En América Latina, tras una acumulación de fuerza social y política iniciada en los años ochenta con la lucha de los movimientos populares contra el neoliberalismo, incrementada en los noventa con la ocupación de espacios en gobiernos locales y legislaturas nacionales, que alcanza el clímax en la década de 2000 con el ejercicio del gobierno nacional en una decena de países, desde finales de esta última, la correlación de fuerzas comienza a cambiar a favor de los sectores oligárquicos proimperialistas y, en apenas cinco años, la pérdida de capacidad de movilización popular, la falta de estrategias, medios y métodos adecuados para derrotar la desestabilización de espectro completo,1 los reveses electorales y los golpes de Estado «de nuevo tipo», llegan a tal punto que la derecha se ufana en proclamar el «fin del ciclo progresista».
¿Es este un vuelco tan imprevisible o inesperado de la situación política, que no se pudo evitar o no dio oportunidad para una preparación a tiempo que permitiese enfrentarlo en mejores condiciones? Sería imposible responder esa pregunta sin hacernos otra: ¿vuelco imprevisible o inesperado… para quién?
La involución de la situación política y económica de la región en general, y de cada país gobernado por fuerzas progresistas y de izquierda en particular, de ningún modo fue ignorada por todas y todos los dirigentes, cuadros, militantes, activistas y analistas del bloque popular. Sin embargo, los liderazgos principales y las corrientes políticas e ideológicas hegemónicas en los partidos, frentes y coaliciones progresistas y de izquierda, primero ignoraron o subestimaron el deterioro creciente de la correlación de fuerzas, que pudieron y debieron enfrentar cuando tenían mayores y mejores posibilidades de éxito, y luego quedaron impávidos ante sus consecuencias.
¿Por qué ese inmovilismo? ¿Es atribuible a la «mala intención» o incluso a una «traición»? La respuesta es no, salvo casos específicos que ciertamente pueden existir. Los liderazgos individuales y colectivos de los gobiernos, partidos, movimientos, frentes y coaliciones progresistas y de izquierda, también son productos de correlaciones de fuerzas, tanto en la sociedad en su conjunto, como dentro de ese espectro político e ideológico en particular, y en la América Latina de finales del siglo XX e inicios del XXI, la hegemonía de las fuerzas políticas multitendencias características de la etapa, la ejercen el «progresismo», proveniente de sectores democráticos de los partidos tradicionales, y lo que podríamos llamar la «nueva socialdemocracia latinoamericana».2 Ambas corrientes comparten:
[...] la maniquea concepción de la democracia burguesa como sistema político supuestamente imparcial e incluyente, que en América Latina solo funcionó con relativa estabilidad en Uruguay y Chile, y solo lo hizo mientras el imperialismo y las oligarquías de esos dos países no identificaron a la izquierda como una amenaza al sistema, pero tan pronto la percibieron como tal, en ambos implantaron férreas dictaduras.
[...]
