Proposiciones

Un reporte histórico desde dos capitales

22 mar. 2019
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Un reciente viaje a los Estados Unidos, seguido por un viaje a Cuba, hizo posible que yo contribuyera a establecer un cierto «diálogo» entre el fallecido presidente Kennedy y el Primer Ministro Fidel Castro. Desde mi llegada a México, donde escribo este artículo, me han preguntado si las impresiones que derivan de estas entrevistas podrían arrojar alguna luz sobre el asesinato del Presidente y sobre las futuras relaciones entre Lyndon B. Johnson y Castro.

La semana pasada respondí en estas páginas a la primera pregunta mediante la descripción de las reacciones de Fidel Castro, a quien visitaba en el momento de la muerte de John Kennedy. Aquí voy a explorar la segunda cuestión, a partir de la reconstitución del diálogo Kennedy-Castro desde el punto de vista de alguien que fue testigo de ello. Jean Daniel.

 

El presidente Kennedy me recibió en la Casa Blanca el jueves 24 de octubre. La cita estaba programada para las 5:30 p.m. Esperé en la Sala de Conferencias del Gabinete, a las 5:45 y el Presidente, según su costumbre, vino a buscarme para acompañarme hasta su oficina. Se disculpó por el retraso, no tanto como una cortesía o para halagarme, sino para explicar la programación de su tiempo, que parecía estar muy estrictamente organizado. Al pasar por la pequeña sala donde estaba su secretario de trabajo, alcanzamos a ver a través de una ventana francesa a Mrs. Kennedy caminando hacia el jardín privado de la Casa Blanca. El Presidente la llamó para presentarme.

Aún era verano caliente en Washington. El clima era muy cálido, y tanto el Presidente y la señora Kennedy fueron muy ligeros de ropa, mejorando así la impresión de la juventud, encanto y sencillez que contrasta bastante sorprendente a la solemnidad de entrar en estas cámaras de agosto. El Presidente busca en su traje sastre, hablando con rápidos gestos bruscos y con una expresión que por momentos se congela, y llega a ser desconcertante, casi completamente inexpresiva, me invitó a sentarse en el sofá circular que estaba en medio de su oficina. Se sentó en un sillón frente al mismo. La entrevista duraría entre 20-25 minutos, y sólo sería interrumpida por una llamada telefónica breve.

El presidente me preguntó de inmediato cómo estaba la situación en Francia. Después de mi respuesta, habló sobre el general De Gaulle. Lo hizo de una manera relajada, como quien finalmente ha encontrado la paz en la indiferencia después de haber estado por largo tiempo exasperado y fascinado. John Kennedy era un hombre al que le gustaba llegar al corazón de las cosas con rapidez, y tomar decisiones incluso más rápidamente. Pero esto no era posible en lo referido a De Gaulle, quien era más difícil de manejar que Khrushchev. Un día, impaciente y sin poder comprender las razones del General, en un intento por llegar a él y convencerlo, Kennedy llamó directamente a De Gaulle. Todo fue en vano. Curiosamente, sin embargo, a partir de la reciente visita del ministro de relaciones exteriores de De Gaulle, Couve de Murville, a Washington, Kennedy ha dejado de estar tan profundamente preocupado por las relaciones franco-estadounidenses. La verdad es que se ha hecho a la idea de no preocuparse por ellas. De acuerdo con él, hacerlo había sido una pérdida de tiempo.

«Couve de Murville y yo hemos verificado que no estamos de acuerdo en nada», me dijo el Presidente. «Y acordamos que ese tipo de desacuerdo total era difícilmente calculado para crear una floreciente amistad entre dos grandes naciones de Occidente. Llegué a la conclusión de que la estrategia del general De Gaulle, que es incomprensible para mí, requiere una cierta tensión con los Estados Unidos. Al parecer, solo a través de esta tensión es posible restaurar para Europa el deseo de pensar por sí misma y renunciar a su torpe dependencia a la ayuda del dólar norteamericano y la orientación política».

