Contrapunteo

Sobre el movimiento campesino en Colombia (parte I)

14 ago. 2020
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Entre conversas y lecturas sobre el quehacer del movimiento agrario colombiano, surgió un tema de charla muy profunda llena de incertidumbres y proyecciones alrededor de esta pregunta: ¿el actual movimiento agrario colombiano volverá a tener la incidencia política nacional que tuvo en las décadas de los sesenta, setenta u ochenta? Cabe aclarar que lo expuesto aquí es una opinión personal labrada en medio del trabajo campesino en el Coordinador Nacional Agrario de Colombia.
Llama la atención la movilización que tuvo la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos -ANUC-, las ligas campesinas y otros procesos organizativos campesinos del siglo pasado, cuya bandera política principal era “la tierra para el que la trabaja”, seguida de tomas de tierras baldías o sin ningún uso, que fue estableciendo territorios campesinos con cierta autonomía en la gobernanza y direccionamiento sobre el uso del suelo. El sentido de la vida aportado por el campesinado tuvo tales alcances nacionales que se llegó a cambiar parte de la normatividad vigente, como la ley 160 o de reforma agraria.
No hay que olvidar que el movimiento comunal también tuvo participación del campesinado en las zonas rurales y semi-perifericas de las ciudades, tomando este también el protagonismo nacional en materia de condiciones dignas para habitar el territorio, exigiendo así vivienda digna, servicios públicos, que contribuyó a su vez a crear un tejido social desde abajo y levantar puentes de interlocución eficaz con la institucionalidad. Esto será otro tema para desarrollar.
Pero la reacción burguesa a toda esta ebullición campesina no se hizo esperar. El paramilitarismo pasó de actuar de forma aislada y semiclandestina a consolidarse en una fuerza organizada de alcance nacional conocida como las Autodefensas Unidas de Colombia -AUC-. Sin olvidar los aparatos de inteligencia y de asesinatos selectivos de las fuerzas militares estatales que reunidos en una política sistemática de la oligarquía, histórica además, apuntaron sus armas contra los sectores sociales soñaron un modelo de sociedad distinta a la sociedad burguesa.
Es así como desde la década de los noventa hasta aproximadamente el 2005-2006 se abre un hueco profundo en el diálogo intergeneracional del movimiento campesino y del movimiento social-popular en general, pues los asesinatos, destierros y exilios de sus miembros fueron socavando la fuerza social y política que se territorializó, socavando de paso los proyectos de nación que este diverso sector encarnaba. Así fue como el miedo, el terror, la desesperanza fueron sembrados en los corazones y mentes de los sobrevivientes y en aquellos que solo miraban el transcurrir de la reacción burguesa.
Se presenta entonces que el movimiento agrario queda conformado por los ancianos y ancianas sobrevivientes de ese periodo perdido, junto a los jóvenes nacidos en los ochenta en adelante para retomar lo salvado, empezar a reevaluar tácticas acordes a los tiempos vigentes, sin perder el horizonte político. Aun así, las tomas de tierras no han vuelto a tener la amplitud de antes y la participación en el movimiento agrario también cambió, disminuyó. Cada organización agraria ha enfocado sus esfuerzos a cualificarse política e ideológicamente, a consolidar su radio de influencia en figuras territoriales propias (Territorios campesinos agroalimentarios, Juntas de Acción Comunal, Cooperativas) y buscar juntanzas con otros pueblos como el indígena o afrodescendiente y pobladores urbanos.
Estos tres factores no se equilibran sobre una balanza de tres brazos, pero son la base donde se sostiene luego los planes de trabajo territorial que a partir de las realidades de cada organización campesina, unos caminan más que otros. Sin embargo, identifico que un factor común del actuar del movimiento campesino es el de preservar lo que se tiene y lo alcanzado a nivel local, sin desarticularse del nivel nacional. Cada comunidad trabaja y convive para sostener su parroquia.
Por ejemplo, la toma de tierras de antaño como apertura a la ampliación política y territorial de los procesos, equivale hoy a la reunión, organización y formación de los vecinos de la vereda donde conviven con los miembros del proceso organizativo. Lo cual es un proceso que también requiere tiempo, paciencia y tacto con la gente; pero en materia de movilización, la toma de tierra está en un tercer plano, siendo el plantón y la marcha el primero. Ya que la radicalidad en la praxis sufrió el coletazo del miedo impuesto por la burguesía reaccionaria.
Siguiendo con ejemplos, en el departamento de Santander, específicamente en el municipio de Regidor, una comunidad campesina y pesquera que recuperó las tierras de los paramilitares en la vereda El Guayabo para sembrar comida y proteger las fuentes de agua de allí. No obstante, la acción no se generaliza, se limita a esta localidad; al igual que el proceso de recuperación de tierras del campesinado expulsado por la OXXY en el municipio de Arauquita, departamento de Arauca, donde volvieron a sembrar alimentos en el corazón de la bestia, a pesar del asedio del Estado y la multinacional. Vuelve y juega, son dos experiencias profundamente políticas pero su incidencia se esfuma en el aire cuando no resuena en otras latitudes del país con la misma, o más, contundencia.
La toma de vías de conexión nacional también es una herramienta legitima e histórica del campesinado, tanto así que en la memoria persiste el paro del nororiente, el paro cívico del oriente del país, dónde el campesinado, junto a sectores urbanos, bloquearon al país en la década de los setenta. En el 2013 participamos del paro nacional agrario que volvió a poner al campesinado y la crisis del campo en la opinión pública con alto apoyo de este, de paso se posicionó el debate sobre las soluciones que merece esta crisis.
El desgaste se nota en la poca durabilidad de estas jornadas de toma de vías, la presencia de una base social que no crece sustancialmente cuando se acuerda la movilización. Es como si, por un lado el modelo económico encerrara más fuerte a las comunidades con deudas y gastos que obliga a priorizar el pago de estos, por el otro, la formación político-ideológica que no ha sido abonada lo suficiente para que aflore esa voluntad interior que motiva a trasnochar, soportar los ataques de la fuerza pública y tener claro el horizonte por el que se moviliza.
Tal parece que pasaran todavía años para volver a ver un movimiento agrario capaz de doblegar al régimen económico y político, como fue la ANUC dentro de las realidades actuales. Tal parece también que se requiere de más paciencia hoy en día para sostener y fortalecer el proceso organizativo campesino debido al empobrecimiento y envejecimiento que sufre el campo colombiano. Además, tal parece que la guerra seguirá siendo un factor predominante en el quehacer de estos sectores campesinos organizados al quedar no solo en medio de las balas sino también, por ser blanco de los grupos armados al servicio del capital privado nacional y transnacional.

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