26 feb. 2020
Nadie está obligado a aplaudir una película elogiada por medio mundo, pero al menos, antes de opinar, debiera verla.
En sus duras críticas al filme Parásitos, ganador del máximo Oscar, el presidente Trump dejó entrever desconocerla, lo que no fue óbice para que cargara contra ella por extranjera, porque se habla otra lengua, tiene subtítulos, sus protagonistas son asiáticos y –esto último debió soplárselo cualquier asesor al regreso del cine–: ¡es un alegato político y social contra el sistema que él reverencia!
Ya el mundillo cinematográfico sabe que todo aquel que intente ponerle reparos al proceder presidencial se verá disminuido mediante insultantes mensajes de Twitter. Así, Meryl Streep es «una actriz de segunda», Robert de Niro «un individuo con muy bajo coeficiente intelectual»; el director negro Spike Lee, «un racista», el actor Alec Baldwin (que lo imita en Saturday Night Live), un conspirador «que debiera ser castigado junto con el programa», lo que hizo que recientemente Baldwin lo comparara con Hitler y, la última perla, de hace unos pocos días, durante la reunión electoral en Colorado, donde criticó a Brad Pitt –«nunca fui muy fan de él; se levantó y dijo una cosa de listillo, es un listillo»–, debido a que el actor, luego de recibir su Oscar, bromeó con el proceso político, sin testigos, que «juzgó» a Trump.
Los adláteres con banderitas del partido republicano vitorearon cuando el presidente en campaña se demostró desconcertado con el Oscar de Parásitos, y llamó a volver a los días en que se premiaban filmes como Lo que el viento se llevó, lo que constituye una amonestación desde la cúpula del poder a los aires de cambios que –en aras de mantener hegemonías y otras consideraciones– parecen estar llegando a la Academia de Hollywood: «… ¡una
película de Corea del Sur! ¿De qué iba eso? Ya tenemos bastantes problemas comerciales con Corea del Sur. Y encima, les damos la Mejor Película del año… ¿Era buena? No lo sé. Traigamos de vuelta Lo que el viento se llevó, por favor. El crepúsculo de los dioses. Tantas grandes películas…».
Los espectadores que han visto Parásitos, y saben de su calidad, todavía se burlan del desaguisado crítico cocinado en Colorado, principalmente después de que los productores de la cinta respondieron que el problema es que el presidente no sabe leer subtítulos, pero ¿qué quiso decir Trump con «traigamos de vuelta Lo que el viento se llevó?».
Conservadurismo y racismo de primera mano, ni más ni menos, y junto con ello una desinformación ofensiva, a no ser que, sabiendo el terreno que pisaba, no le haya importado reverdecer los laureles de un filme antológico sí, pero en un segundo plano de valoraciones luego de quedar establecido que, además de sus tintes racistas, no le faltaron almíbares y otras argucias para idealizar el pasado esclavista del Sur.
En pleno siglo xxi el mito de Lo que el viento se llevó, elevado al empíreo por el enorme marketing que lo acompañó, resbala y no logra mantenerse. Hace poco más de dos meses, el 15 diciembre de 2019, se cumplieron 80 años de su multitudinario estreno en Atlanta, sin embargo, Hollywood prefirió pasarse con ficha y exaltar en su lugar El Mago de Oz, también de 1939.
En el documental The legend goes on (2014), la prestigiosa socióloga estadounidense Camille Paglia sitúa de manera sencilla lo que fue la película: «no es honesta con lo que sentían los esclavos de esa época».
En agosto de 2017, el Orpheum Theatre, histórico cine de Memphis, decidió retirar la exhibición que hacía cada año por esa fecha de Lo que el viento se llevó después de los cruentos enfrentamientos raciales que tuvieron lugar en Charlottesville (Virginia), donde se puso en evidencia que las relaciones raciales son todavía una asignatura pendiente en Estados Unidos, y escenario en el cual Trump recibió duras críticas por sus tibiezas verbales frente a los supremacistas blancos, un sector alentado tras el auge republicano: «la culpa es de ambos grupos», dijo Trump en esos días, lavándose las manos y sin sopesar de dónde habían venido las agresiones, como la del neonazi que mató a una mujer con su automóvil.
Aunque no faltan los que defienden Lo que el viento se llevó como material del cual se pueden extraer enseñanzas críticas, y está muy bien que se vea como un clásico del cine que hizo época, su peso racista es demasiado contundente para que las nuevas generaciones, no conservadoras, lo tengan en cuenta. Ello, sin que se pierda de vista que, como cine comercial, el filme coronó el Hollywood del sonido y los colores espectaculares junto al proclamado sistema de estrella.
Se sabe que el todopoderoso productor O. Selznick vació la novela romántica de Margaret Mitchell de todo aquello que pudiera significar una crítica a los racistas del Sur, incluyendo las referencias al Ku Klux Klan fundado por la extrema derecha de Estados Unidos, en 1865, con veteranos de la guerra de Secesión. Pero basta con ver cómo son representados los negros liberados, delincuentes en potencia, para intoxicarse con el tufo racista que se desprende de la película.
La Academia de Hollywood trató de atenuar el asunto otorgándole a Hattie MacDaniel el Oscar secundario, primera actriz negra en recibirlo, por su buen desempeño como la «Mamie» incondicional de Scarlett O'Hara. Lo horroroso vino después, cuando en la ceremonia de entrega de los premios por ser negra, y además lesbiana, la sentaron en un banco aparte, bien lejos de sus compañeros de rodaje, y luego no la dejaron asistir al banquete de los galardonados porque las leyes segregacionistas no lo permitían.
¿Traer de vuelta películas al estilo de Lo que el viento se llevó para enfrentarlas a filmes como Parásitos?
Ni pensar en una respuesta respetuosa.
Tomado de Granma