El presidente Kennedy llegó a resumir, con concisión y vigor, los puntos de desacuerdo entre los Estados Unidos y Francia. Sobre el tema de Alemania, la política nuclear, Europa, la idea de «independencia» me dijo lo que desde entonces ha sido de dominio público. Añadió, sin embargo, que Francia tenía una extraña forma de manifestar su independencia, en particular, por ejemplo, en relación al tema de Vietnam y Cuba. Parecía irónico e irritante para él que el Jefe Ejecutivo francés se empeñara en decirle lo que Estados Unidos debe proceder, sin asumir ningún riesgo para sí mismo. Me dijo que no había nadie más agradecido que él de asesoramiento, información, e incluso críticas, pero que eran aún de mayor valor si los amigos que se las ofrecían, se comprometían a su vez en un programa de acción.

Entonces le pregunté a Kennedy lo que cabía esperar de la propuesta del General de Gaulle acerca de su visita los Estados Unidos en febrero próximo. Él respondió: «Absolutamente nada». Pero siguió a esto inmediatamente y con una amplia sonrisa, como si de antemano saboreara el placer de la inminente reunión: «Será emocionante, igualmente. El General de Gaulle es una figura histórica, que es decididamente el hombre más extraño de nuestro tiempo».

Relaciones con Cuba

En este punto, tomé la iniciativa y traje a colación el tema de Vietnam y Cuba, diciendo que los gaullistas no fueron los únicos en Francia que deploraban ciertas erróneas políticas de EE.UU. Señalé que la primera vez que tuve la oportunidad de conocer a John Kennedy, él era senador y acababa de hacer un discurso contundente sobre el tema de Argelia. ¿Las ideas expuestas en ese discurso se han aplicado fielmente en Saigón y La Habana? Aquí mis notas son muy específicas, y voy a dejar que el difunto Presidente hable a través de ellos:

«No tenemos tiempo suficiente para hablar de Vietnam, pero me gustaría conversar contigo acerca de Cuba. Por cierto, nuestra conversación será mucho más interesante a tu regreso, porque Ben Bradlee [periodista de The Newsweek] me dice que estás de paso en tu camino a Cuba.

«De vez en cuando leo algunos artículos de la prensa europea que señalan que nosotros los norteamericanos estamos ciegos a lo que está sucediendo con Cuba. He conocido que el mismo General De Gaulle considera al comunismo en Cuba como nada más que una forma accidental y temporal del deseo de independizarse de los Estados Unidos. Por supuesto, es muy fácil de entender esta “voluntad de independencia” en torno al presidente De Gaulle».

John Kennedy reunión entonces toda su fuerza persuasiva. Puntualizó cada oración con el corto, mecánico gesto que se ha hecho famoso:

«Le digo esto: sabemos perfectamente lo que ha sucedido en Cuba, para desgracia de todos. Desde el principio he seguido con creciente preocupación personalmente el desarrollo de estos acontecimientos. Hay pocos temas a los que he dedicado tan esmerada atención. Mis conclusiones van más allá de los análisis europeos. Esto es lo que creo:

«Creo que no hay país en el mundo, incluyendo las regiones africanas, incluyendo cualquiera y todos los países bajo dominación colonial, donde la colonización económica, la humillación y la explotación fuera peor que en Cuba, en parte debido a las políticas de mi país durante el régimen de Batista. Creo que nosotros creamos, construimos y manufacturamos el movimiento de Castro fuera de toda medida y sin darnos cuenta. Creo que la acumulación de estos errores ha puesto en peligro a toda Latinoamérica. El gran objetivo de la Alianza para el Progreso es revertir esta política desafortunada. Este es uno, sino el más importante de los problemas de la política exterior norteamericana. Puedo asegurarle que he comprendido a los cubanos. Aprobé la proclamación hecha por Fidel en la Sierra Maestra, cuando él justificadamente hizo un llamado a la justicia y especialmente su anhelo de liberar al país de la corrupción. Iré más allá: en cierto grado es como si Batista fuera la encarnación de un número de pecados de los Estados Unidos. Ahora debemos pagar por ellos. En lo relacionado con el régimen de Batista coincido con los primeros revolucionarios cubanos. Eso está perfectamente claro».

