Es muy común en el cine Hollywoodense ver superproducciones sobre hecatombes nucleares. Netflix recauda millones y seguidores con Dark y su universo consumido por la energía de un reactor, mientras que algún actor de moda salva a su familia del fin del mundo a manos de las grandes potencias y sus guerras por el poder.
Sin embargo, lo que podría ser un tema para una película es una realidad tan cercana, que más que interesante o novelesca, debería sembrar miedo y sobre todo mucha conciencia.
Países como Estados Unidos, Rusia o Irán tienen el potencial para acabar con la vida en el planeta al alcance de un botón, siempre rojo en la ficción.
Esta realidad ha suscitado, por su importancia, una serie de tratados que buscan controlar la producción y el uso de la energía nuclear y de la industria armamentística.
Recientemente, fue noticia la firma, por cinco años más, del Tratado de Reducción y Limitación de Armas Estratégicas Ofensivas (Start-3) entre Rusia y Estados Unidos. El Start-3 estableció, en 2010, que cada parte reduciría sus armamentos estratégicos ofensivos para que, en un plazo de siete años, la suma de sus cohetes balísticos intercontinentales, misiles en submarinos y en bombarderos pesados de ese tipo desplegados, no excediera los 700.
A su vez, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) llegó a un acuerdo con Irán para seguir adelante con las actividades de control necesarias en el país persa durante un máximo de tres meses.
Asimismo, es importante resaltar la entrada en vigor del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, un verdadero hito en los esfuerzos internacionales hacia un mundo libre de estas armas.
La voz de Cuba siempre ha estado de la paz mundial. El mes pasado, en febrero, el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parilla, intervino en el Segmento de Alto Nivel de la Conferencia de Desarme, con sede en Ginebra, Suiza.
Durante su declaración, realizada de manera virtual, el Canciller hizo un llamado a la paz ante la compleja situación que enfrenta el planeta, la cual calificó de peligrosa y desafiante por «conflictos; guerras de rapiña y no convencionales; actos de agresión e intentos de cambio de régimen; y por una carrera armamentista que dilapida enormes recursos indispensables para el desarrollo sostenible de nuestros pueblos».
Asimismo, el funcionario cubano, motivado por la crisis actual que impone el nuevo coronavirus, abogó «por el fortalecimiento del multilateralismo y el respeto irrestricto a los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y del Derecho Internacional. La convivencia pacífica entre las naciones exige que los gobiernos se abstengan de ejercer presiones sobre otros, y de aplicar injustas medidas coercitivas unilaterales».
Aunque sus planteamientos son certeros y apoyados por otras naciones del mundo, la lucha por la hegemonía suele ser, al parecer, más fuerte que el deseo de supervivencia.
Esta serie de convenios, tratados, acuerdos, suelen encerrar, cuando se lee entre renglones, una especie de línea delgada entre el poder y el ego, una cuerda floja en la que ambos lados deben estar en la misma posición y a un paso de caer.
Se necesitan conversaciones exhaustivas, largos análisis, presión para que países altamente armados y desarrollados se sienten a la mesa para alcanzar un pacto en esta materia.
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