Compañeras y compañeros:
En el día de hoy he sido informado del desarrollo del Seminario que concluye esta noche, organizado como acto preparatorio del Congreso Cultural que habrá de celebrarse con categoría mundial en el mes de enero del año próximo en esta capital.
Hemos conocido el desenvolvimiento y contenido de este Seminario, los temas y tópicos fundamentales que instaron la atención de ustedes durante estos días de faena fecunda y revolucionaria. Conocemos, pues, la significación de este evento y podemos proclamar esa significación sin reservas de ninguna clase.
Cada día de quehacer revolucionario en nuestra patria nos depara siempre oportunidades trascendentales en orden al desarrollo y progreso tu turo de nuestra revolución. Hace solo pocos días asistíamos, en la provincia de Oriente a un acto en que la emotividad que lo informara no opacaba, sin embargo —además de la utilidad práctica inmediata que la organización de una brigada de mecanización agrícola entraña—, el síntoma que aquel acto implicaba como expresión genuina del desarrollo técnico del país.
Y en la noche de hoy clausuramos un evento que, al igual que aquel, celebrado en los campos donde se desenvuelve una ingente y tensa tarea de desarrollo agropecuario, forma parte de una evidencia innegable, cual es la del desarrollo cultural de nuestro país, emergente, precisamente de nuestra grandeza revolucionaria.
Es bueno llamar la atención que aquella reunión en la zona agropecuaria del Cauto, cuyo público estaba integrado por campesinos trabajadores, hombres y mujeres del campo, y este acto cuyo auditorio lo forman científicos, técnicos, profesores, economistas, escritores y artistas, son ambos genuina expresión de un verdadero y trascendente desarrollo cultural.
Y hoy, en esta noche capitalina, nos reunimos con hombres representativos de la cultura, en tanto en cuanto son dueños de herramientas intelectuales, de conocimientos técnicos, de cultura literaria y artística, como nos reuníamos ayer con trabajadores y campesinos que también sin alcanzar los niveles de desarrollo intelectual de cada uno de ustedes, era, sin embargo, con su presencia y con su incorporación a aquella tarea que es también expresión del desarrollo de la cultura de un pueblo, cual es el impulso agropecuario del país bajo la égida de la técnica y de la ciencia, una reunión también con hombres cultos.
Y es que opera en todo esto el milagro, para el cual sólo es capaz una genuina revolución de transformar a un pueblo, hambriento, subdesarrollado, iletrado y parcialmente analfabeto, en un pueblo que gana los accesos a la cultura mediante la incorporación de sus voluntades y de su comprensión intelectual a los objetivos fundamentales de revolución.
Uno y otro acto, el de aquellos hombres de camisa sudada y sombrero campesino y este en que nos reunimos con intelectuales, no son actos con hombres distintos, sino, para nosotros, con hombres procedentes de herederos de una misma tradición de rebeldía revolucionaria y de sentido internacionalista de esa rebeldía.
Todo esto explica —a nuestro modo de ver— algunas de las virtudes que han acompañado, según mis noticias, el desenvolvimiento de este Seminario. Entre otras, un hecho que tiene, a nuestro juicio, especial relieve, y es por primera vez la reunión y el intercambio humano e intelectual entre científicos, técnicos, economistas, profesores, de una parte; y de otra, escritores y artistas.
Y digo que el hecho tiene un relieve especial, porque expresa en sí mismo el inicio de una transformación radical en la estructura y en el contenido del desarrollo cultural de un país.
Si pasamos revista a la situación cultural del llamado Tercer Mundo, inclusive si lo hacemos solo respecto a los países cercanos de América Latina, podemos constatar de inmediato cómo el mismo subdesarrollo económico y, por consiguiente, científico y técnico, sin perjuicio, claro está, de que en algunos países en que ciertas ramas y sectores industriales han alcanzado un nivel relativo de desarrollo, sin perjuicio —repito— de esas características que de manera excepcional ofrecen algunos países de América Latina no obstante la deformación estructural de su economía y la penetración creciente del imperialismo en la misma, es lo cierto que la historia, la pobre historia de la cultura en estos países subdesarrollados, la han podido escribir solamente un puñado de escritores y artistas, sin que a ello hayan podido incorporarse generaciones de científicos y técnicos.
