Los presocráticos usaban túnicas y jamás sospecharon la llegada de Internet. Insistieron, sin embargo, en la importancia de siempre suponer una doble lectura de la realidad. Era importante evaluar los contenidos en un primer momento. Luego, determinar cómo estos se expresaban y qué condiciones eran capaces de recrear. Fueron los primeros en defender un uso sistemático de la reflexión racional. El pensamiento perduró para ellos solo como actividad subjetiva, pero incorporaron al saber occidental importantísimas interrogantes. Dispuesto dejaron para nosotros el espinoso problema de cómo establecer la verdad.
El conflicto político venezolano ha generado en las últimas semanas un volumen creciente de información. No toda aplica, lógicamente, al carácter responsable y ético que debiera ser norma en la gestión editorial de los medios de comunicación, grandes o pequeños. Respiramos ambivalencia. La objetividad se diluye en un tsunami noticiario. Se recurre a un principio de censura por exceso de ruido que legitima la cotranarración de argumentos, el empleo de técnicas de marketing, la manipulación de un diverso conjunto de interpretaciones y altera instantáneamente el curso de los acontecimientos y su significado. Asistimos a un fuego cruzado que implica también el riesgo de la especulación.
El patrón es bastante similar al que se empleó desde 2010 en países como Irán, Libia, Egipto, Siria, Rusia y varias naciones latinoamericanas: formulaciones sociológicas, tecnologías para el control de las subjetividades, psicología de masas, estudios de comportamiento de públicos y medición de expectativas colectivas.
Es peligroso el carácter con que se viene explotando la dimensión cultural en la política. La guerra contemporánea se confirma como una conflictividad en la que se implican, más que armas, sentidos hegemónicos de signo contrario y en invariable enfrentamiento.
El núcleo de la “restauración democrática” que justifican los grandes titulares, disfraza un influjo propagandístico de alcance mayor, con un dilatado radio de actuación ideológica, portador de un enorme poder de movilización y capacidad de conectar las funciones de la sociedad civil con los proyectos que sirven al poder dominante, a sus lógicas, métodos y planes. El adiestramiento en la viralización de voces frescas, la mediatización de las noticias y la colocación al desnudo, desde un ángulo alterado, de las fisuras del adversario, resultan de esta construcción.
En la guerra simbólica, la izquierda posee una reducidísima experiencia y está por ello en una posición desfavorecida. Este singular campo de fuerzas exacerba exponencialmente la capacidad narrativa, la dinámica de consenso y el reclutamiento ideológico. Las relaciones de poder y asociaciones que desata, respaldan, establecen y acompañan en la definición y conservación de horizontes políticos al servicio de la dominación. Álvaro García Linera, el teórico y vicepresidente boliviano, ha dicho que estamos “dando respuestas artesanales ante una batalla altamente industrial”, y le asiste enteramente la razón.
A poco más de una década, persistimos en ignorar el algoritmo de la multipantalla. La segmentación cada vez mayor de los mensajes, la diversificación de los canales de trasmisión y la complejidad de sus códigos, definen el nuevo eje argumental. Algo muy visible en la naturaleza de la embestida mediática que resiste el chavismo.
La propaganda goebbeliana edifica el recurso antidemocrático negando 24 ejercicios electorales en los últimos años. Ignora el llamado al diálogo de una parte de la opinión internacional y construye la parábola del unánime respaldo a Juan Guaidó. Refuta solo algunos hechos principales y reúne pormenorizadamente los detalles que puede manipular con intención. El discurso audiovisual resta veracidad al incuestionable poder de convocatoria del chavismo, al tiempo que insiste en recrear los llamamientos más reaccionarios. Su único fin es el condicionamiento de atmósferas generales que garanticen la transformación de las personas en papeles secundarios de su propio largometraje de ficción.
Este universo es mucho más rocoso y, ocupados como estamos en el día a día, no lo interpretamos correctamente. El nuevo ciclo reaccionario tiene lugar en medio de una modificación sustancial de los contenidos y la armonía de la democracia burguesa clásica. La judicialización y espectacularización de la política revela sus rasgos principales. Los esquemas se están afectando con premeditación a partir de un movimiento calculado, que se corresponde con una fase emergente dentro del ombligo político del capitalismo neoliberal, pendiente de estudios integrales.
