Contrapunteo

Siembra la duda y ganarás

9 ago. 2024
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Se cumplió el vaticinio previo a las elecciones presidenciales en Venezuela del pasado 28 de julio: «o Maduro pierde o hay fraude». No era un pronóstico demasiado difícil de acertar si revisamos los últimos 25 años de historia de ese país. La oposición más radical siempre ha desconocido los resultados electorales, salvo en los casos en que ha ganado, bien en el poder legislativo o bien en el poder regional y local. Con lo cual, siempre que pierde, el ente electoral es corrupto y cuando logra ganar, celebra la victoria sin el menor reparo a las autoridades electorales.

Semejante doble rasero hace plantearse una interrogante: si no creen en el Consejo Nacional Electoral, si consideran que los comicios siempre van a estar amañados, ¿para qué participan y se montan su propia farsa electoral? ¿Acaso no se nota un patrón: participar, victimizarse por sentir que le robaron el triunfo y desestabilizar el país buscando aniquilar a toda costa y por cualquier método el proyecto que rechazan? En este punto, el chavismo siempre ha afirmado que la oposición nunca ha querido ciertamente la vía de las urnas, solamente la usa como medio y que su verdadera receta es antidemocrática y violenta.

Por cierto, contrario a lo que propugnan, el CNE no es 100% chavista sino que tiene una composición de cinco rectores de los cuales dos son de oposición, en la actualidad, de partidos opositores moderados, que en medio de una fragmentación política profunda de muchas oposiciones, hay algunos que entienden de nacionalismo y paz; sin embargo, solo se viraliza, se populariza, la oposición que es factible a intereses extranjeros, los de retrotraer el país a los tiempos en que era el gran pozo petrolero estadounidense. Si al menos esto fuera de verdad algo ideológico, pero no, es simplemente económico y de dominación.

Ahora bien, supongamos que el fraude es real, no sería el único país del mundo democrático en que un político se roba unas elecciones y tan campante sigue. Los cuestionamientos sobre irregularidades son el día a día de numerosos procesos electorales, incluso, dentro de Estados Unidos y Europa. El propio Donald Trump considera que su adversario Joe Biden le robó la presidencia en 2020. Eso sí, el tratamiento político y mediático a Venezuela en situaciones repetidas en otros escenarios es completamente anómalo. Es el único país del mundo donde mundo y medio aplica todos los mecanismos de presión y caos posible para revertir de la peor manera las alteraciones dadas por ciertas, sin el mínimo ejercicio de comprobación. Como dijera Celso Amorín, el asesor especial del presidente brasileño Luis Inacio Lula Da Silva, «en cualquier país, la carga de la prueba —cuando una parte canta fraude— recae sobre quien acusa, pero en el caso venezolano, recae sobre quien es acusado o quien es objeto de sospecha».

Ciertamente inédito porque además, si hay fraude en Perú o en Honduras, se enteran en el seno de la Organización de Estados Americanos o los gobiernos vecinos más cercanos, pero si hay fraude en Venezuela, se enteran en Asia, África y Europa, donde casi nunca se habla de Latinoamérica, y hasta se publica en las pantallas de Times Square en New York, como fue el caso, pues los habituales anuncios y promociones de las transnacionales prestaron su espacio a imágenes de María Corina Machado, la mesías de turno que salvará a sus conciudadanos de la terrible tiranía.

Si ganó Maduro hay que demostrarlo, como que si hizo fraude, también hay que demostrarlo, con evidencias creíbles; no vale una guerra de discursos y números. O sea, la duda es legítima, los reclamos, legales y viables, pero la incitación a la violencia, los juicios a priori, la debacle diplomática que regionalmente se ha creado sin la menor cordura, y la crisis real atizada a partir del enfrentamiento entre venezolanos, los muertos que pueden ir a más y la exacerbación del odio en una sociedad que ya de por sí lleva décadas de polarización, es inadmisible. Sobre todo porque hay poco de espontaneidad en eso y sí mucha responsabilidad política en los líderes que incitan o cuando menos no piden parar esa horrorosa violencia. Y encima de todo esto, el «baño de sangre» ya va corriendo a costa de Nicolás Maduro, que en algún desliz comunicativo mencionó el término y magistralmente sacado de contexto ahora viene como anillo al dedo, aunque la sangre que está corriendo en las calles sea mayoritariamente chavista.

Contrasta con la protesta popular y los ataques por encargo la actitud curiosamente calmada y sonriente de María Corina —lo normal es que políticos que se sienten estafados en comicios, lejos de calma, transpiren indignación— en cambio, ella toda sosiego, sale a felicitar a los venezolanos por la victoria aplastante de su hombre, ese señor que le acompaña, que no habla por sí mismo y que cuyo nombre pusieron en boleta para cumplir un rol burocrático —inicialmente el candidato tapa— mientras ella lidera campañas, luce en poster y dispone lo que hay que hacer, a pesar de su inhabilitación política, es decir, la que verdaderamente mueve los hilos de la marioneta llamada Edmundo González.

