Contrapunteo

Trump y la estrategia del caos

28 ago. 2020
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El proceso de elecciones presidenciales en Estados Unidos se desarrolla en un contexto sin precedentes en la historia de esa nación. El pueblo estadounidense participará en unos comicios marcados por los efectos devastadores de la pandemia, las implicaciones del racismo sistémico y  la crisis económica más severa desde la Gran Depresión que según el New York Times se evidencia en los siguientes indicadores: caída récord del PIB en 9.5% en los últimos tres meses, 30 millones de personas han solicitado ayuda por estar desempleados y el gasto del consumidor ha decrecido en 10.1%.

A este complejo panorama se añade la obsesión de un presidente por reelegirse que ha llegado al extremo de quebrar las normas básicas que imperan en ese país sobre lo “políticamente correcto” y parecería que en este empeño no tiene límites visibles.  A partir de esas circunstancias objetivas, Donald Trump y su equipo de campaña hace un tiempo concluyeron que no tenían posibilidades de ganar las elecciones en noviembre. Por lo tanto, decidieron que la única opción realista para imponerse sería el despliegue de una estrategia que desconociera y atacara los fundamentos del sistema electoral.

El plan está centrado en cuatro pilares fundamentales: desestimular y obstaculizar la participación de votantes que favorecen o se inclinan por el candidato demócrata; sabotear el funcionamiento del servicio postal; impedir que se creen las condiciones logísticas necesarias en los centros de votación y presionar directamente a las autoridades electorales a nivel local.

Esta concepción parte de la premisa que ese país no está preparado para enfrentar las exigencias y desafíos que ha impuesto la COVID -19 a los comicios presidenciales. Las recientes elecciones primarias fueron una clara muestra de la gravedad de esta situación. Entre los principales problemas sobresalieron: retraso en la llegada de las boletas enviadas por correo, demora excesiva en el conteo de los votos, cierre masivo de centros de votación, requerimientos innecesarios para votar, largas colas, colapso de sitios webs electorales y votantes que no sabían dónde ejercer el sufragio. Esto provocó que en algunos condados de estados decisivos como Wisconsin y Pennsylvania los resultados tardaran diez días en conocerse.  

Esta realidad es un adelanto en pequeña escala de lo que podría ocurrir el 3 de noviembre. Todo esto fue posible debido a los serios problemas estructurales, organizativos y funcionales de un sistema electoral estadounidense que está al borde del colapso. Cuando apenas faltan dos meses para el primer martes de noviembre, lo más peligroso es que no existe la posibilidad real de revertir esta situación. Trump y su equipo interpretan que estas vulnerabilidades constituyen oportunidades únicas para lograr sus propósitos. Por lo tanto, no basta con que las condiciones objetivas del país favorezcan a Joe Biden debido a que los republicanos tienen la capacidad de incidir en tres aspectos que resultan estratégicos: la decisión de votar o no, el ejercicio propiamente del voto y en su conteo. 

Con relación al desestímulo de los votantes, las acciones están enfocadas en crear un ambiente de falta de confianza y credibilidad en el proceso electoral. Su principal exponente es Trump, quien durante un evento en Wisconsin enfatizó: “la única manera en que nosotros perdemos estas elecciones es si son manipuladas”. Contemplar el fraude como una posibilidad real e inevitable, constituye el eje central de esta campaña de desinformación que no solo promueve la confusión y el caos sino que tiene como objetivo final preparar psicológicamente al pueblo estadounidense para que parezca natural que Trump se autoproclame ganador ante supuestas irregularidades electorales.     

Según una encuesta realizada entre el 9 y 12 de agosto por Wall Street Journal y NBC News, el 45% de los votantes registrados no confían en que los resultados de las elecciones sean exactos y el 51% considera que el voto por correo no será contado adecuadamente. El ambiente de desconfianza y la percepción de fraude ya está presente en el electorado estadounidense, tendencia que debe profundizarse a medida que se acerque el 3 de noviembre.   

