5 oct. 2020
Entrevista al filósofo, politólogo y activista Noam Chomsky
El politólogo, por décadas la voz más influyente de la izquierda estadounidense, prefigura un futuro de creciente degradación democrática. Y se pronuncia contra la cultura de cancelación, esa forma de rampante censura pública ejercida desde las redes sociales.
Semana tumultuosa para la democracia estadounidense: un debate presidencial vergonzoso, más el test positivo de Covid revelan a un Donald Trump en su hora crítica. Nunca más oportuno escuchar lo que tiene para decir Noam Chomsky.
Lingüista, filósofo, politólogo y activista, es profesor emérito de lingüística en el MIT y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. Hoy está a cargo del departamento de lingüística de la Universidad de Arizona. Es muy conocido por su activismo político que se basa en una fuerte crítica del capitalismo contemporáneo y de la política exterior de EE. UU. Está considerado un pensador socialista libertario o anarcosindicalista.? El New York Times lo ha señalado como “el más importante de los pensadores contemporáneos”. Fue detenido por oponerse a la guerra de Vietnam, figuró en la lista negra de Nixon, apoyó la publicación de los papeles del Pentágono y denunció la guerra sucia de Reagan.
En una entrevista exclusiva, hecha a comienzos de semana, el legendario politólogo de la izquierda de EE.UU. expone por qué con Trump solo se puede esperar tragedias mayores y una hecatombe climática.
–Uno de sus últimos libros es sobre el mundo que les dejamos a nuestros nietos. Usted dijo que es un mundo en peligro por el cambio climático y la creciente posibilidad de una guerra nuclear. La obra fue publicada a principios del gobierno de Trump. Ahora, cuando está terminando su primer mandato en la Casa Blanca y va por la reelección, ¿cuáles son las principales crisis que enfrenta el mundo? ¿Trump empeoró esas crisis?
–El mejor análisis sucinto de las amenazas a la supervivencia humana lo proporciona cada año el famoso Reloj del Apocalipsis o del Juicio Final del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago. Fue puesto en marcha por primera vez en 1947, con el minutero a 7 minutos de medianoche: la terminación. A través de los años ha oscilado. La principal preocupación al principio era la amenaza de guerra nuclear. Más recientemente se ha añadido la amenaza de catástrofe ambiental. Desde que Trump asumió el cargo, al minutero se lo ha acercado más a la medianoche debido al pésimo historial del presidente en estos problemas. En enero pasado los analistas abandonaron los minutos y pasaron a los segundos: 100 segundos para la medianoche. A partir de enero Trump ha continuado su campaña de debilitar las perspectivas de la vida humana. Ha llevado adelante su proyecto de desarticular el régimen de control armamentístico que proporcionaba cierta protección contra el desastre terminal. Se retiró del Tratado de Cielos Abiertos iniciado por Eisenhower y rechazó las peticiones rusas de renovar el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START III), última pieza que quedaba del edificio. También ha estado desarrollando armamento nuevo y más peligroso. Simultáneamente ha llevado adelante su campaña para maximizar el uso de combustibles fósiles, incluidos los más peligrosos, y eliminar el aparato regulador que mitiga algunos de sus peores efectos. Todo esto es sólo desde enero.
–¿Por qué el país más rico y poderoso del mundo no ha podido contener la propagación del coronavirus? ¿Es un fracaso de conducción política o un fracaso estructural? ¿Qué lecciones podemos aprender de la pandemia?