Después de un silencio durante el cual fue capaz de notar mi sorpresa e interés, el presidente continuó: « Pero también está claro que el problema ha dejado de ser un problema cubano, y se ha convertido en un problema internacional —es decir, que se ha convertido en un problema con la Unión Soviética—. Soy el presidente de los Estados Unidos y no soy un sociólogo; soy el presidente de una nación libre que tiene ciertas responsabilidades con el Mundo Libre. Sé que Castro traicionó las promesas hechas en la Sierra Maestra, y que ha estado de acuerdo con ser un agente soviético en Latinoamérica. Sé que a través de su error —ya sea sus “ansias de independencia”, su locura o comunismo— el mundo estuvo en el borde de una guerra nuclear en octubre de 1962. Los rusos comprendieron esto muy bien, al menos después de nuestra reacción; pero hasta ahora en lo que concierne a Fidel Castro, debo decir que no sé si él se ha dado cuenta de esto, o incluso si se preocupa por esto». Una sonrisa, entonces: «Puedes decirme si lo ha hecho no cuando regreses. En cualquier caso, las naciones de Latinoamérica no lograrán obtener justicia y progreso por esta vía, quiero decir, por la vía de la subversión comunista. Ellos no llegarán allí yendo de la opresión económica a la dictadura marxista que el propio Castro ha denunciado pocos años atrás. Ahora los Estados Unidos tienen la posibilidad de hacer mucho bien por Latinoamérica, así como el mal que hizo en el pasado; yo diría incluso que solo nosotros tenemos ese poder —bajo la condición esencial de que el comunismo no asuma el poder allí.

Entonces Kemmedy se levantó para indicar que la entrevista había terminado. Yo me disculpé por retenerlo y preguntarle dos preguntas rápidas. La primera: ¿Podría tolerar los Estados Unidos el colectivismo económico? Él respondió: «¿Qué hay sobre Sekou Turé? ¿Y Tito? Recibí al Mariscal Tito hace tres días, y nuestras discusiones fueron muy positivas. Segunda pregunta: ¿Qué espera ganar el gobierno norteamericano del bloqueo? ¿El aislamiento económico a Cuba es un castigo o una maniobra política?

La respuesta de Kennedy: «¿Estás sugiriendo que la efectividad política del bloqueo es incierta?, [sonríe]. Pronto verás si es o no efectivo cuando vayas a Cuba. En cualquier caso, no podemos permitir que la subversión comunista gane en otros países de América Latina. Se necesitan dos diques para contener la expansión soviética: el bloqueo por una parte, y un esfuerzo tremendo orientado al progreso por la otra. Este es el problema en pocas palabras. Ambas batallas son igualmente difíciles». [Silencio] Entonces, un último comentario: «La continuación del bloqueo depende de la continuación de las actividades subversivas».

La entrevista había terminado. No quise sugerir nada, dado que nunca había estado en Cuba y, por otra parte, había oído desde todos los lados historias acerca de las privaciones que sufrían los cubanos debido a la situación de aislamiento económico. Pero pude ver con claridad que John Kennedy tenía sus dudas, y estaba buscando una salida.

Ese misma noche le conté en detalle la conversación a un colega norteamericano —un amigo cercano al presidente Kennedy, a través de quien conseguí esta entrevista— y al editor de The New Republic. Ambos, que conocían al Presidente mil veces mejor que yo, coincidieron en que John F. Kennedy nunca había manifestado con tanta especificidad y con tanta emoción su comprensión de la primera época de la revolución de Castro. Dudaron en esbozar cualquier conclusión política a partir de sus observaciones. Sin embargo, no se sorprendieron de la invitación de Kennedy de volver a verlo a mi regreso de Cuba.

En efecto, John Kennedy desplegó dos características en su ejercicio del poder: primero, un abrumador grado de empirismo y realismo. Un hombre sin una doctrina particular, reaccionaba decididamente ante los acontecimientos, y solo ante los acontecimientos. Nada, excepto el efecto de chocar con un problema, era suficiente para hacerlo llegar a una decisión, y debido a esto, sus decisiones eran impredecibles. En ese sentido, tenía una insaciable necesidad de información, y esta necesidad había aumentado mucho pues la experiencia le había enseñado a no confiar únicamente en los canales oficiales.

Después de esto, me fui a La Habana.                        