Como en el momento en que Lenin escribió El imperialismo, fase superior del capitalismo, la cuestión económica está haciéndose fundamental. Sin ella no es posible entender absolutamente nada en la apreciación de la guerra y la política actuales. La solución de las tareas inmediatas del movimiento por la revolución social en América Latina depende en gran medida de este punto de partida.
Paralelamente a la reinstalación de alegatos tradicionales de las izquierdas en voz de la derecha —la ética, la corrupción, el bienestar mayoritario, la diversificación de las relaciones económicas— es sensato detenerse en la agresividad con que vienen suprimiéndose las distancias evidentes entre democracia y dictadura. La historia se está repitiendo, y no precisamente en forma de comedia. Un paisaje similar al de las décadas de 1930 y los años 70 del pasado siglo. Entonces se trató también de correlación de fuerzas, ambiciones geopolíticas, frenos a las corrientes de liberación y conversión de los adversarios ideológicos en enemigos principales como justificante para su eliminación. Entonces no pudimos advertirlo y ahora pareciera que tampoco.
El escenario se complejiza y acentúa su desvanecimiento. El vínculo medios-cultura-política es un nuevo Leviatán. Las nociones mediante las que interpretamos sistemáticamente las dinámicas de la derecha se están reconstruyendo, pero no están estimulando un efecto similar en los predios de su resistencia. La discapacidad de la crítica para ubicarnos frente a nuestros propios errores, el dogmatismo y el aislacionismo, la falta de entrenamiento para interactuar con conflictos esenciales, el carácter electoralista de los programas, nos colocan ante retrocesos que es perentorio remontar. El camino de recuperación tiene que incluir la devolución del sentido orgánico a la intelectualidad progresista. Extender su campo de lucha y razonamientos, toda vez que acelera su producción simbólica.
Las doctrinas poscoloniales, la epistemología del sur, la teología de la liberación, la educación popular, el pensamiento crítico, el socialismo del siglo XXI, el aclamado posmarxismo, al sobrevalorarse, terminan por jugar al servicio de la dominación. Tienen que encontrar espacios prácticos para confirmarse. Modificar circunstancias concretas, auxiliar el parto de un ejercicio político nuevo, replantear el tema del neocolonialismo y ampliar las categorías que ayuden a superar este intervalo de dispersión que podría hacerse pronunciado.
La contracción de los gobiernos progresistas, a la que se suma ahora una derrota muy seria del Frente Farabundo Martí en El Salvador, incrementa las tensiones. El contexto regional se torna más inestable. El Grupo de Lima, las presiones de la OEA, los repliegues democráticos en Brasil, Argentina y Ecuador, la crisis del sandinismo en Nicaragua, insinúan un marco más amplio, difícil y perturbador. Venezuela es la última muralla que impide concentrar todo el tonelaje de recursos para marchar directamente contra Cuba y Bolivia. Detenta además el carácter de espina dorsal para los mecanismos alternativos de integración regional.
El ataque satírico que amplifica errores, señala al funcionariado público y lo vincula al narcotráfico —flagelo responsable de la elevada miseria y la emigración de cientos de venezolanos—, desvía la mirada del mundo hacia la representación típica de la troika burocrática, militarizada y corrupta que Washington está obligado a combatir por mandato providente. Es la repetida justificación panamericanista. Se percibe además la caballería enfilada hacia la acumulación de relaciones económicas de Rusia y China en Latinoamérica, hecho que algunos ignoran por omisión conveniente.
Venezuela está siendo usada para enviar un mensaje contundente en medio del forcejeo comercial. Una presencia estratégica y pragmática que solo en el caso de China arroja ya resultados visibles, traducidos en un comercio bilateral que alcanzó los 307 400 millones de dólares el pasado año y que lo reafirma como el segundo socio comercial de América Latina. Después de la salida de Siria, el agotamiento afgano, la impedimenta de entrar en Irán, es muy lógico comprender el repliegue de Estados Unidos a su “patio trasero”.
Este rejuego de posibilidades, intereses y capitales se conecta con las claves fundamentales del sistema capitalista. El petróleo persiste como una constante principal. Las acciones de diplomacia pública, el cuestionamiento institucional, la falsa defensa de los derechos de la población, no son más que un ejercicio filantrópico muy barato, que disfraza el hambre de rapiña sobre el patrimonio mineral del país y la región.
