conciencia. Nadie ha logrado vencer y comenzar a cambiar el mundo porque ya estaba muy bien preparado para hacerlo. En realidad, los sistemas de dominación estructurados implican siempre una dominación cultural, y solo pueden ser destruidos por fuerzas que se forman dentro de ellos y padecen cierto número de sus propios rasgos. Por eso es siempre tan complejo y difícil el logro de verdaderas transformaciones profundas, su permanencia y su avance real en el sentido de ir acabando con todas las formas de dominación humana y social, y de ir creando nuevas personas y nuevas sociedades.
No me gusta valerme de citas para apuntalar mis argumentos, pero esto me recuerda un largo escrito que discutieron los jóvenes Carlos Marx y Federico Engels cuando se dieron cuenta de que tenían que romper con lo que llamaron «su conciencia anterior». A ese texto se le nota que apela a veces a formulaciones muy categóricas para defender la posición política de los autores —algunas exageradas o muy rígidas—, y se nota que en aquel momento los autores carecían todavía de vivencias procedentes de participar en luchas políticas prácticas. Sin embargo, ese texto resultó un avance extraordinario del pensamiento social revolucionario, y lo que hicieron después los autores le ha dado a la ideología alemana un rango de acontecimiento intelectual de gran alcance mundial. Contiene una enorme cantidad de planteamientos acertados, y muchos conservan vigencia. Uno de ellos está en este fragmento:
«La revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del fango en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases».
Ante todo, lo mejor es llamar a las cosas por su nombre, como pedía el manifiesto estudiantil de Córdoba, Argentina, de 1918, que inauguró el famoso movimiento de reforma que se extendió pronto por todo el continente. En la actualidad latinoamericana, el nombre de lo necesario y lo que hay que querer, pelear y lograr se sintetiza en una palabra: revolución. Estuvieron tan malos los tiempos después de las dictaduras, que se aceptó no utilizar ciertas palabras para evitar quedar aislado, no ser eficaz, ser demasiado mal visto. Entre otras desaparecidas ha estado la palabra revolución. Una de las identificaciones, entonces, de qué buscar, adónde ir, estuvo, por ejemplo, en la palabra «alternativa», y una bandera de resistencia frente a la situación era estar contra el neoliberalismo, objetivo que se suponía compartible tanto por socialistas como por otras personas honestas. Pero todo tiene consecuencias, y hace mucho se sabe que entre el pensamiento y el lenguaje hay relaciones muy profundas. Recortar el lenguaje ha influido demasiado en limitar el alcance del pensamiento.
Eso siempre estaría mal. Pero ha resultado peor, por dos razones ligadas entre sí. La primera es que las resistencias de los pueblos latinoamericanos y caribeños no desaparecieron nunca, y desde el final de siglo xx comenzaron a producirse eventos de rescate y auge del campo popular en la región, impulsados por movimientos populares organizados y combativos y por jornadas electorales populares victoriosas, que dieron paso a gobiernos favorecedores de las necesidades y los intereses de mayorías o sectores muy amplios; en diferente medida, en varios países emprendieron cambios políticos y sociales ajenos y hasta hostiles a los bloques dominantes. Todo ha sucedido dentro de un apego estricto a la legalidad y las reglas de juego cívicas y comunicativas de la dominación capitalista, una paradoja que pareció a muchos negar con éxito la subversión revolucionaria que tuvieron que utilizar tantos movimientos populares a lo largo de la historia. Del predominio del regocijo y el optimismo, no exento de preocupaciones, se ha pasado en los tiempos recientes al predominio de adversidades graves provenientes de ese mismo apego.
No solo se ha permanecido dentro de legalidad y reglas de juego: el sistema mismo capitalista de cada país ha sufrido o no controles mayores o menores por parte de los gobiernos, pero en ningún caso ha sido derrocado o sustituido.
La segunda, una parte apreciable de los Estados de la región ha aumentado su autonomía respecto a Estados Unidos, y algunos desafían su poder, se ha vuelto muy importante la colaboración entre ciertos países y notable en términos más generales, que incluyen la existencia de varios instrumentos de coordinación regionales y un uso muy amplio de la noción de integración del continente.
He descrito y valorado estas realidades de lo que va del siglo XXI en América Latina, atendiendo a lo que me parecen características, situaciones y dinámicas de mayor peso en las diferentes dimensiones de las sociedades. Qué son y qué no son el Estado, el modo de producción, las políticas económicas, el sistema político, la administración, el poder judicial, las relaciones entre lo político y lo social, y entre sus instrumentos, la conducta de los que ejercen funciones, la dimensión moral, el sistema de medios masivos de comunicación y sus funciones sociales y políticas. La lista podría ser demasiado larga, pero lo acertado es que estén presentes siempre cuestiones esenciales en nuestras discusiones.