De ahí parte la sorpresa e incomprensión que incluso hoy, después de haber sido expulsadas del gobierno o estar en riesgo de serlo —sin haberlo visto venir, ni saber, a ciencia cierta, cómo evitarlo y revertirlo—, y de haber sido criminalizadas y judicializadas, o de estar a punto se serlo, siguen manifestando [...], y también de ahí que la mayor parte de los análisis y reflexiones publicados al respecto, se limiten a denunciar las manipulaciones, transgresiones y violaciones que la derecha hace contra los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda, y poco o nada se mencionen las deficiencias y errores de estas últimas que contribuyeron torcer la correlación regional de fuerzas en su contra.3
Aunque el predominio de lo que, en genérico, categorizamos en este ensayo como progresismo y nueva socialdemocracia, se aprecia con mayor nitidez en los partidos, organizaciones, frentes y coaliciones políticas «multitendencias» que ejercieron o aún ejercen el gobierno en Argentina, Brasil y Uruguay, su influencia «está presente, en mayor o menor medida, en toda fuerza progresista y de izquierda que ejerce o ha ejercido el gobierno, aunque su liderazgo principal y su rumbo estratégico se orienten a la transformación social revolucionaria, pues son fuerzas plurales que incluyen a dirigentes, cuadros, militantes y corrientes internas partidarias del progresismo y/o de la nueva socialdemocracia».4
En el debate sobre los cambios ocurridos en las condiciones y características de las luchas populares en América Latina, de los que se deriva el flujo y reflujo en la acumulación de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda objeto de análisis, por primera vez incursioné en 2006, con la publicación del libro América Latina entre siglos: dominación, crisis, luchas populares y alternativas políticas de la izquierda,5 y al debate sobre las posibilidades de éxito, fracaso o derrota de las experiencias de reforma progresista o transformación revolucionaria me incorporé en 2012, con la publicación de La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?6 En las «Palabras del autor» de esta obra, se plantea:
[...] tenemos que preguntarnos cuáles son las probabilidades de que los gobiernos integrados por fuerzas políticas y social?políticas de izquierda y progresistas —algunos de los cuales se encuentran en su tercer período consecutivo y otros en su segundo— están enrumbados hacia la edificación de sociedades «alternativas», y cuáles son las probabilidades de que se conviertan en un paréntesis que, en definitiva, contribuya al reciclaje de la dominación del capital. En este texto se parte de la premisa que ambas posibilidades están abiertas [...].
A esos libros me remito porque contienen los fundamentos analíticos y reflexivos en los que me baso para abordar la situación actual de los gobiernos y las fuerzas políticas progresistas y de izquierda.
Pocesos determinantes en la situación política de América Latina
¿Cuáles son los procesos determinantes en los cambios ocurridos en la situación de América Latina a partir de la década de 1970, de los cuales se derivan, tanto la mutación ocurrida en las condiciones y características de las luchas populares, como las posibilidades y límites de los procesos de reforma social o transformación revolucionaria desarrollados por los gobiernos progresistas y de izquierda, cuyo apogeo se produjo entre 1999 y 2009?
Son cuatro procesos escalonados y con efectos acumulativos:
En la década de 1970, ocurre el salto de la concentración nacional a la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político (conocido como globalización), cambio cualitativo en la formación económico?social capitalista cuyo detonante fue el irreversible agotamiento de la capacidad de reproducción expansiva del capital iniciado en ese decenio. Para paliar sus efectos, se desata una ofensiva sin precedentes del capital contra el trabajo destinada a intensificar la concentración de la riqueza y la exclusión social. En el caso de América Latina, este proceso modifica el lugar que la región ocupaba desde principios del siglo XX en la división internacional del trabajo, y destruye las estructuras y relaciones socio?clasistas características de esa etapa.
En la década de 1980, la avalancha universal del neoliberalismo apuntala, legitima e institucionaliza la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político, incluida la reestructuración y refuncionalización de los mecanismos de dominación imperialista mundiales y regionales existentes, y la creación de otros. Además de sufrir los efectos generales de este proceso, al igual que el resto del mundo subdesarrollado y dependiente, América Latina sufre los efectos específicos de un nuevo sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano, desplegado en lo fundamental durante el mandato presidencial de George H. Bush (1989?1993).
Entre finales de la década de 1980 y comienzos de la de 1990, el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque europeo oriental de posguerra nucleado en torno a ella, catalizador del llamado cambio de época, le facilitó al imperialismo encubrir su propia crisis sistémica, despejó el camino para el avance incontestado de la avalancha universal del neoliberalismo, y sumió en el descrédito a, corto y mediano plazo, a las ideas revolucionarias y socialistas.
En la década de 1990, cristaliza la neoliberalización de la socialdemocracia europea. Ese heterogéneo vector político e ideológico, que durante las primeras seis décadas del siglo XX contribuyó a la reproducción de la hegemonía burguesa y se erigió en portaestandarte del «Estado de bienestar», a raíz del derrumbe de la URSS y para paliar el creciente rechazo de los pueblos al neoliberalismo, terminó de renegar por completo de sus orígenes, lo cual ya venía haciendo desde inicios de ese siglo XX, asumió como propia a la doctrina neoliberal y, desde entones, con un discurso light, disfrazado de «alternativo», «contestatario» y hasta «opositor», se dedicó a reproducir la hegemonía burguesa de la presente etapa de la involución del capitalismo: la hegemonía neoliberal.