Y esto ha conducido a veces a una desnaturalización del concepto de la cultura e inclusive a un uso inadecuado, unilateral y restringido del término «intelectuales», hasta el punto de que ha sido hábito entre nuestros pueblos –y entre nosotros mismos– de calificar de «intelectuales» única y exclusivamente a los hombres dados a la tarea de la creación artística o literaria.
Pero cuando, como en nuestro país, el proceso de una revolución radical y profunda tiene lugar y los objetivos fundamentales de esa revolución están estrechamente vinculados a escapar del subdesarrollo con ímpetus y ambiciones que determinan eso que la terminología al uso ha dado en llamar «desarrollo acelerado», tiene lugar, casi como por arte de magia, a partir de los valores potenciales de un pueblo y de sus infinitas capacidades creadoras, junto al despegue –y precediéndolo a veces– del desarrollo económico, el despegue científico y técnico. Y los hombres de la ciencia y de la técnica, y los formadores de científicos y técnicos, pasan a ganar categoría y jerarquía en el campo de la cultura, hasta ser acreedores –junto a escritores y artistas– de ese calificativo de intelectuales, que antes solo reservábamos, en nuestra terminología al uso, para los escritores y los artistas.
Y es por esta razón y estas circunstancias objetivas y la interrelación entrañable que existe en el mundo intelectual entre quienes tienen a su cargo la tarea de la creación literaria y artística, que se explica un evento como este, en que han trabajado juntos científicos, técnicos, escritores y artistas, revisando los problemas actuales de la Revolución en nuestro país, en nuestro continente y en el mundo, en su relación con el desarrollo cultural, los problemas del subdesarrollo cultural y el planteamiento de las misiones y funciones del intelectual revolucionario en este mundo de hoy.
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Es que también se trata de un evento de revolucionarios. Y si se reúnen revolucionarios, sólo puede estar presente la limpieza y la honestidad, so pena de que el título de tal no pueda aspirarse por quienes se incorporen a cualquier trabajo de esta índole.
Nosotros celebramos estos hechos y estas virtudes; celebramos, sobre todo, que los debates y las preocupaciones de ustedes hayan estado fundamentalmente guiados por la gran preocupación revolucionaria, por el destino de los pueblos del mundo subdesarrollado y por el destino cultural de nuestro pueblo. Que haya presidido las sesiones de trabajo, plenarias o de comisiones, esa seriedad intelectual y revolucionaria que ha sido capaz de aunar criterios, voluntades y decisiones en torno a algunas cuestiones fundamentales de la cultura, que han de reunir la atención de científicos, técnicos, escritores y artistas de los distintos parajes del mundo en nuestra capital en el próximo mes de enero.
Es interesante también que en un instante en que los problemas de la libertad de expresión literaria y artística suscitan polémicas, demandan definiciones y generan confusiones, éste, el tema de la libertad de expresión literaria y artística concebida dentro de un espíritu revolucionario, no haya sido una cuestión de vigencia polémica en esta reunión en que han participado los escritores y artistas de Cuba.
Y lo más importante es que esto ha ocurrido así no porque hayan operado mecanismos de coacción limitativos de la libérrima expresión de estos problemas; ni tampoco porque el clima cultural de nuestro país haya sido propicio a una desorientación ideológica o revolucionaria de nuestros escritores y artistas, sino porque se ha logrado producir en estos años de definiciones —muchas veces definiciones de hecho, definiciones factuales más que definiciones conceptuales y verbales— una conciliación entrañable y excepcional entre los conceptos de libertad y expresión artística y los conceptos del deber revolucionario de escritores y artistas.