La violencia capitalista falsea su proyección. En Venezuela se esclarece la efectividad de la izquierda y su capacidad de influencia, mayor o menor, frente a esa violencia y en la disputa por la hegemonía. No podemos convertir la ecuación en un asunto de cuchillo y tenedor. Distinguir entre la realidad real que vive ese país es, además, desentrañar las formas que está obligada a adoptar la democracia socialista frente al rostro desfigurado, pero rostro al fin, de los poderes financieros.
Una parte de la izquierda se está equivocando mucho, y muy seguidamente. Cambia de bando según soplen los vientos y olvida que “Roma paga a sus traidores, pero los desprecia”.
Apostar a Maduro no es perpetuar la negación del modelo del dirigente comunista. Tampoco el comprometimiento con el militarismo, la burocracia, la corrupción o el totalitarismo, ni el exorcismo del estalinismo tropical. Claramente hay errores tácticos al interior del chavismo de los que podríamos culpar a su dirigencia, pero puestos en una balanza, medidos ante las variables externas que determinan la situación, otras serán las conclusiones.
La retinosis pigmentaria bifurca el pensamiento. Prestarle más atención a las significaciones que a los hechos, no es justamente un acto racional. Niega la existencia objetiva en sus confirmaciones prácticas. Con gran desentrenamiento para la complejidad, se aleja de círculos importantes la perspectiva de hacer revoluciones socialistas de liberación nacional como única solución válida y eficaz a nuestras necesidades.
Más allá de los grandes números, los titulares y las palabras que disputan el entorno de la política, miremos al medio natural en que se desarrolla la vida de los que son los más. Allí, donde se establecen los marcos de la funcionabilidad social, la autonomía y la acumulación de logros y expectativas, es donde hay que ser suficientes en la destrucción de los sistemas de dominación, sus reglas de juego político, su legalidad y sus aparatos ideológicos. Generar cambios radicales que modifiquen en su médula a la sociedad.
Es inaplazable reconsiderar la táctica de plaza sitiada. La resistencia tiene que convertirse en ofensiva y para ello es urgente superar el estribillo que solo propone un horizonte moral y ético superior, y al mismo tiempo coloca la prosperidad y el bienestar desde una representación similar a la capitalista. Esta contradicción raigal convierte al socialismo en una entidad idílica o inalcanzable; juicios y anclajes que no proyectan a una escala histórica ni el panorama clasista ni las pugnas que le son consustanciales.
Las revoluciones no se conforman con ser revolucionarias hasta donde se lo permiten. El ritmo lento de radicalización de los procesos, lejos de estancamientos, arrastra retrocesos. El movimiento histórico no se explica únicamente por la “base económica”. Un pensamiento de corte o alcance socialista se resiste a estas trampas manidas del reformismo. Una revolución merece llamarse así solo si supera invariablemente las condiciones, las plataformas, la reproducción esperable de la vida social y material. Ello implica los medios de producción; pero también la eclosión constante de las relaciones humanas, la afirmación de las acumulaciones culturales suficientemente sintetizadoras, la proyección de modos nuevos de entender la vida cotidiana, la reconstrucción de valores y de los imaginarios de la población. Tenemos que ir más lejos, superar el marco del diseño neocolonial y trascender con hechos la construcción social del adversario.
Los sectores populares expresan grados de saturación e inconformidades perceptibles. Una de las causas pudiera descansar en la exaltada personificación de la política que implicó al interior de los movimientos y partidos de izquierda, en el último período, la degradación de prácticas horizontales, ejercicios distributivos del poder más abarcadores y reproducción de formas asociativas más acordes con las redes culturales, la vida comunal y las expectativas de la gente común que van desplazándose en los diversos estratos de la sociedad.
Lógicamente, no se trata de una apuesta por el anarquismo, tampoco de un corrimiento hacia un centro socialdemócrata. El rol del individuo, el papel del líder, los capitales políticos de esas organizaciones, continúan siendo muy importantes, imprescindibles si se quiere. La fragmentación de las bases populares, su distanciamiento con los cabezales políticos, el deslizamiento dentro de la misma izquierda hacia otros campos de atracción o los rompimientos definitivos, no son aspectos a tratar intempestivamente. En consecuencia, hay que trazar distancias respecto a las expresiones básicas del populismo y el electoralismo latinoamericanos, muy frecuentes desde la pasada centuria y antípodas de los métodos verdaderamente socialistas de gestión del poder y la participación.
