Intento de asesinato a un contendiente y la renuncia prácticamente por obligación del otro ha marcado la campaña presidencial de la primera potencia mundial cuando apenas restan poco más de 100 días. Dos aspirantes que, aunque se daba por sentado que se enfrentarían en noviembre repitiendo un mano a mano sin pronósticos certeros, aún no estaban oficializados como candidatos de sus respectivos partidos.
Venía siendo una de las preguntas más reiteradas de norte a sur y de este a oeste: ¿quién gana estas elecciones estadounidenses: Trump o Biden?, porque lo que pase allí repercute en todos los países del orbe por el grado de influencia de Washington en materia política y económica, incluso, cultural, desde una hegemonía que deja poco margen a la multilateralidad a la que aspira el conjunto de las naciones.
Con Joe Biden fuera de juego y después de la foto con tintes de coreografía de un imbatible Donald Trump que se yergue con expresión victoriosa, puño en alto, oreja sangrante y llamados a la lucha, en lugar de una interrogante, se ha comenzado a diseminar una idea con fuerza de verdad: «ahora sí va a ganar Trump».
Afirmarlo tajantemente es imposible, en un país tan polarizado en torno a la figura del magnate neoyorkino y en un mundo donde las probabilidades ya forman parte, como nunca antes, del ejercicio mismo de la manipulación. Las encuestas dieron hasta última hora una brecha corta entre Trump y Biden a pesar de los lapsus del octogenario presidente que ha llegado a confundir a Zelensky con su más enconado adversario, Putin, y a su vicepresidenta, ahora elegida a sucederlo en la candidatura demócrata, Kamala Harris, con su oponente político, el mismísimo Trump, por solo citar los que le dieron el toque de gracia para que todos sus correligionarios salieran a rogarle la retirada.
Una retirada que se dio, pero a destiempo. En menos de cuatro meses no puede competirse en igualdad de condiciones y sobre todo de recaudación de fondos con un experto en estas lides, que ha hecho de sus causas judiciales y de cada ataque a su persona, mega actos de campaña con la victimización como bandera. Lo de convertir en héroe al villano y buscar la empatía popular, teniendo del otro lado un Biden que solo se arruinaba la imagen con cada uno de sus meteduras de pata, ha sido un plan redondo.
Aun así, dos y dos no son cuatro. Trump polariza y mucho; su derrota cuando aspiraba a la reelección de 2020 no es un hecho menor y sigue enfrentándose a poderosos grupos a los que un eventual mandato trumpista perjudica. Entre los asuntos más polémicos que le dan amigos y enemigos casi que por igual está su confesa posición sobre la guerra en Ucrania —ha dicho alto y claro más de una vez que pretende terminarla si llega de nuevo a la Casa Blanca— y aquel mito o realidad que lo acerca a cierta simpatía por Vladimir Putin. Tampoco es muy amigo de Europa y durante su anterior administración dejó muy mal parados los vínculos de Washington con el viejo continente y con los organismos multilaterales.
Está igualmente reciente la experiencia europea de, si bien la ultraderecha se ha hecho sentir con sobradas fuerzas y ha acaparado espacios políticos significativos, también se ha activado una especie de tregua partidista y se ha intentado cerrar filas para cortar el avance ultraderechista, siendo Francia el mejor ejemplo de crear un frente común contra estas fuerzas tan extremistas.
En Estados Unidos, viene a ser Trump quien encabeza ese tipo de extremismo y ultraconservadurismo, sazonado con altas dosis de excentricidad y antipolítica, a pesar de postularse por el Partido Republicano.
Sin embargo, igual que tiene enemigos dentro y fuera de su partido, sus seguidores valen por dos porque, más que votantes leales, se convierten en fanáticos peligrosos, capaces de otro 6 de enero de 2021, cuando asaltaron el Capitolio, y quizás con una mayor escalada de la violencia.
Por otro lado, tiene esa masa de estadounidenses que solo busca el beneficio individual a corto plazo y que ve en Trump al hombre de negocios que impulsa la economía, crea empleos, hace bajar el precio de la gasolina, prioriza la producción nacional y promete «hacer a América grande otra vez», apelando a ese chovinismo u ombliguismo «made in USA».
Como competidora, es muy probable que tenga ahora a Harris, un plan B de última hora que deja en posición desventajosa al Partido Demócrata. Es ella por su condición de conocida a nivel nacional, pues podría haber en filas mejores apuestas de políticos demócratas, pero poco conocidos más allá de su radio de acción. Es mujer y ya Hillary Clinton sufrió en carne propia el machismo de un país que jamás le ha permitido semejante puesto a una mujer. Y afroamericana, que con Obama funcionó pero no tiene por qué jugar ahora a su favor, sobre todo cuando hay quien la ve como una mujer negra que luce y se comporta como mujer blanca, en esa triste manía discriminatoria que llega hasta nuestros días de etiquetar razas y clases sociales.
Tiene también su propio de rosario de críticas, algunas verdaderos golpes bajos como cuando la atacan por no ser madre, o cuando le atañen toda la responsabilidad del mal manejo de la crisis migratorio en frontera. Si bien es cierto que ella ha sido la enviada de Biden para estos temas en reiteradas ocasiones, lo que la ha convertido en la cara del problema, ha tenido entonces que cargar con las consecuencias de la pésima gestión en un tema medular en materia electoral.
Además, Kamala aun no es la nominada oficial, tiene que en muy corto tiempo hacer campaña en dos sentidos: para que los demócratas la apoyen incondicionalmente y le den la gran tarea, y para ir ganándose el voto de indecisos y grupos reacios al sufragio. Hay mucha gente que vota el mal menor, pero cada vez es más popular que ante dos males, no votar ninguno.
Por lo pronto, Trump cree firmemente que su virtual nueva oponente sería más fácil de derrotar, y ha insistido en catalogar a Biden del «peor presidente de los Estados Unidos». En muchos aspectos, Biden no ha hecho más que dejar intactas decisiones trumpistas, y en el resto, seguir el manual demócrata, sin grandes legados, más allá de que será recordado por la oleada de actitudes seniles en las postrimerías de su mandato. Hasta el próximo 5 de noviembre las apuestas están servidas.
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