Contrapunteo

Trump se juega el trono en 2020

8 ene. 2020
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Comienza 2020 con los ojos del mundo en el juicio político de Donald Trump. Tal es así, que el mismísimo presidente estadounidense, al saberse la comidilla global, ha decidido forzar a los mirones a que giren la cabeza hacia otro lado. Bombas sobre Iraq, un alto general iraní asesinado y, según la óptica Trump, problema resuelto, pues hay demasiada preocupación por el peligro que revestiría una guerra frontal —y su alcance nuclear— con Irán como para seguir con la letanía de los pendientes jurídicos del número uno en Washington.

En medio de los ecos beligerantes, la preocupación en suelo norteamericano no gira en torno a la destitución del magnate con poderes de Estado, bastante improbable, por cierto. La gran incógnita es si este proceso de impeachment determinará o no en su reelección. Sí, porque este es un año electoral para Estados Unidos, donde sus ciudadanos decidirán si cambian al ocupante de la Casa Blanca o si tendremos Trump presidente por 4 años más. Lo que pone a muchos a pensar: ¿podría Trump ganar por segunda vez la presidencia en 2020 a pesar del enjuiciamiento?

Pasando factura a su gestión inicial, no ha transcurrido un solo día sin que dé qué hablar. Podría definirse como una máquina de generar controversia. Dentro y fuera de sus predios, le han llovido críticas, ha llegado a ser mal visto y hasta repudiado. A menudo se le compara con una rata, una gallina o un bebé malcriado. Ha sobrepasado todos los límites de un gobernante, no respeta protocolos, pierde fácil los estribos y se vuelve grosero, rompe constantemente las reglas preestablecidas para los de su envergadura política. Para rematar, ha sido acusado por la Cámara de Representantes de abuso de poder y obstrucción al Congreso, dos de los cargos que sobrevivieron de otros tantos que le imputaron sus adversarios. Todo un panorama que parecería conducir a una derrota segura en un segundo escrutinio en urnas. Sin embargo, nadie podría asegurar que perderá en las elecciones venideras; tampoco que gane al seguro. Más allá de las dudas, es muy fuerte el temor de que los estadounidenses renueven su voto de confianza en el presidente más insólito que ha tenido la superpotencia.

¿Cuáles son sus fortalezas, en medio de las tantísimas razones que hay para expulsarlo de una vez y por todas del escenario político y enmendar el error electoral de 2016? La primera y a la que él mismo le apuesta por encima de todas es la economía. No pocos le votaron en 2016 confiados en que, si ha sabido ser un exitoso hombre de negocios, podría hacer igualmente rentable las finanzas nacionales y multiplicar su don de empresario en cada estadounidense promedio. Trump se aferró a esa idea en su discurso y la ha mantenido hasta hoy. Ciertamente, no se administra un país como una empresa propia, pero hay índices reales de prosperidad, que le dan al ciudadano la percepción, que desafortunadamente casi siempre pesa más que la realidad, de que la situación económica va viento en popa. Al punto de que se extiende la idea de: ¿qué es preferible, un cheque jugoso a fin de mes o un presidente, digamos que, con más honor? Quizás aquí se encierra el dilema central: economía saludable —que tiene mucho más de construcción discursiva y mediática que de impacto real— o un líder menos impresentable.

Para otro segmento de sus seguidores, las excentricidades de Trump no son más que una muestra de sinceridad. Aplauden que diga lo que piense sin mayores cuidados porque consideran que el resto de los políticos es un tanto hipócrita, él en cambio, «se comporta como un ser humano real que tiene momentos de contrariedad».

La idea recurrente de «América grande», «América primero», sigue surtiendo, como en sus inicios de campaña, el efecto deseado. Para buena parte de los habitantes de la nación más poderosa económica, militar y políticamente hablando, resulta necesario un Jefe de Estado «fuerte» que exacerbe el ombliguismo de sus ciudadanos y la magnificencia de su «país de ensueños».

Mientras la comunidad internacional condena las actitudes de Trump que irrespeta los compromisos globales, destroza unilateralmente acuerdos y alianzas, en casa no pocos le celebran su canto al nacionalismo y al proteccionismo económico. Los más decepcionados son los europeos, tan amigos ayer y hoy pagando las excentricidades del rompe grupo en jefe. 

Y créalo o no, a pesar de lo belicoso de su conducta, Donald Trump no ha enrolado a su ejército en ninguna nueva contienda bélica. Una sentencia que pende de un hilo, luego que desatara su furia contra Irán, buscando a todas luces una cortina de humo que reste lugar al impeachment. Nueva guerra no, por el momento, pero no le ha temblado la mano para ordenar acciones en extremo violentas en las confrontaciones de vieja data. Aquí no cuenta toda la guerra sucia o métodos no convencionales de dominación en los que sí se ha extremado en el propio Oriente Medio, incluso en Asia y, con más odio, en América Latina.

La mano dura, que más que dura es de infinita crueldad, contra los migrantes, y el Muro, su más cacareada obsesión, son de esos temas que han provocado la mayor polarización en el país. Mientras encarcela niños, y algunos mueren por las condiciones de aprensión, el núcleo duro de cercanos le vitorea la iniciativa de cierre de fronteras para el extranjero.

Y así han pasado los primeros 4 años para este personaje impredecible que ya cuenta en su aval con el título de tercer presidente de Estados Unidos en ser sometido a un juicio político. Podría haber significado el fin para cualquier otro mandatario, pero lo politizado y electorero del proceso, además del matiz partidista del fenómeno le han proporcionado un bote salvavidas al acusado. De paso, Trump aprovecha y se vende como víctima.

Todo conduce a que Donald Trump será absuelto por un Senado dominado por los republicanos que ya cerraron filas con su presidente en la primera votación en la Cámara Baja, la que dio luz verde al juicio, aunque a lo interno de su tolda tenga más de un correligionario en contra. A los demócratas el impeachment puede pesarles factura, por usarlo como estrategia electoral, o bien ser su carta de triunfo, si saben jugar la partida. Hay que tener en cuenta que la trama ucraniana que dio pie al enjuiciamiento, se parece demasiado al escándalo de intromisión rusa en los comicios de 2016, sin embargo, la propuesta de destitución se materializa ahora a las puertas de la reelección, con bastantes matices oportunistas.

En resumen, ni tan querido ni tan odiado, en medio de un escenario de bastante incertidumbre mientras no se defina quién será el contrincante del bando azul para la cita del próximo noviembre: ¿de nuevo una mujer, un prosocialista, otro multimillonario o acaso un millenial gay? ¿O definitivamente Joe Biden sobrevvirá al «ucraniagate» y será la apuesta anti Trump?

No perder de vista que vivimos una época en la que comienza a volverse norma el rechazo a los políticos tradicionales y la emergencia de figuras antisistema, más afines a la era de noticias y perfiles falsos, aunque al final esos llamados «outsiders» sean más de lo mismo. Claro que, con Trump no hay pronóstico posible porque se rompieron todos los moldes. No era el favorito en 2016 y ahora mismo es una verdadera caja de sorpresas. Él no es el único impredecible, la sociedad de hoy con sus acciones y decisiones, deja a más de uno con la boca abierta. Restan 10 meses para que cada parte haga de las suyas en este juego de tronos a la americana.

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