21 nov. 2017
Se espera que la inversión extranjera contribuya a desarrollar eslabones de las cadenas productivas que impulsen las exportaciones, o que ocupen sectores que nunca podrían ser desarrollados por productores locales, y que, en el caso que existan productores locales, se dice que estimulará una sana competencia que mejorará las empresas locales. Y también se espera, por supuesto, un aporte fresco de capital financiero que contribuya a aliviar el insuficiente ahorro interno.
1.- Introducción
En los países en desarrollo latinoamericanos nada genera tantas expectativas como la inversión extranjera. Grandes esperanzas se depositan en esta fuente de inversión de la que se espera un maná de secuelas positivas. Se dice que contribuye al crecimiento y al empleo gracias a las inversiones en capital, que genera transferencia de tecnología y hasta que traerá un “saber hacer” gerencial derivado de la sola existencia de firmas extranjeras. Se espera que la inversión extranjera contribuya a desarrollar eslabones de las cadenas productivas que impulsen las exportaciones, o que ocupen sectores que nunca podrían ser desarrollados por productores locales, y que, en el caso que existan productores locales, se dice que estimulará una sana competencia que mejorará las empresas locales. Y también se espera, por supuesto, un aporte fresco de capital financiero que contribuya a aliviar el insuficiente ahorro interno.
En los países en desarrollo latinoamericanos, si algo comparten a rajatabla los líderes de la izquierda, del centro y de la derecha, es que todos, sin excepción, comparten esta fe desmedida en la inversión extranjera. De hecho, el glamour para atraer la inversión extranjera se ha convertido en uno de los atributos ineludibles que debe tener cualquier líder latinoamericano y una de las varas que medirá el éxito de su gestión sin duda es la sumatoria de dólares de inversión extranjera conseguidos.
En los países en desarrollo latinoamericanos, lo único que ha generado tanta expectativa con tan pocos resultados como la inversión extranjera, ha sido el consumo de vidrios de colores allá por 1492. Resulta imposible hallar evidencia académica robusta que pruebe que la inversión extranjera ha contribuido al desarrollo en América Latina. Los trabajos académicos encuentran más bien que esta inversión ha contribuido más a su subdesarrollo, lo cual termina revalorizando los enfoques teóricos que predicen que la inversión extranjera es un caballo de Troya en la economía latinoamericana que más bien contribuye a deprimirla y contener su potencial.
Los trabajos académicos encuentran que la inversión extranjera en Latinoamérica ha tenido un rol muy diferente al que tuvo en el sudeste asiático. En Latinoamérica se ha dirigido, sobre todo, a los servicios públicos, al sector financiero y a la explotación de recursos naturales. En efecto, las privatizaciones de los 90 en adelante les abrieron las puertas al muy redituable negocio de servicios públicos como la telefonía y la distribución de gas, agua, electricidad etc., la desregulación permitió su ingreso al sector financiero sin restricciones mientras que las garantías otorgadas a los inversores a través de tratados de inversión internacionales o bilaterales, fueron una licencia para entrar masivamente a explotar recursos naturales sin riesgos ni ataduras. Pocas inversiones se dirigieron al sector manufacturero, que es el que tiene más posibilidades de generar los impactos positivos de la inversión extranjera. Una gran mayoría de las inversiones dirigidas a este sector no ampliaron la capacidad productiva local porque se trató de fusiones o adquisiciones de empresas locales. La inversión extranjera terminó desplazando empresas locales. En cuanto a la mejora de la capacidad gerencial que se esperaba derivaría del ingreso de inversiones extranjeras, es difícil afirmar cual fue su impacto real, pero a juzgar por los sectores rentistas a los que se ha dirigido, es más posible que esta transferencia de “saber hacer” gerencial haya profundizado las conductas gerenciales rentistas preexistentes. En definitiva, los sectores a los que se dirigió la inversión extranjera fueron sectores que no generan exportaciones, como los servicios públicos y las finanzas, donde desplazaron a empresas locales y se generaron economías de enclave, es decir, empresas integradas al mundo pero aisladas de su entorno geográfico más inmediato, y así fue como desaparecieron, por ejemplo, gran parte del tejido empresarial de proveedores de las grandes empresas privatizadas que fueron sustituidas por importaciones.
En muchos casos se ha observado que cuando las empresas nacionales demuestran capacidad para competir globalmente, por ejemplo gracias al desarrollo de una tecnología propia, la inversión extranjera ingresa para comprar estas empresas y adquirir sus patentes, lo que difícilmente se traducirá en un aumento de las posibilidades de desarrollo nacional.
