Juan Guaidó ha pasado a ser un personaje tristemente célebre y en este minuto ya bastante olvidado, hasta que una jueza británica de un Tribunal Comercial lo reviviese el pasado viernes tras la decisión de darle a esta caricatura de presidente la administración del oro venezolano que se encuentra bajo custodia de Londres.
La disputa puede ponerse de ejemplo ilustrativo de cómo la política puede secuestrar a la justicia a su antojo. Justo ahora, que Guaidó no tiene ningún cargo real, más allá del construido, porque finalizó su período de líder parlamentario paralelo; justo ahora que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dice reconocerlo, pero no lo invita a la Cumbre de las Américas que él organiza y, por otro lado, decide negociar asuntos de petróleo con el —a sus ojos— «no presidente» Nicolás Maduro; justo ahora que la Unión Europea y las principales corporaciones mediáticas engavetaron el título de Jefe de Estado que le reservaban a quien ya ni siquiera puede considerarse el líder de la oposición, porque ese núcleo estalló en pedazos; justo ahora, una corte británica revive el cadáver político de un fracasado. Eso sí, falla a favor de Guaidó, pero no le da la potestad de tocar aún un solo gramo de oro o una sola libra esterlina. En la práctica, el oro sigue en manos de la corona, al mejor estilo colonial.
Asaltar el Banco de Inglaterra, en un remake de la gustada «Casa de Papel», una de las series más vistas de Netflix, pareciera que es la única salida real que Londres deja a la polémica de ¿quién puede hacer y deshacer con los lingotes? Es decir, quién tiene autoridad sobre nada más y nada menos que 31 toneladas del metal valoradas en mil millones de dólares.
Este litigio tiene ya muchos años. En diciembre de 2021, esta novela judicial llegó a alcanzar tintes verdaderamente decadentes al dejar en punto muerto la diputa. Una disputa que había girado en círculos hasta ese entonces: primero se le dio todo reconocimiento y facultades a Guaidó, después se puso en duda el estatus de presidente de este personaje, porque si bien el ejecutivo británico lo reconocía como Jefe de Estado, seguía manteniendo relaciones diplomáticas de facto con el gobierno de Maduro; después se volvió a admitir un recurso interpuesto por Guaidó para finalmente no decidirse nada en la Corte Suprema del Reino Unido y dejarle la papa caliente a un Tribunal de Comercio, o sea, el que finalmente dio el mazazo.
Realmente se vuelve risible el tira y encoge, si no fuera tan serio el problema de tanto dinero en juego, dinero que tiene un dueño indiscutible: el pueblo venezolano y lo ha necesitado con urgencia todo este tiempo de crisis económica y pandemia, y no puede disponer de él porque al albacea británico del tesoro le ha dado por seguirle la corriente a Estados Unidos, que al fin y al cabo se inventó la presidencia paralela.
Fue así que Londres empezó negándole al Banco Central de Venezuela, bajo las instrucciones de Nicolás Maduro, la posibilidad de extraer y disponer del oro, argumentando que reconocían como legítimo presidente a Juan Guaidó. Pero eso fue en 2019, cuando el cuento estaba fresco, acabadito de inventar y Guaidó lucía y se creía realmente empoderado. Dos años después, él solito se desinfló porque numerosos procesos políticos y electorales en Venezuela contribuyeron a cambiar la narrativa. De hecho, en las últimas elecciones regionales venezolanas, hasta la Unión Europea tuvo que dar su visto bueno después de participar como observador internacional. Claro, aquí Reino Unido se acoge a su no membresía de la UE, Brexit mediante.
Pero lo cierto es que mucho ha llovido desde que 50 y más países llamaran «míster president» a Guaidó. Poco a poco pasó a quedarse sin grandes títulos, y con lo de líder de la oposición a secas, y ya ni eso se le puede llamar, sobre todo, por las múltiples meteduras de pata, algunas de ellas verdaderamente delictivas, del presidente sin palacio. No solo no supo ser un mandatario ni siquiera virtual para todos los venezolanos, es que no lo fue ni para la oposición, que terminó fragmentándose y dividiéndose mucho más, despotricando los unos de los otros y los más visionarios, apartándose del protagonista que terminó en figurante.
Entre los tantos errores, estuvo robar, robar dinero que supuestamente era para la causa, la causa de sacar a Maduro. El último en señalarlo como corrupto fue su otrora «canciller», el también opositor Julio Borges, que fue un paso más allá y dijo que el gabinete interino debía desaparecer enteramente por el uso escandaloso que ha hecho de los activos venezolanos. Si eso piensa la cúpula que ha rodeado a Guaidó todo este tiempo, ¿qué creen ustedes que haría este señor con 31 toneladas de oro en sus manos?
Sin embargo, al que cuestiona Londres es a Maduro, sin importarle que ha dejado claro que quiere el oro para comprar comida y medicamentos. Y que ha dado como garantías, incluso, que daría ese dinero al Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, y que gestionaría por esa vía los recursos de primera necesidad para los venezolanos. Pero todo eso cae en oídos sordos y en una justicia que es ciega, no por justa, sino porque mira hacia donde le conviene, o si no que le pregunten a los abogados del activista Julián Assange, otro caso vergonzoso de ajusticiamiento político a conveniencia del poder real mundial.
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