Sesión nocturna

En la «Perla de las Antillas, perfumada por el ron y empapada por una triunfante sensualidad», como se describe a Cuba en los folletos turísticos norteamericanos que todavía quedan en los hoteles de La Habana, pasé tres semanas intensas, pero pensando para mí mismo que nunca tendría la posibilidad de encontrarme con Fidel Castro. Conversé con campesinos, escritores y pintores, militantes y contrarrevolucionarios, ministros y embajadores, pero Fidel seguía inaccesible. Fui advertido: él está atiborrado de trabajo; debido al huracán, el gobierno cubano se vio obligado a revisar todo su programa de planificación; y además, no tiene deseos de recibir a ningún periodista, mucho menos uno del Occidente. Prácticamente había renunciado a la esperanza cuando, la noche de lo que pensé sería mi fecha de partida (el caprichoso avión que conecta La Habana con México afortunadamente no salió al día siguiente después de todo), Fidel vino a mi hotel. Había oído de mi entrevista con el Presidente [Kennedy]. Subimos a mi habitación a las 10 de la noche y no la dejamos hasta pasadas las 4 de la mañana siguiente. Aquí comparto solo un pequeño recuento de la parte de la entrevista que constituye la respuesta a las observaciones de John F. Kennedy.

Fidel escuchó con devorador y apasionado interés: se acarició la barba, se encajó la boina hasta los ojos, ajustó su túnica maqui, todo esto mientras me hacía blanco de miles de chispas maliciosas emitidas por sus profundos, vívidos ojos. En algún momento me sentí como si estuviera jugando el rol del compañero/socio con quien se tiene tanto un fuerte deseo de confesarse como de batallar; como si yo mismo personificara en una manera mucho más modesta a ese enemigo íntimo en la Casa Blanca a quien Krushchev describió a Fidel como alguien con quien «es posible hablar». Me hizo repetir tres veces ciertas observaciones, particularmente aquellas en las que Kennedy expresó su crítica al régimen de Batista, aquellas en las que Kennedy expresó su impaciencia en relación a los comentarios atribuidos al general De Gaulle, y finalmente, aquellos en los que el Presidente norteamericano acusaba a Fidel de casi haber provocado una Guerra fatal para toda la humanidad.

Cuando dejé de hablar esperaba una explosión. En cambio, me esperaba un largo silencio, y al final de ese largo silencio, comenzó una calmada, pensada, con frecuencia humorística exposición. No sé si Fidel había cambiado, o si las caricaturas que lo presentan como un hombre malhumorado en la prensa occidental corresponden con la realidad. Solo sé que en ningún momento de aquellos dos días que pasé con él (en los cuales sucedió algo impactante), Castro abandonó su postura y su pose. Aquí también, debo dejar a Castro que hable por sí mismo, reservándome solamente la posibilidad de corregir algunos juicios relacionados con estos dos líderes, basado en mis propias experiencias en Cuba. «Creo que Kennedy es sincero», declaró Fidel. «También creo que expresar hoy esa sinceridad puede tener una significación política. Le explicaré lo que quiero decir. No he olvidado que Kennedy centró su campaña electoral contra Nixon en el tema de mantener la firmeza hacia Cuba. No he olvidado las tácticas maquiavélicas y la equivocación, los intentos de invasión, las presiones, el chantaje, la organización de la contrarrevolución, el bloqueo y, sobre todo, todas las medidas vengativas que impusieron antes, mucho antes de que existiera el pretexto del comunismo. Pero siento que él heredó una situación difícil: no creo que el Presidente de los Estados Unidos sea realmente libre alguna vez, y creo que Kennedy está en estos momentos sintiendo el impacto de su falta de libertad. También creo que él entiende ahora el grado en el que ha sido engañado, en especial, por ejemplo, con la respuesta de Cuba durante la invasión de Bahía de Cochinos. Creo además que es realista: está registrando ahora que es imposible sacudir una varita mágica y hacer que nosotros, y la situación explosiva en toda América Latina, desaparezcan.

¿Por qué se instalaron los misiles?

«Hay un punto en el que quiero darte nueva información. Me he abstenido de hacerlo hasta ahora; pero hoy se intenta asustar a la humanidad con la propagación de la idea de que Cuba, en particular, puede provocar una guerra nuclear, así que siento que el mundo debe conocer la verdadera historia del emplazamiento de los misiles.

