El presidente electo Joseph Biden nominó recientemente a William J. Burns como candidato para ocupar el puesto de Director de la CIA. Si es confirmado por el Senado, podría convertirse en el primer diplomático de carrera que llega a ser jefe de esa agencia. Burns tiene una experiencia de más de 30 años en el Departamento de Estado que comenzó durante el gobierno de Ronald Reagan y culminó con la Administración Obama en 2014.
Es considerado uno de los diplomáticos más respetados en Estados Unidos en los últimos 50 años. Ha sobresalido por su experticia en los temas vinculados a Rusia y al Medio Oriente, llegando a desempeñarse como Embajador en Moscú y en Jordania. Hace apenas una semana, cuando Biden dio a conocer su decisión señaló: “un diplomático ejemplar con décadas de experiencia en el escenario internacional (…) comparte mi profunda creencia que la inteligencia debe ser apolítica (…) el pueblo estadounidense dormirá tranquilamente con él como nuestro próximo director de la CIA”.
Burns nació en 1956 en plena Guerra Fría en una familia de clase media alta que profesaba la religión católica. Su padre, William F Burns, militar de carrera y veterano de la Guerra de Vietnam donde estuvo emplazado entre 1966 y 1967 llegó a ser general de dos estrellas del Ejército estadounidense. También fue el Director de la Agencia de Desarme y Control de Armas de Estados Unidos a finales de la década de los años 80. La figura paterna fue una fuente de inspiración y un ejemplo permanente para Burns.
En 1973, comienza sus estudios en la Universidad La Salle y se gradúa como licenciado en historia. A partir de sus resultados docentes, se ganó una beca Marshall para estudiar tres años en la Universidad de Oxford en Inglaterra. Durante sus estudios en el Reino Unido, realizó una maestría y un doctorado en Relaciones Internacionales. Su tesis doctoral tuvo como tema el empleo de la ayuda económica como un instrumento en la política estadounidense hacia Egypto en la Era de Nasser. Desde muy joven, se inclinó por los temas vinculados al Medio Oriente.
En 1979 decide aplicar por una plaza en el Departamento de Estado y a inicios de los ochenta comienza a trabajar como funcionario de esa entidad gubernamental en el gobierno de Ronald Reagan. Su primera misión diplomática fue en Jordania donde se desempeñó en la Embajada como funcionario consular en el primer año de su estancia y posteriormente lo trasladan a la oficina política.
De acuerdo al libro autobiográfico de William Burns titulado: Back Channel publicado en 2019 por la editorial Random House, su responsabilidad en esa oficina era: “cubrir los temas de política interna y tratar de expandir las relaciones de la embajada más allá de las fuentes tradicionales que eran la élite palaciega y política”. En el texto explica que trabajó metódicamente con ese propósito y logró sostener conversaciones discretas con políticos islamistas y activistas palestinos en los campos de refugiados de Jordania. Afirma que escribió perfiles políticos sobre la nueva generación de líderes de ese país.
En el verano de 1984, regresó a Washington y se desempeñó como funcionario en el Buró del Cercano Oriente y Sur de Asia. Un año después, ocupó el cargo de asistente del entonces subsecretario de Estado, John Whitehead. Con 30 años fue promovido para trabajar en la Casa Blanca como especialista en el Directorado del Cercano Oriente y Asia del Sur en el Consejo de Seguridad Nacional coincidiendo con el momento en que ocurre el escándalo Irán-Contra. Burns en el libro describe sus vivencias e impresiones cuando sucedió ese gran fracaso de la política exterior estadounidense que él vivió de cerca.
Después de estos acontecimientos, Colin Powell es nombrado viceasesor de seguridad nacional y Burns trabaja con él enfocándose en los temas del Golfo Pérsico, Irán e Iraq. A mediados de 1988, cuando Powell es promovido al cargo de Asesor de Seguridad Nacional le propone a William ser el Director del Cercano Oriente y Asia del Sur en el Consejo de Seguridad Nacional.
