Parece haber una competencia global por llevarse el premio a la peor gestión de crisis en tiempos de COVID-19. Mientras algunos como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el de Brasil, Jair Bolsonaro, levantan las críticas mayores por el tamaño de sus ineptitudes, lo disparatado de sus reflexiones públicas en torno a la pandemia y sus desacertadas decisiones, hay unos que actúan con peor saña en la más absoluta reserva. Es el caso del jefe de Estado ecuatoriano, dispuesto a aprovechar la contingencia sanitaria para ponerle fin a todos sus asuntos pendientes con el Fondo Monetario Internacional.
Moreno ha encontrado en la situación generada por el nuevo coronavirus la excusa perfecta a todos sus problemas. La economía ecuatoriana se desploma, como la de todo el mundo matices mediante, y hay que «salvarla». Curiosamente no muestra la misma compasión por los que agonizan y mueren a causa de la enfermedad infecciosa. La provincia de Guayas, con su hasta ayer turística capital guayaquileña hoy convertida en una especie de cementerio público, aún espera una respuesta sentida por parte del mandatario, que se ha resistido a siquiera aceptar la dimensión de la catástrofe.
En poco más de dos meses y medio de conocido el primer caso de contagio, ya el gobierno ecuatoriano ha lanzado dos grupos de medidas de «enfrentamiento» y en cada uno de los paquetes, hay un balance desleal al ámbito sanitario que favorece con creces el cacareado rescate económico. El presidente se ha asesorado muy bien y de antemano ha decretado el Estado de Excepción, que ya entra en su tercer mes de prórroga, una carta esencial para anular toda expresión de descontento social en las calles que pueda surgir de sus iniciativas. En resumen, todos obligatoriamente guardados en casa «por la pandemia» y el ejecutivo sacando de las gavetas todos aquellos decretos rechazados por la ciudadanía y dándole luz verde de un plumazo.
En palabras simples, oportunismo del más bárbaro y con la peor de las justificantes. Si bien es cierto que la economía saldrá muy mal parada de este trance, ya iba mal antes de aparecer el coronavirus. Lo cierto es que cada una de las medidas anunciadas en esta etapa, se corresponden con disposiciones de los acreedores, las conocidas exigencias que hace el FMI a cambio de «generosos» préstamos de millones de dólares.
Tal es la subordinación de la actual administración ecuatoriana a las instituciones financieras internacionales, que priorizó pagar algunos tramos de deuda antes que destinar esa suma a insuflar su frágil sistema de salud, colapsado en grado superlativo. Y en su más reciente anuncio público ha querido vender esa iniciativa como exitosa, porque generó «la confianza necesaria» para nuevos estímulos fiscales, o sea, más dinero a deber que acarrea más recortes a futuro. El círculo de muerte de nunca acabar.
Para que se tenga una idea de lo inescrupuloso de sus ajustes, metió entre col y col la misma medida que causó el estallido social en octubre, por el cual tuvo que hasta abandonar el Palacio de Gobierno y escudarse fuera de la capital para no ser linchado por indígenas y otros segmentos poblacionales indignados con la eliminación a los subsidios de los carburantes. Ahora la presenta con más optimismo e intenta confundir: «una baja en el precio del combustible». Dicho así, luce plausible, pero lo cierto es que trae «regalo» sorpresa. Técnicamente, con la disposición gubernamental, hay un descenso en el precio de gasolina, diésel y demás derivados del petróleo, pero en la práctica, se liberalizan los precios en determinación de la fluctuación del mercado, lo mismo que se pretendía en el octubre siniestro. El anuncio vino acompañado de su dosis de sarcasmo: en este minuto la tasa internacional del crudo es baja, de hecho, se ha venido recuperando un poco después de haber estado en números negativos, lo cual indica que el precio fijado para los ecuatorianos en este minuto sería el que se informó como «bajo». Es el momento «conveniente», según Moreno. ¿Y que sucederá mañana cuando el precio se dispare? El presidente acalla temores con que estableció márgenes de variación de un 5 por ciento y si se afecta algún sector en particular habrá un subsidio «focalizado». El trabalenguas quiere decir que es la misma medida de antes de la COVID-19, con lo cual no tiene nada que ver con la coyuntura y sí con las presiones externas. Además, el contenido del decreto es prácticamente un calco del inicial, con adecuaciones mínimas para no irritar en idéntica magnitud y la gran diferencia es el cuidadoso ejercicio de comunicación política que ha llevado la presentación esta vez de lo determinado en materia de precios y combustibles.