Es el hecho, compañeros, de que ni una sola voz haya tenido que alzarse para reclamar esa libertad de expresión literaria o artística, no obstante la incorporación integral de los escritores y artistas al quehacer revolucionario, a la ideología y a nuestra concepción revolucionaria. Es el hecho excepcional —repito de que de veras estamos entrando en el reino de la libertad, que es aquel que crea un proceso revolucionario mediante la comprensión de las necesidades de un instante histórico, y la entrega de los hombres que les ha tocado en suerte protagonizar ese instante histórico a esos requerimientos y a esos deberes. Es el milagro que sólo puede lograrse cuando están presentes en la obra hombres y mujeres revolucionarios de veras, comunistas de veras.
Esto nos satisface; que esto no sea tema polémico en nuestro país. Y que no lo sea sin deformaciones ideológicas, yo creo que a nadie se le oculta que constituye para nuestra Revolución un triunfo más que ha podido lograrse sin prorrogar «sine die», sin límites y hasta el infinito, polémicas teórica y debates verbales. Es que el esfuerzo de una revolución es tan tenso y tan tenaz y la limpieza de una revolución es tan omnipotente, que los hechos mismos de la construcción revolucionaria obvian por sí solos estos lujos académicos, donde sólo se impone una aspiración común a todo un pueblo, y donde sólo preside la tarea de cada cual en cada frente de trabajo una noble ambición y una decisión de sacrificio.
Y precisamente entrañado con esa noble ambición y con su diaria materialización, es que se logra por los intelectuales la expresión integral de sus personalidades, el desenvolvimiento cabal de su capacidad de creación. Con ese desenvolvimiento integral y en esa capacidad para realizarse a sí mismos como hombres y como intelectuales, es donde se protagoniza esa libertad germina, que es la libertad de expresión dentro de un espíritu, dentro de una ideología, dentro de una concepción de clase, dentro de una concepción integralmente revolucionaria, y conviviendo con el pueblo que cada día habita un país con una atmósfera humana, ideológica, revolucionaria, más limpia, más sana, más dotada de valores morales, de energías morales y revolucionarias, más motivados todos por esos valores morales y revolucionarios.
En un clima donde se respira esta atmósfera de sanidad revolucionaria, sólo en un clima así, es que estos temas dejan de ser polémicos, es que esta polémica es marginada por los hechos.
Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de subdesarrollo. Y cuanto se ha dicho al respecto no sólo ha tenido por escenario los pueblos en revolución, sino que también en el mismo escenario imperialista, y desde luego en el de las organizaciones internacionales, el tema del subdesarrollo —eufemismo verbal de la dominación imperialista, del colonialismo y del neocolonialismo, de la opresión de los pueblos, y por ende eufemismo de un indicador universal de la lucha de clases—, el tema del subdesarrollo tiene una vigencia internacional. Y teorías de una y otra clase, se formulan por economistas y por teóricos respecto a cómo emergen del subdesarrollo.
Es claro que para nosotros esta cuestión no admite duda. Desde luego, que proclamaremos siempre, terminología al margen, que el problema es para todos los pueblos del Tercer Mundo: hacer o no hacer la revolución. Estamos conscientes de esto, nuestra historia ha demostrado esto. No se trata de algo sobre lo que tengamos que hablar ampliamente, pero sí es importante destacar que somos testigos excepcionales de lo dolorosa de lo difícil y compleja que es esta etapa en que comienza el despegue del desarrollo, después de la toma del poder revolucionario. Y si bien es cierto que estas dificultades están a diario generadas por la insuficiencia de recursos materiales, de estructuras industriales, de desarrollo intensivo de la agricultura, no es menos cierto que, en todos los casos, está presente, como denominador común y condicionante, el problema específico del subdesarrollo cultural del subdesarrollo científico y técnico, y que ningún país que entre en un proceso de construcción revolucionaria puede, olvidar la verdad abrumadora de que para lograr el desarrollo económico, social y político de una nación, de un pueblo, es imprescindible apurar e impulsar, con mayor celeridad si se quiere, el desarrollo cultural de ese pueblo, su desarrollo científico y técnico.