Una de las razones que explica las adquisiciones de empresas nacionales es un fallo de mercado derivado del diferencial de intereses entre países en desarrollo y desarrollados. Las firmas extranjeras consiguen financiamiento en el mercado internacional a tipos de interés mucho más bajos que el costo al que acceden las empresas nacionales, por lo que una misma empresa nacional, pasa a valer mucho más en manos de un propietario extranjero que en manos de un empresario nacional.1 Se trata de un fallo de mercado, porque genera un sesgo artificial a favor de la concentración propietaria de empresas en manos de los países desarrollados y no al revés.
El objetivo de esta nota es el de evaluar la contribución en términos de financiamiento de la inversión extranjera, es decir, del aporte en términos de capital fresco a las economías en desarrollo. Como veremos en los puntos siguientes, otra faceta del caballo de Troya de la inversión extranjera, es que esta hipótesis no se comprueba sino más bien lo contrario. La inversión en cartera termina extrayendo más recursos financieros de los que aporta a las economías en desarrollo agravando sus problemas de insuficiencia de divisas.
Recepción de inversión extranjera en Latinoamérica
Para facilitar el análisis hemos dividido la inversión extranjera en sus dos componentes, inversión en cartera e inversión extranjera directa. La principal diferencia entre ambos tipos de inversión es que la inversión en cartera es aquella que no alcanza a superar el 10% del capital social de la compañía en la cual invierte. Este umbral del 10% es una convención arbitraria, pero útil para diferenciar las características de la inversión. La inversión en cartera se espera que tenga un mayor grado de volatilidad porque tiene sobre todo una motivación especulativa-financiera, mientras que la inversión directa, representa una mayor compromiso y poder de decisión del inversor con la empresa receptora de la inversión, por lo tanto, se espera más estabilidad de parte de la inversión directa. La evidencia que soporta esta afirmación es que suele verificarse que cuando un país atraviesa una crisis hay influjos de inversión extranjera directa. Sin embargo, como lo afirma Krugman en su artículo “Fire-sale FDI”, esta supuesta estabilidad de la IED podría tratarse más bien de adquisiciones a precio de ganga de empresas en países que atraviesan crisis circunstanciales. En efecto, durante la crisis asiática, los valores de las empresas coreanas se redujeron un 70% aproximadamente para los inversores extranjeros, lo que atrajo muchas adquisiciones por parte de empresas del resto del mundo. ¿Constituyeron este tipo de adquisiciones un aporte a la economía coreana?
Aunque la IED supone el primer componente de entrada de capital extranjero, la inversión en cartera presenta números acumulados muy importantes. En el período de 16 años estudiado (1990-2016) la inversión se divide casi por partes iguales entre inversión directa (53%) y en cartera (47%), aunque esta última ha perdido participación desde el 2000 como lo muestra el hecho de que su participación se redujo al 38% en el período más reciente (2001-2016). Cabe destacar el caso de México donde la inversión en cartera, una inversión que se realiza mayoritariamente en forma de pasivos de deuda (bonos o renta fija) es incluso superior a las entradas de IED. Por lo tanto, tiene un carácter financiero especulativo menos comprometido con la actividad productiva doméstica.
Este rol de la inversión en cartera, con un mayor porcentaje de inversión en deuda, se repite en la mayoría de los países estudiados, excepto en Brasil, Chile, República Dominicana y Honduras, donde la participación en acciones tiene un mayor peso. En cualquier caso, la inversión en cartera que se materializa en pasivos de deuda suele tener una relación indirecta con la actividad económica doméstica a través de los diferentes instrumentos de financiación que en última instancia pueden llegar a la economía real. No obstante, esto se acabará concretando en aquellas actividades que mayor rendimiento ofrezcan a corto plazo y conlleva importantes riesgos financieros y económicos como puede ser la generación de burbujas, por ejemplo, inmobiliarias.
Repatriación (salida) de utilidades de la inversión extranjera
Históricamente, la IED se ha caracterizado por brindar altos niveles de rentabilidad y si bien en los últimos años esta rentabilidad se ha reducido considerablemente, la media de la última década sigue estando por encima del 6% según el último informe de la CEPAL “La inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe”.
Según la CEPAL, entre 2006 y 2012 las utilidades obtenidas por la IED representaron el 92% de la IED recibida, lo que muestra el potencial de generación de ganancia de esta inversión debido, especialmente, al crecimiento de los precios de las materias primas en ese período y también muestra que la IED no genera fondos frescos de divisas sino que los extrae de las mismas economías receptoras.
Una parte importante de esas utilidades son repatriadas por los capitales extranjeros, aproximadamente el 55% dependiendo del país y el período. Esto significa que grandes cantidades monetarias de divisas “vuelan” de Latinoamérica cada año agravando el problema de la restricción externa característico de nuestros países dificultando nuestro desarrollo económico.
