¿Qué nos dejó el súper domingo electoral de abril en América Latina? Sí, porque el 11 de abril acaparó demasiadas decisiones importantes para la región: la vuelta definitiva para elegir presidente en Ecuador, la segunda ronda de las subnacionales bolivianas y la primera convocatoria a urnas de las presidenciales peruanas; y también estaban programadas las regionales y constituyentistas chilenas, pero fueron suspendidas por el peligroso rebrote de Covid-19 que vive la nación austral, a pesar de su programa de vacunación, aparentemente el más avanzado del área pero en la concreta con no pocas irregularidades.
Fue además una jornada que combinó resultados esperados con verdaderas sorpresas y como denominador común, la polarización política, un fenómeno que ya preocupa porque lejos de ser expresión de democracia, atiza odios y extremismos peligrosos, retrasa el necesario progreso y bienestar social por esa manía de gastar tiempo y recursos en la satanización de los polos opuestos.
Otras constantes fueron la apatía ciudadana, el desencanto con la clase política y la falta de confianza en que los gobernantes cumplan sus promesas de campaña. Tal inacción deja la puerta abierta al oportunismo electorero; el ausentismo, el voto en blanco o nulo solo favorece a los buitres de la política. Siguen olvidando las mayorías, justamente eso, que son mayoría, y que con articulación y ejercicio de su derecho responsable al voto pueden hacer la diferencia, pueden lograr el tan deseado pero prostituido cambio para su realidad. Claro, sin sucumbir a los cantos de sirena o los favores políticos, adquiriendo cultura política y evitando caer en la desmemoria, no dejándose engañar por conceptos maniqueos o campañas baratas de terror y manipulación, creándose ideas propias sobre figuras y proyectos de país para tener la capacidad de elegir por sí mismos y no por cabeza ajena.
Obviamente, es difícil dedicar tiempo a todo ese análisis cuando hay urgencias de primer orden: el plato de comida, un trabajo en lo que sea y como sea para los cuatro kilos del día a día, un techo de cualquier material que dé abrigo a los tuyos, una píldora de alivio cuando no se puede costear el tratamiento sanador. Por eso es que hasta el sufragio tiende a ser privilegio de los más acomodados. Apremia comprender que una boleta con la cruz marcada a conciencia puede incidir a mediano o largo plazo en la cotidianidad del históricamente marginado.
¿Y qué tanta madurez política hubo en el súper domingo? De acuerdo con los resultados, bastante poca, aunque se dieron matices nada despreciables.
Comencemos por Bolivia. Sobresale a nivel de matriz de opinión hegemónica el retroceso del MAS en los comicios regionales. Pero la cita electoral boliviana no se puede analizar en modo burbuja, hay que tener en cuenta todo lo que ha pasado en ese país en menos de dos años: elecciones presidenciales en las que ganó el MAS, golpe de estado al MAS, estragos de la pandemia por pésimos manejos sanitarios de los gobernantes golpistas, nuevas elecciones presidenciales y legislativas en las que vuelve el MAS al poder y elecciones subnacionales en las que si bien el MAS ganó solo 3 de las 9 gobernaciones, se posicionó en 241 de 337 alcaldías, 14 más que en 2015.
¿Que se perdieron plazas importantes para el partido de Evo Morales? Definitivamente, pero que a nadie se le olvide que el MAS tiene el poder ejecutivo, domina holgadamente ambas cámaras del legislativo y tiene presencia mayoritaria en los municipios. En una mirada objetiva, el MAS tiene el poder central y una fuerte representación local, pero deberá sortear los seguros traspiés que le imponga la oposición desde los bastiones departamentales que exhibe y con los que canta victoria.
El correísmo sí se quedó vestido y sin salir en Ecuador después de que el candidato Andrés Arauz, el nuevo elegido de Rafael Correa, tuviera una excelente primera vuelta y un duro revés en la segunda y definitoria oportunidad. Pero este resultado no era del todo inesperado. Si bien no podía asegurarse un triunfo rotundo para ninguno de los dos finalistas en el balotaje, Arauz y Guillermo Lasso, era previsible que la izquierda la tendría muy difícil, sino imposible, por esa tendencia del resto del espectro político de cerrar filas para impedir cualquier asomo progresista con tintes un poco rojos.
