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PPK ya no reparte las invitaciones de la Cumbre

23 mar. 2018
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El político que se sintió con el derecho de desinvitar a su homólogo Nicolás Maduro a la VIII Cumbre de las Américas resulta que ya no participará en ella. Bien se conoce que su presunta valentía era fruto de haber sido mandatado para tal misión: impedir la entrada de Venezuela al escenario hemisférico con el propósito de seguir aplicando presión y lograr el ansiado pero frustrado plan de abortar el chavismo. De anfitrión, Pedro Pablo Kuczynski pasó a defenestrado, y a pesar de su discurso de «renuncia» repleto de auto loas y en tono de victimización, trascenderá como el corrupto con piel de oveja al que solo le dejaron gobernar un año y 7 meses.

Y no solo le ha salido por la culata el tiro de arremeter contra Maduro y ser él el baleado, sino que ha sido acusado y obligado a dimitir —pues de no presentar su dimisión sería de seguro cesado por el Congreso que estaba por votar un pedido de vacancia— por delitos de corrupción cuando se aprestaba a liderar una reunión de alto nivel con semejante tópico como tema central en tan solo 3 semanas. Si no fuera porque la historia recoge suficientes casos de cinismo mucho más escandalosos que este, parecería un chiste de mal gusto semejante incongruencia.

Ahora la realización de la cumbre americana —nunca mejor dicho si se entiende el adjetivo en su acepción estadounidense y se tiene en cuenta además que el evento lo diseña y ejecuta la Organización de Estados Americanos completamente manejada por Washington— es un verdadero pozo de incertidumbres pues se ha desatado la histeria entre los Jefes de Estado vecinos y amigos por conveniencia del caído en desgracia. A la luz pública salió que Mauricio Macri y Juan Manuel Santos habrían conversado telefónicamente y valorado la posibilidad de no asistir a la cita de Perú. Claro, se les desmorona el clan de Lima, ese grupo ilegítimo institucionalmente hablando y que se ensancha y encoge —a veces decía tener 12 miembros, en otras ocasiones 14 y en otras 17— en dependencia del nivel de chantaje que se ejerza sobre los países del área para un único y reiterado fin: ir contra el proyecto bolivariano. Comienzan el humor político a hacer de las suyas y ya se le pide al primer vicepresidente peruano, al que le toca por ley asumir las riendas del país, que invite a Nicolás Maduro para que vaya alguien a la cumbre.

Lo cierto es que Perú agudiza su crisis política cuando ya se ultiman los detalles para el evento de las Américas. Precisamente el pasado 21 de marzo tuvo lugar en la capital peruana el Diálogo Hemisférico, una especie de ensayo de lo que sucederá en abril venidero a nivel de actores sociales y de gobiernos. En este encuentro se vieron las caras los voceros de las 28 coaliciones en las que está estructurado el Foro de la Sociedad Civil y los representantes oficiales de los Estados del área.

Es así que normalmente se conciben las Cumbres de las Américas, desde el postulado totalmente sesgado de que existe un divorcio bastante difícil de conciliar entre gobierno y sociedad civil, por lo que Cuba, que apenas lleva dos incursiones en este tipo de reuniones después de haber sido excluida como castigo a su sistema político, suele ser la nota discordante una vez que se hace presente en el ruedo.

No ha tenido lugar la octava edición de las Américas y ya en el preámbulo comenzó la cruzada de enfrentamientos. La delegación de la isla en todas sus instancias, oficiales y no gubernamentales, ha hecho notar la selectividad y falta de transparencia en la conformación de las mencionadas coaliciones. También fue objeto de denuncia la provocación que supone que los organizadores inviten a esa otra «sociedad civil cubana» que ha secuestrado el término en la isla antillana con ayuda de sus padrinos, y que en la práctica se conforma por contrarrevolucionarios usados como punta de lanza contra el gobierno de Cuba, en función de los intereses anticubanos en Estados Unidos.

Sucedió así en Panamá en 2015, cuando la novedad era precisamente el debut de Cuba y el naciente restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana. Mientras los presidentes Barack Obama y Raúl Castro tenían su primer estrechón de manos, se armaba en paralelo un show protagonizado por lo más reaccionario dentro y fuera de la isla para intentar sabotear todo intento de normalización.

En Lima, Cuba no es como entonces el plato fuerte de la arremetida, ese puesto se le ha reservado a Venezuela. No obstante, los grupos minoritarios de fabricada oposición en la nación caribeña siguen apostando a su visibilidad para hacerse de un reconocimiento del que carecen en el ámbito interno.

Ahora, ni La Habana, ni Caracas. El país que presta su suelo para la cita continental se ha puesto la soga al cuello con su podredumbre institucional que va más allá de la suciedad que rodea a PPK y que tiene incluso asiento en el Congreso. La corrupción está tan enquistada como en otros territorios de la geografía latinoamericana pues como dijera el mismísimo Papa Francisco durante su estancia a inicios de este año en ese país andino: «Qué le pasa a Perú que todos los presidentes acaban presos?»

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