Los cambios producidos en la conciencia y los espíritus de millones de personas tienen una enorme importancia. Triunfalismo, orgullo, alegría, esperanza, pueden ser efímeros, ser palancas para acciones decisivas o ser al menos simientes para fases futuras de lucha. Pero el pensamiento, que fue duramente reprimido primero y después sometido a una situación general de conservatización política y social, se sometió en su mayoría a las reducciones, confusiones e inutilidad práctica fomentadas o exigidas por las instituciones y por el sistema internacionalizado actual que controla férreamente el imperialismo. Por consiguiente, no ha podido estar a la altura de las necesidades del campo popular en esta fase reciente.
La segunda razón es que estamos ya en medio de la contraofensiva previsible del capitalismo latinoamericano, encabezado por el imperialismo norteamericano, puesta en marcha con muchos medios a su favor, mucho odio de clase —¡sí existe la lucha de clases!— y una concertación bajo la batuta imperialista que quiere triunfar y hacer retroceder hasta las esperanzas durante otro período histórico. Tampoco me voy a extender aquí sobre lo que vengo escribiendo y diciendo acerca de este enfrentamiento que ya se ha desatado. Me limito a destacar dos cuestiones.
La actuación será lo decisivo, no las declaraciones. Pero una actuación consciente y organizada, que sepa distinguir entre lo que pudo ser eficaz en otros tiempos y situaciones y ahora no lo es, de lo que es indispensable continuar y que permanezca; y lo que es imprescindible cambiar e inventar y crear. En la lógica de la política que se permite pensar y hacer dentro del sistema de dominación, lo posible es completamente insuficiente para situaciones de crisis del campo popular y la geopolítica se vuelve una ciencia de lo que no se puede pretender. Por consiguiente, hablo de actuación que enfrente con decisión lo central y lo esencial y proceda en consecuencia a favor de la libertad y la justicia, una actuación que se rija solamente por sí misma. Y aquí aparece la segunda cuestión: comprender que la única obligación irrenunciable que tienen hoy los pueblos que se han puesto en movimiento en América Latina y el Caribe es defender, conservar y profundizar sus movimientos y los logros, e ir en busca de poderes populares. Ninguna madeja de procedimientos e instituciones del sistema de dominación capitalista puede ser superior ni imponerse contra aquella necesidad de los pueblos.
¿Quiere eso decir que no es hora de pensar, que no hace falta el pensamiento? De ninguna manera. El pensamiento humano y social que se levanta por encima de la mezquindad de la reproducción de la vida en la que parecen naturales todas las iniquidades, y logra entender, explicar, divulgar, discutir, llamar a actuar por los cambios radicales y la creación de personas y sociedades nuevas, es un instrumento fundamental. Por eso es que el monstruoso sistema totalitario que pretende controlarlo todo practica a escala mundial una guerra cultural que tiene como uno de sus fines básicos lograr que la gente no piense ni se interese por pensar, que abjure del futuro y del pasado y viva en un eterno y mezquino presente, que viva muchos miedos y sienta mucho egoísmo, que le sea indiferente la vida y la suerte de los demás, que se reduzca a ser el público que se entera de una masa de acontecimientos y de tonterías y no puede distinguir entre ellos ni pensar acerca de ellos, y que ande solo entre las multitudes.
Por eso es una actuación muy importante, y sumamente peligrosa para la dominación, lo que han hecho ustedes al discutir tan seriamente varios materiales de pensamiento, hacer sus valoraciones propias, las de ustedes, y elaborar un nuevo material que significa un avance para el nuevo pensamiento que tendrá que desarrollarse, el pensamiento de liberación.
He revisado con cuidado mis «siete tesis», con la magnífica ayuda que me brinda la discusión de ustedes. Aunque con cierto temor a parecer dogmático, me reafirmo en la procedencia de ellas, si no olvidamos que una breve receta cuyo objetivo es llamar a la acción está forzada a escoger algunas cuestiones que le parecen esenciales para su propósito y dejar fuera otras, aunque tengan enorme importancia. Comparto con firmeza y entusiasmo las veinticuatro tesis que ustedes han logrado identificar, discutir y listar, y ellas me han ayudado mucho a escoger los temas y escribir este breve epílogo. Es muy sano tener a nuestra disposición diferentes productos de elaboración profunda y militante, que permitan aproximarse desde planos diversos y con muchos matices a la complejidad tremenda de las realidades y a la aventura de convertir los sentimientos, ideas y motivaciones en actuación decidida y en realidades nuevas, en medio de tantos campos necesarios, tantos dilemas y algunos enigmas.
La cultura acumulada de resistencia y rebeldía siempre es un factor de la mayor importancia, junto a los análisis concretos y el pensamiento ambicioso acerca de lo actual. Me permito terminar recordando una entre tantas propuestas de uno de los más grandes seres humanos revolucionarios que ha existido, José Martí: «es la hora de los hornos, y no se ha de ver más que la luz».
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