1 sept. 2017
Se está gestando una burbuja financiera de enormes dimensiones en la bolsa de valores de Nueva York. Es que aunque el proceso de recuperación de la economía estadounidense marcha a un paso muy lento, el crecimiento del mercado bursátil ha sido exponencial durante los años recientes. Producto de un gran número de apuestas especulativas, la amenaza de que estalle una nueva crisis financiera de alcance global con epicentro en Wall Street es hoy más latente que nunca, aun cuando el mundo sigue sin poder recuperarse de los estragos que dejó tras de sí la crisis financiera de 2008.
La orgía bursátil, impulsada sobre todo por las empresas tecnológicas, está fuera de control. Los agentes de inversión de Wall Street están de fiesta: resultó una falacia la promesa de que un Gobierno encabezado por Donald Trump iba a ser perjudicial para los intereses del sector financiero. No hay nada de eso. El presidente Trump no tiene preocupación alguna en relación a la evolución de la economía, y tampoco le angustia la euforia especulativa que tiene lugar en el mercado de valores. Todo lo contrario, para el magnate de Nueva York tanto la economía como las finanzas de su país están evolucionando mejor que nunca, rompiendo todos los récords a la vista.
La primera semana de agosto, el índice Dow Jones (compuesto por 30 de las acciones más significativas, de todas las industrias, salvo transporte y servicios) rompió la barrera de los 22,000 puntos. Desde que estalló la burbuja de las hipotecas basura (‘subprime’) en septiembre de 2008 la subida ha sido continua: en menos de cinco años, el Dow Jones consiguió recuperar el nivel alcanzado en 2007. Al día de hoy, el índice bursátil sigue manteniendo una tendencia al alza y, a decir de varias firmas de inversión, más temprano que tarde bien podría superar la barrera de los 23,000 puntos, empujado por grandes empresas como Home Depot, Pfizer, Cisco Systems y Apple.
Trump pasó de criticar, a aplaudir la “exuberancia irracional” de los inversionistas bursátiles tras convertirse en presidente. El 3 de agosto pasado escribió en su cuenta de Twitter: “Los negocios están mejor que nunca con el entusiasmo comercial en niveles récord. La bolsa de valores en un máximo histórico. ¡Estas cosas no ocurren solas!”. Sin embargo, recordemos que en septiembre de 2015, Trump había lanzado duras críticas en contra de los amos y señores del capital financiero.
Por un lado, para ganarse la simpatía de la clase media, cuestionó los sueldos altos de los ejecutivos de Wall Street, situación inconcebible en un país donde los salarios de los trabajadores han venido retrocediendo como proporción del Producto Interno Bruto (PIB) desde la década de 1970. Por otro lado, prometió que ya instalado en la Casa Blanca, iba a incrementar los impuestos a los fondos de cobertura, una acción que en su opinión, desalentaría la especulación en el mercado de valores.
Es que la candidatura presidencial de Trump, a diferencia de la de su contrincante por el Partido Demócrata, Hillary Clinton, nunca recibió donaciones multimillonarias de parte de los grandes bancos de inversión. Así las cosas, Trump confiaba en que, si ganaba las elecciones, podría actuar con total libertad frente a los dueños del dinero. “Wall Street tiene un control total sobre Jeb Bush, Hillary Clinton y los otros candidatos pero no sobre mí. Mi campaña está financiada con mi dinero. Así que los únicos que tienen control sobre mí son los estadounidenses”, presumía Trump.
En sus primeros días como candidato, Trump llegó a advertir que se estaba produciendo una burbuja financiera en el mercado de valores (justo cuando el índice Dow Jones se encontraba en 18,000 puntos), motivo por el cual consideraba que los inversionistas bursátiles debían tomar serias precauciones frente a una corrección violenta. Además de eso, rechazaba categóricamente que la economía estuviera mejorando bajo la administración de Barack Obama, pues a su juicio, las políticas de la Reserva Federal (FED) no habían sino producido un “espejismo”.
Ahora las opiniones de Trump son completamente diferentes. Festeja el auge bursátil y lamenta la poca cobertura que le han prestado los medios de comunicación: pocas veces en la historia de Estados Unidos la bolsa de valores ha mostrado tal despegue. Guarda silencio frente a las medidas adoptadas por la presidenta de la FED, Janet Yellen, ya nada tiene de malo otorgar facilidades de crédito a los bancos para que sigan apostando en el casino bursátil. La hostilidad de Trump en contra de los excesos del sector financiero no era sino retórica: era necesario vender la idea de que había que acabar con los abusos cometidos por el Imperio del dólar. Los tiempos cambian. Hoy en día, las empresas que cotizan en Wall Street son poderosos aliadas del Gobierno de Donald Trump.
Muy tímida, la recuperación económica de EE.UU.
En los últimos ocho años el proceso de recuperación de la economía estadounidense ha sido decepcionante: nueve años continuos de expansión pero al ritmo de crecimiento más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la mayoría de los medios de información se esfuerza por hacer creer que la economía norteamericana va viento en popa: el segundo trimestre de este año, el PIB se expandió 2,6%, una tasa que representa más del doble de lo registrado durante el primer trimestre, cuando el crecimiento fue de apenas 1,2 por ciento.