–Cuando Trump asumió en enero de 2017 el país contaba con un programa de control de pandemias. En sus primeros días en el cargo, el presidente lo desmanteló. Empezó a quitarles fondos al Centro para Control de Enfermedades y a otros sectores del gobierno relacionados con la salud y continuó todos los años, incluso en febrero pasado, cuando la pandemia causaba estragos. Había científicos estadounidenses trabajando con colegas chinos para identificar y estudiar coronavirus nuevos. Luego siguieron una serie de acciones de la Casa Blanca que obstaculizaron toda respuesta constructiva. Ahora sabemos que para febrero Trump conocía la severidad de la crisis, pero la minimizó, dispuesto a sacrificar decenas de miles de vidas estadounidenses –en este momento más de tres veces la cantidad de muertos de EE.UU. en Vietnam– para mejorar sus perspectivas electorales. El récord de EE.UU. es, lejos, el peor del mundo. Hay lecciones claras de la pandemia. En 2003, después de contener la epidemia de SARS, los científicos advirtieron que era muy probable que se produjeran nuevas epidemias de coronavirus, probablemente más graves. Los pasos para estar preparados se conocían, pero no se siguieron. Las industrias farmacéuticas están obturadas por la lógica capitalista. Su objetivo es tener ganancias mañana, no gastar recursos en prepararse para una futura catástrofe. El gobierno podría haber intervenido, pero quedó bloqueado por el dogma neoliberal: “el gobierno es el problema, no la solución”, como declaró Reagan en los albores de la era neoliberal. Aun así, hubo cosas que se podían hacer en cuanto a estar preparados, y se hicieron, las hizo Obama. Aunque como mencioné, las primeras medidas de Donald Trump en el cargo fueron desmantelarlas. Hoy los científicos están lanzando las mismas advertencias sobre pandemias futuras. Saben lo que hay que hacer pero surgen los mismos problemas: la lógica capitalista, el dogma neoliberal y, en algunos países, una conducción malintencionada, con Trump liderando la pandilla. A menos que se superen estas barreras a la acción, es muy probable que se presenten tragedias peores.
–Con el paquete masivo aprobado por el Congreso, las directivas de los gobernadores y las autoridades locales, ¿cree usted que el papel del Estado se ha fortalecido inesperadamente, en un país donde siempre prevalece el individualismo?
–El primer paquete de estímulo representó una ayuda, aunque la mayor parte fue para los muy ricos y las grandes empresas. Terminó en julio. A partir de mayo, la Cámara de Representantes, dirigida por los demócratas, propuso proyectos de ley para prolongarlo. El Senado republicano se negó a considerar esas propuestas hasta que fue demasiado tarde para renovar el paquete. Después propusieron una versión muy reducida, de poca utilidad para quienes padecen la maldad de Trump. En este momento, no hay esencialmente nada. La idea de que en EE.UU. prevalece el individualismo es un mito. Lo que prevalece es el poder de las corporaciones, protegido y subsidiado por un estado poderoso.
–Hubo una batalla por el uso o no de las mascarillas, por la apertura de negocios, volver o no a la escuela, etc. ¿La pandemia ha abierto una especie de guerra ideológica o cultural en los Estados Unidos?
–Es parte de una guerra cultural, en gran medida en las líneas partidarias. Los republicanos, alentados por los erráticos pronunciamientos de Trump, han sido los primeros en oponerse a las medidas preventivas.
–Dijo usted también que la democracia está en riesgo ahora. ¿Por qué? ¿Las instituciones estadounidenses no son lo suficientemente sólidas para resistir a un presidente como Trump?
–Estoy lejos de ser el único que lo dice. El prestigioso columnista del New York Times, Thomas Friedman, publicó una columna preguntándose si nuestras elecciones de 2020 serían las últimas. Friedman es sólo uno de un coro de figuras altas en el establishment. Hay una buena razón. El ataque a la democracia ha llegado al punto de que Trump advierta que si no le gusta el resultado de las próximas elecciones puede negarse a dejar el cargo. El Proyecto de Integridad de la Transición, agrupación de muy alto nivel formada por figuras prominentes de ambos partidos y expertos independientes, viene realizando simulaciones del tipo “juegos de guerra” en base a las elecciones de 2020. En todos los escenarios excepto el de una victoria de Trump, la predicción es guerra civil. En 1960, Richard Nixon tenía buenas razones para creer que las elecciones le habían sido robadas a manos de la delincuencia demócrata. No impugnó el resultado; prefirió el bienestar del país a su ambición personal. Lo mismo ocurrió con Al Gore en 2000. Hoy no. Trump es de un nuevo tipo de malignidad, sin precedentes en la historia de la democracia parlamentaria. No podemos estar seguros de a dónde llevará esto.
