Sin pasado no hay futuro. Parece una paradoja, pero es ley de la sociedad; en el pasado están las respuestas a las preguntas que desbrozan el camino: de dónde venimos y a dónde vamos.
Por supuesto, el pasado requiere de interpretaciones y, a pesar de los instrumentos científicos con los que la historiografía moderna cuenta, los pueblos o sus intermediarios, escogen héroes y narrativas que se adecuen a sus propósitos. Enumerar los próceres de la historia patria parece una operación sencilla, sin embargo, esa primera elección determina qué tipo de sociedad se pretende.
Digámoslo ahora al revés: sin futuro concebido, no hay pasado. Según sea el prototipo de hombre-mujer de éxito en una sociedad, así será el modelo de sociedad. «Queremos que sean como el Che», exclamó Fidel ante la certeza de su asesinato. Los revolucionarios, los que soñamos con —y peleamos por— un mundo mejor, repetimos esa frase.
La cultura capitalista, que es hegemónica en el mundo de hoy, prefiere, en cambio, la desmovilización. Si deben existir héroes, que sean los bomberos, o los policías cuidadores del orden, o preferiblemente, los superhéroes, grandes guardianes del establishment, definitivamente inimitables. También, sin que nos percatemos, cincela en nuestras mentes un prototipo de triunfador social: el de las llamadas páginas sociales, los más ricos, los más fuertes, los más hermosos, no importa si son banqueros o miembros de la nobleza, si heredaron la riqueza o ganaron la lotería, si son ladrones o narcos, artistas, modelos o deportistas de jugosos contratos. Esos triunfadores no se posicionan desde los libros de historia, pero la prensa trasnacional y la industria del entretenimiento están a su servicio.
Por eso la guerra en torno a la historia de un país es eminentemente ideológica. El debate sobre Bolívar o Martí, es en realidad sobre Chávez o Fidel. Por eso, algunos vienen a Cuba a proponer que nos olvidemos de la historia, o que acunemos sin distinciones a «todos», y ya sabemos que «todos» solo quiere ser, como en Europa Oriental, «ellos». No. O son héroes los mercenarios que invadieron por Playa Girón —serían desde luego llamados de otra manera— o son héroes los milicianos que defendieron la Patria; ambos no pueden serlo a la vez. No caben análisis psicológicos allí donde se debate el destino de una sociedad.
¿Cómo llegar a los jóvenes de Cuba hoy? ¿Cómo prender en ellos la chispa de la curiosidad, del interés, para que busquen por sí mismos sus verdades? La colección Vanguardia, de la Editorial Ocean Sur, establece un hilo conductor: mínimas selecciones de textos íntimos y públicos, escritos por grandes revolucionarios cubanos, con una breve introducción y una cronología de sus vidas. Que el lector, preferiblemente joven, se asome. Si se enamora, entra; si descubre el latido de un corazón tras las palabras que, desgajadas de contexto, quizás se tornaban invisibles para él en una valla publicitaria, buscará otras lecturas, otros caminos para el saber.
Los seleccionadores y prologuistas de estos pequeños libros también son jóvenes. ¿A quiénes seleccionaron en esta primera entrega? José Martí (Yosuán Palacios), Fidel Castro y Che Guevara (Rodolfo Romero), Julio Antonio Mella (Yosbani Montalvo), Camilo Cienfuegos (Daniela Fernández), Celia Sánchez (Dayli Sánchez), Haydee Santamaría (Ana María Cabrera) y Vilma Espín (Mónica Corrieri). Todos, aparentemente, son muy conocidos. Pero el propósito no es que recuerden sus nombres, o que alguien les diga lo grande que fueron. Hay que transformar la estatua verbal en carne humana; no rebajándolos al nivel de lo común, lo que sería falsearlos, sino haciendo que sean visibles el sufrimiento, la batalla a veces de la propia superación, del crecimiento.