Factores que fundamentan la elección de gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina, a contracorriente del nuevo orden mundial
¿Cómo se explica que, a contracorriente del derrumbe del campo socialista y la imposición del llamado nuevo orden mundial, a raíz de los cuales cabía esperar un prolongado retroceso de las luchas populares en todo el mundo, en América Latina se abriera una etapa de luchas caracterizada por el aumento de la organización y la combatividad de los movimientos populares, y por la conquista de espacios institucionales dentro del sistema político democrático burgués, que por primera vez impera en todo el continente, incluido el ejercicio del poder ejecutivo del Estado?
Se explica por la combinación de cinco factores:
El acumulado de las luchas de las fuerzas populares libradas a lo largo de su historia y, en particular, en la etapa abierta por el triunfo de la Revolución Cubana (1959?1989), en la cual, aunque su desenlace no fue el cumplimiento de los objetivos que las organizaciones político?militares se habían planteado, a saber, la conquista del poder y la instauración de un nuevo Estado y un nuevo sistema social, los pueblos demostraron una voluntad y una capacidad de combate de tales magnitudes que obligaron al imperialismo y a las clases dominantes de la región a reconocerles los derechos políticos que hasta entonces les habían sido negados.7
El repudio mundial al genocidio y la fuerza bruta históricamente utilizados en el subcontinente como medios de apuntalar la opresión y la explotación, en especial, por parte de los Estados de «seguridad nacional» que asolaron a la mayor parte de la región entre 1964 y 1989, que compulsó al imperialismo norteamericano y a las oligarquías criollas a buscar formas más mediadas de dominación.
El aumento de la conciencia, organización, movilización, y lucha social y social?política, ocurrido en el fragor de la batalla contra el neoliberalismo, que estableció las bases para un aumento sin precedentes de la participación electoral de la gran parte de los sectores populares tradicionalmente marginada de ese ejercicio político, y un cambio en los patrones de votación de la otra parte de ellos que estaba subsumida en la lógica del sistema de dominación.
El voto de castigo de amplios sectores sociales contra los efectos devastadores de las políticas neoliberales impuestas a partir de finales de la década de 1970, cuya pionera fue la dictadura militar chilena encabezada por el general Augusto Pinochet.
Tratamiento especial merece el «error de cálculo» del imperialismo norteamericano, que creyó poder dejar de oponerse «de oficio», de manera abierta y directa, a todo triunfo electoral de la izquierda, tal como había hecho históricamente, confiado en que su nuevo sistema de dominación continental, cuyo pilar político es la implantación de «democracias neoliberales» en todos los países de América Latina y el Caribe, sujeto a mecanismos transnacionales de control y sanción de «infracciones», blindaría a los Estados de la región contra cualquier intento de penetración por parte de fuerzas políticas de izquierda y progresistas. Esta confianza lo llevó a establecer un pacto de élites de defensa de la democracia representativa, es decir, de la democracia burguesa que asume explícitamente la forma de democracia neoliberal, y al establecimiento de una llamada cláusula democrática en todos los organismos y mecanismos continentales y subcontinentales. No previó entonces que, con estricto apego a las normas de la democracia representativa, fuesen electos candidatos presidenciales como Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré, Evo, Correa, Daniel, Cristina, Dilma y otros.
