Han sido muchos y de diversos tipos los homenajes recibidos por el Che a los cincuenta y un años de su asesinato en Bolivia. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados por divulgar y socializar su pensamiento, en su posteridad siguen pesando más la imagen del guerrillero heroico y su dimensión ética que sus formidables aportes a la teoría y prácticas socialistas. En mi opinión, continúa siendo insuficiente la presencia del Che en el debate sobre los rumbos a seguir por el socialismo cubano, y ella es tanto más urgente y necesaria en la medida que aumenta la complejidad de los peligros enfrentados por la Revolución Cubana y su proyección anticapitalista.
Junto con el pensamiento del Che, resulta imperativo traer de vuelta al centro de la discusión pública cubana el concepto de transición socialista. Entendernos y asumirnos como una sociedad en transición nos ayudaría, entre otras cosas, a no perder nunca de vista que nuestro fin último es la construcción del comunismo, es decir, una comunidad de productores libres asociados, donde se haya alcanzado la emancipación total del ser humano. Nada menos. Y que todo cuanto hagamos, incluido el desempeño del poder revolucionario, debe estar subordinado a ese objetivo. Nos protegería además contra la tentación de quedarnos detenidos en algún punto del camino, y confundiendo medios con fines, necesidades con aspiraciones, perseguir la consolidación de un modelo híbrido, con cierta redistribución de la riqueza social, pero también reproductor de desigualdades y exclusiones, lo cual equivaldría a derrota.
El proyecto comunista debe ser la brújula que guíe las experiencias de transición socialista, so pena de que se pierdan en el trayecto, y debe servir para evaluar sus prácticas, corregirlas y rectificarlas cuando sea necesario, medir sus avances y retrocesos, cuánto nos acercan o nos alejan de nuestras metas, y elegir las mejores herramientas para su consecución. El hecho cierto de que el período de transición tendrá que ser, por necesidad, largo en el tiempo, y por definición, lleno de contradicciones, tensiones y dificultades, no debe hacernos olvidar que su pretensión no es perpetuarse ni entronizar nuevos tipos de dominación con una distribución más o menos justa, sino la liberación de las personas y las sociedades. La del Che es una concepción comunista del socialismo, según la cual la transición debe estar orientada siempre por su horizonte comunista.
La transición nunca podrá ser igual a sí misma, ella debe significar un proceso continuo e ininterrumpido de cambios revolucionarios en el cual las personas, a la par que transforman las instituciones y las relaciones sociales, se van convirtiendo a sí mismas en un nuevo tipo de seres humanos. Por supuesto el proceso no es lineal, registra progresos, pero también estancamientos y repliegues. Su signo distintivo es el movimiento, y es una ilusión peligrosa pensar que ella pudiera conseguir una convivencia armoniosa permanente de elementos de eficiencia y productividad del capitalismo con elementos de justicia social del socialismo. Es un camino más que un lugar de llegada, pero su resultado no es ineluctable ni está decidido de antemano, puede llevar a dos salidas: desembocar en una sociedad comunista, o terminar en una restauración del capitalismo. Así advertía un editorial del periódico Granma en febrero de 1967: «Se puede salir al socialismo, y no llegar».[1]
Es justamente el de la transición uno de los campos donde más útiles pueden sernos las reflexiones del Che. Como la invitación, por ejemplo, a seguir cuestionándonos si todo lo que «es» en el período de transición, necesariamente «debe ser».[2] Esta es una distinción a tener en cuenta siempre, por el peligro, varias veces experimentado por los ensayos socialistas del siglo XX, de convertir la necesidad en virtud. Es decir, transformar en leyes generales del socialismo, de obligatorio cumplimiento, respuestas prácticas a problemas concretos, que obedecieron a coyunturas determinadas, pero que en sentido alguno nos hacen avanzar en nuestro proyecto emancipatorio.
Para el Che esto fue particularmente evidente con la Nueva Política Económica (NEP) y los efectos perversos que legó a la sociedad soviética y a la teoría y práctica del socialismo en las décadas posteriores a la muerte de Lenin: «Después de muchos años de desarrollo de su economía en una dirección dada, convirtieron una serie de hechos palpables de la realidad soviética en presuntas leyes que rigen la vida de la sociedad socialista». Según el Che, aquí radicaba uno de los errores más importantes, siendo el mayor, en su concepto: «el momento en que Lenin, presionado por el inmenso cúmulo de peligros y de dificultades que se cernían sobre la Unión Soviética, el fracaso de una política económica, sumamente difícil de llevar por otro lado, vuelve sobre sí y establece la NEP dando entrada nuevamente a viejas relaciones de producción capitalista».[3]
La NEP fue una política de sobrevivencia, no un modelo de construcción del socialismo. Lenin le dio el nombre correcto: capitalismo de estado. Y el Che matizó la definición afirmando que se trataba más bien de un capitalismo premonopolista en cuanto al ordenamiento de las relaciones económicas. En ningún caso la consideraron un camino al socialismo. Para Lenin es simplemente un paso atrás, en medio del acoso, dictado por la necesidad de sobrevivir, y el Che advirtió sobre las consecuencias nocivas perdurables provocadas por ese retroceso, que extendidas en el tiempo, podían desembocar en la restauración capitalista.
