Contrapunteo

Votar por el cambio

6 jun. 2022
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Gustavo Petro pasó de un liderazgo cómodo en las encuestas presidenciales en Colombia a vérselas en un juego tabla en el que las posibilidades de ganar son inciertas, de hecho, comienza a estar ligeramente en desventaja en algunos sondeos, aunque después del plebiscito de paz de 2016, está demostrado que intención de voto y realidad pueden terminar en un divorcio por rebeldía.

Petro necesitaba una victoria en primera vuelta. Esa era la única certeza. Venía de unos comicios en 2018 con un resultado estremecedor. Si bien se había quedado a las puertas de pisar Nariño, su capital político le pegó un susto de muerte a la partidocracia tradicional, más cuando en esa apuesta su programa era más depurado, sin las concesiones ni moderaciones que 4 años después tuvo que asumir para garantizarse seguir en la contienda.

No le alcanzaron los votos y eso sí estaba cantado. Lo que ni él —ni ningún otro aspirante, analista, político, ni ciudadanía— esperó es que en segunda vuelta la competencia tomara giros inesperados. El mano a mano de los extremos: progresismo petrista contra una ultraderecha aupada en la sombra por el uribismo moribundo, pero no aniquilado, se quedó en mera proyección y emergió la figura que ya de por sí se pintaba revelación por ser un casi desconocido, sin maquinaria típica, inexperto en estas lides y reacio a las formas clásicas de campaña.

Rodolfo Hernández decidió vestirse de outsider, interpretar ese papel tan de moda en un mundo hastiado hasta los huesos de eso que se hace llamar política tradicional: los grandes partidos que solo doblan el lomo de elección en elección y mientras viven la dulce vida, las grandes sumas gastadas para seducir al electorado, los patrocinios que comprometen almas, las alianzas por conveniencia, las promesas con más de los mismo, los discursos de miel y las fotos con los pobres.

Hernández, a sus más de 70 años, con un carácter que sus cercanos definen como fuerte y perseverante, con una historia de esas que inspira: nacido de familia humilde y triunfador en la vida personal, comprendió el sentir colombiano, que al darle cabida a Petro en una sociedad torcida a la derecha desde siempre, gritaba «cambio». Muy bien asesorado propuso su mejor versión de cambio, esa en que el contenido es desconocido y el envoltorio es atractivo, la forma de presentar el producto deslumbra, atrae, imanta. Ese cambio que parece que lo va a cambiar todo de raíz, sin asomo de miedo, porque a su vez no es la antítesis de lo que se quiere cambiar y, por tanto, no corre riesgo de asustar a ninguna de las partes.

Llega Colombia a su balotaje con las opciones que, entre todas, representaban ese cambio: la izquierda satanizada a la que jamás le han dado opción de gobernar y el populista sin bandera que dice exactamente todo lo que la gente más sufrida quiere escuchar, y para rematar, en un lenguaje campechano. Esta vez no están la guerra y la paz en el tintero decisivo, se ha latinoamericanizado el discurso electoral y, en consecuencia, se pueden encontrar puntos de contacto de los aspirantes con los protagonistas de procesos similares en la región.

En esta segunda fase, tal es el montaje del personaje sorpresa, que Petro se ha convertido en lo más tradicional dentro de la boleta. Ahora le pasa factura su pacto inclusivo, lejos de sumar, empieza a ser visto como un salvavidas en que se le ha dado cabida a todos por tal de contar votos, incluyendo representantes de una casta a la que se pretende combatir.

El contrincante ha optado por mantener una apariencia de pureza. Nótese que acaba de cerrarle la puerta a Sergio Fajardo con el mejor de los argumentos: «no traicionar a sus votantes», puesto que el candidato perdedor le imponía un pliego de condicionamientos para sumarle su ya de por sí escasísimo respaldo. Claro, tiene al seguro a la camada uribista, que le sigue el juego de no presionar en público, no exigir formar gobierno, apoyar sin reservas, todo para no manchar la estrategia del «independiente». ¿Quién puede creerse a ciencia cierta que el uribismo y cierta centroderecha apoyan a Hernández por mero efecto antipetro?

Las elecciones colombianas van a decidirse desde lo simbólico y emocional y no desde la razón de ser: programas de gobierno. Bien se ha dicho que los dos textos puestos a consideración de la ciudadanía tienen bastante en común. La diferencia está en lo no explícito, a Petro porque lo han obligado a moderarse y a Rodolfo porque prefiere mantener las zonas grises que no delaten su real postura de gestión.

Lucha contra la corrupción, el único tema en agenda del candidato menos conocido. Toda respuesta a cualquier otro asunto pasa inmediatamente por una alusión a no permitir el robo del erario. Así, con un único comodín, es fácil hacer campaña. Lo difícil es plantearse un programa amplio, porque aparecen las críticas constantes, la necesidad de moldear públicamente cada propuesta. Y si de paso no hay debates donde contrastar las opiniones de los contrincantes, el electorado va a ciegas, guiado por medios de comunicación y encuestadoras que manipulan en función de intereses corporativos y no populares.

Aquí ni siquiera valen las comparaciones. Si bien es puro márquetin antipetrista sacar a colación el ya gastado «castrochavismo» para asustar a los seguidores del líder del Pacto Histórico, es poco factible llamarle el Trump o Bolsonaro colombiano al pretendido antistema. El representante de la Liga Anticorrupción se ha inventado un cóctel con todas las fórmulas exitosas de la última década: excentricidad, efectismo en el decir, dominar el mundo virtual, autosuficiencia y nada de encasillamiento. Los ha estudiado a todos: a Trump, a Bolsonaro, a Bukele, pero también a AMLO, a quien le copia frases o estrategias, y hasta a Franco Parisi, el candidato que sin pisar Chile ni ir a debates televisivos quedó tercero en las presidenciales del pasado año; y puede que también le haya tomado prestado maneras más en secreto a otros menos políticamente correctos.

Son tiempos en que lo aparente le gana la batalla a lo real. Tal es así que Rodolfo Hernández, que nadie sabe a ciencia cierta qué puede hacer después de quitarse el traje de competidor, puede decir cualquier cosa sin mayores cuestionamientos, mientras que Gustavo Petro, con hoja de servicio público, tiene que ir a notario a dejar por escrito que no va a expropiar a diestra y siniestra para ser creíble.

Quedan menos de dos semanas de competencia desleal para unos comicios inéditos, eso sí, sin candidatos del status quo, pero donde todo se vuelve engañoso. Los medios locales acusan a Petro de sumar a la clase política tradicional para venderlo como traidor de sus propias ideas progresistas, mientras la maquinaria tradicional enfila su apoyo hacia el que reniega de ellos, eso sí, en silencio ha tenido que ser, para que la estrategia funcione. Mientras, el cambio sigue siendo una aspiración de muchos en un país que se expresó con fuerza de pueblo en las calles hace un año y al que ahora le toca expresarse en urnas, con el peligro de ese cambio termine siendo solo cosmético.

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