Contrapunteo

Wole Soyinka: De la pluma a la libertad

6 sept. 2024
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En enero de 2001 el escritor nigeriano Wole Soyinka pronunció un discurso en la Casa de las Américas. A los artistas e intelectuales, esa tribu transcultural de herejes, los caracterizó como personas poseídas por visiones incómodas y perturbadoras desde el punto de vista social. «Los premios literarios y artísticos existen para honrar el matrimonio de esta imaginación original, no complaciente, con la industria y el arte (...) Es esto, por encima de cualquier otra consideración, lo que da validez a nuestra celebración de la creatividad humana», dijo.

El primer Nobel de Literatura africano visitó Cuba nuevamente en 2024 y recibió, en la misma Casa de las Américas, el Premio Internacional Dulce María Loynaz, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Para Soyinka, la Isla demostró que la pluma y las armas pueden hacer posible la libertad de los pueblos. El sentido de pertenencia con África no nace de la casualidad, sino de una elección de sus habitantes. «Procedo del continente madre, como ustedes», afirmó en la sala Rubén Martínez Villena. «Sé muy bien el papel que desempeñó Cuba en la liberación de África, y nunca podemos permitirnos olvidarlo».

Wole Soyinka tuvo una certeza mientras crecía en Abeokuta: nació en una sociedad de narradores. De niño leyó en la pequeña biblioteca de su padre, escuchó a su gente y se sintió destinado a escribir sus propias versiones de la historia. Esa premonición se convirtió en poesía, cuento, novela, ensayo y teatro, género en el que más destaca su ironía y agudeza.

Como acertadamente lo describió Omar Valiño, director de la Biblioteca Nacional José Martí, su obra bebe «con sinceridad e inteligencia en el saber ancestral de la cultura yoruba». Esto le facilita «acudir al mito, a la oralidad, al ritual de su cultura primigenia y, a su vez, colocar en justa fricción ese magma con la tradición europea, siempre en una rica pelea por establecer la verdad y la justicia».

La biografía del autor de Los intérpretes y El león y la joya cuenta con varios momentos de inflexión. A pesar de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1986 y ser nombrado Comandante de la República Federal de Nigeria ese mismo año, tuvo que huir del país para evitar ser asesinado. Su lucha de décadas por la democracia implicó casi 12 meses de prisión durante la Guerra Civil nigeriana. Sobre ese período confesó: «Cuando estás en un mundo donde no hay nada más que tú, has de inventar maneras para no volverte loco. Yo me dediqué a solucionar problemas matemáticos». En la celda, Soyinka se fabricó su propia tinta, hizo una pluma con huesos y escribió diminutos poemas en papel higiénico.

El exilio obligatorio y autoinfligido caracteriza sus 90 años de vida. «Hubo momentos en los que fui tanto escritor como político. Mi escritura y mi política han coincidido. Me di cuenta de que la literatura también podía servir para promover causas políticas y me fui implicando cada vez más en la lucha a través de mis obras literarias», explicó en una entrevista.

El ambiente de preindependencia que vivió en Nigeria lo hizo partícipe también de esas causas y otras, como la revuelta de las mujeres dirigida por Funmilayo Ransome-Kuti. La profesora Nair María Anaya Ferreira, de la Universidad Autónoma de México, advierte que una parte de la crítica acusa su estilo de oscuro y abigarrado. Otros lo consideran provocador e incluso europeizante. «Constituye, en realidad, una de las mentes literarias más brillantes y prolíficas del siglo XX», asevera la especialista. «Explora las preocupaciones esenciales del hombre contemporáneo, sobre todo en un contexto poscolonial, y las relaciona con un estudio profundo del papel que el mito y la historia desempeñan actualmente».

El autor define a la humanidad como una obra en construcción, algo que es necesario esculpir. Se niega a la desmemoria, principalmente cuando se trata de masacres en nombre de la etnicidad y la religión. Algunos mitos reproducen un pensamiento reaccionario, retrógrado y apelan a los instintos más bajos. Como asegura Soyinka, hay dioses réprobos, casi irredimibles, pero también deidades que ennoblecen.

A sus nietos les inculca el autoconocimiento y la lucha contra cualquier poder que atente contra la libertad. Esta es «la capacidad de elegir; si no se vive como un esclavo. La libertad es la divinidad, no hay divinidad sin capacidad de actuar».

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