El Cálculo Económico, el sistema de organización y gestión económica predominante en la URSS y en el campo socialista en vida del Che, hundía sus raíces en la NEP, y de ella tomó sus principales categorías económicas y de organización de la producción: «El hecho real es que todo el andamiaje jurídico económico de la sociedad soviética actual parte de la Nueva Política Económica; en esta se mantienen las viejas relaciones capitalistas, se mantienen las viejas categorías del capitalismo, es decir, existe la mercancía, existe, en cierta manera, la ganancia, el interés que cobran los bancos y , naturalmente, existe el interés material directo de los trabajadores». Pero los elementos capitalistas incorporados por la NEP habían correspondido a un capitalismo premonopolista, al capitalismo atrasado ruso de inicios de siglo, que ya se encontraban francamente desfasados en los años 60 con respecto al capitalismo desarrollado de los grandes monopolios: «En mi concepto todo este andamiaje pertenece a lo que podríamos llamar, como ya he dicho, un capitalismo premonopolista. Todavía las técnicas de dirección y las concentraciones de capitales eran en la Rusia zarista tan grandes como para haber permitido el desarrollo de los grandes trusts». En cambio, el Sistema Presupuestario de Financiamiento propugnado por el Che, en tanto rechazaba de plano las «armas melladas del capitalismo», es decir, las relaciones sociales de producción capitalistas, pretendía utilizar en función de la construcción socialista la tecnología y las técnicas organizativas y de dirección del capitalismo más desarrollado de su época: «En la parte técnica, nuestro sistema trata de tomar lo más avanzado de los capitalistas y por lo tanto de tender a la centralización».[4]
En la concepción del Che, el Cálculo Económico era al Sistema Presupuestario de Financiamiento lo mismo que el capitalismo de libre competencia al capitalismo monopolista. «En ese capitalismo desarrollado están los gérmenes técnicos del socialismo mucho más que en el viejo sistema del llamado cálculo económico que es, a su vez, heredero de un capitalismo que ya está superado en sí mismo y que, sin embargo ha sido tomado como modelo del desarrollo socialista». En resumen, esta es su aspiración: «eliminar las categorías capitalistas: mercancía entre empresas, interés bancario, interés material directo como palanca, etc., y tomar los últimos adelantos administrativos y tecnológicos del capitalismo».[5]
La transición socialista estará siempre condicionada por realidades adversas, no puede ser de otro modo, sobre todo cuando el proceso revolucionario que le da origen ha triunfado en un país de economía atrasada y escasos recursos, queda aislado al no producirse la extensión mundial de la revolución, se ve obligado a insertarse en condiciones desfavorables en el mercado mundial, y a la vez debe enfrentar el hostigamiento de fuerzas contrarias muy poderosas. Pero aun así, en esas condiciones, ella debe plantearse metas de liberación cada vez más altas, siempre superiores a lo que parece permitir la realidad circundante, y movilizar en pos de ellas voluntades y conciencias. La movilización de la conciencia organizada y la participación activa de los trabajadores son las principales fuerzas con las que cuenta el socialismo para su triunfo dentro de la transición socialista y para enfrentar circunstancias tan hostiles.
Si el régimen de transición se circunscribe a hacer lo que parece posible por las condiciones existentes, si se constriñe únicamente a lo que parece permitir el desarrollo de las fuerzas productivas, si no se propone la transformación y superación de las realidades que lo limitan y la creación de realidades nuevas, y se contenta con adecuarse a ellas, terminará por abonar el camino para el retorno al capitalismo.
El socialismo, a diferencia del capitalismo, se construye conscientemente, y por eso está obligado a librar una batalla muy dura contra el sentido común, a desafiar todas las nociones que siglos de dominación capitalista han presentado como lógicas y normales, y a producir y reproducir nuevos consensos. El socialismo es siempre cuesta arriba, producto de un esfuerzo consciente, organizado y planificado, a través de cambios sucesivos, continuos e ininterrumpidos.