En la tabla 2 se muestran los datos acumulados por país sobre las utilidades repatriadas que tienen como fuente la IED y la inversión en cartera. Tan solo en concepto de repatriación de utilidades de la IED, en el período que va del 1990 al 2016, se fueron de la región más de 935 mil millones de dólares, una cantidad similar al PIB anual de México o de Corea del Sur. El grueso de esta salida de divisas se concentró en el segundo período (2001-2016), por lo que el crecimiento de los precios de las materias primas tuvo un papel protagonista explicando esta evolución.
Este mismo patrón se observa en la inversión en cartera, cuyo monto total ascendió a 509 mil millones de dólares en todo el período, aproximadamente el PIB de Argentina o Suiza. Esto pone de manifiesto lo que se ha comentado en el apartado anterior sobre la importancia de esta vía para la llegada de capital extranjero y la gran cantidad de utilidades que conlleva, con su consiguiente repatriación.
Debe tenerse en cuenta que el rol más financiero de la inversión extranjera nos hace prever un comportamiento cortoplacista, más propenso a repatriar utilidades y por lo tanto, menos relevante que la IED para cumplir los objetivos de desarrollo nacional. Sin embargo, a lo largo del período 1990-2016, la inversión en cartera ha repatriado utilidades que representan un 39% del influjo de divisas a los países latinoamericanos, mientras que la inversión extranjera ha repatriado un 49%. No quiere esto decir que la inversión en cartera está más comprometida con el desarrollo latinoamericano que la inversión en cartera, sino que por el contrario, sugiere que son muy pocas las diferencias entre ambos tipos de inversión y que ambos tienen una conducta especulativa similar.
Teniendo en cuenta ambos componentes, las repatriaciones totales de utilidades en el período 1990-2016 sumó más de 1,44 billones de dólares; 1,23 de los cuales se produjo en el último período de 2001 a 2016.
Debe destacarse el caso de Brasil, cuyas repatriaciones de IED son menores que las procedentes de la inversión en cartera, aun siendo la primera sustancialmente superior. Es un caso interesante que merece un estudio teniendo en cuenta distintas variables como las tasas de rentabilidad de ambos tipos de inversión y el porcentaje de repatriaciones de las utilidades totales. Resultados sugerentes son los casos de Bolivia, Ecuador o Nicaragua, que en el período muestran una salida neta de inversión en cartera, es decir, los aportes de esta inversión extranjera de capital fresco en estas economías fueron inferiores a las extracciones de capitales, lo que a nuestro criterio muestra una acertada política de regulación y soberanía financiera de parte de estos países.
En el período 1990-2016 por cada dólar recibido de inversión extranjera directa se han repatriado casi 50 centavos (48,9%), y 55 centavos en el período 2001-2016. Asimismo, como en promedio el 55% de las utilidades fueron repatriadas, se deduce que el 45% fueron reinvertidas, por lo que un porcentaje importante de la IED está conformado por las utilidades reinvertidas. Es decir, una parte importante de la inversión extranjera directa está conformada por utilidades reinvertidas, es decir, recursos financieros que se extraen de la propia economía receptora y no constituyen un aporte fresco de recursos provenientes del resto del mundo.
Reflexiones finales
Parece ser que cuando se trata de inversión extranjera lo que espera la teoría y lo que dice la realidad son asuntos muy diferentes. Llama la atención la capacidad de resistencia de la economía neoclásica para seguir promoviendo irreflexiva y exitosamente las bondades de la inversión extranjera aún a costa de la abrumadora evidencia empírica en su contra en Latinoamérica. Llama la atención que todas las corrientes políticas de todos los países latinoamericanos no sean capaces de percibir esta realidad y sigan compitiendo ingenuamente entre ellas para atraer inversiones extranjeras. Llama la atención que estas fuerzas políticas no hayan aprendido del ejemplo de los países asiáticos, que gracias a sus regulaciones consiguieron utilizar las inversiones extranjeras para transformar sus estructuras productivas. La inversión extranjera liberada a la fuerza del libre mercado, como en Latinoamérica, solo orientará las inversiones a los sectores más rentistas, contribuyendo a consolidar la estructura productiva dependiente de América Latina. La inversión extranjera no es ni necesariamente buena, ni necesariamente mala para el desarrollo de nuestros países, todo depende de a qué se dedique, cuánto exporte, cuánta transferencia tecnológica produzca, cuántos proveedores locales desarrolle y cuánto financiamiento aporte. La evidencia latinoamericana al respecto es desilusionante y si no hay cambios en las políticas hacia la inversión extranjera seguiremos comprando vidrios de colores.