Contrapunteo

¿Qué ha cambiado de una caravana a otra?

31 ene. 2020
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Quince meses después de la primera caravana de migrantes centroamericanos que le contó al mundo historias de desarraigo de una dureza tal que solo admiten suspirar profundo y tragar en seco, se repite el fenómeno con otra movilización humana de grandes proporciones —aunque aún no sobrepasa el número de la anterior— a plena luz del día y por grandes avenidas; algunos dirían que persiguiendo sueños, sin embargo, más exacto podría decirse que huyendo de pesadillas. El trayecto, el propósito y las causas que le motivan a tan desgarrador e incierto viaje son prácticamente los mismos, con cambio de peones en la arena política y sí una lluvia de restricciones exponencialmente mayor a la que enfrentaron los iniciadores.

Aquellos que partieron de San Pedro Sula, en Honduras, el 13 de octubre de 2018 no llegaron a su destino. La masa compacta se fragmentó, unos quedaron rezagados y obligados a desistir, y lo que es peor, a regresar. No pocos aprovecharon oportunidades surgidas en los países de tránsito, la mayoría de ellos en un México que sirvió de refugio y lució bastante buen anfitrión, y los empecinados en no mirar atrás, se tropezaron con las armas largas de las tropas estadounidenses desplegadas dedo en gatillo, tal y como amenazó el antiinmigrante en jefe, Donald Trump, en la frontera sur del país meta. Y todos estos pueden darse por afortunados porque no perdieron lo esencial, la vida, la que sí le costó a un número que jamás podrá contabilizarse de seres humanos tratados como mercancía o carne de cañón por traficantes ilegales e incluso, fuerzas de seguridad, y otros más fatales aún que cayeron desfallecidos en el intento azaroso de caminar kilómetros y kilómetros, cruzar ríos, atravesar selvas de miedo en una ruta de muerte, cuando se les impidió el paso por las calles citadinas.

Una ruta que existe mucho antes de la caravana de 2018, y de esta otra apenas surgida comenzando 2020, solo que ahora la gente decide apostarle a este recorrido público, organizado en grupos, cantándole las verdades de su realidad a los medios de comunicación, exigiendo salvoconductos, papeles, un atisbo de legalidad y, por supuesto, lo fundamental, la sensibilidad de pobladores y gobernantes para que le faciliten el tránsito hacia el destino final. Antes, la carrera era individual o en bloques pequeños, sin decirle a nadie, ni a sus seres queridos, por rutas aún más letales, a merced de «coyotes», sacándole provecho a la noche para escurrirse de los controles fronterizos, arrastrándose bajo cercas o trepando muros, en el más absoluto clandestinaje, y haciendo cuentas en una cifra mucho mayor que la de las conocidas y mediáticas caravanas.

A todas estas, el asunto no es si emigrar a ojos de todos o a escondidas. La cuestión es y ha sido siempre y será las causas estructurales de tal fuga humana. Y ahí es dónde ningún político de los implicados y responsables pone el dedo en la llaga. Muchísimo menos ahora que el señor Trump ha logrado entrar en cintura el llamado Triángulo Norte compuesto por Honduras, Guatemala y El Salvador, y también a México, los sitios emisores y a la vez de circulación.

Es lo único que ha cambiado de una caravana a otra: las condiciones y personajes políticos a los que se enfrenta la masa migrante. Para colmo, tanto aquella como ésta han acabado sirviendo a fines electoreros, sin proponérselo ellos, aunque quién sabe si no hay nada de espontáneo en la convocatoria y organización de este tipo de conglomerado, partiendo del hecho que se usan las ultra manipulables redes sociales para hacer el llamado a la marcha. Lo cierto es que la caravana de 2018 le vino como anillo al dedo a los comicios de medio término en Estados Unidos, los que eligen a la Cámara de Representantes y a parte del Senado. Y la de 2020 ya comienza a ser tema de campaña en las presidenciales. En cualquier caso, benefician la retórica xenófoba del aspirante a reelección y de su base racista y nacionalista.

