En Chile, el Congreso, el Tribunal Constitucional y hasta miembros de su propio partido le han dado la espalda al presidente Sebastián Piñera, quien se vio obligado a darle luz verde a una iniciativa en torno a uno de los temas más sensibles para los chilenos: el sistema de pensiones. Piñera se oponía al retiro adelantado de un porcentaje de estos fondos, pero el resto de los poderes decidió votar a favor de la ciudadanía que reclamaba una solución para paliar la crisis económica agudizada en tiempos de pandemia.
Y es que a pesar de que Piñera ha vivido esta última etapa de gobierno de un revés en otro, de todos sale como si de una victoria se tratase, con la palabra democracia en la boca y algún otro comodín. Podría decirse que es la mejor versión de un corcho, emerge de las profundidades en un santiamén y entre escándalo y rechazo, ya ha sido presidente dos veces porque ese parece ser el capricho de algunos cuando llegan a milmillonarios, y con los millones solucionan todas las crisis particulares.
Por solo citar los batacazos recientes más duros y que hubiesen hecho caer a cualquier otro: tenemos las masivas y desafiantes protestas ciudadanas de finales de 2019, el despertar chileno; un año después, el plebiscito que dijo NO a la vigente carta magna pinochetista y abrió el camino a un proceso constituyentista; y esta semana, tuvo que bajar la cabeza y admitir que los chilenos puedan retirar un por ciento de su dinero acumulado para la jubilación.
Muy a su pesar, este sería el tercer retiro de emergencia permitido durante el período de pandemia, algo impensable para un estado que ha hecho de su sistema de pensiones exclusivamente privado, la clave del enriquecimiento dentro de su modelo neoliberal, enriquecimiento de las administradoras de esos fondos y sus aliados empresariales, y no de los pensionados a los que deberían beneficiar esas administradoras.
Hablamos de un sistema de pensiones que, como la constitución misma y tantas otras cosas esenciales en el país, sigue teniendo su origen en la dictadura de Augusto Pinochet. ¿Y por qué a estas alturas sobreviven políticas y estructuras de una época tan sangrienta y nefasta? Pues porque un grupo de albaceas de tal legado prefieren contar el cuento a su conveniente manera: dejando los asesinatos y atrocidades pinochetistas a un lado y recordándole todo el tiempo a la gente el llamado milagro económico.
Se trata del mismo milagro que comenzó a desmoronarse en silencio hace tiempo y cuyo descontento alcanzó voz en octubre de 2019 cuando una medida puntual, en ese entonces el alza en el pasaje del metro, hizo que los chilenos dijeran «No más» a todo lo que tenían atragantado. Y dentro de los «No más» estuvo y está también «No más AFP», que son las siglas con que se conoce a tal sistema previsional.
Lo de privatizar los fondos de pensiones, lo ideó el hermano mayor del mismísimo presidente Piñera, José Piñera, uno de los «Chicago´boys» que en vez de en la Universidad de Chicago, estudió en Harvard, pero se graduó igual con honores en esto del modelo neoliberal que crea una postal exportable de bienesta, desarrollo y riqueza por sobre un manto de desigualdad y espejismo social.
El sistema privado de pensiones se copió en otros países del área y ya todos, menos Chile, reconocieron que necesitaba, cuando menos, combinarse con intervención estatal porque dejárselo a los privados era desproteger a millones de personas en su vejez. Porque básicamente durante toda la vida laboral tienes que aportar el 10 por ciento de tu salario a esos fondos y cumplir una cuota mínima de contribuciones para que luego tengas derecho a tu pensión. ¿Y los que no tienen un contrato laboral fijo, legal dónde quedan?
Como dato interesante: en el juego de las AFP no entran ni el aparato militar ni el policial, sencillamente porque estos cobran pensiones 4 y hasta 5 veces mayores que las que emiten las administradoras de fondos privados, que terminan emitiendo sueldos miserables. Más allá de lo que dice la norma, la práctica indica que al jubilarte terminas cobrando un tercio de tu salario y la pensión de no pocos termina siendo la mitad del salario mínimo establecido, en otras palabras, no alcanza para vivir, y de clase media acomodada cuando eras trabajador, pasas a engrosar la fila de pobres en tus últimos años de vida. La pensión de las mujeres suele ser significativamente menor que la de los hombres y así un largo etcétera de razones que hacen injusto este sistema de digamos inseguridad social.
Sin embargo, quienes te administran ese dinero intocable para el trabajador, sí pueden usarlo como activo financiero, especular, hacer y deshacer en la bolsa o la banca, enriquecerse a sí mismos y a conglomerados económicos.
La cuestión ahora no era si cambiar o no tal sistema, ese es un reclamo postergado que los chilenos esperan dar cabida en su camino hacia una nueva constitución. El tema ahora era si acceder o no a esos fondos por adelantado, y es lógico pensar que es un riego tocar lo que en teoría asegura el futuro.
La clave es que la gestión gubernamental de Piñera ante la pandemia ha sido deficiente. Las ayudas se han quedado en el plano de lo simbólico y el chileno necesita dinero para un presente en aprietos. Es una solución de emergencia que ahora mismo salva a muchos chilenos, pero hay que verlo con luz larga, es también una victoria política de la oposición en un año electoral, que además socava una estructura económica en jaque, y Piñera y los suyos lo saben, aunque otra vez parezca que salen a flote.
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