La sensibilidad lingüística de José Martí está en muchos de sus textos, incluidos sus diarios, como en De Izabal a Zacapa, donde el viajero interpreta diferentes términos y conceptualiza sobre los matices semánticos de vocablos en tierra guatemalteca.
Su vocación lingüística de investigar sobre el origen y usos de las palabras y expresiones está registrada en gran parte de su prolífica obra, en la cual sobresalen artículos, ensayos, epístolas y traducciones.
Este rasgo estilístico se constata, con especial fuerza, en su diario De Izabal a Zacapa, escrito del 26 al 29 de marzo de 1877 en Guatemala, del cual lamentablemente solo se conservan unas pocas páginas.
La observación de las actividades cotidianas de los pobladores en esta zona motiva al graduado de Filosofía y Letras, en España, a incluir explicaciones lexicales y morfosintácticas en su narración, como el uso del vocablo «frijolar» para referirse a la acción de sacar los frijoles de sus vainas.
El recurso del paralelismo sintáctico empleado por él en creaciones posteriores, como la revista La Edad de Oro, aparece fusionado en De Izabal a Zacapa con comentarios lexicales para referirse a coches (cerdos), chucho (perro) y manaca (palma de grandes hojas que sirve para cubrir techos de casas de campo).
Los comentarios martianos sobre las acepciones de un vocablo se entremezclan con su vocación de neólogo, con capacidad para usar con libertad determinados morfemas existentes en la lengua y crear con ellos una nueva palabra.
Martí se apropia del sufijo «or» para crear el vocablo «enfermador», y así enfatizar en la baja calidad de los frijoles que le ofrecen.
En ocasiones emplea otros sufijos, y siguiendo la lógica de la etimología, da vida a nuevos significantes. Así, por ejemplo, con «ado», terminación que indica semejanza o con apariencia de, origina la palabra «abarrilado» para describir el cuerpo de la criada, semejante al de un barril.
En el mismo párrafo el joven de 24 años hace uso del sufijo «esco», que significa «propio de» para fundar el término «idolesco», con el cual también define el rostro de aquella mujer que, al parecer, idolatraba a sus amos.
Estas «monótonas historias», tal y como califica él sus apuntes de viaje, tienen un estilo sintético de períodos cortos y poseen además el mérito de abarcar muestras del lenguaje gestual de algunos personajes con los que se encuentra a su paso.
En ese sentido, le otorga al lenguaje —como símbolo cultural e identitario— la misma importancia de otras esferas como el vestuario, los hábitos sociales o las costumbres culinarias.
Al leer con detenimiento De Izabal a Zacapa se aprecia que el escritor respeta los rasgos tipológicos del habla popular, pues no se modifican, ni se alteran ni se acomodan para cumplir con fines literarios.
Puede afirmarse que no se intercalan en el relato formas, imágenes o expresiones del propio Martí, quien a todas luces dominaba un lenguaje más refinado y culto.
La estancia en Guatemala le sirvió al patriota para fortalecer su pensamiento latinoamericanista y su ideario anticolonialista y de inclusión social.
El diario De Izabal a Zacapa, desde la visión de su escritor, deja de ser una autobiografía centrada en el «yo» para convertirse en un espejo de personajes, realidades y circunstancias colectivas.
*Tomado del libro: Guatemala a segunda vista. Esencias culturales (Ocean Sur, 2020).
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