Histórico

La culpabilidad de la CIA en el crimen del avión cubano en Barbados

6 oct. 2021
Manuel Hevia Frasquieri
Nunca dejaré de escribir sobre este horrendo suceso que nos invade aún de tristeza e indignación, ni de denunciar a la CIA como uno de sus principales causantes.

En medio de un profundo silencio de un millón de cubanos congregados en la histórica Plaza de la Revolución en la Habana el 15 de octubre de 1976, el Comandante en Jefe Fidel Castro despedía el duelo de las 73 víctimas del crimen de Barbados el 6 de octubre de ese año. En aquella jornada luctuosa Fidel daba a conocer al mundo el texto de un mensaje secreto de la CIA dirigido a uno de sus mercenarios en Cuba tres días después del atentado, en el que le preguntaba: “¿Cuál es la reacción oficial y particular sobre ataques de bombas contra oficinas cubanas en el extranjero? ¿Qué van a hacer para evitarlas y prevenirlas? ¿De quién se sospecha como responsables?".

    El propio Fidel se preguntaba ante tales interrogantes de la CIA: “¿Por qué deseaba la CIA conocer qué medidas se tomarían para evitar y prevenir los actos terroristas? Al principio teníamos dudas si la CIA había organizado directamente el sabotaje o lo elaboró cuidadosamente a través de sus organizaciones de cobertura integradas por contrarrevolucionarios cubanos; ahora nos inclinamos decididamente por la primera tesis. La CIA tuvo una participación directa en la destrucción del avión de Cubana en Barbados.”

Fidel no se equivocaba. El crimen encajaba con total precisión en la sucesión de acontecimientos que venían produciéndose en aquel año trágico cargado de agresiones y atentados terroristas contra Cuba en el extranjero por mercenarios a sueldo que actuaban por mandato de la CIA.

Años después, como resultado del trabajo de investigación histórica conocimos que en el mes de junio de 1976 las principales organizaciones terroristas anticubanas que operaban desde Estados Unidos fueron convocadas a la ciudad de Bonao, República Dominicana, para extender el terrorismo internacional contra Cuba. Una nueva agrupación denominada Coordinación de organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU) integró a los tradicionales grupos fascistas, algunos dirigidos por la propia CIA, entre los que se encontraban Acción Cubana, Brigada 2506, Frente Liberación Cubano, Alpha 66, Abdala y Movimiento Nacionalista Cubano. Al frente fue designado el terrorista Orlando Bosch Ávila. El CORU sería la cabeza visible. Se posee evidencias de la presencia del terrorista Luis Posada Carriles en Santo Domingo en aquellos momentos, estrechamente vinculado a los actos más violentos.

Los pormenores de esta reunión fueron conocidos en detalle por el FBI y la CIA cuyos agentes encubiertos estuvieron presentes. Allí supieron meses antes del crimen de Barbados las intenciones de estos grupos terroristas de hacer estallar un avión cubano en pleno vuelo.

Varios autores coinciden que aquella reunión fue una maniobra de la CIA para sacar de territorio norteamericano el accionar de aquellos grupos más agresivos que habían creado una seria inestabilidad por los actos terroristas y atentados personales que habían provocado también la muerte de ciudadanos norteamericanos y pérdidas materiales cuantiosas a ese país.

    Un veterano oficial de la División antiterrorista de la Policía de Miami declaró años más tarde “… los cubanos llevaron a cabo la unión del CORU a solicitud de la CIA…los Estados Unidos apoyaron la reunión para tenerlos a todos en la misma dirección nuevamente, bajo el control de los Estados Unidos. La señal básica fue adelante y hagan lo que deseen, fuera del territorio norteamericano…”

Una visión más pormenorizada de aquel salvajismo lo brinda una investigación histórica realizada por nuestro Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado. En enero de 1975 una explosión había causado cuatro muertos y dos heridos en Puerto Rico. En febrero una bomba fue desactivada en las oficinas de la línea aérea colombiana en este último país. En marzo, dos artefactos detonaron en una oficina de turismo en Panamá que vendía pasajes a Cuba y en el consulado de Costa Rica en la ciudad de Los Ángeles, California. En mayo y julio dos bombas estallaron en las embajadas de Venezuela y Costa Rica, en la ciudad de Washington.