«Seis meses antes de que los misiles fueran instalados en Cuba, habíamos recibido un cúmulo de información de que se preparaba una nueva invasión a la isla bajo el patrocinio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), cuyos administradores habían sido humillados con el desastre de Bahía de Cochinos y el espectáculo de haber sido ridiculizados ante los ojos del mundo, y que fueron asi mismo reprendidos dentro de los círculos gubernamentales. También sabíamos que el Pentágono estaba suplantando los preparativos de la CIA con el manto de su autoridad a la CIA con el manto de su autoridad, pero teníamos dudas en cuanto a la actitud del Presidente. Hubo entre nuestros informantes quienes incluso pensaron que sería suficiente con alertar al Presidente y darle así una razón para preocuparse y detener los preparativos. Entonces, un día el yerno de Khrushev, Adzhubei, nos visitó antes de seguir camino hacia Washington por invitación de algunos amigos de Kennedy. A su llegada a Washington, Adzhubei fue recibido por el Jefe Ejecutivo estadounidense y su conversación se centró particularmente en Cuba. Una semana después de esta entrevista, recibimos en La Habana una copia del informe enviado por Adzhubei a Khruschev. Este fue el informe que desencadenó toda la situación.

«¿Qué fue lo que le dijo Kennedy a Adzhubei? Escucha ahora cuidadosamente, porque es muy importante: le dijo que la nueva situación en Cuba era intolerable para los Estados Unidos, que el gobierno norteamericano había decidido que no la toleraría por mucho más tiempo, le dijo además que la coexistencia pacífica estaba seriamente comprometida debido a que las «influencias soviéticas» en Cuba habían alterado el balance de fuerzas, que destruía el equilibrio acordado [en este punto Castro enfatizó su discurso pronunciando cada sílaba por separadamente] Kennedy le recordó a los rusos que los Estados Unidos no habían intervenido en Hungría, en lo que constituyó una demanda obvia de no intervención rusa en caso de una posible invasión. Para asegurarse, la palabra «invasión» no fue mencionada y Adzhubei, en ese momento, sin tener ninguna información de contexto, no pudo llegar a las mismas conclusiones a las que llegamos nosotros. Pero cuando le enviamos a Khrushchev toda la información previa que teníamos, los rusos comenzaron a interpretar la conversación Kennedy-Adzhubei de la forma en que nosotros la veíamos y fueron hasta la fuente de nuestra información. A fines de mes, los gobiernos ruso y cubano habían llegado a la convicción definitiva de que podía tener lugar una invasión de un momento a otro. Esa es la verdad.

«¿Qué podía hacerse? ¿Cómo podíamos prevenir la invasión? Descubrimos que Khrushchev estaba preocupado por los mismos asuntos que nos preocupaban a nosotros. Nos preguntó qué queríamos. Le respondimos: haga lo que sea necesario para para convencer a los Estados Unidos de que cualquier ataque contra Cuba es lo mismo que un ataque contra la Unión Soviética. ¿Y cómo conseguir ese objetivo? Todas nuestras reflexiones y discusiones giraron alrededor de este punto. Nosotros pensamos en una declaración, una alianza, ayuda militar convencional. Los rusos nos explicaron que su inquietud tenía dos partes: primero, querían salvar a la revolución cubana (en otras palabras, su honor socialista ante los ojos del mundo), y al mismo tiempo, querían evitar un conflicto mundial. Ellos razonaron que si su apoyo llegaba al grado de la ayuda militar convencional, los Estados Unidos no dudarían en inicial una invasión, en cuyo caso Rusia se vería obligada a tomar represalias y esto inevitablemente daría inicio a una guerra mundial».

En este punto, le interrumpí para preguntarle cómo Cuba podría estar absolutamente segura de la intervención soviética. Después de todo, le dije, Stalin «abandonó» a Markos, el jefe de la Resistencia Comunista griega, porque una ayuda de ese tipo traería conflictos con la predominancia de las zonas de influencia.