No era la primera vez que, convencido de tener garantizado el control de una subregión o de la región en su conjunto, el imperialismo norteamericano impuso pactos de «defensa de la democracia» y sanción a las interrupciones del orden constitucional. Así hizo en Centroamérica en la década de 1920 como medio de disuasión a las constantes guerras entre conservadores y liberales, pero la gesta antiimperialista del general Sandino en Nicaragua y la insurrección indígena campesina y popular de enero de 1932 en el Salvador, aplastada con métodos genocidas por el dictador Maximiliano Hernández Martínez, lo llevaron a desistir de ese empeño. Así ocurrió también tras el triunfo de la Revolución Cubana, cuando el presidente John F. Kennedy decidió aislarla y estigmatizarla rodeándola de «democracias representativas», y terminó derrocando gobiernos constitucionales que no se plegaban al bloqueo contra Cuba, y apoyando a dictaduras militares que sí lo hacían. Todo ello ratifica que el imperialismo no tiene principios, sino intereses. Con claridad lo expresó el sucesor de Kennedy, Lyndon B. Johnson, cuando, al apoyar el golpe de Estado contra Joao Goulart en Brasil, en 1964, proclamó la doctrina que lleva su nombre: Los Estados Unidos prefieren tener a aliados seguros, que vecinos democráticos. A la aplicación de la Doctrina Johnson regresa el imperialismo norteamericano para borrar del mapa a los gobiernos progresistas y de izquierda, no mediante los golpes de Estado tradicionales, sino mediante la desestabilización de espectro completo y los golpes de Estado «de nuevo tipo».
Periodización del flujo y reflujo de la correlación de fuerzas en América Latina a partir de finales de la década de 1980
¿Cuáles son las etapas por las que atraviesa la situación política de América Latina desde finales de la década de 1980 hasta la actualidad?
En estas tres décadas, la situación política de América Latina atraviesa por cinco etapas, en cada una de las cuales está regida por un proceso predominante:
La primera, de 1989 a 1994, comprende los cuatro años de la administración de George H. Bush y el primero de la de Bill Clinton, hasta la celebración de la Primera Cumbre de las Américas. Fue una etapa favorable para el imperialismo norteamericano y las oligarquías latinoamericanas. El proceso predominante fue la reestructuración del sistema de dominación continental, basada en tres pilares: la implantación de democracias neoliberales sujetas a mecanismos transnacionales de imposición, control y sanción de «infracciones»; el establecimiento de los llamados tratados de libre comercio, bilaterales y subregionales, unidos a la creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), derrotada en 2005; y, el aumento de su presencia militar directa de los Estados Unidos en la región, con el pretexto del combate al narcotráfico y el terrorismo
La segunda, de 1994 a 1998, abarca desde la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el estallido de la crisis financiera mexicana de 1994, hasta el triunfo de Hugo Chávez en la elección presidencial venezolana de diciembre de 1998. Fue una etapa desfavorable al imperialismo norteamericano y a las oligarquías latinoamericanas. En ella hay dos procesos predominantes interrelacionados: la crisis del Estado neoliberal recién impuesto; y el auge de la lucha de los movimientos populares contra el neoliberalismo
La crisis del Estado neoliberal es resultado de su incapacidad de cumplir las funciones que le corresponden en la cadena de la dominación capitalista, a saber, redistribuir cuotas de poder político y económico entre las élites, mantener «a raya» las luchas populares, mediante su cooptación y represión
La lucha de los movimientos populares llegó al punto en que había fuerza social suficiente para derrocar a gobiernos neoliberales, pero no fuerza política para elegir gobiernos propios, por lo que el neoliberalismo reflotaba con la elección del siguiente gobierno
La tercera etapa, de 1998 a 2009, incluye desde la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, hasta el golpe de Estado «de nuevo tipo» contra el presidente Manuel Zelaya en Honduras. Fue una etapa favorable con la elección y reelección continua de gobiernos progresistas y de izquierda en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Paraguay y El Salvador
La cuarta etapa, de 2009 a 2015, se extiende desde el golpe de Estado contra Zelaya hasta la derrota del candidato presidencial del Frente para la Victoria en Argentina. Fue una etapa caracterizada por la agudización de la disputa derecha-izquierda. La derecha tuvo a su favor los golpes de Estado «de nuevo tipo» en Honduras (2009) y Paraguay (2012), y la izquierda tuvo a su favor los triunfos electorales de Venezuela (2012 y 2013) y El Salvador (2014), aunque con tendencia a ganar por un margen decreciente
La quinta etapa, 2015 hasta nuestros días, se caracteriza por la derrota del candidato presidencial del Frente para la Victoria en Argentina, la pérdida de la mayoría en la Asamblea Nacional de Venezuela, la derrota en el referendo convocado para habilitar una nueva candidatura presidencial de Evo Morales, el golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil, y la división de Alianza País tras la toma de posesión del presidente Lenín Moreno. Esta es la etapa pico, hasta este momento, de desacumulación de fuerzas de los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda
¿Son todos los gobiernos progresistas y de izquierda idénticos o siquiera semejantes?