–Paradójicamente, Trump dice que la democracia y los valores estadounidenses están en peligro ahora porque Joe Biden impondrá, si gana, un programa “socialista radical”. ¿Qué piensa de esa calificación? ¿Cómo define ideológicamente la fórmula Biden-Harris? ¿Por qué?
–El programa de Biden-Harris es centrista de acuerdo con los estándares de las democracias parlamentarias. Lo que Trump llama “socialista radical” se considera una socialdemocracia moderada en otros lugares. En realidad, con Bernie Sanders ocurre lo mismo. Sus principales propuestas políticas, reiteradas una y otra vez, eran atención sanitaria universal y educación superior gratuita. ¿Se le ocurren a usted algunos otros países donde encontrar eso? De hecho, los programas de Sanders no habrían sorprendido a Dwight Eisenhower.
–Bernie Sanders estuvo cerca de ganar la nominación demócrata en 2016 y 2020 pero fracasó las dos veces. ¿Cree que Estados Unidos puede elegir un candidato autodefinido como socialista cuando esa palabra puede ser una especie de tabú en la sociedad del país?
–En EE.UU., a diferencia de casi todos los demás países, la palabra “socialista” está prohibida. Pero es importante reconocer el extraordinario éxito de la campaña de Sanders, que rompió con más de un siglo de historia política estadounidense. Prácticamente no tenía apoyo de la riqueza privada ni del mundo de los negocios y fue despreciado o denostado por los medios de comunicación de todo el espectro. Estuvo muy cerca de ganar la nominación y en muchas encuestas ha sido clasificado como figura política más popular del país. Los movimientos populares que inspiró han tenido gran impacto en la sociedad, abrieron áreas de discusión y a veces de acción política que antes apenas si se encontraban en los márgenes. Entre los jóvenes, el apoyo a Bernie Sanders es particularmente elevado. Estos son éxitos importantes.
–Desde el asesinato de George Floyd en mayo ha habido protestas masivas en Estados Unidos y también en algunos países contra el racismo y la brutalidad policial. ¿Considera a este movimiento un punto de ruptura? ¿Por qué?
–Lo que podemos decir hasta ahora es que es muy nuevo, drásticamente nuevo. Se desarrolló muy rápido y se convirtió en el mayor movimiento social de la historia estadounidense. También tuvo un apoyo popular enorme, mucho mayor que el que logró Martin Luther King en el pico de su popularidad. También hay una solidaridad negro-blanco impresionante. Se están proponiendo programas serios. No se puede predecir a dónde irá esto. No es un fenómeno aislado. Ha habido muchas señales de mayor atención por parte de la gente al historial de 400 años de trato espantoso a los afronorteamericanos, lo cual deja un registro amargo.Y la preocupación por hacer algo al respecto. Está generando una reacción brusca. La supremacía blanca está profundamente arraigada en la cultura y la sociedad.En este momento la estimula una administración racista, pero las raíces son mucho más profundas; un asunto demasiado complejo de abordar aquí.
–Este movimiento también ha cohesionado fuerzas de extrema derecha que repudian las manifestaciones e incluso se han organizado milicias supremacistas para contrarrestar las marchas. Trump también está exigiendo “Ley y Orden” y una irrupción de agentes federales en las calles. ¿Cree que este escenario irá empeorando hasta las elecciones?
–Trump está montando su campaña electoral en torno a eso.A lo largo de sus años en el cargo, el terror supremacista blanco ha aumentado rápidamente según estadísticas oficiales.Son tendencias nefastas, que pueden llegar a hacerse mucho peores.