Este tema se hace acompañar de otras decisiones drásticas como la reducción de la jornada laboral. Y de nuevo la cosa no es lo que parece. No se trata de cuidar a los trabajadores, permitiéndoles quedarse más tiempo en casa; trabajar 6 horas en lugar de 8 les hará cobrar 6 horas en lugar de 8, con lo que a todas luces el beneficio no recae en la clase obrera, sino en los que pagan. Menos salario para uno y cero dólares para otros, los que caen el saco de despidos masivos. Cierto que nadie ha hablado de «despidos masivos» pero qué significa cerrar aerolíneas, ferrocarriles, correos y unas 10 empresas públicas en total, sin ninguna coletilla de indemnización o solución a corto plazo para los afectados. Entraron en este grupo también funcionarios del servicio exterior con el cierre de embajadas y la reducción de personal diplomático en otras. Poco a poco está complaciendo a los amantes del sistema económico neoliberal: Estado reducido a su mínima expresión.
Le antecedieron a este pliego de extorsiones al sector público, legislaciones con nombres eufemísticos como la Ley de Apoyo Humanitario, que sienta las bases para lograr presuntos acuerdos entre empleados y empleadores que, siguiendo la línea de esta telenovela, bien se pudiera definir quién saldría ganando en esta aparente conciliación.
Mucho antes de la pandemia, Moreno había pedido a su masa trabajadora el aporte de un mes de trabajo, luego un porcentaje de su salario, más recientemente, invitaba a un esfuerzo más con la contribución del 5 por ciento de las ganancias a las empresas con más de un millón de dólares en utilidades y el mismo impuesto a los ciudadanos con sueldos mayores a 500 dólares, cuando el salario mínimo es de 400. Millonarios y trabajador promedio medidos con la misma vara.
No todo es tan extorsivo, él mismo se redujo el salario de más de 5000 dólares a la mitad y con él a toda su camarilla de gobierno. También ha habido gestos piadosos como el bono a familias vulnerables, ascendente a 60 dólares que habría que multiplicar por arte de magia si se quiere acceder a una canasta básica cuyo costo supera los 700 dólares. Y el otro guiño de «buena voluntad» ha sido que el sector sanitario ha salido ileso de los recortes, faltaría más. Quitarle sería mucha desvergüenza cuando los recursos existentes son extremadamente insuficientes para frenar la propagación de la epidemia y asistir a los infectados.
Y en medio de todo este panorama de carencias y más vueltas de tuerca a un tornillo ya bastante oxidado, alguien recuerda que Lenín Moreno figura en un texto escolar como «ejemplo de solidaridad». Haciendo honores a la verdad, el libro se editó antes de que fuese presidente, cuando se las daba de incondicional a la Revolución Ciudadana, cuando elogiaba a los médicos cubanos y los invitaba a ser parte de la Misión Manuela Espejo de ayuda a personas con discapacidad, no como ahora que los expulsa de su país y es incapaz de rectificar en su decisión en medio de una crisis sanitaria que exige cooperación de todos. En aquel entonces, decía creer en la integración regional y sus amigos eran líderes con proyección progresista, ahora es socio faldero de Estados Unidos y le da la espalda a otrora aliados. El escrito de loa a Moreno se inserta en el acápite de «Cultura del buen vivir: la convivencia social y los aportes», un texto que en este minuto dista mucho de la realidad si se juzga el actuar del Lenín Moreno gobernante.
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