Imagino el desconcierto de los compiladores ante la necesidad de limitar la selección de textos de Martí —la nueva Edición Crítica de sus Obras Completas sobrepasa en más de una decena sus 27 tomos— o de Fidel —cuyos discursos, durante más de medio siglo, se extendían de tres a ocho horas y no existe hasta hoy una compilación completa de su obra—, a unas escasas 90 cuartillas. El criterio prescindió de una excesiva conceptualización: que los lectores conocieran algunos textos de juventud, algún costado humano del seleccionado, y fragmentos, si no era posible la reproducción total, de algunos de los textos más conocidos o sorprendentes. No todos tienen una extensa obra escrita, para confeccionar esta presentación mínima hubo que efectuar una búsqueda, porque algunos no fueron personas dadas al decir, sino al hacer, y otros, como Mella o Camilo, murieron muy jóvenes.
No es casual que entre los primeros ocho seleccionados aparezcan tres mujeres. Tampoco que cuatro de los seleccionadores y prologuistas, lo sean también. Sin la presencia de la mujer, que aúna la máxima radicalidad con la ternura y la osadía, no hubiese sido posible la Revolución. Cuando ellas hablan, es difícil separar lo íntimo de lo épico, la historia personal de la colectiva. Todas compartieron el escenario de la guerra y de sus vidas con grandes hombres, pero no fueron sus Sancho Panza; fueron mujeres Quijotes. Como enfatiza la prologuista de Haydée:
podría pasar a la historia como la hermana de Abel Santamaría, la novia de Boris Luis Santa Coloma, la esposa de Armando Hart o la amiga leal e inseparable de Fidel Castro. En cambio, esta mujer, superando cualquier prejuicio machista de la época, se coloca al lado de estos hombres grandes de la Patria, y su nombre, por sí solo, aparece grabado con letra indestructible en las páginas de la Revolución Cubana.[1]
O la de Celia, que nos descubre a la incansable soñadora que supo con su sensibilidad tender lazos entre el pueblo y Fidel. O la de Vilma: «¿quién podría haber vaticinado que aquella jovencita, nacida en el seno de una familia acomodada habría de convertirse en una de las figuras claves para el triunfo revolucionario?».[2]
Hay héroes cuya imagen se ha construido sobre un rasgo notorio de su personalidad, en menoscabo de otros igualmente importantes, y es preciso voltearla. Es el caso de Camilo Cienfuegos. La prologuista lo anuncia:
La imagen de Camilo que hoy conocemos es la de un hombre muy cubano, jaranero, humilde y simpático, siempre con la sonrisa en los labios. Aunque las fotografías y las anécdotas demuestran con creces este lado alegre de Camilo, al mismo tiempo poseía un carácter decidido y un pensamiento profundo e inteligente».[3]
Pero el lector no encontrará en estos libros pequeños, manuables o la imagen total del héroe. Es solo un perfil, un fogonazo de luz que revela por unos segundos una vida sobre la que habría que enfocar una iluminación sostenida. Martí, Fidel y el Che, estarán a mano en muchas otras variantes editoriales. Sus compilaciones, en estos casos, servirán para los recién llegados, no importa la edad. Los restantes, en cambio, son seres muy nombrados y poco conocidos. Sirvan pues estas páginas para introducir e incentivar ese necesario conocimiento.
Me atrevería a pedir la continuidad del proyecto. Enumero a algunas personalidades que me hubiesen gustado ver en esta primera entrega: Antonio Maceo, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras. Pienso que la Colección Vanguardia debe abordar también a figuras menos conocidas, lo que no significa que sean menos nombradas: Raúl Roa, Blas Roca, Juan Marinello, Jesús Menéndez, Frank País, José Antonio Echevarría, y ¿por qué no? Ignacio Agramonte, Carlos Manuel de Céspedes.
Si se extiende en una diversidad mayor de figuras, acabaría conformándose una pequeña enciclopedia mínima de la Revolución Cubana, una colección indispensable en cualquier hogar cubano. Bienvenida esta iniciativa. Bienvenida la historia que nos representa.
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