Quienes todos los días nos vemos obligados a encarar tareas del desarrollo económico, nos encontramos que la mayor de las dificultades y el esfuerzo más difícil hay que hacerlo en razón de la insuficiencia de cuadros científicos y técnicos en la nación, es decir, ante su insuficiencia cultural. Es por eso el empeño puesto en práctica por nuestra revolución triunfante de esta verdad, de impulsar ese desarrollo, y estas verdades podemos proclamarlas en la reunión de enero porque hemos sudado bastante esta limitación en nuestro esfuerzo, y poco es cuanto se haga al respecto. No obstante ello, también a esa reunión de enero podremos concurrir mostrando los avances en este campo y los milagros que una revolución puede operar en el campo del desarrollo cultural de un pueblo; un desarrollo cultural que no puede estar dependiendo ya, como en la etapa prerrevolucionaria, del subdesarrollo, de la iniciativa audaz de un panado de intelectuales, ni de la formación autodidacta de los cuadros que a veces, en hazañas realmente excepcionales, han tenido acceso a las cumbres culturales, a la sabiduría técnica o la sabiduría literaria o a la sensibilidad artística, sino que tiene que depender, del desenvolvimiento organizado, sistemático y dirigido de la enseñanza, de la educación, de su sistema, de su organización. La formación docente de los cuadros, implicada en la docencia, en la educación revolucionaria, es el único camino para ganar la batalla al tiempo en este impulso ambicioso del desarrollo acelerado de la cultura. Y claro es que bastaría con acudir a las cifras estadísticas de nuestra educación para poder sentirnos satisfechos, si no definitivamente, sí por lo menos satisfechos de haber hecho algo importante en, estas tareas en estos años de revolución. Hoy mismo nos enseñaban algunas cifras actuales que por sí mismas muestran nuestro porvenir.
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Pero a nosotros esto no nos basta. No sólo aspiramos a ese triunfo cuantitativo, no sólo creemos que es necesario ese triunfo cuantitativo, sino que estamos plenamente convencidos de que a ello habrá que unir la calidad de ese desarrollo de intelectuales, la calidad técnica, la calidad literaria y artística. Pero que, además, para que este hecho tenga una significación revolucionaria y forme parte de la historia de nuestra Revolución, aspiramos, creemos y esperamos que de las aulas de nuestro sistema de enseñanza, de nuestras aulas universitarias, no sólo habrán de graduarse en el futuro muchos miles más de intelectuales, sino mejores intelectuales; y sobre todo, que el título o el diploma acreditativo no sea sólo la expresión y la constancia de haber ganado triunfos académicos, sino también el certificado de que se han graduado revolucionarios, de que de esas aulas han salido no sólo científicos y técnicos, escritores y artistas, economistas o profesores, sino sobre todo hombres, sino sobre todo revolucionarios, ¡sino sobre todo comunistas!
Y por eso, a la par que se crean las condiciones materiales para ese desenvolvimiento cultural, una de cuyas pruebas es la publicación intensiva y seleccionada de libros en una cifra mayor de ocho millones de ejemplares o aproximadamente ocho millones de ejemplares en cada uno de estos dos últimos años, agregar a ello algo que ustedes han debatido en estos días: los problemas de la formación del hombre revolucionario, los problemas de la formación del hombre nuevo; algo que tiene vigencia excepcional entre nosotros, que es preocupación entrañable de nuestra revolución, que es para esta revolución la condición de su triunfo, de su éxito, de su permanencia, de su consistencia ideológica, y la garantía fundamental de su porvenir.
