El nuevo coronavirus, responsable de la enfermedad denominada COVID-19, ha desatado una pandemia global. Mucho antes del reconocimiento oficial por parte de la Organización Mundial de la Salud, el pánico se propagaba a velocidad mayor que los contagios, sin embargo, hay a quienes la situación le ha servido de pretexto ideal.
Es el caso del presidente ecuatoriano Lenín Moreno. Con el virus de moda como justificante principal, ha lanzado esta semana un plan de medidas, según él de contingencia, pero que en la práctica se acercan mucho al paquetazo que pretendió imponer en octubre, cuando el coronavirus no pensaba ser portada diaria en periódicos y noticieros. En aquel entonces, una sublevación popular que, incluso llevó a que Moreno abandonara el Palacio de Carondelet y se refugiara fuera de Quito para gobernar, impidió la concreción de las impopulares decisiones de su administración.
El ejecutivo morenista dejó calmar las aguas pero ha vuelto a retomar su pliego de recortes porque ve peligrar los dólares del Fondo Monetario Internacional. El organismo acreedor le prometió préstamos millonarios, como es costumbre en plan salvador de una economía agonizante, para después sentirse con la potestad de ordenar cómo los ecuatorianos deben estructurar su economía.
Al darse las protestas de octubre pasado, Moreno no pudo implementar las recetas dictadas por la entidad financiera, lo que molestó bastante al Fondo e hizo que este decidiera no cumplir con los plazos de los préstamos. De hecho, tocaba en marzo la erogación de una jugosa tajada y, en vistas de que aún no asoma el dinero, el mandatario ecuatoriano se saca un par de ajustes de debajo de la manga para congraciarse con el prestamista radicado en Washington, y a sus ciudadanos les cuenta el cuento chino, nunca mejor dicho, del coronavirus y sus estragos en el país sudamericano.
Ciertamente, en Ecuador hay varios enfermos de COVID-19 y más de un centenar de personas en cuarentena con vigilancia y monitoreo por sospechas. Cierto también que la venta de petróleo es la principal entrada de divisas de la nación y que el precio de ese recurso se ha desplomado a causa de la pandemia. Se complejiza así una crisis que ya estaba bien crítica pues la deuda externa es abultadísima y las arcas del Estado dicen estar vacías. Para librar responsabilidad, aún a casi 3 años de gobierno, Moreno sigue tirando la culpa para atrás, para esa otra gestión de Rafael Correa, a la que parece se le olvida que perteneció activa y protagónicamente.
Se le olvida también que la crisis empezó mucho antes y que tuvo factores internacionales, al margen de los supuestos malos manejos económicos de su predecesor y padre político, que tuvieron que ver con un panorama similar de caída de los precios de las materias primas y una desaceleración regional. Todo ello aumentado por la ocurrencia de desastres naturales y no pocas agresiones externas para abortar los procesos progresistas del área.
Lejos de estudiar las soluciones que pusiera en práctica el gobierno de Correa, Lenín Moreno ha optado por calcar el modus operandi capitalista y traicionar la esencia del proyecto de Revolución Ciudadana que lo llevó al poder, como también defraudar a su partido y correligionarios.
Es así que ahora elimina instituciones públicas, fusiona ministerios y se pinta de buena gente porque aún no decreta despidos masivos. Anuncia cruentos recortes presupuestarios pero advierte que la salud no se verá afectada. ¡Qué buen gesto! Otra vez arremete contra los trabajadores del Estado. A fines de 2019, les pedía donar un mes de trabajo y ahora los obliga a aportar un porcentaje de su salario, pero sólo de forma temporal. Hay que ver cuán flexible es el período de contribución. Y esto es sólo el comienzo de un largo listado de reacomodos para cumplir las obligaciones con el FMI. Vendrán más medidas extraordinarias que siempre serán pensadas para asfixiar al de abajo y no al de arriba, por más que quiera maquillar la realidad el señor presidente.
Porque lo peor de todo es la piel de cordero. Su discurso sigue siendo con los pobres de la tierra y se cuida de interpretar a un Bolsonaro, aunque en el fondo se le caiga el disfraz cuando no condena el abuso sexual a las mujeres, sino que lo intenta justificar, cuando aplaude el trabajo infantil, o cuando ataca a la comunidad médica y la acusa de lucrar con las desgracias de la gente.
Mientras a su par brasileño le da por decir que los medios exageran sobre el coronavirus, Moreno saca provecho de la epidemia. Por si fuera poco, intenta sosegar a la población con que para contener a esta nueva emergencia también pedirá prestado otros 60 millones de dólares. Al parecer todo lo resuelve con estirar la mano y que después pague el pueblo. A su favor tiene en este minuto que, a diferencia de su paquetazo anterior, esta vez la movilización popular puede verse menguada por el miedo a la propagación del virus. Las principales organizaciones gremiales y sociales del país ya han mostrado su rechazo a las disposiciones anunciadas el pasado día 10 de marzo pero no hay indicios de que se produzca un estallido similar al de octubre.
Al tiempo que Moreno cumple la agenda neoliberal, mantiene a raya cualquier eventual resurgir de su antagonista Rafael Correa. Contra el expresidente, ensaya el mismo modelo de persecución judicial para impedirle su participación en las elecciones de 2021. Si bien Correa no puede aspirar a gobernar nuevamente el Ecuador pues ya quedó proscrita la reelección indefinida en un referendo auspiciado por el propio Lenín Moreno en 2018, pudiera presentarse como fórmula vicepresidencial o candidato a asambleísta. En ambos casos, debería quedar absuelto de los cargos que hoy enfrenta y por los cuales la Fiscalía le pide unos 8 años. Pesan sobre él órdenes de prisión preventiva por las cuales sería apresado de inmediato si decidiera regresar al país.
De más decir que cambiar tal escenario es bastante improbable puesto que la administración de Moreno también se ha encargado de poner a dedo a las figuras claves en los puestos claves de los distintos poderes. Una trama bien urdida para asegurarse que, aunque él no pueda repetir mandato por su ya elevada desaprobación, tampoco pueda retornar un gobierno de corte correísta o con aspiraciones prosocialistas.
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