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Tinísima nuestra y de América Latina

5 mar. 2019
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Adelantada a su época tanto como para provocar los murmullos y la exaltación de sus contemporáneos, Tina Modotti vivió una vida apasionante que no pocos escritores han deseado escribir. Nació en la bellísima Italia, el  16 de agosto de 1896  aunque no en la parte más colorida y lujosa sino en Údine, una pequeña ciudad donde las fábricas de textiles componían el paisaje.  Su padre era Giusseppe Moddotti, mecánico de profesión, y su madre Assunta Mondini, ama de casa de nacimiento.

Impulsado por la pobreza y la falta de trabajo, su padre tuvo que emigrar hacia Estados Unidos y Tina con apenas 12 años se convirtió en el principal sustento de la familia al trabajar en una fábrica para hilar seda.

A los 17 años le tocó su turno para embarcar en un viaje que no concluiría al tocar puerto estadounidense sino que se extendería a toda su existencia y que la convertiría en ese ser cosmopolita y  excepcional.

Se asentó en San Francisco donde ya su padre y su hermana vivían por lo que encontró trabajo rápidamente como cajera, mensajera, costurera y modelo. Es por aquel momento cuando trabaja como voluntaria en el Comité Italiano de Ayuda y realizó trabajos en la Cruz Roja Italiana durante Primera Guerra Mundial.

Con 21 años se casa con el artista Roubaix de l'Abrie Richey (Robo), poeta canadiense de origen francés y se muda a Los Ángeles donde interpreta algunos papeles en obras de teatro y adentra en ese diminuto mundo de Hollywood. En esta aventura protagonizó el largometraje The Tiger’s Coat (Roy Clements, 1920) y realizó papeles segundones en  Riding with Death (Jacques Jaccard, 1921) y I Can Explain (George D. Baker, 1922) pero la actuación dejó de ser de interés para la joven italiana puesto que la estereotiparon en una belleza exótica.

No mucho tiempo después Tina quedó deslumbrada por otra mente intelectual, el gran fotógrafo y amigo de Robo, Edward Weston que a pesar de estar ambos casados iniciaron un romance.

En 1922 su marido viaja a México, país que en aquel momento, vivía una efervescencia cultural con una abierta libertad hacia los temas sociales, y  los intelectuales y artistas estadounidenses hallaban la libertad de expresión que les negaba su país. Luego de la muerte de Robo, provocada por la viruela, invitó a Edward a instalarse con ella en el país centroamericano. Es así como la italiana comienza el curso en el aprendizaje de las técnicas y el oficio de la fotografía en la misma proporción que satisface los deseos estéticos y carnales de su maestro.

Tina rápidamente sobresalió entre la masa de mujercitas jóvenes, además de que aprendió el español, se relacionaba fácil con la gente y su belleza no pasaba por alto entre los hombres.   Asimismo fumaba pipa y se dice que fue la primera mujer en vestir pantalones en México, actitudes que la convirtieron en la comidilla de los intelectuales junto a sus pocos prejuicios sexuales, típicos de la época.

Es en 1923 cuando Tina además de cargar con el pesado equipo fotográfico de Weston: cámaras de cajón con sus trípodes de madera, empieza a dar sus primeros pasos en este arte. A este periodo sus historiadores le llaman «Período Romántico» caracterizado por la gran influencia del maestro.

En esta etapa, Tina trata de realizar fotografías sin artificios, con un estilo directo, énfasis en la claridad de la composición, movida por un interés en la imagen nítida y la búsqueda de los elementos que le proporcione realidad. Aunque es relativamente escaso este periodo, en el aborda fundamentalmente naturalezas muertas de flores y plantas donde destacan alcatraces y las rosas que se convierten en sellos identitarios de la fotógrafa, así como las abstracciones.

Su trabajo comienza a captar la mirada de periódicos y críticos, incluso El Excélsior, reconoció de extraordinario su dominio de la fotografía. En palabras publicadas del propio Weston: «Tina ha hecho una fotografía que me gustaría poder firmar con mi nombre… Las fotografías de Tina no pierden nada en comparación con las mías, expresan lo suyo».

Mientras tanto, Tina se preocupa por los grandes problemas sociales, las desigualdades y el acontecer de la vida mexicana lo que evidencia el carácter humanista de la fotógrafa. Por otra parte Weston no abandona ni un instante su obsesión por la estética, la forma y la abstracción sin establecer ningún contacto con el género humano más allá de los desnudos de la italiana.

Weston ya estaba cansado de México, no lograba comunicarse bien en español  y sospechaba que  los mexicanos se burlaban de él, lo que unido a las posiciones políticas e ideológicas de Tina decide regresar a Estados Unidos dejándola en una situación precaria.  Así ocurrió lo inevitable: la hija de una familia socialista, codeada además con la intelectualidad mexicana, radicalizó su fotografía y sus inquietudes sociales pasan a ser  protagonistas de su obra.

