Hubo un tiempo en que Sayli Sosa Barceló no escribía con el corazón puesto sobre la mesa, ni el filo de la navaja vuelto hacia el teclado. Pero eso fue hace muchísimos años, cuando coleccionaba etiquetas —como casi todas las niñas en aquellos años— dentro de un libro de ciencia ficción, y atesoraba una envoltura de chocolate Kit Kat que, dos décadas después, la llevaría de vuelta a los tiempos «iluminados» del Periodo Especial, cuando la causa de sus mayores enfrentamientos era una simple discusión con su hermana. Quizás estaba entrenando para lo que vendría después. O tal vez no. Quién lo sabe.
Lo totalmente cierto —y hay pruebas suficientes, públicas todas— es que el conflicto la persigue, y ella no lo rehúye: le planta el pecho a conciencia, se mete en el meollo del asunto y sale con lo más justo ondeando a mansalva. E ilesa, que es lo mejor; como cuando tuvo que regresar a su ciudad natal porque debía «salvar de entre la burocracia infinita» el apartamento donde todavía hoy vive.
Claro que esa relación tan íntima con lo problemático tiene su raíz en la información genética, aunque luego combinara lo empírico con lo académico.
«Vengo de un hogar humilde, por más que pueda parecer un estereotipo —asegura esta periodista, cuyas investigaciones han trascendido el marco de lo local, aunque se hayan enfocado en un problema concreto de Ciego de Ávila—. Soy hija de campesino y oficinista. Mi padre, que era un guajiro de pocos estudios, se sentaba todos los días de su vida a ver el noticiero y entraba en contradicción con algunos de los temas o enfoques que allí se trasmitían; y yo con él, desde niña. Mi madre, por su parte, tiene una sensibilidad que le permite ver las cosas desde múltiples ángulos. De todo eso bebí yo.
»Luego la Universidad te entrena y te da herramientas para mirar las cosas con otros ojos. Hay materias específicas que te obligan a buscar “la quinta pata del gato”. Claro que una lo aprende o no, y no estoy segura de si aprendí todo lo que debía. Para rematar, comienzo mi vida profesional en un medio que, desde sus inicios en 1979, ha querido (y lo ha conseguido en muchas ocasiones) mirar de frente a lo que no se hace bien, sin edulcorar la realidad, ni asimilando acríticamente cada dato, argumento o declaración. En Invasor intentamos decir las cosas como son, sin eufemismos, y nos proponemos ponerle lupa a cada uno de los rincones de la geografía local, sobre todo a aquellos que más deciden en el bienestar de la gente. En ese sentido, cualquiera que llegue a nuestra redacción, si no trae el gen, por ósmosis le entra».
Lo de regresar a Ciego de Ávila, luego de obtener el diploma de Licenciada en Periodismo, cuando lo común entre los graduados era buscar la manera de quedarse a vivir en la capital, revela detalles de su carácter. Aunque en algún momento pasara por su mente lo contrario, Sayli fue una de las dos excepciones de su aula.
«El regreso no fue una decisión de sí o no. Hubo muchos factores y los enumeraré no necesariamente por orden jerárquico. Digamos que no tenía en la capital “ni perrito ni gatico”; no tenía un familiar que me tendiera la mano en ese primer momento, tan crucial, cuando decides quedarte a probar suerte, y eso fue un freno. Luego ya había consolidado una relación de pareja que, de cierta manera, me ataba a mi ciudad natal, aunque ambos coincidíamos en que La Habana podría ser una opción. Evidentemente la cercanía a mis padres, poderles retribuir en alguna medida el gasto tremendo que significó mi carrera universitaria a 500 kilómetros de mi casa, o estar para ellos cuando lo necesitaran (con un salario pírrico que también era freno para pagar alquileres, transporte, comida y todos los demás etcéteras), era una conexión fuerte. Y, por último, estaba la necesidad y la obligación de regresar a hacer valer mi derecho sobre el apartamento.
»Todo eso desde el plano estrictamente personal. En lo profesional creía —y sigo creyéndolo— que el periodismo hecho desde un medio “local” (ya saben que las comillas se borran todos los días desde los espacios digitales, no así en las escalas salariales) podía ser más próximo y decisivo en la vida de la gente que, en definitiva, es de lo que se trata esta vocación de servir al otro, tal como me dijo mi profesora Milena Recio, cuando todavía no sabía que sería su alumna, el día en que aprobé las pruebas de aptitud de Periodismo».