Si bien hay elementos generales a partir de los cuales se abrió en América Latina una tendencia sin precedentes favorable a la elección de gobiernos progresistas y de izquierda, en cada país impera una situación política específica. De los diecisiete países de lengua española o portuguesa del subcontinente, de acuerdo al criterio de este autor, no ha habido gobiernos progresistas o de izquierda en siete (México, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú y Chile), y en los otros diez, en los cuales sí hay o hubo gobiernos de ese espectro político, en sentido general, es posible hacer cuatro agrupamientos sobre la base de similitudes y diferencias:
En Venezuela y Bolivia, la izquierda estableció su control sobre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y en Ecuador, sobre los poderes ejecutivo y legislativo, en virtud de la ruptura o debilitamiento extremo de la institucionalidad neoliberal, factor que les permitió hacer cambios políticos inmediatos y radicales dentro del sistema social capitalista y del sistema político de democracia burguesa, a través de la adopción de nuevas Constituciones. Los procesos políticos de estos países tienen en común que el liderazgo personal de Chávez, Evo y Correa fue el elemento dominante en torno al que se construyeron y actuaron sus respectivas fuerzas políticas, y que entre sus prioridades resaltan la recuperación de los recursos naturales, y sus políticas democratizadoras, de redistribución de riqueza y desarrollo social.
En Nicaragua y El Salvador hay un elemento común: las fuerzas de izquierda gobernantes eran movimientos revolucionarios político?militares devenidos partidos políticos legales. En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional conquistó el poder político mediante una guerra revolucionaria, y años después fue desplazado de él por la agresión indirecta del imperialismo norteamericano, pero logró conservar el control de una parte de las instituciones del Estado y una correlación social y política de fuerzas, gracias a lo cual poco más de tres lustros después ganó tres elecciones presidenciales consecutivas, y recuperado el control de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En El Salvador, tras doce años de guerra revolucionaria, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional obligó al imperialismo norteamericano y la oligarquía salvadoreña a firmar unos Acuerdos de Paz, en virtud de los cuales, por primera vez en la historia nacional, se abrieron espacios democráticos, en los que esa organización político?militar se transformó en partido político legal y devino la segunda fuerza política del país, hasta que en 2009 y 2014 logró ocupar el poder ejecutivo.
En Brasil, el Partido de los Trabajadores se convirtió en el núcleo de la coalición que ejerció el gobierno y, en Uruguay, el Frente Amplio estableció su control sobre los poderes ejecutivo y legislativo del Estado, en ambos casos, debido al auge de las luchas sociales y populares, combinado con el voto de castigo de amplios sectores sociales contra los gobiernos neoliberales que les antecedieron. A diferencia de Venezuela, Bolivia y Ecuador (donde existían crisis políticas), en Brasil y Uruguay el debilitamiento institucional no era suficiente para permitir la realización de cambios políticos radicales, y tampoco existe, dentro de sus respectivas fuerzas progresistas y de izquierda multitendencias, la correlación necesaria para emprenderlos. Si bien los liderazgos personales, en especial el de Luiz Inácio Lula da Silva y en menor medida el de Tabaré Vásquez, jugaron importantes papeles en sus triunfos electorales, en ambos casos hubo una mayor correspondencia entre el liderazgo personal, y la fortaleza y madurez de esas fuerzas políticas, que en Venezuela, Bolivia y Ecuador.