17 feb. 2021
Renán Vega Cantor
Del protestódromo al masacradromo
A menudo se piensa, con la mirada colonial que nos caracteriza, que las revoluciones teóricas en el ámbito del conocimiento social, solamente se pueden generar en Le Quartier Latin de Paris, si estamos hablando de sociología, filosofía o historia, y en las escuelas de administración y las facultades de economía y politología de las grandes universidades de los Estados Unidos si nos referimos a esa “ciencia lúgubre” (como la llamó Thomas Carlyle) que es la economía o a esa pequeña ciencia de noche electoral que es la “ciencia política”. En efecto, estamos acostumbrado a que cada seis meses emerja una nueva revolución teórica en las universidades parisinas o estadounidenses, donde iluminados pensadores con sus bolsillos bien llenos nos bañan con los claros rayos de su extraordinario saber. No importa, desde luego, que muchos de esos aportes teóricos sean tan efímeros como la costura de invierno o de verano.
Nuestra mirada colonial, decimos, nos impide fijarnos en los extraordinarios aportes que se hacen desde el sur del mundo, como en este caso Colombia, donde acaba de cobrar notoriedad un descubrimiento que, de seguro, hará época en el terreno del conocimiento social, y se convertirá en referencia obligada de lectura y generará comentarios de sesudos pensadores en los cinco continentes. Ese aporte demuestra que se pueden hacer grandes contribuciones a una epistemología desde el sur, como la que proclaman autores decoloniales, sin tantos aspavientos y con una creadora combinación de trabajo teórico y práctico.
Este preámbulo se hace con la finalidad de resaltar los méritos indiscutibles de la contribución que comentamos en esta nota. Se trata de la categoría científica de Protestódromo, acuñada por Diego Molano, un vocero de la extrema derecha colombiana, militante declarado y confeso del Centro (Anti)Democrático, formado en el fértil pensamiento de ese extraordinario filosofo paisa que se conoce como el Señor del Ubérrimo o el Innombrable. Este es otro hecho que debe destacarse: quién dijo que las contribuciones teóricas a las ciencias sociales solo pueden venir de la extrema izquierda y sus áulicos. No, la contribución que comentamos proviene de un pensador de derecha, que para más señas se desempeñaba como director del Departamento Administrativo de la Sub Presidencia de Iván Duque y que acaba de ser designado como Ministro de Defensa (sic) en Colombia. Ese insigne hombre de ciencia ha llegado a ese Ministerio, a donde solo ascienden los grandes pensadores de este país (como Guillermo Botero, o el finado Carlos Holmes Trujillo) o aguerridas mujeres (como la actual vicepresidenta Marta Lucia Ramírez), para que no digan que es un cargo sexista. Estos personajes tienen a su haber grandes contribuciones al pensamiento universal, aparte de numerosos crímenes que engrandecen la historia universal de la infamia, que bien vale la pena recordar. Guillermo Botero se hizo célebre porque su Ministerio estuvo detrás de las famosas fotos que Iván Duque mostró en la Asamblea de las Naciones Unidas como pruebas irrefutables de la intromisión de Venezuela en nuestra guerra interna, en las que se confundía a San Cristóbal (Venezuela), con el Departamento del Cauca, como ejemplo de su extraordinario conocimiento geográfico de nuestro país y el continente, que hace palidecer al mismísimo Alexander Von Humboldt. Carlos Holmes Trujillo, a su vez, se hizo famoso por ser uno de los voceros de la teoría, y de llevar a la práctica, el “cerco diplomático” contra Venezuela y de promover, cuando era Ministro de Relaciones Exteriores, el “concierto humanitario” de febrero de 2019, cuando en Cúcuta se codearon mercenarios, guarimberos, gusanos y paracos. Pero su aporte analítico más importante fue cuando dijo que en Colombia no existen las masacres, sino los “homicidios colectivos”, porque masacres es un término “periodístico y coloquial”, que solo emplean politiqueros oportunistas. Con este análisis los teóricos mundiales de la criminología quedan en pañales, empezando por el mismo Lombroso. Y, para que no nos digan que somos sexistas e incurrimos en una odiosa discriminación de género, Marta Lucia Ramírez, que también se desempeñó como Ministra de Defensa (sic) en el gobierno del Innombrable, se ha hecho famosa por notables contribuciones al pensamiento universal, entre las que sobresale, por sobre todas, esta: el glifosato es una nutritiva bebida y un alimento rico en proteínas, con lo que se demuestra que no hay porque quejarse ante la fumigación con glifosato a la hoja de coca y cultivos de los campesinos, que resulta siendo una bendición de Dios, que los nutre y los reconforta. Los expertos en la materia (biólogos, bioquímicos y ecólogos) quedaron asombrados por tan certero descubrimiento.