Meses después con la llegada de la Administración George Bush, es designado para desempeñarse como subdirector de la Oficina de Planeamiento Político en el Departamento de Estado. Burns tenía solo 33 años y era el segundo en una estructura que se dedicaba al diseño de las estrategias de la política exterior estadounidense en un momento en que la Guerra Fría estaba arribando a su culminación. Dentro de su equipo de trabajo, sobresalía Frank Fukuyama el autor del conocido ensayo “El fin de la historia”. En aquel momento, las prioridades eran la entonces Unión Soviética y el Medio Oriente.
En esa etapa, participó activamente en todos los procesos de análisis de cómo el gobierno estadounidense precipitaba la caída de la Unión Soviética y de qué manera manejarían las implicaciones de este acontecimiento. Según refiere Burns en su libro: “lo que realmente quería era trabajar en lo que me parecía el lugar más interesante en el que un diplomático estadounidense podía servir a principio de los 90: Rusia”.
A partir de la intensa experiencia que había vivido en Washington analizando y evaluando las opciones políticas ante el escenario previsible del derrumbe del socialismo soviético, Burns se sintió fuertemente motivado a involucrarse directamente en esos sucesos que serían irrepetibles. En 1993, se le presentó la oportunidad de convertirse en el ministro consejero de la embajada de Estados Unidos en Moscú.
De acuerdo a su libro autobiográfico, primero pasó un año en el Instituto sobre Rusia del Ejército de Estados Unidos en Garmisch, Alemania, para cursar un entrenamiento avanzado en idioma ruso. Señala que “amaba la riqueza de la lengua rusa y aprendí rápidamente”. A mediados de julio de 1994, llega a Moscú con su esposa y sus dos hijas.
En aquel momento, el Embajador estadounidense era Thomas Pickering a quien Burns calificó como “el diplomático más capaz para el que he trabajado” y un modelo a seguir. Durante su estancia en Rusia, su principal tarea era analizar la realidad económica y política del país en un momento de transición que era muy convulso. Según Burns: “tenía que darle seguimiento y explicar a Washington las tres inmensas transformaciones históricas que ocurrían simultáneamente: el colapso del comunismo y la transición tumultuosa a una economía de mercado, el colapso del bloque soviético y el colapso de la Unión Soviética en sí misma”.
Terminó su misión en Moscú a principios de 1996 y fue promovido para Secretario ejecutivo del Departamento de Estado, un cargo de alto nivel que supervisaba el trabajo del equipo más cercano al Secretario de Estado. En esa responsabilidad, tenía que dirigir 160 personas; gestionar el flujo de información para el liderazgo del Departamento; organizar los informes para las reuniones en Washington y en el exterior del Secretario de Estado; así como dirigir el Centro de Operaciones calificado como el “centro nervioso” del Departamento durante las 24 horas al encargarse del manejo de las crisis internacionales.
A mediados de 1998, comienza a desempeñarse como Embajador en Jordania. Después que asume George W. Bush en el año 2001, Colin Powell nombrado como secretario de Estado llamó a Burns para proponerle el cargo de Secretario Asistente de Estado para el Cercano Oriente. En el momento de los ataques terroristas del 11 de septiembre, se desempeñaba en esa responsabilidad y tuvo una participación directa en el proceso de conformación de la política exterior de Estados Unidos en esa etapa.
Sobre las complejidades y conflictos de la toma de decisiones en ese período, Burns explica en su libro las contradicciones de Powell con lo que califica como sus “antagonistas” en la Casa Blanca y el Departamento de Defensa. Afirma que: “después del 11 de septiembre, mis colegas y yo continuábamos pensando que podríamos contener a Iraq y evitar la guerra. Estábamos preocupados que una guerra unilateral para derrocar a Saddam sería una metedura de pata en materia de política exterior. No veíamos una amenaza seria e inminente que justificara una guerra”.
Burns argumenta que la oficina que dirigía elaboró un memorando titulado: “La Tormenta Perfecta” en el que explicaban las implicaciones y riesgos de llevar a cabo una guerra contra Iraq. En su libro señala que al final del primer mandato de W Bush en el 2004: “estaba profundamente preocupado por el desastre que habíamos provocado en el Medio Oriente y decepcionado de mi fracaso por no poder hacer más para evitarlo”.
