Brasil va a segunda vuelta, desde el domingo se supo. Pero lo más importante ahora es el balance del día después de unos comicios donde hubo demasiado para un solo proceso: el favorito preso, el oportunista apuñalado, un plan B del partido de izquierda resurgido prácticamente de cenizas a última hora en la búsqueda de la transferencia de voto; además fueron los primeros comicios tras un golpe de estado parlamentario y había —y hay aún— todo un subcontinente expectante al desenlace de la mayor economía del área, el llamado gigante del sur americano.
Por lo pronto, se verán las caras en el balotaje, el próximo 28 de octubre, Jair Bolsonaro y Fernando Haddad; el ultraderechista del Partido Social Liberal y el petista en el que Luis Ignacio Lula Da Silva tuvo que depositar sus esperanzas para que el Partido de los Trabajadores retomara el poder, que le fue arrebatado por artimañas disfrazadas de mecanismos judiciales y legislativos. Las encuestas acertaron a medias. Si bien es cierto que quedaron finalistas para la segunda ronda los nombres que se manejaron en la última etapa con mayor intención de voto y en su justo orden, la votación de este domingo sorprendió en los números. Bolsonaro se alzó con un impresionante 46 por ciento y Haddad quedó relegado a poco más de un 29 por ciento, también algo superior a los sondeos, pero que lo deja demasiado expuesto para la próxima y definitiva contienda.
Aquí se impone ahora establecer alianzas y redoblar el convencimiento a los votantes a los que no les simpatiza ni uno ni otro. Cada fuerza en disputa tiene que sacar bien las cuentas de sus reveses y victorias en la primera vuelta. Haddad perdió en estados claves del país, incluso en aquel territorio donde fuera un alcalde con bastantes aciertos, Sao Paulo. A su favor tuvo que los segmentos poblacionales más pobres le auparon, allí donde prácticamente no se le conocía, pero fueron personas que confiaron en el pedido de Lula, votar por Haddad, siguiendo la consigna literal del partido: «Lula es Haddad, Haddad es Lula», pero no todos son tan leales seguidores.
Por tanto, se avecinan 3 semanas difíciles y obviamente decisivas pero ahora en marco estrecho, en un mano a mano entre dos extremos políticos y, por como van los truenos en el escenario mundial, sabemos que estamos en época de elegir a impredecibles personajes con impresentables propuestas programáticas, como es el caso de Bolsonaro.
La pregunta que muchos se hacen es cómo pudo obtener una ventaja tan grande. Hay, como es típico de estos casos, una multiplicidad de factores. En primer lugar, este aspirante sin grandes méritos y demasiados adjetivos peyorativos: que si misógino, homofóbico, racista, violento, y hasta nazi, todos bien justificados por sus acciones y oratoria, se ha aprovechado del rechazo a la corrupción que las grandes masas sienten, porque eso es lo que ven a diario en la tele, leen en los diarios, escuchan por doquier: el PT robó al país y lo puso donde está hoy día. Parte de la campaña de noticias falsas bien construidas que llegó incluso a capitalizar las redes, siendo Whatsapp la plataforma por excelencia de estas elecciones para tales fines, teniendo en cuenta que 120 millones de brasileños la usan.
Bolsonaro se vendió como limpio, incorruptible, hombre de familia, con mano dura que entraría en cintura la podredumbre política. Claro, le apoyó la iglesia evangélica, no la de más alcance o fieles, pero sí de gran poder; además de buena parte de la élite económica que vio como los mercados iban al alza con cada punto porcentual que subía en las encuestas. Este militar que apenas llegó a capitán, pero reverencia a sanguinarios torturadores de la pasada dictadura, se enroló en una campaña que propugnaba el miedo hacia la propuesta de la izquierda, y de esto ya hemos sido testigos a través de otros ejemplos efectivos como Colombia. No importa que sea fascista, le llegan a perdonar algunos comentarios y actitudes verdaderamente despreciables con tal de que relance la economía, de que cambie el estado actual de las cosas. Hay a quienes hasta les atrae que sea tan incendiario, como mismo sucede con su alter ego Donald Trump. La ignorancia política que se vuelve crónica y no sabe distinguir allí donde todo es un vil montaje.
Y si complejo está el panorama presidencial, no menos difícil pinta el legislativo. Este 7 de octubre también se renovaron las dos cámaras del congreso brasileño y el resultado fue de una profunda fragmentación política y un retroceso sin igual para el Partido de los Trabajadores en el Senado, donde se mantuvo a la vanguardia la fuerza que lidera el actual Jefe de Estado de facto Michel Temer. Pero el golpe mayor lo recibió la expresidenta destituida y traicionada por el mismísimo Temer, Dilma Rousseff. Se quedó sin escaño en la Cámara Alta.
No todo está perdido, diría Fito Páez. Pero remontar la opción de extrema derecha ahora exige una hazaña política que demanda una profunda movilización popular en las bases.
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