Un último comentario. Es preciso desmantelar la idea que presenta la victoria venezolana asegurada a favor del chavismo y también combatir al radicalismo ciego tendente a la confusión y el debilitamiento. Ambas premisas son altamente peligrosas. Impiden actuar de forma coherente, disminuyen la noción del riesgo real y conllevan a enfrentar el fenómeno bajo ópticas que resultan funcionales a la dominación. Los deslindes empiezan a ser sintomáticos. El sacrificio de la reina, en la partida de ajedrez, no impide siempre que se materialice el jaque mate.
No existirá una Venezuela independiente sin el proyecto político del chavismo. No se resolverán de otro modo, a favor de las mayorías, los problemas de acceso a la riqueza, el bienestar y los servicios básicos. Tampoco disminuirán los ya pronunciadísimos niveles de violencia. Hay que oponerse a la insinuación oportunista, falsamente neutral, de los que participan en el coro entreguista.
Las tropas progresistas se encuentran obligadas a reñir con la cortina de humo que se derrama sobre el campo popular. La lucha no puede darse en el marco reducido de las nociones, las alternancias ideológicas, el temor, la incertidumbre y la conservatización del pensamiento social. Todas ellas son propuestas perfectamente estructuradas que le resultan funcionales a la dominación al esquema oligárquico e inducen ritmos y conjugaciones que no afectan el status neocolonialista de la presente situación.
La fuerza política chavista, la misma que dobla en las concentraciones populares a la derecha, está dando la batalla definitiva; asumámoslo sin dramatismos, en pos del socialismo, la centralidad de una nueva política y el horizonte perceptible y en construcción del mundo subdesarrollado. No tendremos segundas oportunidades. El capitalismo neoliberal ha tenido tiempo suficiente para medir potencia, engrasar maquinarias y construir los diagnósticos. La onda expansiva de una derrota de este tipo, retrotraerá las energías a un momento solo comparable con la dispersión que emergió luego del colapso del modelo de socialismo soviético.
El proyecto de cambio de régimen ha incluido hasta la actualidad una pluralidad de instrumentos combinados con el aspecto comunicacional. Está desplegada, además, la opción de una intervención militar. Algunos verbalizan que de no funcionar el acoso mediático y la presión internacional, se llevará adelante mediante ataques quirúrgicos a partir del empleo de tropas aliadas. Se omite el costo de un baño de sangre civil en medio de esta hostilidad para un país de 32 millones de habitantes, portador ya de una elevadísima polarización política y social, y el incalculable costo de introducir el caos en una región que mantuvo distanciamiento de la ola violenta que desde hace años viven África y Medio Oriente.
Universalizamos dimensiones de enfrentamiento, practicamos la solidaridad “como ley primera de los intercambios humanos y las relaciones sociales”, o no podremos enfrentar las lógicas más reaccionarias del capital. Fernando Martínez Heredia razonó mucho, al filo de su vida, sobre esas proyecciones. Nuestras razones civilizatorias están forzadas a ser superiores, por su condicionamiento humano y cultural, y hemos de enfrentar estos asuntos sin temores ni retrocesos. Procurar estabilidad a los cambios de la liberación. Conseguir que el pensamiento social aborde los problemas centrales y se esfuerce por cumplir su función crucial en la realización práctica de la revolución y el socialismo.
Nos venimos preguntado sobre qué es lo mejor para Venezuela. El marco de actuación para un revolucionario en la atmósfera vigente, lo sensato en medio de tanta agitación, es razonar integralmente, llegar a conclusiones, excitar los reaprendizajes, combinar pensamiento y movilización. Muchas preguntas habrá que dejar para luego. Ahora se trata de salir a las calles y al entono virtual a luchar la continuidad de una perspectiva política para el socialismo. No hacerlo definirá que mañana no tengamos un pueblo dispuesto a reconocer nuestras interrogantes. Sacrificaremos a nuestros interlocutores y estaremos solos. Será muy tarde entonces y el imperio vendrá, con furia única, a por todos nosotros.
Tomado de La Jiribilla.
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