29 oct. 2019
Un gobierno que no reelige después de cuatro años tiene que ser muy malo. Sobre todo si tiene el respaldo del poder económico, del FMI, de Washington y de los grandes medios de comunicación. Y perder en primera vuelta por una diferencia de ocho puntos demuestra que fue una gestión todavía peor. Lo normal es que hasta con una gestión mediocre, haya reelección. La derrota de Mauricio Macri, con todo el respaldo de los poderes fácticos, ha sido humillante.
El hombre que en 2015 perdió en primera vuelta y ganó en segunda por poco más de un punto, pero fue presentado por la corporación de medios como un triunfador olímpico, ahora que ha perdido en primera vuelta una reelección que por lo general la sociedad concede al gobierno instalado, su derrota es presentada por los grandes medios como “una gran elección”. Y alguno hasta llegó a decir que fue casi “un empate técnico”.
Antes de las PASO, las encuestas mostraban que el Frente de Todos ganaría por cuatro puntos de diferencia, y que habría segunda vuelta con muchas posibilidades de que la ganara Macri. Mucha gente, esclavizada a la ola conservadora por su antiperonismo, decidió en las PASO hacer un llamado de advertencia por la desastrosa gestión de la economía. Y el resultado fue pavoroso para el gobierno.
Macri hizo campaña. “Mauri lo da vuelta”. Pero no pudo regresar a la situación previa a las PASO, ni siquiera pudo pasar a segunda vuelta. Con todo el respaldo que tiene este gobierno, ha sido una derrota humillante no importa cómo la quieran presentar.
La alegría sana, desbordante, una alegría que estuvo aguantada, reprimida, y que ahora explotaba se vió en la cara de las cientos de miles de personas que se acercaron al búnker del Frente de Todos a festejar. Después se hará el recuento más fino, el balance más preocupante. Pero esa explosión de alegría fue el saldo básico. Un chico de once años le agradecía al padre por estar ahí: “La historia es importante, papá –muy serio-- pero más importante es ser parte de la historia”. Chupate esa mandarina filosófica.
Esa multitud que fue calificada durante estos cuatro años como vagos, fanáticos, choriplaneros, violentos, chorros y toda la gama de insultos denigrantes que pueden existir, que aguantó a pie firme la discriminación, la destrucción de sus trabajos y de sus bolsillos, del futuro de sus hijos, esa multitud, con todo derecho, quiso festejar. Fue una alegría liberadora, reivindicadora, enormemente reparadora. Y ojalá que dure.
La derrota del macrismo fue humillante porque tendría que haber sido una reelección de fácil trámite, porque perdió en primera vuelta y con una diferencia de ocho puntos. Pero lo que más le duele al macrismo es que la humillación que está sufriendo fue pergeñada por la persona que trataron de destruir durante muchos años, difamándola sistemáticamente.
Cristina Kirchner estuvo todas las semanas de estos cuatro años en las tapas de los grandes medios, en los programas periodísticos centrales de radio y televisión como protagonista de fakenews y llegó a ser citada para declarar el mismo día en ocho causas diferentes en su contra. Se montó un gran circo judicial para presentarla como villana. Todas querellas armadas por los servicios de inteligencia y abiertas por funcionarios judiciales adictos al oficialismo. Para destruirla como adversaria política, atacaron también a sus hijos. Y la menor, Florencia, está convaleciente en Cuba en gran medida a causa de ese ensañamiento.
A pesar de esa demoledora campaña y del injusto acoso judicial, que no cedió en ningún momento de estos cuatro años, Cristina Kirchner pudo consolidar un núcleo duro del 35-38 por ciento de los votos y desde allí conformar la convocatoria de unidad del peronismo y hacia otras fuerzas no peronistas que provocó la derrota de Macri.
Circuló en las redes que el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, no pudo votar porque no tenía el documento indicado. Cierto o no, lo real es que el ejecutivo del poderoso grupo, quizás ahora el más poderoso del país gracias al macrismo, es una de las pocas personas que vota todos los días.
Gran parte de la sociedad no tiene demasiada idea de la gravedad que en todo el mundo se les asignó a los Panamá Papers; gran parte de la sociedad ha naturalizado que un presidente trate de borrar la deuda de sus empresas con el gobierno, o que en un blanqueo incorpore por decreto a su familia, lo que está expresamente prohibido en la ley. Pero esa parte de la sociedad conoce hasta la saturación las causas abiertas contra Cristina Kirchner.
Cristina Kirchner percibió que todo el poder de fuego de sus adversarios estaba concentrado en ella y en algunos de sus funcionarios más cercanos y tuvo la inteligencia de designar a Alberto Fernández para encabezar la fórmula. Ella atrajo el fuego enemigo y Alberto Fernández se dedicó a construir el Frente de Todos. El macrismo fue derrotado por la pésima gestión económica y por esa estrategia.
El gesto de Cristina Kirchner fue de gran generosidad, porque sabe que Alberto Fernández tiene pensamiento propio. No nombró a un pelele, el Albertítere, como lo quiso presentar la campaña macrista. Alberto Fernández será el presidente y ella la vice. Cada quien deberá amoldarse a esos roles y funcionar por acuerdos que ya están seguramente muy aceitados. Ese acuerdo será el corazón del próximo gobierno. El corazón sobre el que apuntará el enemigo.