Durante esta etapa, volvió a retomar con más fuerza su deseo de volver a Moscú llegando a plantear que el trabajo de sus sueños sería ser Embajador en Rusia. Precisamente, antes de Colin Powell dejar el cargo de Secretario de Estado realizó esta propuesta a la Casa Blanca. En agosto del 2005, Burns comienza a desempeñarse como jefe de esa misión diplomática en la que estuvo durante tres años.
De acuerdo al libro, antes de partir a su nuevo cargo sostiene un intercambio con la entonces Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, a quien le explica que una de las prioridades de trabajo hacia Rusia debía ser el incremento de los programas de intercambio con el objetivo de atraer jóvenes rusos tanto estudiantes como empresarios, lo que permitiría “invertir en la próxima generación de rusos y ayudarlos a profundizar en las libertades individuales y en la interacción con el resto del mundo”. Después de culminar su misión en Moscú, fue promovido a Subsecretario de Estado para Asuntos Políticos.
En enero del 2009, cuando asume como presidente Barack Obama, la nueva secretaria de Estado Hillary Clinton le propuso continuar en esa responsabilidad. Inicialmente, Burns llegó a considerar que en ese momento terminaría en el Departamento de Estado porque normalmente cuando hay un nuevo presidente también se producen cambios en casi todos los cargos de alto nivel. Era evidente que el equipo de política exterior y seguridad nacional de Obama, concluyó que Burns estaría de acuerdo y defendería sin problemas la concepción del “poder inteligente” y no querían prescindir de su valiosa experiencia.
Durante el gobierno demócrata, llegó a ocupar el cargo de Subsecretario de Estado trabajando con Hillary y John Kerry en los principales temas de la agenda internacional. En esta etapa, consolida sus vínculos con el entonces vicepresidente Joseph Biden, quien se involucraba personalmente en varios asuntos estratégicos de la política exterior. A partir del 2013, fue designado como el jefe de la delegación estadounidense que llevó a cabo las conversaciones secretas con funcionarios iraníes en Omán que concluyó con la firma del acuerdo nuclear.
Según el libro, tres días después que Hillary asumió como Secretaria de Estado, Burns le envió un memorando titulado: “Una nueva estrategia hacia Irán” en el que propone que el objetivo estratégico sería coexistir con Ia nación persa tratando de cambiar su comportamiento y limitar sus excesos, pero no “forzar un cambio de régimen”. Fue uno de los arquitectos de la política hacia Irán de la Administración Obama.
Burns trabajó muy de cerca con el que sería el próximo Asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, quien lo acompañó en las conversaciones secretas con Irán y lo calificó como su alter ego. En el texto autobiográfico, refiere sobre Sullivan: “se había convertido en mi colaborador más cercano en la Administración Obama”. Por lo tanto, existe una fuerte conexión personal y profesional entre ambos que contribuirá a la coordinación entre el Consejo de Seguridad Nacional y la CIA. En el año 2014, decide retirarse del servicio público y comienza a dirigir el tanque pensante Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
William Burns en las páginas finales de su libro plantea que si bien la Administración Trump no ha sido el primer asalto que ha sufrido la diplomacia estadounidense a lo largo de su historia, sí ha sido el peor. Según Biden, confía en que el próximo Director de la CIA logre prevenir y afrontar amenazas actuales y futuras como los supuestos ciberataques surgidos desde Rusia, el desafío que representa China y las acciones de las organizaciones terroristas.
No obstante, el escenario global se ha modificado sustancialmente y la CIA continúa atrapada en una profunda crisis de credibilidad a escala internacional que indiscutiblemente le impone serios obstáculos para el cumplimiento de sus objetivos y pretensiones. Por esta razón, están echando mano a un diplomático de carrera con cierto prestigio para ver si puede lavarle la cara a la agencia. En términos prácticos, le darán a Burns lo que sería una especie de misión imposible.
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