Las maniobras para obstaculizar la participación en las urnas están estrechamente vinculadas a impedir que el Servicio Postal de Estados Unidos pueda garantizar la entrega de las boletas y su posterior distribución en los lugares habilitados para el conteo de los votos. En estos momentos, esa institución federal está en una situación crítica al no tener la infraestructura necesaria para manejar adecuadamente y en los tiempos requeridos un flujo estimado en decenas de millones de boletas. Por esa razón, los demócratas están presionando para aprobar un fondo de emergencia de 25 mil millones de dólares para que esa agencia pueda funcionar. 

Por su parte, Trump hace apenas tres meses designó al frente del correo postal a Louis DeJoy, quien es su aliado incondicional y ha donado para sus campañas políticas más de 2 millones de dólares. Su objetivo al frente de esa institución es obstaculizar su funcionamiento para contribuir a que ocurran las siguientes situaciones: que a los votantes por correo no le lleguen sus boletas o en el mejor de los casos que arriben atrasadas, que no sean recogidas una vez ejercido el voto y que no se envíen a los centros de votación dentro de los plazos de tiempo establecidos, lo que impediría que sean contadas.

Esto podría suceder con cientos de miles de boletas de potenciales votantes demócratas y en las circunstancias actuales, los republicanos tienen la capacidad real de incidir en este proceso. De acuerdo a la Conferencia Nacional de Legislaturas Estatales, hay 33 estados que exigen que las boletas deben ser recibidas por las autoridades electorales el día antes de las elecciones. Paralelamente, el Comité Nacional Republicano y grupos conservadores han gastado millones de dólares en la presentación de litigios en al menos 17 estados para limitar la expansión del voto por correo que es considerado por el candidato republicano como su principal desafío.

Sobre las condiciones logísticas en los centros de votación, las acciones están dirigidas a  obstaculizar que estas instalaciones desarrollen su trabajo con celeridad, lo que tendría un impacto significativo en su capacidad para el procesamiento y conteo de las boletas. En estos momentos, se requieren principalmente máquinas de alta velocidad para el escaneo y contratar gran cantidad de personal debido a que según el Centro para la Integridad Pública más de la mitad de los que laboran habitualmente en estos lugares son personas vulnerables a la COVID – 19 por ser mayores de 61 años. Si estas problemáticas no tienen solución antes de noviembre, es altamente probable que varios estados se demoren días en divulgar los resultados, lo que es funcional a los intereses de Trump como parte de la promoción del caos.  

Sobre las acciones de intimidación y presión a las autoridades electorales locales, la campaña de Trump y el Comité Nacional Republicano están trabajando intensamente en 15 estados para reclutar alrededor de 50 000 voluntarios que serían entrenados para desempeñarse como “observadores electorales”. En la práctica, estas personas incidirán directamente en los centros de votación y su entorno más cercano para asegurarse que en estos lugares se haga un “control más estricto de los votantes” fundamentalmente negros, latinos y jóvenes. En determinados estados decisivos que se ganan por un estrecho margen, no es descartable que este tipo de tácticas intimidatorias sean determinantes. Debe recordarse que en las elecciones del 2000, en la Florida la diferencia fue de 537 votos y hubo que esperar más de un mes para conocer el resultado final.

En cualquier caso, la estrategia de Trump contribuirá a que en estas elecciones sea más difícil votar, sea más complicado el escrutinio y probablemente el resultado oficial pueda tardar varios días. A partir de estos elementos, puede asegurarse que en términos prácticos está en curso un proceso de “secuestro” de las elecciones presidenciales y estamos en presencia de un candidato que ya se proclama vencedor sin todavía haberse contado ningún voto. Nunca esa nación ha enfrentado una situación de esta naturaleza. Por ello, no hay claridad sobre las eventuales       implicaciones para Estados Unidos y el mundo de lo que algunos han llamado como un posible “Chernóbil electoral”. Tal vez por estas razones, Bernie Sanders en su reciente intervención en la Convención Nacional Demócrata dijo: “esta elección es la más importante en la historia moderna de este país”.

Tomado de: Progreso Semanal
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