Lasso, un candidato gastado que iba a por la presidencia por tercera vez, fue el mejor contendiente que pudo tener Arauz y aun así, la joven apuesta de Correa perdió por 5 puntos frente al banquero conservador, una diferencia considerable. De haberse dado un mano a mano entre Arauz y Yaku Pérez, un personaje controvertido, que seducía a gremios de izquierda y sectores de derecha casi que por igual además de su nicho propio de votantes, la derrota del correísmo hubiese sido un tanto más estrepitosa.
Además de la complicidad de la derecha para frenar el regreso de la propuesta de Revolución Ciudadana, de la auténtica, no de la mala copia emborronada por el cambia casaca de Lenín Moreno, la victoria de Lasso se debió a los decepcionados de unos y otros que con su desidia se la pusieron fácil al banquero.
Arauz también cometió errores por su inexperiencia política. Mostró ambivalencia cuando lo ponían contra las cuerdas al mentarle a Rafael Correa. Se dejó apabullar por Lasso en el debate presidencial y no supo establecer con tino las alianzas para sumar los votos imprescindibles.
Pero la polarización ecuatoriana se quedó en pañales frente a los resultados de los comicios peruanos. No solo quedó en primer lugar de 18 candidatos el menos pensado, sino que pasó a segunda vuelta con su extremo más radical: un maestro rural que habla de nueva constitución, nacionalización de recursos, estatización económica y mayores presupuestos para la educación y la salud —verdaderas malas palabras en América Latina a golpe de discursos derechistas— frente a la heredera de sangre y legado de un dictador, una mujer con sus propios escándalos y la cárcel pisándole los talones.
Que Pedro Castillo alcanzara unos 19 puntos, que lucen 40 para la caótica realidad peruana con semejante fragmentación política y un descontento social en letras mayúsculas y negritas, no se lo esperaba nadie. El mejor ejemplo es que algunos medios de comunicación ni siquiera tenían su foto emplantillada con tiempo para mostrar su triunfo de sopetón.
La primera gran sorprendida tuvo que ser Verónica Mendoza, la supuesta opción de preferencia dentro de la izquierda y sobre la que recayó la mirada crítica de la derecha sin sospechar el batacazo del «hombre del lapicito». Verónica quedó rezagadísima porque además de que Castillo le arrebatara el puesto progresista, también el centro, la derecha y hasta la ultraderecha le sacaron un buen trecho.
Como sucedió en Ecuador, Keiko es la mejor contrincante que puede tener Castillo porque es una de las candidatas más odiadas. Frente a cualquier otro aspirante de la derecha clásica, el maestro de las reivindicaciones sociales hubiese ido a segunda vuelta por mero formalismo porque le pasaría como en Ecuador: la derecha en pleno se uniría para darle un portazo al «aprendiz de chavista», entre otras etiquetas estigmatizantes que ya le comienzan a aparecer.
No quiere decir que gane cómodo con la Fujimori como contrincante, porque ya comienzan los electores que jamás le votarían a la primogénita del dictador a decir que se decantarían por ella porque el guajiro de sombrero y yegua destruiría el país. La pregunta es: ¿más de lo que está ahora?
A Castillo hay que darle sí o sí el beneficio de la duda por la mega sorpresa de la primera vuelta y por el río revuelto que representa la realidad política peruana. Pero que tenga muchos más seguidores en el balotaje como para destronar a una arpía política, mañosa como ninguna, como lo es Keiko, sobre todo en Lima donde prácticamente el maestro es un perfecto desconocido, es una tarea de titanes.
Vuelven a influir aquí los vicios, sesgos y manipulaciones inoculadas en las mayorías por los que se resisten a abandonar el poder económico. Votar con demasiado resentimiento o mucho impulso, sin criterio propio formado, y embrujado por un discurso mediático extremista en extremo, valga la redundancia, puede dejar a Perú peor de lo que está o, de lo contrario, abrirle una hendija a un cambio, incierto, pero cambio al fin.
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