Como puede verse, existen antecedentes de la brillante capacidad intelectual y analítica de recientes ministros de defensa. Pero sin duda alguna, el que acaba de llegar, los supera con lujo de detalles. Entremos en materia, sin más preámbulos, porque los lectores de este Paper deben estar en ascuas por saborear el fabuloso descubrimiento que se ha hecho en este país, que no es reciente, pero adquiere notoriedad y le otorga un merecido reconocimiento a su autor, un intelectual de campanillas, ante el cual los grandes pensadores de todas las épocas parecen pigmeos.
Cuando Diego Molano se desempeñaba como concejal de Bogotá fue cuando efectuó su gran aporte teórico, que lo distinguirá por los siglos de los siglos en el ámbito de las ciencias sociales.
Con una patriótica preocupación por la frecuencia e intensidad de las protestas de los enemigos de la nacionalidad colombiana, tuvo un momento de inspiración, de esos que ocurren pocas veces (como cuando Darwin ideó la teoría de la selección natural tras su paso por Galápagos, o Newton descubrió la ley de la gravedad cuando vio caer una manzana), y que son los instantes de iluminación de los genios. En 2018, Diego Molano dijo, y es necesario parafrasear sus brillantes palabras: ante las protestas de revoltosos es necesario crear un espacio en las afueras de la ciudad de Bogotá, a la manera de un estadio de futbol, en el que quepan 50 mil personas. Este lugar sería adecuado para que los fanáticos que protestan se desahoguen y quemen su adrenalina, con brincos, puños y patadas, dirigidos contra muñecos y objetos artificiales que se pudieran atacar y destruir (que imitaran los buses de Transmilenio y sus estaciones, junto con muñecos de trapo y de papel) y paredes en las que se pudieran pintar grafitis. La gente que se congregue allí puede armarse con piedras y garrotes y atacar las imágenes de Transmilenio y vandalizar todos los dibujos que allí existan, muchos de los cuales deben imitar las estaciones del sistema de transporte de la ciudad, hechos de tamaño real, como una especie de segunda realidad, clonada. En este escenario no existe ningún enfrentamiento entre los manifestantes y las autoridades policiales y militares y por eso se «evitaría el abuso de autoridad». (Ver: https://www.youtube.com/watch?v=uPWAG121ZNM). Según el teórico Diego Molano: «El protestódromo es una gran solución para que permanezca el derecho a la protesta sin violencia, sin agredir a nuestros policías, sin agredir a la ciudad. Esto ayudaría a quienes quieren ir al colegio, a trabajar o a cobrar la pensión que no tengan que ser afectados cada vez que se organiza una protesta». Así las cosas, las protestas se realizarían al margen de la actividad económica, social y política, lejos de los centros de poder y quedaría reducida a una especie de rito de sanación espiritual, como esos que caracterizan hoy a la mayor parte de culto evangélicos y cristianos. En el protestódromo los que quieran pueden desfogarse sin inhibiciones y luego regresar a la vida normal, sin afectar a nadie y sin que nadie los interpele, porque de lo que se trata es que nadie sepa que existen protestas, porque al fin y al cabo los que protestan son unos cuantos desadaptados que no pueden afectar la normalidad de una sociedad tan justa, igualitaria y democrática como la colombiana.
Además de ser una contribución científica, el concepto representa un extraordinario avance lingüístico. Al respecto, recordemos su fina elaboración. La palabra protesta proviene del verbo protestar y esta del latín protestari, que está formado por el prefijo pro (ante) y del verbo testari (testificar, ver, testigo.). En principio la palabra tuvo un sentido jurídico para atestiguar la inocencia de una persona e ir contra los cargos de un fiscal. Después el término asumió la connotación, como sustantivo femenino, de protestar (una acción), mediante el cual se declara un propósito y se expresa un vehemente inconformismo, queja u oposición a algo o alguien. En cuanto a la otra parte de la palabra, estamos hablando de dromo (dromos), una raíz griega que significa literalmente “pista de carrera”, y es usado en palabras compuestas como autódromo, hipódromo, canódromo, velódromo, aeródromo… Nuestro pensador debió recorrer primero estos vericuetos lingüísticos para acuñar su novedoso termino, al que finalmente llegó en forma inspirada, uniendo protesta y dromo. Eso significa que estamos hablando del lugar destinado a la protesta, algo así como el sambódromo en Brasil, que es el sitio dedicado especialmente a los desfiles de las escuelas de samba.