–En julio usted firmó una carta con otras 152 figuras notables reclamando terminar con la denominada “cultura de la cancelación”. ¿Por qué ese mensaje es importante en estos días?
–La carta en sí era tan tibia que yo no le veía mucho sentido ni esperaba mucha reacción. Básicamente era un llamado a la tolerancia y al respeto por la mirada de los demás. Exhortaba a los sectores de izquierda a no imitar el constante recurso de las instituciones tradicionales a la supresión de concepciones inaceptables para la ideología dominante, a menudo de forma bastante extrema. La enorme reacción demostró que el mensaje es ciertamente importante, un triste comentario sobre la cultura contemporánea.
–A sus 91 años, ¿alguna vez ha visto a la sociedad estadounidense más dividida que en la actualidad?
–Ha habido muchas divisiones antes. La historia laboral de EE.UU. ha sido inusualmente violenta. En la década de 1960 hubo conflictos internos muy amargos por los derechos civiles y la guerra de Vietnam. Lo radicalmente nuevo hoy es la división dentro de las líneas partidarias. Los demócratas no han cambiado mucho, pero en los últimos años los republicanos se han desviado de su espectro. Prominentes comentaristas políticos de vasta aceptación se refieren al actual partido republicano en términos de “insurgencia radical” que ha abandonado la política parlamentaria (Thomas Mann y Norman Ornstein, del conservador Instituto Empresarial Estadounidense). Y el electorado republicano venera a Trump con un fervor que no se observa en las democracias modernas. El resultado es que viven en un mundo diferente en cuanto a cuestiones cruciales.
–Uno de sus últimos libros analiza el réquiem del sueño americano. Usted criticó la concentración de la riqueza, el mayor poder político de los ricos. Después del primer período en la Casa Blanca parece que Trump está empeorando esos problemas. ¿Por qué cree que sigue siendo popular (44,3% de aprobación de su desempeño)? ¿Por qué tanta gente (trabajadores, clase media), todavía vota por Trump?
–El electorado de Trump es abrumadoramente blanco, masculino, religioso (cristiano, incluido el enorme bloque de evangelistas), rural, tradicional, pequeño burgués relativamente acomodado, supremacista blanco, menos educado, profundamente preocupado por el hecho de que los blancos se están convirtiendo en minoría y el mundo del pasado (y sus ilusiones al respecto) están siéndoles arrebatados por los hispanos, los negros, otros a quienes se les ha enseñado a mirar con desprecio y miedo. En cuanto a los trabajadores, es más que los demócratas los han perdido que lo que Trump se los ha ganado. A pesar de las medidas políticas que perjudican siempre a los trabajadores, severamente en los hechos, Trump consigue aparentar que es su defensor contra las odiadas “élites”: los dirigentes empresariales son cuidadosamente excluidos de la imaginería que presenta el mandatario. Y muchos tienen quejas muy legítimas después de 40 años de ataque neoliberal severo.
–Ha definido a Trump como dictador, incluso “el hombre más peligroso de la historia de la humanidad”. Pero viniendo yo de América Latina y de un país como Argentina, donde hemos sufrido dictaduras con decenas de miles de desaparecidos, ¿no es un poco exagerado?
–Trump bien podría aspirar a ser dictador, pero está lejos de eso. La dictadura militar de Argentina fue horrorosa. Hitler fue mucho peor. Hitler, sin embargo, no dedicó sus esfuerzos a destruir la vida humana organizada sobre la tierra. Trump sí. Es evidente ya por su política climática.La frase a la que usted se refiere es una simple declaración de hechos, no una exageración.
–¿Ve en América Latina algún gobierno que tenga características de Trump definidas?
–Justo al lado de ustedes, el país más grande de América Latina está gobernado por un clon de Trump.
Traducción: Román García Azcárate
Tomado de Rebelion