Un consenso bastante generalizado en la Cuba de hoy, incluso entre muchos que rechazan la posibilidad de combinar lo mejor del capitalismo y el socialismo, es que el mercado resulta necesario en la construcción del socialismo. Tal postura olvida que el mercado pervive durante la transición como un rezago del pasado, como un dato de la realidad a tener en cuenta pero no para conformarse con él sino para superarlo. El mercado no puede ser usado sencillamente como una herramienta, en positivo, para la producción de los bienes materiales requeridos por el socialismo, porque él genera prácticas, comportamientos, relaciones y fenómenos sociales incompatibles con la nueva cultura de liberación que debe crear la transición socialista. Los efectos perniciosos de su empleo durante un tiempo determinado podrán ser contrarrestados parcialmente mientras el poder político permanezca en manos de los revolucionarios, pero su profundización y su existencia a largo plazo pondrán en peligro la supervivencia misma del proceso de transición.
El mercado y la planificación centralizada son dos realidades contradictorias de la transición socialista, que no pueden articularse en una convivencia armoniosa, complementándose. Uno terminará predominando sobre otro, o a favor del capitalismo o del socialismo. El socialismo solo podrá avanzar mediante la eliminación progresiva del uso de las categorías del mercado. El desarrollo económico alcanzado a través de herramientas capitalistas, sólo reproducirá más capitalismo. El mercado es antitético al socialismo. En tal sentido, hablar de socialismo de mercado es un oxímoron, una contradicción en sí misma. El socialismo se construye contra el mercado, no con él ni a través de él.
No se puede pretender tener por un lado un modo de producción capitalista y por otro una ética y comportamientos socialistas. Se trata de crear riquezas y desarrollo con la conciencia, no al revés, no que la conciencia socialista surja automáticamente a partir del desarrollo de la producción de bienes materiales, sin importar la forma en que se hayan obtenido. El socialismo no es solo un modo de distribución justa de la riqueza ni que las principales palancas económicas del país sean de propiedad estatal, sino sobre todo la creación de un nuevo modo de producción y de vida.
Para el Che la transición es sobre todo una transformación cultural, no solo económica y política. El desarrollo económico sin la creación de una nueva cultura y de nuevas relaciones sociales puede conducir a cualquier lado menos al socialismo. Precisamente la incapacidad de producir una cultura socialista de liberación, diferente y opuesta a la capitalista, fue una de las grandes carencias del socialismo en el siglo XX, una de las causas fundamentales de su fracaso y una lección a tener muy en cuenta por las experiencias socialistas del siglo XXI.
Algunas apelaciones a la necesidad de contextualizar el pensamiento del Che porque fue elaborado para una época y condiciones distintas y tiene poco que hacer en la realidad de hoy, pudieran esconder intentos de desautorizar la voz del Che o de restarle valor en la hora actual de Cuba. Si bien es cierto que no se puede copiar ni extrapolar mecánicamente su cuerpo de ideas a coyunturas y complejidades nuevas, y que solo nos será útil de verdad si somos capaces de interpretarlo y asumirlo creadoramente, sería suicida renunciar al legado teórico y práctico del Che, cuyos análisis sobre los regímenes de transición socialista del siglo XX demostraron ser de una exactitud y un rigor extraordinarios.
El Che se fue de Cuba dejando en ella lo más puro de sus sueños de constructor, y murió en Bolivia con la esperanza de que su caída no fuera en vano, siempre y cuando su grito de guerra llegara a miles de oídos receptivos y se empuñaran nuevamente los fusiles. Los revolucionarios cubanos en el siglo XXI debemos tener oídos receptivos al grito de guerra del Che contra el capitalismo, para empuñar las armas teóricas que nos legara en la batalla por la construcción socialista. Estas sí, armas con filo.
[1] «La lucha contra el burocratismo: tarea decisiva», en Ediciones El orientador revolucionario, no. 5, COR del PCC, La Habana, 1967.
[2] «La planificación socialista, su significado», en Cuba Socialista, no. 34, La Habana, 1964.
[3] «A modo de prólogo. Algunas reflexiones sobre la transición socialista», Carta del Che a Fidel, abril de 1965, en Ernesto Che Guevara: Apuntes críticos a la Economía Política, Centro de Estudios Che Guevara/Editorial Ciencias Sociales/Ocean Press, La Habana, 2006, p.10.
[4] Ibid., pp. 11, 17.
[5] Ibid., pp. 15, 17.
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