Lo de protestódromo es una construcción teórica perfecta, sin fisuras, es una imagen arquitectónica por el estilo de la del panóptico de Jeremy Bentham, una estructura cerrada, en la que en un caso están los prisioneros y en el otro, en las de nuestro teórico, se encuentran los que quieren protestar, a los que se les deja aislados para que quemen sus ímpetus destructivos con el fin de “evitar el vandalismo en las protestas y evitar daños a propiedades”. Es como un depósito de cuerpos, extraídos del resto de la sociedad, que la afean con sus gritos y reivindicaciones, y por eso deben ser escondidos lejos del mundanal ruido de la vida cotidiana, donde no hay razones para que la gente normal proteste.
Como sucede con los grandes profetas a Molano no le hicieron caso en un primer momento, e incluso no faltaron los aguafiestas que se burlaron de su novedosa formulación teórica. Pero luego, al poco tiempo, los hechos confirmaron la veracidad de su postulado teórico, con los sucesos del 9 y 10 de septiembre en Bogotá, cuando masas castro-chavistas atacaron 60 CAIS (Centros de Asesinato Inmediato). En esta ocasión, Molano comentó en Twitter: «Esta propuesta la hice hace casi 2 años cuando era concejal de Bogotá. Si se hubiera implementado ¿cuántas vidas, CAIs y buses se habrían salvado?». Y agregó: El mensaje central es el mismo: la protesta no puede terminar en violencia y menos en vandalismo”.
Vista de manera objetiva, la contribución de Molano se sitúa al mismo nivel de los aportes de los teóricos de la acción colectiva, como Charles Tilly o Sídney Tarrow. No, seamos más precisos, el aporte hecho por este teórico de la extrema derecha los supera, por la sencilla razón que no se queda en el análisis, diagnóstico y estudio, sino que plantea pasar a la acción, puesto que estamos hablando de alguien que ha sido funcionario en diversos cargos estatales y que ahora tendrá la oportunidad de hacer realidad su proyecto de Protestódromo a nivel nacional como Ministro de Defensa (sic). Ahí veremos en la práctica el talante de este pensador, quien además ha dicho verdades indiscutibles como que la minga indígena está formada por un nido de terroristas, que todos los problemas y males de Colombia los origina el narcotráfico, que se debe reanudar en forma inmediata el uso de glifosato para terminar de una vez por todas con los cultivos de coca, que las masacres son efectuadas por los narcotraficantes, porque agrega con sapiencia «si no se reduce toda la cadena de producción, distribución y comercialización, no se puede tener un control de este problema».
Sorprendente que la contribución teórica de Diego Molano, hoy flamante Ministro de Defensa (sic), no haya sido avalada con cuidado por pares académicos acreditados, como los que provienen del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) de la Universidad Nacional o del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, acostumbrados como están a avalar cualquier ensayo mediocre, con alto puntaje salarial. Si algunos de los renombrados investigadores de esos cotizados centros de pensamiento hubieran indagado con cuidado habrían podido vislumbrar que nuestro teórico iba a llegar a ocupar la cartera del Ministerio de Defensa (sic) y le hubieran nombrado pares académicos a su propuesta, la hubieran aprobado y la hubieran difundido en sus revistas, sin duda alguna, esperando que eso les abriera la feria de grandes contratos, con jugoso dinero de por medio, para asesorar a un Estado que mantiene una interminable guerra contrainsurgente, una labor a la que están acostumbrados desde hace tiempo.
Al margen de ese descuido de los relucientes doctores de la ciencia política en Colombia, lo cierto del caso es que ahora, al frente del Ministerio de Defensa (sic), el reluciente investigador y teórico puede hacer realidad su sueño de crear protestódromos. Pero como del dicho al hecho hay mucho trecho, el sueño ideal del protestódromo en Bogotá va a terminar reforzando al masacrádromo en que se ha convertido el país a lo largo de su dilatada geografía, otra enorme contribución que desde Colombia hace la extrema derecha a la teoría política y a la práctica criminal.