Bajo esta misma perspectiva, los datos proporcionados por el Departamento de Trabajo de Estados Unidos destacan una mejora sustantiva de las condiciones del mercado laboral. En julio pasado, la tasa de desempleo oficial cayó a 4,3%, igualando el nivel más bajo de los últimos 16 años que había tocado también en mayo pasado. En simultáneo, la nómina no agrícola se incrementó en 209,000 puestos de trabajo, mientras los datos del mes de junio fueron revisados al alza, incrementándose a 231,000 desde los 222,000 contabilizados originalmente.
Sin embargo, lo cierto es que la tasa de crecimiento del PIB y la generación de empleos siguen siendo insuficientes. La economía estadounidense no consigue entrar en una dinámica de recuperación robusta y sostenida. Aun cuando varios de los principales indicadores macroeconómicos parecen apuntar hacia un proceso de expansión boyante, la de Estados Unidos sigue siendo una economía de luces y sombras. Los niveles de inversión de las empresas no consiguen despegar; y lo mismo sucede con el consumo de las familias, los estadounidenses prefieren antes que salir a gastar masivamente, pagar sus deudas pendientes. Por eso las expectativas de rentabilidad no aumentan considerablemente entre pequeñas y medianas empresas.
Los integrantes del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) de la FED no han tenido otra alternativa que actuar con cautela. La probabilidad de que haya nuevos aumentos de la tasa de interés de los fondos federales (‘federal funds rate’) a lo largo de este año ha disminuido. Si mejora el panorama, quizás en diciembre haya un último incremento. Existe el temor de que si la FED se inclina a subir mucho la tasa de interés referencia, la actividad económica de Estados Unidos sufra una drástica desaceleración. Bill Gross, uno de los más importantes gurús en inversión, sostuvo hace apenas un mes que si la FED y los demás bancos centrales apretaban demasiado la política monetaria, entonces el mundo podría sumergirse en una nueva recesión.
Janet Yellen está contra las cuerdas: si sube la tasa de interés de referencia, se fortalecen las tendencias recesivas; si la deja intacta, alimenta la especulación bursátil. La piedra en el zapato para el banco central de Estados Unidos sigue siendo el nivel de precios. La inflación se mantiene demasiado baja, sin alcanzar la tasa objetivo de 2%, aun con la puesta en marcha de instrumentos de política monetaria “no convencionales” (ejercicios de flexibilización cuantitativa, conocidos en inglés como ‘Quantitative Easing’), y aun manteniendo muy barato el costo del crédito interbancario a un día (la tasa de interés de referencia se ubica hoy en un rango de entre 1 y 1,25%).
Especulación no se restringe a mercado de acciones
Para colmo de males, el riesgo de que estalle una nueva crisis financiera en territorio estadounidense no está limitado al mercado accionario. Alan Greenspan, quien se desempeñó como presidente de la FED durante 18 años, apunta que la principal amenaza no es tanto la especulación en el mercado de acciones, sino más bien una burbuja en el mercado de bonos. Para Greenspan, el hecho de que las tasas de interés se hayan mantenido demasiado bajas por demasiado tiempo, terminó provocando graves distorsiones en los rendimientos de los títulos financieros de renta fija.
“Los tipos de interés reales a largo plazo están en un nivel demasiado bajo, y por lo tanto insostenible. Cuando suban, es probable que lo hagan rápidamente. Estamos experimentando una burbuja, pero no en la bolsa (de valores) sino en los precios de los bonos (de deuda), algo que el mercado aún no ha descontado”, sentencia Greenspan. El peligro es mayúsculo. Al igual que una crisis en el mercado de acciones, un colapso del mercado de bonos tendría repercusiones mundiales.
Trump, a las puertas de otra crisis financiera global
Es imposible precisar cuándo estallará la próxima crisis financiera. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que el auge de Wall Street contrasta con la tímida recuperación que registra la economía estadounidense. Bajo la presidencia de Trump, los bancos de inversión han acumulado enormes beneficios a diferencia de las pequeñas y medianas empresas. Los dividendos siguen repartiéndose solamente entre el 1% de la población estadounidense. Nos encontramos en el umbral de otra crisis.
El peligro no es sólo para Estados Unidos, sino para todo el mundo. Los bancos centrales de los países industrializados no están en condiciones de enfrentar otra crisis financiera de gran magnitud. Si bien algunos bancos centrales como la FED han venido incrementando la tasa de interés de referencia en los últimos años, su margen maniobra es demasiado pequeño para responder a una contracción del crédito (‘credit crunch’): si termina por estallar la burbuja financiera, de poco o nada servirá disminuir la tasa de los fondos federales (‘federal funds rate’) en un punto porcentual.
El elevado endeudamiento del Estado norteamericano hace imposible salir a rescatar grandes bancos. La deuda pública está a punto de cruzar la barrera de los 20 billones de dólares, de hecho, en septiembre próximo el Congreso estadounidense se verá obligado a incrementar el techo de la deuda a fin de evitar el cierre parcial del Gobierno. La artillería de la FED también está agotada. El banco central de Estados Unidos tiene elaborada una estrategia para comenzar a desprenderse de los más de 4,2 billones de activos registrados en su hoja de balance (‘balance sheet’), no para realizar nuevas adquisiciones. Crisis en el horizonte: las cotizaciones de la bolsa de valores de Nueva York están por las nubes, sin embargo, ya llegará el momento de aterrizar. Abrochémonos los cinturones.
Tomado de Cubadebate