El Trump candidato puede vender la idea de que sus iniciativas para frenar el flujo de centroamericanos hacia suelo norteamericano han funcionado perfectamente. De hecho, le ha endosado el «problema» a sus vecinos de paso a golpe de presiones financieras. Si ayer tenía Estados Unidos que militarizar su frontera sur y enrolarse en una cacería de migrantes, ahora es una tarea sucia menos de la que ocuparse y de la que se encarga por «mandato» México. Al final va a tener razón también el magnate presidente en que su soñado muro lo iba a construir y pagar la nación colindante. Y le ha tocado, nada más y nada menos que, a Andrés Manuel López Obrador, el que prometió cambiar el tratamiento al migrante, establecer ese pared de contención a la entrada de su territorio. Son los militares mexicanos los que en esta ocasión cumplen las funciones de la «Border Patrol» gringa, y los que, a pesar de tener la orden de trato humanitario, han escenificado más de un incidente violento. Toca a AMLO impedir que su México de la cuarta transformación sea trampolín al «sueño americano». Para marcar la diferencia, ha prometido empleos y estabilidad a quienes decidan quedarse en sus predios, pero ya hay más de una denuncia de incumplimiento, pues algunos que decidieron acogerse a esa oferta han sido deportados por sorpresa.

Al fin y al cabo, López Obrador está siendo chantajeado de la peor manera, cedió a la extorsión cuando muchos pensaron que iba a marcar la diferencia entre los dignatarios mexicanos. Trump le dijo: o cumples mi misión o lloverán aranceles sobre los productos mexicanos que exportes hacia aquí. De más está recordar la dependencia de la economía mexicana de su vecino norte.

Con Honduras, Guatemala y El Salvador, la coerción fue más fácil y con los métodos de siempre. Lo que está en juego con esos tres es la jugosa ayuda estadounidense para el desarrollo, esa que se embolsilla la élite y con la cual no se construye ni un parque. Vino a hacerle más cómoda la escena la llegada al poder de dos personajes que buscan a toda costa caerle en gracia al que reparte los dólares en Washington. Primero fue Nayib Bukele en El Salvador y después Alejandro Giammattei en Guatemala. Un «millennial» rompe moldes y un conservador de la vieja escuela, tan diferentes y tan parecidos. Fue llegar al poder y seguir una línea de acción: acercamiento a Estados Unidos, ruptura de vínculos diplomáticos con Venezuela, y mano dura con su propia gente para que no abandone sus territorios.

Completa la triada centroamericana el hondureño Juan Orlando Hernández, un desvergonzado que hurtó su segundo mandato presidencial y que institucionalizó la corrupción, pero al que nadie señala porque es «conveniente» a los intereses del que acusa a Nicolás Maduro por supuestamente estos mismos motivos de fraude electoral y corrupción sistémica.

Bien que deberían lograr estos tres mandatarios que sus ciudadanos no emigren pero no a golpe de barreras o a punta de fusil, sino creando las condiciones de vida y trabajo necesarias, garantizando seguridad a esos miles de jóvenes intimidados por las pandillas locales, acabando con el tráfico de drogas, saneando sus propios países, o mejor dicho, haciéndolos un país y no un infierno del que huyen horrorizados mujeres embarazadas, ancianos, desvalidos, niños que tienen que hacerse adultos a la fuerza en una travesía difícil.

Bukele ha llegado a reconocer que la culpa es «nuestra», pero haciendo referencia a los gobernantes que le precedieron. Al menos le asiste algo de razón en esto de repartir responsabilidades, pero si no completa la lista de culpables señalando al mayor de todos, termina siendo inútil y cómplice el gesto. Estados Unidos es responsable directo en la tragedia por su historial de intromisiones y dominación sobre esas naciones centroamericanas, allí donde sembró guerras civiles, donde robó recursos naturales y mano de obra barata que ahora sataniza y desecha. Allí donde constantemente ha metido las manos para poner y quitar presidentes, esos otros responsables del empobrecimiento y la violencia que obligan a su gente a evadirse de la realidad.

Con este dueto de derechistas a ultranza que solo quieren selfie en Naciones Unidas el uno y rescatar la pena de muerte el otro, con un embaucador como JOH y un Donald Trump al que las caravanas le benefician más que perjudican para hacerse el salvador de los suyos que le impide el paso a «violadores, criminales y drogadictos» provenientes de «países de mierda», los migrantes seguirán llevando las de perder, ya sea en grandes masas a la luz de todos por las grandes ciudades o en esa ruta silenciosa y mortífera a la que tendrán que recurrir una y otra vez porque lo que dejan atrás es, definitivamente, peor.

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