En medio del complejo escenario político que vive hoy América Latina y el Caribe, aun cuando algunos gobiernos adopten medidas ambiguas o parezcan oscilar entre una tendencia y otra, lo cierto es que en la mayoría de los casos resulta muy fácil percatarse cuáles de ellos luchan por el bienestar de sus pueblos y cuáles les han dado la espalda a sus electores de manera definitiva.
Tales han sido los casos de varios presidentes latinoamericanos, quienes han concretado visitas a los Estados Unidos durante el presente trimestre, sosteniendo conversaciones con Donald Trump. El primero fue Pedro Pablo Kuczynski, mandatario peruano, quien estuvo en la capital norteamericana durante el pasado mes de febrero. El eje de las conversaciones sostenidas en ese momento fue la necesidad de «proteger el libre comercio en las Américas y en el mundo», según expresó el presidente de Perú, aunque también se trataron tópicos relacionados con los inmigrantes peruanos en los Estados Unidos y la situación en Venezuela, la «responsabilidad en la lucha contra el crimen organizado transnacional» y la colaboración en defensa y seguridad.
La segunda visita oficial de un Jefe de Estado latinoamericano corrió —como era de esperarse— a cargo de Mauricio Macri, siendo el primer presidente argentino en los últimos 14 años en viajar a la nación norteña, hace poco menos de un mes. El principal eje de esa visita fue la búsqueda de nuevas inversiones con capital transnacional, aunque también hicieron un paréntesis para abordar temas como la lucha contra el narcotráfico y el gobierno del presidente Nicolás Maduro, en Venezuela.
El tercero comenzó su visita ayer, 18 de mayo, y se trata de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, quien anunció que se reuniría con su homólogo estadounidense para agradecerle la contribución norteamericana al proceso de paz en la nación centroamericana, especialmente a través del Plan Colombia.
Si se analiza la afirmación anterior, parecería una completa burla. Por un lado, ese Plan —si bien tenía entre sus supuestos objetivos la búsqueda de la paz y el desarrollo socioeconómico, así como combatir el narcotráfico— representó principalmente una excusa para justificar el envío de tropas militares a Colombia, provocando un incremento del paramilitarismo y la violencia en esa nación.
Además, el supuesto desarrollo de la economía colombiana que ha sido propiciado por el gobierno de Estados Unidos, se centró en agudizar las clásicas relaciones comerciales centro-periferia, causantes a lo largo de siglos de la explotación de los recursos naturales de nuestros pueblos y la agudización de la deformación estructural de nuestras economías. En cuanto a la esfera del narcotráfico, muy poco se ha logrado, y el número de cultivos ilegales de narcóticos se incrementa cada año.
Por otra parte, el agradecimiento de Santos a Trump no podría producirse en un momento menos oportuno. El presupuesto del gobierno de los Estados Unidos para 2018 contemplará una reducción del 21% de los fondos que se destinaban a realizar operaciones en la nación centroamericana. Además, Trump continúa manifestando una clara posición xenófoba y discriminatoria hacia los inmigrantes, especialmente aquellos provenientes de Latinoamérica y el Caribe, situación que genera un descontento en vastas poblaciones de todo el continente.
Pese a todos los elementos anteriormente planteados, lo cierto es que Colombia —particularmente el gobierno de Santos— continúa fomentando las buenas relaciones con el gobierno de Estados Unidos. Por su parte, Trump se ha manifestado también en favor del mantenimiento de los vínculos entre ambas naciones, y no es para menos. La presencia de bases militares en ese país, así como contar con un aliado que tiene voz en múltiples espacios de concertación económica y política en la región, le garantiza al gobierno norteamericano una mayor presencia hegemónica en todo el continente.
Durante las conversaciones entre ambos mandatarios, sostenidas en la tarde de ayer, se debatieron otros temas de interés mutuo, incluyendo las negociaciones en torno al proceso de paz, la seguridad, los vínculos comerciales, el área de las inversiones y también la situación actual de Venezuela, que parece ser un tópico común en todos los encuentros celebrados por Trump con homólogos de la región latinoamericana.
Durante una conferencia de prensa ofrecida luego del encuentro, Santos expresó: «No tengo duda de que los Estados Unidos y Colombia siguen siendo hoy más que nunca un soporte el uno para el otro, nuestra alianza se afianzó, nuestra cooperación es valiosa». Además, reafirmó el agradecimiento de Colombia a los Estados Unidos, por tenderles la mano «cuando los colombianos luchábamos por la supervivencia de nuestra democracia frente al terrorismo y narcotráfico».
Sin embargo, el mandatario de la nación centroamericana no pronunció una palabra respecto a las reducciones presupuestarias de Estados Unidos para sus operaciones en Colombia, y mucho menos emitió criterio alguno respecto a la creación de un muro que separe a Estados Unidos del resto del continente.
La visita de Juan Manuel Santos —quien fuera galardonado el pasado año con el Premio Nobel de la Paz— se extenderá otros dos días, como una muestra más de la sólida relación entre ambos países. Las dudas giran en torno a si esos vínculos implican algún beneficio real para el pueblo colombiano, que todavía se debate entre la violencia, el narcotráfico y la incertidumbre, fenómenos que han sido y continúan siendo agravados por la incidencia del gobierno de los Estados Unidos.
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