«Lo sé», respondió Castro, «pero las dos situaciones no pueden compararse». Entonces continuó:

«Rusia estaba profundamente comprometida con nosotros. Además, desde entonces hemos tenido todas las pruebas de la inmensa solidaridad del pueblo soviético y sus dirigentes. Puedes ver pro ti miso cuán claramente se manifiesta esa solidaridad. Hay algo más, espacialmente relacionado con Stalin. Cuando estuve en la Unión Soviética y otros fuera de Rusia le reprocharon a Khrushchev por tomar una posición más conciliadora que Stalin hacia los capitalistas, él [Khrushchev] me confió varios ejemplos, que no te repetiré, ejemplificando la prudencia, incluso la renuncia de Stalin. Él me dijo —y yo le creo— que Stalin nunca hubiera emplazado los misiles en Cuba.

«Es verdad que entonces otras facciones decían que la verdadera razón por la que se habían instalado los misiles se debía a algunos problemas internos que estaban llevando a los rusos a usarnos para provocar a los Estados Unidos». Estoy aquí para decirte que los rusos no querían y no quieren hoy la Guerra. Solo se necesita visitarlos en su territorio, mirarlos en el trabajo, compartir sus preocupaciones económicas, admirar los intensos esfuerzos para elevar las condiciones de vida de los obreros, para comprender claramente que ellos están lejos, muy lejos, de cualquier idea de provocación o dominación. Sin embargo, la Rusia soviética confrontó dos alternativas: una Guerra absolutamente inevitable (debido a sus compromisos y sus posiciones en el mundo socialista), si la Revolución Cubana era atacada; o el riesgo de una guerra si los Estados Unidos, al rehusarse a retirarse frente a los misiles, no renunciara al intento de destruir Cuba. Ellos eligieron la solidaridad socialista y el riesgo de guerra.

«Bajo estas circunstancias, ¿cómo podríamos habernos rehusado los cubanos a compartir los riesgos que tomaban para salvarnos? Esto fue, en el análisis final, una cuestión de honor, ¿no crees? ¿No crees que el honor tiene importancia en la política? Piensas que somos románticos, ¿no?, ¿y por qué no? En cualquier caso, somos militantes. En una palabra, nosotros aceptamos el emplazamiento de los misiles. Y puede añadirse aquí que para los cubanos no representaba mucha diferencia morir por el bombardeo tradicional que por alguna bomba de hidrógeno. Sin embargo, nosotros no jugamos con la paz mundial. Fueron los Estados Unidos quienes amenazaron la paz de la humanidad al utilizar la amenaza de guerra para contener las revoluciones.

«Así, en junio de 1962, mi hermano Raúl Castro y Che Guevara fueron a Moscú a discutir las vías y medios de instalación de los misiles. El convoy llegó por el mar en tres semanas. Los Estados Unidos pudieron enterarse de que las armas habían sido embarcadas, por supuesto; pero les llevó dos meses descubrir que estas armas eran misiles guiados. Dos meses… en otras palabras, más tiempo de lo que habíamos calculado. Debido, por supuesto, a que nuestra intención era intimidar, no agredir».

Alianza para el Progreso

La conversación giró ahora hacia la Alianza para el Progreso. «De cierta forma», dijo Castro, «era una buena idea, que marcó una suerte de progreso. Incluso si se puede decir que era algo que debió hacerse hace mucho tiempo, que fue tímido, concebido bajo presión en el fragor del momento… a pesar de todo estoy dispuesto a aceptar la idea de que constituye un esfuerzo para adaptarse al extraordinariamente rápido curso de los eventos en Latinoamérica. Como, por ejemplo, lo que leímos en los periódicos esta mañana —¿viste las noticias?—. ¿Que Argentina está nacionalizando su industria petrolera? ¡El gobierno argentino! ¿Comprendes lo que eso significa? Esto provocará más conmoción en la bolsa de Nueva York que el castrismo. ¡La Iglesia Católica y los militares conservadores en Argentina, las facciones más estrechamente ligadas a los intereses norteamericanos! Se habla de nacionalizar las industrias allí, de reforma agraria acá… Si la Alianza para el Progreso provoca esos desarrollos, entonces no lo está haciendo tan mal; todas estas cosas están en consonancia con las aspiraciones del pueblo. Puedo mirar atrás a los días de Eisenhower, o de Nixon, y recordar el furor que se desató en Estados Unidos cuando Cuba decretó la reforma agraria que iba a aplicarse, recuerde esto, solo a los latifundistas dueños de más de 200 000 hectáreas de tierra. Y sin embargo la reacción de los monopolios fue terrible en aquel momento. En la actualidad, en otros países de Latinoamérica, debido a que se utiliza la bandera del comunismo como si fuera el coco, la reacción de los monopolios norteamericanos es más astuta. Ellos van a elegir a un testaferro, y gobernar indirectamente. Pero habrá dificultades.