En julio fue saboteado un buque puertorriqueño en San Juan, Puerto Rico. En octubre otras dos bombas estallaron en Miami, mientras el 29 de diciembre detonaron otro artefacto en el salón de equipajes de la línea aérea dominicana del aeropuerto La Guardia, en Nueva York, que causó 13 muertos y 75 heridos, hecho terrorista sin precedente en los últimos años en ese país.

Después de la reunión de Bonao, el FBI y la CIA conocieron por boca de sus agentes los comentarios de Orlando Bosch en un encuentro celebrado con otros terroristas cubanos en las que expresó su disposición de hacer “algo más” contra Cuba cuando terminaran con- Orlando Letelier, ex -ministro de la Unidad Popular Chilena, que fue asesinado en plena calle el 26 de septiembre de 1976 en la ciudad de Washington, a manos de terroristas cubanos y agentes de la DINA chilena del dictador Augusto Pinochet.

    Según documentos desclasificados, el terrorista y agente de la CIA Luis Posada Carriles comentó en otra ocasión que “tumbarían un avión cubano y que “Bosch tenia los detalles”. Esta conversación se produjo a escasos días del horrendo crimen sin que la CIA o el FBI aplicaran medida alguna para dar seguimiento a estos planes e impedir un hecho tan monstruoso.

Casi cuarenta años después, en junio de 2015, se conocerían nuevas evidencias de la complicidad de la CIA en estos hechos. El Departamento de Estado norteamericano había desclasificado documentos fechados en los meses de octubre y noviembre de 1976, donde el entonces secretario Henry Kissinger mostraba su preocupación por los vínculos de la CIA con grupos terroristas de origen cubano, y en particular con algunos de los involucrados en el derribo del avión de Cubana de Aviación, pero según estos informes la agencia negó cualquier participación.

Un nuevo memorando de inteligencia desclasificado del Departamento de Estado norteamericano del 19 de octubre de 1976 (solo trece días después del crimen) requería de la CIA nuevas respuestas y comentarios sobre el hecho. La primera de aquellas preguntas ponía el dedo en la llaga pues reflejaba claramente la preocupación de Henry Kissinger: ¿Ha tenido la CIA alguna relación con la agencia de investigaciones de Posada o con cualquier negocio que él pudo haber tenido?

Nuevas evidencias saldrían a la luz cuando el 16 de septiembre de 2015 la CIA desclasificó 2500 documentos (unas 19 mil páginas) sobre los partes diarios que ofrecía regularmente a sus presidentes de turno hasta 1977, conocidos como “The President¨s Daily Brief “.

    Una búsqueda acuciosa del parte diario correspondiente al 7 de octubre de 1976, cuando habían transcurrido menos de 24 horas del crimen, la CIA informaba “que era probable que Cuba culpara a los exiliados cubanos militantes y posiblemente a Estados Unidos, por el accidente ayer del avión cubano”.

La CIA reconocía en aquel informe, en medio de las tachaduras de algunos párrafos como es usual en estos documentos, que “terroristas del exilio cubano” se habían involucrado en varios atentados contra instalaciones cubanas en el extranjero en los pasados meses, incluyendo intentos fallidos de hacer estallar una aeronave en vuelo.

Un día más tarde en el parte informativo secreto del 8 de octubre la CIA daba continuidad a la información bridada a su presidente, ampliando que desde el mes de junio de 1976  “organizaciones del exilio se habían hecho responsable de los ataques contra funcionarios cubanos, instalaciones y organizaciones “pro-Castro” en Barbados, Colombia, Costa Rica, Jamaica, Trinidad Tobago y Panamá y México.”

Pero aquellas opiniones brindadas por la CIA al Presidente Ford resultaban cínicas y mentirosas pues ocultaban la verdad de lo que venía ocurriendo en aquel período. La CIA era responsable de esta ofensiva criminal desatada en el continente no solo contra organizaciones pro-Castro como la denominaban con desprecio, sino contra embajadas cubanas y sus diplomáticos, así como empresas de Cubana de Aviación ejecutadas por su propio dispositivo terrorista paramilitar que funcionaba desde Venezuela.

Aquel mecanismo terrorista secreto operaba desde la ciudad de Caracas y una filial en Valencia, en el estado de Carabobo y estaba integrado por mercenarios cubanos y venezolanos, muchos de ellos ex miembros de la policía secreta de ese país, bajo la dirección de uno de los agentes principales de la CIA en la región suramericana, Luis Posada Carriles.

