Cuando llega el día 8 de marzo cada año, uno pensaría que lo primero sería felicitar a las mujeres en su día: ¡Felicidades! ¡Feliz día para todas! O cualquier otra variante de agasajo. Pero es que esto de los días señalados para determinadas celebraciones o conmemoraciones, esas fechas internacionales, la mayoría de ellas adoptadas por Naciones Unidas o por algún otro consenso global, no son una especie de cumpleaños precisamente sino deudas, el recordatorio de las muchas deudas que hay entorno a alguien o algo. En este caso, es un alto en el camino cada año para hacer notar lo que aún no se logra en materia de equidad de género, los miles de pendientes con las mujeres.
Lo primero es reconocer esos asuntos no resueltos allí donde las apariencias pudieran estar indicando otra cosa. Porque vivimos sociedades de contrastes, donde cierta jerarquización de información tiende a priorizar unos temas sobre otros y en esa superposición de realidades, no siempre se alcanza a ver el problema en toda su magnitud.
En materia de mujeres, por ejemplo, en la región de Latinoamérica, tuvimos a Cristina Fernández de Kirchner como la primera mujer presidenta de Argentina, pero ese mismo país no vino a tener una ley de aborto legal, seguro y gratuito hasta hace apenas un par de meses —se aprobó en diciembre de 2020 y entró en vigor a fines de enero de 2021. Y mientras ahora los pañuelos verdes argentinos están de fiesta, en Honduras o El Salvador, dos de los Estados con prohibiciones severas en torno al aborto, sigue siendo penado con cárcel interrumpirse voluntariamente el embarazo así sea producto de una violación o haya peligro para la madre o el bebé.
En Colombia, un titular de prensa de finales del año 2019 advertía que «no era un país para mujeres», en alusión a cifras escandalosas de explotación sexual y trata de personas. Si a ellos sumamos números aún más dolorosos y con más ceros a la derecha de las mujeres víctimas del conflicto armado, bien sea por haber perdido un hijo, al esposo, o haber sido violadas, obligadas a abandonar su tierra y un sinfín de vejaciones más, el panorama se ensombrece.
Y es la misma Colombia que tiene ahora una mujer vicepresidenta del país, Marta Lucía Ramírez, y a otra en el puesto de gobierno más importante de Bogotá, la ciudad capital, la alcaldesa Claudia López, quien además de mujer, representa a la comunidad LGTBI, por reconocer públicamente su homosexualidad. Es por tanto líder y representante de dos minorías históricamente discriminadas.
La misma Colombia de Shakira y Karol G, dos exponentes de mujeres bellas y exitosas para un segmento poblacional nada despreciable a nivel mundial, que entiende la belleza desde patrones excluyentes, como mismo ocurre en México, Bolivia y Perú, por citar tres naciones del área con marcada influencia y presencia de poblaciones indígenas, con sus costumbres, cultura y fenotipo y sin embargo, son naciones que desde los medios de comunicación y las industrias culturales venden un producto distinto y más acorde a estándares de mercado, que en estos casos muestra un patrón repetitivo por doquier que termina cosificando a la mujer, cuando no menospreciándola o exigiéndole más que a su sexo opuesto.
Siguiendo con los contrastes, están esos países del primer mundo donde parecieran estar todos los asuntos resueltos para las féminas por tener muchas más puertas abiertas, pero chocan no pocas veces con realidades de salarios diferenciados y bastante menores a los de los hombres.
Y sin ir más lejos, tenemos a Cuba, donde hay mayoría parlamentaria femenina, mujeres de éxito en todos los campos socioeconómicos, y en medio de ello, historias de hombres violentos y machistas hasta la médula que se sienten con el derecho de acosar y hasta asesinar a la que ose darse valor más de la cuenta, según la corta visión de estos trogloditas. Son casos que estadísticamente no pueden compararse con otros durísimos escenarios de la región, pero que cuentan y mucho. No son las fosas comunes en México, donde abundan mujeres víctimas de feminicidios al por mayor, pero duelen, importan y exigen acción como mismo los casos más atroces.
Apenas algunas aristas de un fenómeno sumamente complejo. Empoderar a la mujer no es cosa de un hito o dos, aquí o allí, es una lucha de grandes dimensiones en la búsqueda de cambios profundos en nuestras sociedades y esa lucha debe ir en varios frentes para poder ganarse: el político, en primera instancia, porque se necesita voluntad de gobierno para las grandes causas; el institucional, porque no basta con los deseos de cambiar y los deseos de hacer sino existe el emparo de instituciones, legalidad y el imprescindible respaldo jurídico; y el más complejo de todos los frentes, el sociocultural, ese que va a la esencia de las mentes y conductas del ser humano para que se entienda de una vez que el patriarcado debe proscribirse definitivamente, y que la equidad de género no significa que hombres y mujeres sean iguales sino que tienen los mismos derechos y oportunidades.
Esta es una lucha, que no es de un día, un mes o un año, que ha tenido algunas pequeñas victorias, pero que para nada bastan.
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