«Es por eso que las buenas ideas de Kennedy no van a producir ningún resultado. Eso es fácil comprenderlo, y en este punto seguramente él está consciente de esto porque, como le dije, es realista. Durante año la política norteamericana —no el gobierno, sino los monopolios y el Pentágono— han apoyado las oligarquías latinoamericanas. Todo el prestigio, los dólares y el poder han sido manejados por una clase que Kennedy ha descrito al hablar de Batista.

«De repente llega un Presidente a escena que intenta apoyar los intereses de otras clases (que no tienen los mismos niveles de acceso al poder) para darle varios países de Latinoamérica la impresión de que Estados Unidos ya no apoya a los dictadores, de manera que no se necesita empezar otras revoluciones del tipo de la de Castro. ¿Qué sucede entonces? Los monopolios ven que sus intereses están un poco comprometidos (solo un poco, pero comprometidos); el Pentágono piensa que las bases estratégicas estás en peligro; las poderosas oligarquías en todos los países latinoamericanos alertan a sus amigos norteamericanos; sabotean la nueva política; y en poco tiempo, Kennedy tiene a todo el mundo en su contra. Los pocos presidentes liberales, o supuestamente liberales, que fueron elegidos como instrumentos de la nueva política, son expulsados de sus oficinas, como sucedió con Bosch en Santo Domingo, o si no, sufren una transformación. Betancourt, por ejemplo, no era un Batista; ahora se ha convertido en uno.

«Viendo todas estas cosas, ¿cómo puede pensar seriamente el gobierno norteamericano que la subversión de Cuba es la raíz de las explosiones que se están sucediendo en el sur del continente? En Venezuela, por ejemplo, ¿estás familiarizado con la situación allí? ¿Crees que los venezolanos nos necesitan para comprender lo que está sucediendo en su país? ¿Crees que no tenemos suficientes problemas de nuestra parte? Ahora mismo solo pido una cosa: Déjennos en paz para mejorar la situación económica de nuestro país, para llevar a la práctica lo que hemos planeado, para educar a nuestros jóvenes. Esto no quiere decir que nosotros no seamos solidarios con las naciones que se encuentran luchando y sufriendo, como el pueblo venezolano. Pero de esas naciones depende decidir lo que quieren, y si ellos eligen otro tipo de gobierno diferente del nuestro, eso no es asunto nuestro».

Siempre hemos vivido en peligro

Le pregunté a Fidel a dónde iría a parar todo esto. ¿Cómo se desarrollaría la situación? Incluso si los Estados Unidos utilizan contra ustedes el fantasma del comunismo, de todas formas, sigue siendo cierto que ustedes han elegido el comunismo, que su economía y su seguridad dependen de la Unión Soviética, y que aun si no tienen otros motives para esta asociación, los Estados Unidos consideran que ustedes forman parte de una estrategia internacional, que constituyen una base soviética en un mundo donde la paz depende del respeto mutuo por la tácita división de las zonas de influencia.

«No quiero hablar de nuestros vínculos con la Unión Soviética», me interrumpe Fidel Castro. «Lo encuentro indecente. No tenemos nada más que sentimientos de fraternidad y una profunda y total gratitud hacia la URSS. Los rusos están haciendo esfuerzos extraordinarios en bien nuestro, esfuerzos que a veces les cuestan mucho. Pero nosotros tenemos nuestras propias políticas que tal vez no siempre sean iguales (esto lo hemos probado) a las de la URSS. Me niego a detenerme en este punto, porque pedirme que diga que no soy un peón en el tablero de ajedrez soviético es algo así como pedirle a una mujer gritar en voz alta en la plaza pública que no es una prostituta.