Como el periódico Invasor no solo le abrió las puertas, sino que le ha permitido proponer, investigar, crear…, hoy Sayli puede asegurar que su experiencia de vida y trabajo allí «ha sido suficientemente enriquecedora y exhaustiva como para que en algún momento haya añorado haber sido reportera de un medio distinto, aunque estuviera enclavado en La Habana. No desconozco las distintas posibilidades que ofrece la capital de un país con respecto al resto de las provincias; y no creo tampoco, aun cuando lo parezca, que se trata de falta de ambición. Si se preguntan si me he arrepentido de no haber intentado, al menos, hacer vida y carrera en La Habana, les digo rápido que no, aunque haya habido días en que hubiera querido despertar en otro lugar».
Acreedora de un prestigio profesional ganado a fuerza de investigar a fondo las diferentes aristas del asunto que tenga entre manos, Sayli puede estar meses trabajando en un mismo tema, sin descansar hasta tenerlo «a punto».
«El texto “Debajo de las facturas no hay carne ni dinero” me costó casi dos meses de reporteo, de ir y venir entre las fuentes citadas (sobre todo porque se contradecían todo el tiempo), y de estudiar resoluciones, de revisar notas previas, de consultar a otras fuentes que no aparecen en el trabajo. Pero el reportaje sobre el proceso inversionista tiene tres meses de similar preparación. No puedes hablar del Decreto 327 sin tener una noción de lo que regula, por ejemplo. Para intentar entender al menos lo básico, me fui a la universidad y me senté en un aula de Ingeniería Civil un día, y tomé más notas que los estudiantes. Mi máxima al reportear y escribir es saber exactamente de qué estoy hablando, lo otro sería repetir acríticamente lo que me dicen las fuentes, y de ahí no sale nada bueno. Me cuesta un pelín hablar en primera persona, pero no me canso de estudiar, y lo mismo paso un diplomado de Administración pública que uno sobre Redacción y estilo. Creo que es imprescindible».
Quien la lee se pregunta cómo logra arrancarles a las fuentes oficiales tantos datos valiosos que no les conviene develar. Ella explica que «lo primero es saber que una información puede ser obtenida de varias fuentes y que todas son, por ende, importantes. En Invasor no sobrevaloramos a las oficiales o administrativas por encima de otras. Trabajamos mucho con las bases de datos disponibles y con nuestro propio archivo. A veces un tema ya ha sido tratado y esa fuente que se torna cerrada ha dado declaraciones en otro momento. Esa búsqueda “pasiva” es fundamental. En mi experiencia personal, trato de llegar a la fuente oficial con, al menos, una hipótesis de lo que pudiera estar pasando. Por eso, si se ponen “difíciles”, muchas veces durante la entrevista los emplazo, partiendo de un dato conocido y verdadero. En otras ocasiones una se “hace la boba”, pero por lo general voy de frente».
A pesar del reconocimiento social y de sus premios en concursos nacionales (Concurso Nacional de Periodismo Científico Gilberto Caballero, Premio de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año 2018, Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio, Premio Especial Editorial de la Mujer), en sus más de 14 años de experiencia no todo ha resultado ni fácil ni posible.
«Tengo la impresión de que nadie ha podido hacer todo lo que ha querido, pero cada cual sabe por qué. En mi caso ha sido por varias razones. Unas veces es estrictamente un problema de plataforma, tecnológico, logístico. Te imaginas un trabajo periodístico de una manera, con una visualidad específica y luego la página web no te deja, o no tienes los equipos adecuados, o no tienes transporte para llegar adonde querías. Otras veces lo que te impide hacer el periodismo que quieres y que consideras necesario son las estrecheces que todavía tiene la política editorial nuestra, así como las “regulaciones” externas. Me refiero a todas esas ocasiones en las que te dicen “este no es el momento” (y a veces el momento nunca llega y ahí queda el vacío que otros llenan, o no); hablo de esos organismos con indicaciones verticales que te obligan a pedir con 15 días de antelación una cita y a enviarles por adelantado los intereses de información (y que aun así no rinden cuentas); hablo también de la dificultad de acceder a datos en bases de datos abiertas; de los tabúes que persisten sobre abordar sin pelos en la lengua las cuestiones de política interna».
Acerca de las consecuencias, Sayli asegura que jamás ha recibido una amenaza como respuesta a alguno de sus trabajos de investigación; aunque aclara que el malestar de los implicados cuando se exponen sus errores es obvio: «Hay quien se lo toma mejor y hay quienes luego ni me quieren mirar. Y sí ha habido análisis, en varios niveles, desde cuestionamientos por el empleo de una palabra específica, un dato, o una foto. Supongo que es el precio a pagar por tratar de hacer periodismo, aunque no esté de acuerdo con los métodos. No existe el ambiente ideal para ejercer la profesión, muchísimo menos si te dedicas a sacar a la luz lo que otros se empeñan en mantener en la sombra. Tengo como lema aquel verso de Silvio que dice: “el sueño se hace a mano y sin permiso”».