Y es también causa de satisfacción profunda el saber que más de mil intelectuales se han reunido para discutir con seriedad y con pasión los problemas de la formación del hombre nuevo, los problemas de la motivación de la acción creadora del intelectual y los problemas atinentes: la misión y a la función del intelectual en esta sociedad.
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Es claro que sería largo abordar este tema, profundo y complejo además si es que quisiéramos profundizarlo en todas sus manifestaciones. Pero si nos ceñimos a la cuestión central, al tema central, es fácil, sin embargo, abordarlo, porque es algo que forma parte fundamental, prioritaria, de nuestros principios revolucionarios.
Aun en el mundo subdesarrollado, y aun en el mundo imperialista en que la enajenación del hombre, la esclavitud del hombre trabajador es el síntoma definidor de esa sociedad imperialista, siempre una minoría de intelectuales tienen la posibilidad de realizar una actividad creadora mediante la cual intentan obtener un proceso de liberación personal, de realización cabal de sus personalidades, y escaparse de ese problema de la enajenación humana en el capitalismo, de la cosificación del hombre. Y esto tiene mucho que ver con esa diferencia que a veces se ha planteado entre el trabajo físico como un esfuerzo colmado de sufrimiento, como una necesidad para la subsistencia, pero una necesidad dolorosa, y los actos de creación intelectual, los actos de creación literaria y artística, que se han contemplado como actos de liberación, como actos en que se trasciende el dolor y el sufrimiento del trabajo físico indispensable para la subsistencia.
Y es que muchas veces minorías intelectuales, aun en los países capitalistas, aun en los mismos Estados Unidos, logran por esa vía, en cierta forma, su liberación personal, en tanto en cuanto logran realizar, en lucha heroica contra el medio ambiente capitalista, enajenante y esclavizador, un esfuerzo ingente, limitado muchas veces, frustrado casi siempre, pero ambicioso de liberación creadora y personal. Hasta el punto de que ocurren curiosos mecanismos en virtud de los cuales los propios monopolios imperialistas, sabedores astutos de que en los intelectuales, aun en el medio ambiente de las sociedades imperialistas, opera a veces este fenómeno, este impulso y esta ambición, unen —a la hora de captar como cuadros de su sociedad para su desarrollo imperialista a los intelectuales— al estímulo del bienestar material, ciertas incitaciones que a través de propagandas sicológicamente bien dirigidas hacen promesas respecto a que la incorporación de esos intelectuales al trabajo de esos monopolios ofrece oportunidades de creación, de desarrollo científico, de desarrollo intelectual.
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[…] uno se pregunta: ¿cómo es posible a partir de un pensamiento y una actitud revolucionarios, cómo es posible admitir, si se es revolucionario y se es comunista, que no en una sociedad imperialista, sino en una sociedad socialista de construcción revolucionaria, los factores motivadores de la actividad creadora intelectual deben ser los estímulos materiales, si aún en una sociedad imperialista hasta los propios monopolios tratan de lograr motivaciones morales? ¿Cómo vamos a renunciar nosotros a la noble ambición de lograr que nuestros intelectuales, los de hoy y de mañana, se incorporen al proceso de la creación, de la creación revolucionaria en su expresión intelectual sino por factores morales, por factores revolucionarios y no por estímulos materiales?