«Si los Estados Unidos ven el problema de la manera en que tú lo has expuesto, entonces tienes razón, no hay salida. ¿Pero quién es el perdedor en ese último análisis? Ellos lo han intentado todo contra nosotros, todo, absolutamente todo, y todavía seguimos vivos y mejorando día a día; todavía estamos de pie, y tenemos previsto celebrar con más festividades de lo habitual, el 1ro. de enero de 1964, ¡el quinto aniversario de la Revolución Cubana! La política norteamericana de aislarnos económicamente es menos efectiva cada día que pasa; estamos incrementando nuestro comercio con el resto del mundo. ¡Incluso con España! Recién hemos vendido un cargamento de 300 000 toneladas de azúcar a los españoles. Lejos de desanimarnos, el bloqueo está manteniendo la atmósfera revolucionaria que necesitamos para fortalecer la columna vertebral del país. ¿Estamos en peligro? Siempre hemos vivido con el peligro. Sin decir nada del hecho de que no tienes idea de cuántos amigos uno encuentra en el mundo cuando eres perseguido por los Estados Unidos. No, realmente, por todas esas razones, nosotros no somos los suplicantes, no le pedimos nada. Te diré algo más: desde la ruptura y el bloqueo, nos hemos olvidado de los Estados Unidos. No sentimos ni odio ni resentimiento más, simplemente no pensamos en los EE.UU. ¡Cuando pienso en todos os problemas que las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos pueden provocar! El embajador suizo representa a los EE.UU. en la actualidad. Yo prefiero lidiar con él que con 200 miembros de una embajada, entre los que seguramente se infiltrarán algunos espías.

«He conversado contigo como un revolucionario cubano. Pero también debo hablarte como un amante de la paz, y desde este punto de vista creo que los Estados Unidos son un país muy importante como para no influir en la paz mundial. No puedo evitar tener la esperanza, por tanto, de que un líder vendrá a la delantera en América del Norte (Kennedy, ¿por qué no?, tiene muchas cosas a su favor) que tendrá el coraje de lidiar con la impopularidad, combatirá a los monopolios, dirá la verdad y, lo más importante, dejará a las naciones actuar como ellas decidan. No pido nada: ni dólares, ni asistencia, ni diplomáticos, ni banqueros ni militares, solo la paz, y ser aceptados como somos. Somos socialistas, los Estados Unidos son un país capitalista, los países latinoamericanos elegirán lo que quieren ser. Al mismo tiempo, que los Estados Unidos venden trigo a los rusos, Canadá está comerciando con China, De Gaulle respeta a Ben Bella, ¿por qué tiene que ser imposible hacer entender a los norteamericanos que el socialismo lleva, no a la hostilidad contra ellos, sino a la coexistencia? ¿Por qué no soy Tito o Sekou Touré? Debido a que los rusos no nos han hecho ningún perjuicio, como los yugoslavos y los guineanos se han quejado en el pasado, y porque los estadounidenses no nos han dado ninguno de los beneficios para los que estas dos naciones se felicitan hoy.

«En cuanto a este asunto de temer las intenciones soviéticas en América Latina a través de actividades subversivas en Cuba, esto es sólo la atribución a los demás del propio deseo de dominar. Usted mismo ha dicho hace un rato que los rusos habían tenido suficiente de su involucración con los cubanos. Económicamente es algo obvio, hablando desde un punto de vista militar, es mejor no forzar a las naciones a buscar la ayuda rusa. Realmente, me parece que un hombre como Kennedy es capaza de comprender que no es interés de los Estados Unidos proseguir una política que solo puede llevar a un punto muerto. Hasta donde nos interesa, todo puede ser restaurado a la normalidad sobre bases del mutuo respeto y la soberanía».

En conclusión, Fidel Castro me dijo: «Puesto que usted va a ver Kennedy, de nuevo, ser un emisario de la paz, a pesar de todo. Quiero ser claro: no quiero nada, no espero nada, y como un revolucionario la situación actual no me desagrada. Pero como hombre y como estadista, es mi deber indicar cuáles son las bases para la comprensión puede ser».

Todo esto se dijo dos días antes de la muerte del presidente Kennedy.

 

Nota. Publicado inicialmente en The New Republic, el 14 de diciembre de 1963.

 

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