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Una alianza rota

15 dic. 2017
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Ecuador vive una crisis a lo interno del partido gobernante Alianza País que ha entrado en una fase más aguda con el retorno a ese territorio hace unas pocas semanas de uno de los antagonistas del conflicto político, el expresidente Rafael Correa. Y más recientemente, con la inculpación y sentencia al vicepresidente Jorge Glas. La situación es bien compleja y afecta, en primerísimo lugar, la credibilidad y futuro del progresismo latinoamericano, y claro está, desestabiliza a la nación suramericana, desconcierta a sus ciudadanos y crea divisiones peligrosas de las que la oposición se aprovecha.

Todo comenzó en el segundo trimestre de este año, con un enfrentamiento ya irreversible entre Lenín Moreno y Correa, que ha dividido al oficialismo en dos facciones y en medio de la diatriba, se paraliza el desarrollo socioeconómico del país. Correístas y leninistas intentan dominar con exclusividad Alianza País, pues la vuelta a Quito del expresidente  a fines de noviembre fue precisamente para participar en una convención partidista que sacase de en medio a Moreno, ya destituido de la presidencia por la organización. En la práctica, el hoy jefe de estado sigue asumiéndose como líder de la fuerza de izquierda y pretende por su lado frenar las aspiraciones del economista que dirigió Ecuador en la última década.

Lenín Moreno ha acusado a Correa de tener ansias de poder y se propone cortarle las alas. Para ello ha impulsado una consulta popular con el fin de impedir definitivamente la reelección presidencial en Ecuador y evitar así el retorno al Palacio de Carondelet de su ahora adversario político.  Correa, quien tras dejar la primera magistratura del país se había ido a Bélgica en plan sabático, ha regresado para «parar la traición» de su sucesor que pretende acabar con la Revolución Ciudadana y establecer alianzas con la derecha. Por supuesto, que no se descarta entonces una eventual decisión de repostularse en 2021. Aquí también se desató la polémica pues Ricardo Patiño, exconsejero de Gobierno de Lenín Moreno, ha afirmado haber sido testigo de que Moreno le dijo a Rafael, anteriormente a la disputa, que le encantaría que fuese candidato a la Presidencia en los próximos comicios para que continuase la Revolución Ciudadana. Siguiendo el dicho popular «donde dije digo, digo Diego», Moreno cree hoy que su antecesor pensaba más en su reelección que en el país, por lo que «parecería que en más de una ocasión hacía la vista gorda sobre la corrupción», que calificó de «galopante» en el tramo final del mandato anterior.

Justamente la primera cruzada de imputaciones, comenzó por el tema económico. Moreno responsabilizó a Correa de la crisis económica que vive la nación, de malos manejos de los recursos públicos y de amparar una red de corrupción. El primero en caer fue un confeso correísta, Jorge Glas, a quien Correa defiende y considera un preso político del leninismo. La respuesta del expresidente Correa a las denuncias de Lenín fue inmediata y ha proferido los peores calificativos para su heredero político: desde «traidor» hasta «impostor profesional». Además del ataque personal, Correa condena la cercanía de Moreno con grupos de la derecha y exmadatarios de trayectoria nefasta en Ecuador, como Abdalá Bucaram, y de revertir proyectos importantes de su legado como la Ley de Medios.

En este minuto, Glas enfrenta una condena de 6 años de prisión por ser encontrado culpable de un delito de asociación ilícita en la trama de corrupción por los sobornos de la empresa brasileña Odebrecht. Esta compañía de construcción ha estado involucrada en una red de pagos ilícitos a nivel regional en más de una decena de países, pero cada caso ha sido manipulado acorde a intereses políticos, unos debidamente silenciados, otros expuestos y usados contra presidentes y otros altos cargos que una élite económica necesita destronar. Como parte del veredicto del juez, Glas deberá pagar, junto a los demás acusados, 33.5 millones de dólares, cifra que se corresponde con el monto de las coimas de la transnacional brasileña a funcionarios ecuatorianos.

Tras el fallo judicial, comienza un largo camino de apelaciones y otros recursos en las distintas instancias para sortear la condena contra el segundo hombre del país que no pretende renunciar a su puesto y no puede ser removido por el presidente pues se trata de un cargo de elección popular. Cuando más, habría que realizarle un juicio político por la Asamblea Nacional para destituirlo. Pero Moreno sí se tomó el trabajo de retirarle —vía decreto ejecutivo— las funciones a su compañero de fórmula.

«La condena es una vulgar y cruel persecución política con las más grandes aberraciones jurídicas. El mundo debe reaccionar. Jorge Glas es totalmente inocente. Busquen ustedes una sola prueba contra él, no existe, se está condenando a inocentes sin pruebas», denunció Correa al conocer la noticia. El exmandatario aseguró además que el caso Glas es parte de una «estrategia regional» y denunció que «la judicialización de la política es la nueva forma de perseguir a los líderes progresistas de América Latina», ello en franca referencia a lo sucedido con los brasileños Luis Ignacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff, así como con la argentina Cristina Fernández.

No han tardado los que simplifican el fenómeno dentro y fuera de los medios de comunicación a una especie de «juego de tronos». Lo cierto es que la ruptura entre los dos rostros del milagro ecuatoriano, de los dos líderes otrora camaradas, es un hecho, y lo que está en duda y en vilo es la continuidad de un proyecto social. Y si bien un proyecto no puede definirse por un solo hombre, los liderazgos son importantes a la hora de marcar el rumbo y sostener su permanencia en el tiempo.

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