Aquella agencia privada de detectives denominada “Investigaciones Comerciales e Industriales, Compañía Anónima” (ICICA), era la tapadera de un peligroso centro subversivo contra Cuba para la región del Caribe y Sudamérica, sin dudas un poderoso “grupo de tarea” al servicio de la CIA, al que nos referiremos más adelante.

En los primeros días del mes de octubre de 1976 saldría de aquel lugar el comando paramilitar compuesto por los asesinos Freddy Lugo y Hernán Ricardo, empleados de esa agencia y los explosivos plásticos C-4 de alto poder que hicieron estallar en pleno vuelo al avión cubano.

No tenemos evidencias de que la CIA haya informado de estas circunstancias a su presidente en posteriores partes diarios.

En los momentos que Luis Posada Carriles era transferido por la CIA en 1967 a su nuevo oficio de represor en Venezuela, la contrarrevolución interna en Cuba había sido aplastada.

    La estación de la CIA en Miami JM-Wave comenzó a limitar sus operaciones de guerra sucia contra el territorio cubano después de largos años de crímenes y agresiones. Eran desmontados los radares de comunicaciones o las ametralladoras pesadas y los cañones sin retroceso de 57 mm de decenas de embarcaciones piratas, las que eran rematadas a otros dueños. Lujosas mansiones en los cayos floridanos utilizadas por la CIA y sus mercenarios como casas secretas y puntos de embarque de lanchas artilladas eran vendidas.

Aunque aquella poderosa logística de guerra y su principal sede en Miami eran desarticuladas pero continuarían unos años más las acciones paramilitares contra embarcaciones de pesca u otras instalaciones costeras cubanas. Se iba produciendo un cambio estratégico en la política de terror contra Cuba pero dirigido especialmente contra sus intereses en el mundo. Los nuevos "blancos" serían nuestras embajadas, consulados y funcionarios diplomáticos y comerciales, representaciones de líneas aéreas o marítimas cubanas o de cualquier país que mantuviese algún vínculo con Cuba.

La CIA nunca abandonó a sus aventajados alumnos de Fort Benning que integraron sus destacamentos paramilitares en la JM WAVE en Miami que se convertiría muchos años después en modelo de los actuales centros “antiterroristas” de la CIA en el mundo.

Sus agentes principales de origen cubano fueron enviados en esta nueva etapa como “asesores” de contrainsurgencia a gobiernos pro-yanquis en América Latina, para reprimir todo atisbo de Revolución. Félix Rodríguez Mendigutía, el viejo amigo de Luis Posada había partido rumbo a Bolivia para participar como operativo de la CIA en las operaciones contra el guerrillero heroico, Ernesto Che Guevara. Más tarde sería enviado a Ecuador, Perú, Viet Nam, Nicaragua y El Salvador, lugar este último en el que participaría junto a Posada, en la guerra sucia en Centroamérica bajo las órdenes directas de la Casa Blanca.

En 1967 Posada Carriles fue “asignado” a Caracas, Venezuela como mercenario encubierto de la CIA, transitando por sus órganos de inteligencia hasta ocupar un importante cargo en la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) de entonces. Sus principales tareas se ajustaban a su oficio criminal como eliminar focos de “insurgentes” y apoyar el trabajo de espionaje de la CIA en el medio diplomático hostil a los Estados Unidos y en las altas esferas de la política local.

Esta designación de Posada no era casual, constituía un cargo de confianza en un país con grandes intereses económicos y geopolíticos para Estados Unidos en el área del Caribe y Suramérica, muy cercano a Cuba por profundos lazos históricos.

Años más tarde, según estudios de uno de los expertos del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado, George Bush (padre) en su calidad de Director de la CIA en 1976, expresaba en privado al entonces Jefe de la DINA chilena, general Juan Manuel Contreras Sepúlveda durante una reunión en Washington, que la DISIP había sido reestructurada con la participación de agentes cubanos al servicio de la agencia, sugiriéndole que a su regreso a Chile pasara por Caracas y visitara este órganos policiaco. Según Contreras, durante su viaje a Venezuela se entrevistó con operativos cubanos en ese país. Uno de ellos era Luis Posada Carriles.