A la partida del mentor, Tina tuvo que crear su propia red social. La que pronto frecuentaron personalidades de la talla de Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Jean Charlot, Frida Kahlo, Roberto Montenegro, Miguel Covarrubias, las escritoras Anita Brenner y Frances Toor Carleton Beals, Pablo O’Higgins, Xavier Guerrero o el general Manuel Hernández Galván.

En 1928 Tina abandona el estudio fotográfico para salir a la calle donde está la gente, su llamado «período revolucionario» está en curso, ya está empapada del pensamiento comunista y ha concienciado su arte como expresión de lucha.

Solo era cuestión de tiempo su ingreso al Partido Comunista Mexicano. Sus fotos, publicadas en la revista El Machete, capturan manifestaciones, símbolos comunistas. También colabora con este medio haciendo la traducción de textos en italiano y en inglés al español. Inmersa en este trabajo, en 1928, conoce al joven cubano Julio Antonio Mella, quien se había exiliado en México en 1926 por su lucha revolucionaria contra el gobierno en Cuba del dictador Gerardo Machado. No importó que ella ya estuviese comprometido con el artista mexicano Xavier Guerrero. Nació el amor entre el fundador de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y del Partido Comunista de Cuba, y la joven fotógrafa que se ubicaba, por su talento y posición revolucionaria, entre la vanguardia de la intelectualidad latinoamericana.

En una carta de septiembre de 1928, Mella confiesa: «Mía cara Tinissima: Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas. Tu figura no se me ha borrado en todo el trayecto (…) Todavía te veo de luto, traje y espíritu, dándome el último saludo y como queriendo venir hacia mí. Tus palabras también las tengo acariciándome el oído. Y cuando llegué al trópico, y comenzó el festín del calor, con la selva y el cielo azul, ya sabes que me parecía ver en cada espesura su complemento: aquella espalda con aquel pelo negro, suelto como una bandera, que era mi consuelo al no poder verte (…)».

Mella fue entonces modelo de sus fotos y pretexto para sus retratos más atrevidos. Juntos confraternizaron vida amorosa con causas e ideales políticos. Militancia y amor fueron de la mano, hasta aquel triste 10 de enero de 1929 en que el líder comunista fue asesinado, presuntamente por órdenes del dictador cubano Gerardo Machado. «Muero por la revolución», le dijo mientras caía y el cuerpo pequeño de Tina no podía sujetar a aquel joven gigante comunista que moría en plena calle.

Después de la muerte de Mella, a fines de 1929, realiza en la Biblioteca Nacional de México una exposición personal. Un año después es expulsada de México por su activismo revolucionario. Une entonces su vida al líder de la Internacional Comunista, Vittorio Vidali.

 

Entre 1930 y 1935 trabajan juntos en Moscú. Allí es colaboradora política y técnica del Socorro Rojo. En una ocasión cruzó a Polonia clandestinamente para ayudar a los presos políticos y cumplió misiones en España y en Francia. En 1936 su corazón latió al lado de los comunistas españoles y allí integró el Quinto Regimiento como enfermera y organizadora. Intercambió con

Dolores Ibárruri, Ilya Ehrenburg, Rafael Alberti, María Teresa León, Miguel Hernández, Pablo Neruda y Antonio Machado en el II Congreso de los Intelectuales en Defensa de la Cultura contra el Fascismo, celebrado en Valencia.

 

Hacia abril de 1939, se embarca hacia los Estados Unidos, pero debe continuar hasta México cuando las autoridades norteamericanas le niegan su entrada al país. En México milita en la Alianza Antifascista Giuseppe Garibaldi, retoma su amistad con Frida Kahlo y conoce a León Trotski. Aunque se inserta en la rutina intelectual y cultural que había vivido antes, muchos consideran que ya no era la Tina de antes. En enero de 1942, a la edad de cuarenta y seis años, muere mientras viajaba en un taxi.

 

La obra de Tina es un legado, no solo para la fotografía de América Latina de su época, sino para el arte revolucionario y militante de todos los tiempos. Temas variados y  complejos — indígenas en su vida rural, mujeres, pobre e indigentes—, matizados por una fina denuncia social. Un lente enfocado hacia el México humano y a su cara menos luminosa. La maternidad aparece por momentos —quizás como consecuencia de su condición estéril— y reflejan la relación entre hijos y madres, bebés que son amamantados. Pero si quisiéramos escoger entre tantas instantáneas aquellas que reflejan su interés social, nos quedamos con los primeros planos de las manos obreras, campesinas, trabajadoras; fotos de un compromiso social incuestionable.

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