He ahí que las Resoluciones de ustedes al respecto, confirmatorias de esta aspiración de la Revolución Cubana, constituyan para nosotros y para el pueblo, su anuncio, un motivo de honda satisfacción, de honda y profunda tranquilidad revolucionaria. Y de ahí nuestra confianza, porque esencialmente confiamos en el hombre, porque estamos convencidos que una revolución la protagonizan hombres. Y si creemos en la factibilidad y en el éxito creciente e infinito de una revolución es porque, en última instancia, tenemos fe en el hombre, en los principios morales revolucionarios de los hombres. Creemos que cualquier hazaña de nuestra revolución, no solo las que se escriben con el rifle en las coyunturas heroicas, sino también las que se escriben en el trabajo cotidiano, esos esfuerzos y esas acciones para que alcancen dimensiones épicas, que son las únicas dimensiones que pueden propiciar el emerger del desarrollo acelerado de que ustedes hablan... porque —dicho sea entre paréntesis— tal vez internacionalmente algunos han creído que algunas cifras de nuestras metas económicas —por ejemplo de nuestras metas agropecuarias— son originadas por un capricho desmedido de realización económica, sin advertir que a un país como el nuestro, atrasado, para tener éxito en su construcción revolucionaria tiene sólo una alternativa: la de realizar en todos los sectores del trabajo creador, por ende en el trabajo económico, hechos de contornos épicos, logros heroicos, hazañas, o la nada, o la derrota o el desastre o la paralización del proceso revolucionario. No se trata de ambicionar más o menos, se trata de ambicionar más, porque solo ambicionando y luchando por lo más es que podemos consolidar nuestra revolución e impulsarla hacia el porvenir. Y las hazañas épicas en todo el decurso de la historia de la Humanidad solo han podido realizarse cuando hondas motivaciones de nobleza humana, de ímpetu creador, las han motivado. Con estímulos materiales se puede alcanzar un poco más, pero un poco más no basta a una Revolución llena de grandeza. A esa grandeza revolucionaria sólo puede acompañarla una motivación moral y revolucionaria: que no sólo sea el impulso generador del esfuerzo de hoy y del triunfo de mañana, sino el factor constante, permanente, de la educación del hombre nuevo la circunstancia ambiental determinante que condicione la formación de las generaciones futuras y la renovación y mejoramiento de la generación contemporánea.
Hemos hecho mucho, pero es muy poco respecto a todo lo que nos queda por hacer.
Quien quiera ganar y conservar el título de revolucionario en un país como el nuestro, que está inevitablemente instado a hacer cada día esfuerzos mayores como única posibilidad de éxito, de consolidación y de avance revolucionario, tiene que tener presente estas verdades. Y si se es un intelectual genuino, de veras que no es difícil acomodarse en la conducta diaria a estos principios. Porque para un intelectual, científico o técnico, escritor o artista, lo fundamental es el acto recreativo, no el resultado material que a través de él pueda obtenerse. Las condiciones materiales para el desenvolvimiento del desarrollo cultural de cada cual, y para generar las posibilidades sin limitaciones de estos actos de creación, nuestra revolución las está dando dentro de las limitaciones inevitables de esta etapa; limitaciones que a veces son también cuestiones importantes de las cuales todos deben estar enterados. Porque cuando se aspira a tener más libros, más posibilidades de lectura, más información actualizada de la ciencia, de la técnica, de la literatura y del arte, es bueno que se conozca cuánto esfuerzo telúrico, no muy jerarquizado en lo intelectual pero sí tan importante como el trabajo de creación intelectual, hay que hacer para obtener recursos con los cuales importar pulpa para fabricar papel, cuánto esfuerzo diario hay que hacer para obtener piezas de repuesto para mantener nuestras fábricas de papel produciendo, cuánto esfuerzo hay que hacer, cuánto análisis hay que hacer para poder comprar libros en el extranjero. Y no olvidar tampoco, compañeros, que no son estos fundamentalmente esfuerzos de los planificadores ni de los directores, sino de los obreros que no son intelectuales, que cortan la caña, que producen nuestros frutos y nuestros productos de exportación. No olvidar, compañeros intelectuales, con humildad, que para que ustedes puedan crear, puedan desarrollarse intelectualmente, es necesario que todos los días se produzcan millones de actos de creación, que protagonizan hombres humildes, con sus camisas sudadas y sus espaldas al sol. No olvidar que esos hombres del trabajo, casi recién salidos del analfabetismo, que no han tenido el privilegio de las aulas universitarias, ni a veces de la capacidad profunda de lectura, ni siquiera los instrumentos rudimentarios para el desarrollo autodidacta que algunos de ustedes tuvieron antes, en la etapa prerrevolucionaria, son ya no hombres enajenados, no hombres esclavizados, sino también creadores; y que cuando se hable de creación y de creadores, recuerden ustedes que no son sólo ustedes los creadores, que son millones de hombres y mujeres, de jóvenes y viejos, los creadores.