    La “reestructuración” de los servicios represivos venezolanos incluía importantes recursos materiales y financieros dirigidos a potenciar aquel dispositivo policiaco. Posada Carriles se refería a este tema, aunque sin mencionar a la CIA: “…La policía había mejorado increíblemente. Cursos en el exterior, instructores bien pagados, más la adquisición de costosos pero altamente eficientes equipos para interceptar teléfonos, para "sonorizar" habitaciones con transmisores ocultos, la adquisición de patrullas, motos y, sobre todo suficientes recursos económicos para establecer redes de colaboradores en hoteles, restaurantes, vehículos de alquiler, etc., apoyaban nuestras operaciones, situando a determinado "cliente" en una habitación de hotel previamente "sonorizada" o dirigiéndolo a una mesa "trabajada" en el restaurante. El más costoso, pero también el más fructífero de los departamentos, era el de "control y manipulación de fuentes vivas" o informantes. Las áreas de interés del Cuerpo, eran los grupos subversivos de izquierda, los militares de tendencia golpista, grupos políticos y financieros, determinados personajes y cualquier sector de la población que resultara interesante para el gobierno, eran penetrados e infiltrados por nuestros agentes…”[2]

Posada Carriles no abandonó su accionar terrorista contra Cuba en esos años, sino que la recrudeció a partir del manto oficial que le ofrecía su nuevo cargo en la DISIP en la que fue nombrado como Comisario el 4 de octubre de 1971. Esta designación le brindó mayores posibilidades para continuar otras acciones de interés de la CIA que venía desempeñando desde años atrás.

En 1974, por desavenencias con el nuevo gobierno venezolano de Carlos Andrés Pérez, Posada Carriles se vio obligado a renunciar, creándose una difícil situación operativa para la CIA. Pero de la noche a la mañana, surgieron nuevos fondos monetarios y es creada una agencia privada de detectives en Caracas nombrada “Investigaciones Comerciales e Industriales, Compañía Anónima” (ICICA), dirigida por el propio Posada Carriles.

Su incorporación entre 1974 y 1976 como jefe de aquella agencia privada brindó una excelente cobertura para dirigir la actividad terrorista contra Cuba en el área del Caribe y Suramérica. Esta agencia desplegó su actividad desde los primeros meses de 1974 hasta octubre de 1976, considerados los años de mayor violencia terrorista contra Cuba en el exterior, en la que se colocaran más de 40 bombas en instalaciones e intereses cubanos en 14 países de la región que mantenían relaciones con Cuba.

La ICICA estaba ubicada inicialmente en la oficina número 78 en el centro profesional Majestic, en la avenida Libertador en Caracas. Pero en 1976 se trasladaron a un lugar más amplio y de discreta ubicación en la urbanización Las Palmas, avenida Valencia, Quinta María Nina, en esa misma ciudad. Este dispositivo llegó a contar poco después con una filial en la ciudad de Valencia, estado de Carabobo, cercana a Puerto Cabello, que por estar alejada de la capital facilitaba sus incursiones terroristas hacia otras regiones en el extranjero.

Documentos desclasificados de la época demuestran que una gran parte del equipamiento en armas y explosivos en poder de la nueva “agencia”, había sido sustraído de la DISIP. Otros medios técnicos de espionaje fueron presumiblemente entregados por la CIA.

La ICICA poseía una estructura paramilitar con amplias posibilidades para el trabajo de inteligencia. Colaboraba con las autoridades en operativos de persecución y torturas contra grupos de izquierda. Paralelamente participaba activamente junto a Orlando Bosch Ávila en tareas de la Operación Cóndor junto a la DINA fascista y algunos de sus miembros realizaban acciones encubiertas contra diplomáticos cubanos y de embajadas de países socialistas, organizaciones revolucionarias o de solidaridad acreditadas en Caracas.

Este centro terrorista contaba con 36 empleados permanentes y otros muchos que trabajaban por encargo. Entre estos había ex agentes de los servicios especiales venezolanos o terroristas de origen cubano vinculado a Posada, con viejas relaciones con la CIA, familiarizado con tareas clandestinas de seguimiento y control técnico de objetivos de interés, técnicas de escucha ilegal o interrogatorios y acciones violentas con armas y la aplicación de explosivos plásticos. Se conocía públicamente que algunos miembros de la ICICA, en particular el asesino Hernán Ricardo Lozano, mantenían relaciones estrechas con oficiales de la CIA dentro de la embajada yanqui. El segundo al mando y jefe de operaciones de esta “agencia” era Diego Arguello Lastre, ex policía de la tiranía batistiana.