Trabajar con estos paradigmas resulta, si no agotador, al menos complejo. No es raro que alguna vez también Sayli haya cavilado si vale la pena buscarle siempre, como ella misma dice, «la quinta pata al gato».
«Me lo he cuestionado, aunque luego se me pasa. Ciertamente es agotador. Se me pasa porque, sin creerme la octava maravilla, me cuesta escuchar o leer ese tipo de discurso desconectado de la realidad o triunfalista que ve en los errores (dígase ineficiencia, corrupción, oportunismo) solo la posibilidad para intentarlo otra vez, y que tantas ocasiones el periodismo cubano reproduce (o produce). Creo que sí, que como sociedad debemos aprender de los errores, pero también evitarlos a toda costa, porque cada vez que nos equivocamos perdemos tiempo y fuerzas. A menos que me parta un rayo, pretendo hacer periodismo siempre; lo demás —ya lo dijo alguien antes que yo— es relaciones públicas».
En esa determinación, que para ella es ya un estilo de vida, el periodismo digital se ha colocado como una de sus prácticas preferidas, por «la integralidad y la mirada en 360 grados que propone el lenguaje digital, las posibilidades casi ilimitadas, los formatos... Cuando algunos creyeron que el internauta no leería textos extensos, la realidad les dijo lo que ya se sabía: “Si eres interesante, te van a leer”. La gente descarga sus trabajos preferidos para cuando está desconectada, los guarda en Pocket, o simplemente se gasta su dinero en leer lo que considera aportador, interesante, relevante. Nos ha pasado en Invasor con reportajes y crónicas más extensas de lo habitual. La gente sí lee.
«Súmenle a eso que el periodismo digital te obliga a trabajar con múltiples formatos y que, en el caso de nuestras redacciones (conformadas todavía a la usanza de los impresos de hace 30 años), también impone dominar esos formatos (por lo que la superación es constante) o, en el mejor de los casos, aprender a trabajar en equipos más integrales y multidisciplinares».
El periodismo de datos, tan críptico para unos y evadido por otros, encontró en ella no solo una aprendiz, sino una trabajadora impenitente.
«Esa es una paradoja de mi vida. Siempre respeté mucho las matemáticas. Las temí, para qué decir otra cosa. Y tuve claro que mi vida profesional debía alejarse todo lo posible del cálculo y los números. Sin embargo, el periodismo de datos me descubrió como una groupie de las bases de datos y las múltiples interpretaciones y deducciones a partir de lo que cuentan los números, así como de las visualizaciones. Creo que el amor llegó primero por la manera en que visualiza las historias que cuenta. No considero que haga Periodismo de Datos, así en mayúsculas, pero hay una intención y un deseo. En ese camino voy de la mano de un amigo, Yudivián Almeida, director de Postdata.club, que me ha enseñado y guiado en lo poco que he hecho».
Alguna vez aseguró —ella, que asumió por un corto periodo la dirección de la televisión avileña— que buena parte de la solución a los problemas de la prensa cubana saldría de la postura de los periodistas y sus directivos. Años después de aquella declaración, sostiene su idea: «No dejo de reconocer y discutir sobre los factores externos que “regulan” la prensa en Cuba, siempre para mal; pero creo que sí, porque todavía en muchas redacciones periodísticas de nuestro país reina la parsimonia y el desgano. Que estos hayan sido inducidos, que sean el resultado de malas prácticas, de todas las veces en que nos dijeron “esto no se puede decir”, “esto no es conveniente ahora”, no es justificación para dejar de intentarlo.
»Parto de ahí como gremio. El periodismo no es una dádiva. Nadie nos va a poner en bandeja la información conflictiva, el dato que devele un mal proceder. Hay que salir a pelearlo. Y esa pelea diaria, como ejercicio de pensamiento crítico, conlleva responsabilidad y muchas ganas. Siento que en algunas redacciones faltan ganas y responsabilidad para con la verdad. Creo que es el primer paso para merecer y hacer valer el respeto al gremio. Y para estar en mejores condiciones de exigir y gestionar las soluciones que escapan a nuestro entorno».
Convencida de que no toca a la prensa moldear la construcción de la sociedad, sino descubrir, analizar, proponer, polemizar…, Sayli se permite aspirar a una prensa cubana «que mire sin paternalismos ni sensacionalismos los procesos que se desarrollan en el seno de la sociedad; que no le tema a la verdad y que no intente adornarla o ajustarla; que haga culto a la belleza en el estilo y al rigor en los contenidos».
*Tomado del libro El compromiso de los inconformes. Entrevistas a jóvenes periodistas cubanos (Ocean Sur, 2021).
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