Finalmente llegó el día en que Andrés Manuel López Obrador puso en práctica una frase que ha repetido muchas veces durante su gestión: “El pueblo me puso, y el pueblo que me quite”. Un principio elemental de democracia que no debiera suscitar el más mínimo reproche, pero que la oposición se ha empeñado en minimizar y tergiversar, y no son pocos los que siguen creyendo las historias que más ruido causan, y no las verificables y contadas desde la honestidad.
Es cierto que pudiera pensarse que lo de AMLO es el mundo al revés. En aquellos países donde existe el revocatorio como figura constitucional, es la oposición la que suele echar mano del recurso para sacar del poder al gobernante de turno y por supuesto que, para todo presidente en ejercicio, mentar el verbo revocar da miedo y espanto. Y en el México de la «cuarta transformación» se invirtieron los papeles: López Obrador promueve la consulta y sus adversarios sangran por la herida. ¿Cómo se explica esto? Responder esa pregunta ha sido parte esencial de comprender el proceso y donde la manipulación ha hecho los mayores estragos.
Desde que AMLO llegó al poder, se empeñó en ponerle a la constitución mexicana la figura del revocatorio de mandato, en palabras simples, un mecanismo legal para que, a mediado de mandato que en el caso mexicano sería al cumplirse el tercer año porque el período presidencial es de seis, los electores decidan si el jefe de estado ha hecho bien o mal su trabajo y, en consecuencia, dejarlo que concluya su gestión o relevarlo del cargo.
Pocos países cuentan con semejante facultad constitucional, sin embargo, en aquellos que la tienen, como ya les adelantaba, casi siempre es la oposición la que decide impulsar este tipo de instrumento, así pasó en Venezuela con Chávez en 2004, por citar un ejemplo bastante conocido. De manera totalmente sui géneris, en México es el mismísimo presidente AMLO quien ha decidido someterse a tal escrutinio popular —en diciembre de 2021 cumplió su mitad de sexenio— sin embargo, la oposición a su gobierno se negó tajantemente desde el principio a que la consulta se llevase a cabo. Incluso el máximo organismo electoral el INE, se inventó todo tipo de obstáculos para impedir la realización del revocatorio.
Suena descabellado y poco comprensible, máxime cuando las críticas de esos mismos adversarios le llueven: que si más pobres que antes, que si no disminuye el crimen organizado, que si mala gestión de la covid-19. Lo más lógico sería que aplaudieran la existencia de una posibilidad cercana a sacarse el dolor de cabeza de en medio, pero saben de memoria que un pulso popular con el presidente es juego perdido, porque los índices de aprobación de López Obrador sobrepasan ampliamente el 50%.
Lo que quedaba ante la impotencia de no poder ganar en urnas era campaña de descrédito para impedir el proceso, y si se iba a dar de todas maneras, sabotearlo con un llamado a la no participación, a la larga lo que ha sucedido y digamos que hasta triunfado.
Y uno se pregunta cómo es posible, los defensores de la democracia, los de la palabrita siempre en la boca ahora no quieren un proceso democrático como éste, incluso le han dicho a Andrés Manuel que es un maniático electorero, por fin, autoritario o qué. ¿Cuándo se volvió tan perverso querer aupar procesos electorales como premisa de vida de una gestión política? Se les desmorona el discurso pro-democrático y dejan entrever sus verdaderas mañas.
Hay un grupo de argumentos públicos que esgrimió la oposición para no apoyar el revocatorio. Dijeron a los cuatro vientos que la consulta era un gasto de dinero innecesario —sin dudas, una razón de peso— a lo que el líder de Morena les respondió en su momento con un abanico de posibilidades, pero implicaba, por ejemplo, que funcionarios acostumbrados a su buen vivir abonasen parte de sus ingresos. ¡Dios lo salve de tamaña generosidad!
De hecho, en un primer momento Obrador quiso adelantar el revocatorio para 2021 y hacerlo coincidir con las elecciones intermedias justamente para ahorrar dinero, pero tampoco cayó bien la idea porque los opositores, que veían al presidente con demasiada aceptación popular para su gusto, temían que eso favoreciera a los candidatos oficialistas en esos comicios.
Luego vino el argumento que se convirtió en el más repetido hasta incrustarlo como verdad absoluta en la mente de cada mexicano, que detrás de todo, lo que AMLO quiere es ratificarse, no revocarse y mostrar músculo electoral para buscar justificar una eventual reelección. Habían tardado en sacar este fantasma que solo sale a colación si el presidente en cuestión tiende demasiado a la izquierda.
Y aunque Andrés Manuel López Obrador no es propiamente dicho un político de izquierdas, sus posturas a la vista de la partidocracia tradicional mexicana son demasiado a la izquierda: querer enseñarle austeridad a la clase política; poner la palabra pobres en su boca y accionar; querer enjuiciar a expresidentes corruptos. De cara al exterior, ha querido rescatar la integración latinoamericana, ser un verdadero líder regional que ayuda a Haití y a Cuba en momentos de emergencia, que condena el bloqueo de su poderoso vecino para con la isla socialista y no le tiembla la voz para elogios hacia el proyecto cubano, que respeta y reconoce la legitimidad del gobierno de Maduro y va un paso más allá y se propone anfitrión de un diálogo con la oposición más recalcitrante y pro-Washington.
Suficiente aval para que PAN, PRI, PRD y el resto de la comitiva que se resiste a haber perdido privilegios políticos y económicos esté urgida de que esta pesadilla morenista termine, pero no con un revocatorio, porque, ante todo, no quieren que los mexicanos aprendan la utilidad de este mecanismo para cuando haya uno de ellos en el poder.
Y justamente esa es la realidad que intenta sepultarse. Lo que no quiere la oposición es que el pueblo se eduque en democracia, la de verdad, la de urnas y votos, no la de discursos demagógicos. Ya van dos procesos de esta índole que torpedean. Primero fue la consulta en la que la ciudadanía debía decidir si se abría el camino hacia el enjuiciamiento de expresidentes corruptos, que tuvo lugar en agosto del pasado año, y solo contó con la participación del 7 por ciento del electorado. Y ahora, con el revocatorio, la historia de no llegar al umbral del 40 por ciento de concurrencia, necesario para que los resultados sean vinculantes, parece repetirse. Oportunidades inéditas perdidas por un desconocimiento mezclado con apatía y sazonado con manipulación a gran escala.
¿Cuántas veces los mexicanos no han salido a abarrotar calles para exigir frenar la corrupción de la clase política? ¿Cuánto hubiesen dado algunos por tener en su momento un instrumento como el revocatorio para no haber aguantado 6 años las gestiones de muchos de los presidentes anteriores? Sin embargo, desechan dos momentos de reivindicación política.
Son demasiado años, décadas, de políticos robándole a los ciudadanos el poder de decidir en todo momento y no solo de presidencial en presidencial. Andrés Manuel López Obrador se empeña en, a la par de salud, obras de infraestructura o ayudas sociales, dotar de herramientas democráticas a los mexicanos, que adquieran cultura política, que dejen de ser masa gobernada y apática, para ser sujetos de y con derechos.
Los resultados aún preliminares del revocatorio de este domingo 10 de abril, demuestran que la gente sigue sin saber el poder que tiene. AMLO no dejará el cargo, no había posibilidad alguna de que eso sucediera. De los que acudieron a votar, fue arrollador el respaldo a la continuidad de la gestión. Pero la oposición se salió otra vez con la suya al darse una participación pírrica en un asunto que encerraba muchísimo más que un te vas o te quedas.
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