Este nivel de agresividad era posible gracias a la tenencia de medios de intercepción telefónica, transmisores de radio miniatura para aplicaciones ocultas y micrófonos pequeños para empotrar en paredes, (algunos comerciales y otros de procedencia desconocida, presuntamente elaborados por un servicio profesional de espionaje) equipos de grabación profesional, estetoscopios para escucha a través de paredes, medios de cerrajería, fotografía profesional, equipos portátiles para el montaje de puntos móviles de grabación de conversaciones y líquidos radioactivos para el marcaje y seguimiento de objetivos, entre otros medios, incluido un detector de mentiras.

    El alto nivel de este equipamiento permitía inferir que los blancos del trabajo ilegal de esta unidad encubierta eran personalidades políticas o gubernamentales, funcionarios diplomáticos o empresarios extranjeros, dirigentes revolucionarios de izquierda y hombres de negocio. Sin duda, muchos de estos “blancos” eran de interés para la CIA cuya estación local funcionaba en la embajada norteamericana en Caracas. Muchos de estos artefactos técnicos fueron requisados por las autoridades venezolanas al ser detenidos Luis Posada, Hernán Ricardo y Freddy Lugo a raíz del atentado en Barbados.

Con el decisivo apoyo operativo en muchos casos de Posada Carriles desde la ICICA, se ejecutaron actos de terror en las sedes cubanas en Perú, Colombia, Guyana, Canadá y Venezuela. Un grupo dirigido directamente por Posada, junto a Orlando Bosch planeó sabotear el vuelo 467 de Cubana de Aviación Panamá-Habana, acción que resultó infructuosa.

El 9 de julio de 1976, tres meses antes del crimen, estalló una bomba en un equipaje que era conducido a un avión cubano de pasajeros, en Kingston, Jamaica, cuya salida se había visto retrasada 40 minutos por causas operacionales, lo que conjuró una catástrofe terrible. El 10 de julio detonó otro artefacto en las oficinas de British West Indian Airlines, en Barbados, colocado presumiblemente por los asesinos Hernán Ricardo y Freddy Lugo.

El 11 de julio de 1976 detonó otra bomba en las oficinas de la Línea Aérea Air Panamá en Colombia y días más tarde se realizaron disparos contra la embajada cubana en ese país. Se presume que un comando terrorista al mando de Posada Carriles, entre los que se encontraba Hernán Ricardo, viajó a este país en estos días con el propósito de provocar un hecho terrorista de trascendencia publicitaria.

Días después, el 23 de Julio, fue asesinado el técnico cubano de la Flota Camaronera del Caribe Artaigñan Díaz Díaz, en Mérida, Yucatán, durante un intento de secuestro de un funcionario consular cubano por grupos terroristas. El 9 de agosto fueron secuestrados, torturados y asesinados Crescencio Galañena Hernández y Jesús Cejas Arias, funcionarios de la embajada cubana en Argentina, por grupos paramilitares de la junta militar argentina. Algunas informaciones vinculan también a terroristas cubanos a estos hechos.

    Días antes del atroz suceso el 6 de octubre de 1976, la embajada de EE.UU. en Caracas negó la visa de entrada a Puerto Rico al asesino Hernán Ricardo Lozano. Se conoce por fuentes históricas que la embajada norteamericana en Puerto España, Trinidad Tobago, conoció que Lozano se encontraba en dicho país en momentos en que el CORU se adjudicaba una bomba en el consulado de Guyana, el 1º de septiembre de 1976. La CIA temía entonces que su relación de larga data con Hernán Ricardo podía acarrearles problemas.

Después de la detención de los complotados por las autoridades venezolanas que los acusó por su responsabilidad en el sabotaje al avión cubano, el gobierno de los Estados Unidos maniobró para que Posada y Bosch no fueran juzgados y propuso que el primero fuera liberado y el segundo entregado a sus autoridades.

El gobierno de los Estados Unidos fue autor intelectual de aquel horrendo suceso. Los documentos desclasificados demuestran que sus servicios de inteligencia no eran ajenos a los intentos de hacer explotar un avión en el aire. Eran cómplices de la labor subversiva de la ICICA en la región de donde partieron los autores materiales y los explosivos utilizados en el sabotaje en Barbados.

La CIA y su gobierno facilitaron posteriormente la fuga de Posada de su prisión en Venezuela, ofreciéndole una importante misión en la guerra sucia en Centroamérica. Años después concedieron el asilo definitivo de Bosch en territorio norteamericano, como lo hicieron más tarde con Luis Posada Carriles, por sus amplios servicios a la causa del terrorismo.
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