Y a este respecto, hablándoles con absoluta sinceridad revolucionaria, diríamos que es necesario que los hombres cultos de nuestro país adquieran cultura. Esto parece una contradicción y una paradoja, pero yo quiero explicarlo, y es que los problemas de una revolución son los problemas —no en el sentido personal sino en el sentido fundamental a que nos hemos estado refiriendo en nuestras palabras— que ustedes debaten en su mundo intelectual, son los problemas de la cultura, del libro, del arte; pero que los problemas de una revolución no son sólo esos.
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Y no es que alguien aspire a que un intelectual sea, además de científico, técnico, escritor y artista, un perito en cuestiones agropecuarias o industriales o un perito en cuestiones económicas. Muy lejos de nuestro criterio tal disparate. Sencillamente que se tenga la información elemental de estos problemas, de las dificultades y de los esfuerzos que se hacen por superar esas dificultades. Y ganar esa vinculación mediante el estudio y mediante el contacto y la cercanía física con nuestro pueblo, porque ello depararía a los intelectuales, a los creadores, no sólo ese material de información, de actualización contemporánea de la vida de un pueblo, sino además un manantial riquísimo para la obra de creación intelectual.
Porque no sólo en esta capital, en este mundo aparentemente desarrollado de la capital se protagoniza la vida de un pueblo, ni mucho menos aquí es que se desenvuelve la obra principal de creación revolucionaria de nuestro país.
Y no es que nosotros creamos que una literatura revolucionaria, por ejemplo, ha de ser sólo una literatura de testimonio. Sabemos que es importante y creemos que es importante el testimonio literario del acontecer cotidiano revolucionario y creador de nuestros trabajadores; le damos a esto una categoría y una importancia excepcionales.
Es que creemos que fuera del perímetro de esta capital y del mundo pequeño en que a veces convivimos, existe un mundo más amplio a lo largo y ancho del país; una nueva vida que se genera, nuevos valores que se crean, nuevas vivencias que tienen que formar parte, o por la vía del testimonio creador o por la vía de la creación más pura en sí misma, tienen que formar parte de la labor de nuestros escritores y de nuestros artistas, so pena de estar creando sólo en una parte, dependiendo de una parte minúscula de un mundo, de un pueblo, que protagoniza todos los días muchos hechos a lo largo y ancho de la nación. El contacto directo con algunas realidades humanas y sociales que no forman parte de la vida individual, personal, familiar, amistosa, de cada uno de nosotros, sino que forman parte a veces de un mundo que se desenvuelve en nuestro país, de una realidad social y humana que se protagoniza en nuestro país y que, sin embargo, nosotros a veces vivimos en este mismo país y la ignoramos.
Porque aun los que por razón de nuestro trabajo y nuestras responsabilidades en la dirección revolucionaria o estatal, y, desde luego, esencialmente por nuestra curiosidad revolucionaria, estamos a diario tratando de mantener el más estrecho contacto con el pueblo, a diario descubrimos fenómenos, expresiones revolucionarias, superaciones humanas, que van más allá de nuestras predicciones y más allá afortunadamente de nuestras esperanzas, que a veces quedan cortas ante las realidades milagrosas, brillantes y excepcionales de la realización revolucionaria de nuestro pueblo.
[…]
*Discurso en el Seminario sobre el Congreso Cultural de La Habana.
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