En menos de 48 horas, la dupla Machado-González afirmó tener las actas de escrutinio, primero el 30%, después el 40%, más tarde el 73%, luego superó el 80% hasta asegurar tenerlas en su totalidad. Se armaron no uno, sino dos sitios web en modo exprés, con muchísima información como si hubiera sido un trabajo meticuloso y con tiempo de antelación, para consultar los datos «verídicos» que dan un triunfo sumamente holgado sobre Maduro y raramente similar en todos los estados venezolanos: aproximadamente 70% contra 30%; números que dejan más dudas que certezas a personas conocedoras que saben que en Venezuela hay muchísima gente inconforme con el chavismo y muchísima otra que lo apoya, en una polarización que por años ha rozado casi que el 50-50. Y el mundo occidental nos enseñó a todos que con un voto se gana, eso es la democracia.

Para rematar, las actas que hoy le dan la vuelta al mundo como prueba «irrefutable» de la victoria de la oposición, ha sido denunciadas por el gobierno chavista como falsas y manipuladas, al estar algunas de ellas mutiladas, incompletas, sin las firmas de rigor o con garabatos pasados por firmas auténticas.

Ciertamente, el hecho de que el CNE no haya publicado en el tiempo establecido las actas de votación contabilizadas y que dieron pie a los dos boletines que arrojan como seguro ganador a Maduro, ha sido la guinda del pastel. Lo cierto es que el Consejo encabezado por su presidente, Elvis Amoroso, no ha dicho que no las publicará, sino que ha apelado en todo momento al margen legal establecido y, encima, ha denunciado haber sufrido ataques cibernéticos. A pesar de la seguridad informática de la que siempre ha presumido el sistema automatizado venezolano, y teniendo en cuenta que las principales plataformas digitales y los gigantes tecnológicos han tomado una postura confesa y abiertamente anti Maduro, es bastante creíble que hayan buscado paralizar el proceso del CNE para posicionar su conteo paralelo de votos. Además, cuentas antichavistas extranjeras en redes se ufanan de haber atacado al menos 25 páginas oficiales del gobierno venezolano y la propia plataforma Anonymous le declaró la guerra a Maduro.

Es sumamente conveniente retrasar el proceso del CNE, porque quienes, desde un rol imparcial cada vez más escaso, han participado en auditorías del sistema electoral venezolano, saben que es difícil vulnerar sus resultados porque hay códigos informáticos, trazas digitales que harían saltar alarmas si se intentan manipular los datos. Hay varias capas de comprobación de la veracidad de cada una de las actas, desde el comprobante que se echa en urnas, el acta que se emite y lo que se registra en la memoria de cada computadora usada en las mesas electorales. Y ese nivel de transparencia, una vez todo el registro electoral esté público, es el que convenía retrasar para sembrar una duda que, con muy poco de ayuda por parte de las personas adecuadas, se convertiría en «la certeza» del triunfo conveniente.

En tanto, la situación de polarización ha llegado incluso a los observadores internacionales que de un total de casi mil, algunos como el Centro Carter, el mismo que años atrás dijo que el sistema electoral venezolano era el mejor del mundo,  tacharon ahora de «no democrático» el proceso, en tanto otros sí certificaron su validez y volvemos al doble estándar de que hay voces que se amplifican más que otras, porque los dueños de X y Meta se han esforzado muchísimo desde una implicación personal y de gran activismo, en el caso de Elon Musk, en que una versión de la historia sea la más leída, vista o escuchada.

Ante un escenario de una duda agigantada a golpe de no pocas fake news, toca al CNE, al Tribunal Supremo del país, al que el propio Maduro pidió que interviniese y que en este minuto dirime la polémica, a los partidos políticos implicados que no son solo María Corina —hay una treintena de fuerzas más— y a los venezolanos de modo pacífico y cívico como sujetos políticos principales de esta historia, velar por auditar, comprobar, revisar y cuanto verbo dé transparencia y tranquilidad a los venezolanos. Ya al mundo envenenado que se ha robado el show político será más difícil de convencer, porque a cierta comunidad internacional, la misma que antes reconoció la presidencia imaginaria de Guaidó y ahora repite guion reconociendo a Edmundo, esa comunidad numéricamente en minoría pero con poder de mayorías, que tiene lentes y micrófonos diferenciados para mirar y hablar de la realidad venezolana, solo le interesa que la duda persista, que el caos se apodere de la nación y que la crisis sociopolítica cale hondo para torcer el rumbo político de Venezuela.

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