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¿Por qué La Habana?

8 may. 2018
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La Habana acoge otro proceso de paz. O digamos que es el mismo —es el mismo país que necesita la reconciliación entre todos sus hijos— con diferentes actores en conflicto. Los representantes de la última guerrilla colombiana en activo, el Ejército de Liberación Nacional, y el equipo designado por Juan Manuel Santos se mudan a la capital cubana para retomar un esfuerzo conciliatorio que ha sido, comparado con el que le precedió, más lento, discontinuo, con pocos resultados concretos —sobresale únicamente como hito la tregua bilateral de 101 días entre octubre de 2017 y enero de este año— y que a todas luces tiene absolutamente en suspenso su final, más propenso a la ruptura que a un feliz desenlace.

Pero no toca ahora hablar ahora de conclusiones, hay obligatoriamente que esperar a ver qué sucede en las elecciones presidenciales pautadas para dentro de menos de tres semanas; quién sucede a Santos y cómo asume lo que en materia de paz reciba. Y aquí hay dos vertientes: el nuevo jefe de estado deberá continuar o no con la implementación del acuerdo con las FARC y tendrá que redondear o no un compromiso real con el ELN. Y ya es público que de los siete aspirantes que quedan en la disputa, después de que dos contendientes se retiraran de la carrera, al menos 3 de ellos, entre los que se encuentra el que más posibilidades de triunfo tiene —el presidenciable por el uribista Centro Democrático, Iván Duque— son partidarios de abortar la mesa de conversaciones si la insurgencia no cumple una serie de requerimientos, que en la práctica se traduce en obligarles a ceder más que el ejecutivo, cuando sabemos, por la experiencia acumulada en el proceso anterior, que las presiones unilaterales no proceden cuando se trata de un diálogo entre iguales que no se han podido vencer en el terreno de combate.

Por lo pronto, los elenos ya están en La Habana. La delegación se deja ver en fotos en sitios emblemáticos de la ciudad como la Plaza de la Revolución, con algunos de los iconos guerrilleros que los inspiraran en su lucha, esos hombres que lograron un proyecto socialista que en alguna medida ellos han anhelado, pero no han conseguido por la vía de las armas.

La pregunta es: ¿por qué La Habana? Primeramente, surgió la urgencia de buscar una sede alternativa a Quito después de que el presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, retirara la condición de garante de su país al proceso y, en consecuencia, dejara de prestar sus buenos oficios como anfitrión, por una concatenación de enfrentamientos violentos, secuestros y muerte en la frontera colombo-ecuatoriana en la que estuvo involucrada el ELN mas no como el único responsable. A pesar de la postura intransigente de Moreno, el grupo guerrillero ha agradecido a Ecuador «su hospitalidad», pero insistió en «diferenciar su lucha revolucionaria del accionar de narcotraficantes en la frontera».

Restaban otros 5 países garantes de este diálogo pero la mayoría con limitaciones para acoger la negociación. Brasil y Venezuela atraviesan situaciones de inestabilidad política, se avecinan elecciones presidenciales y la oposición es reacia a este tipo de auspicio. Noruega tiene la desventaja de la lejanía, es poco factible logísticamente moverse con regularidad de Bogotá a Oslo. Quedaban Chile y Cuba. Y el primero acaba de estrenar presidente con una tendencia política que no muestra demasiada tolerancia con grupos armados que se definen marxistas y comunistas. Además de que Chile tiene una política migratoria estricta que impediría o dificultaría a muchos insurgentes con deudas con la justicia acceder a su territorio.

La Habana, en cambio, combina la experiencia diplomática de haber aupado un diálogo similar con resultado victorioso —el de las FARC con el gobierno colombiano— con la estabilidad política y su probada imparcialidad que evidencia a través de sus excelentes relaciones con el gobierno colombiano a la par que muestra una plena identificación con las causas que defiende la insurgencia. Asimismo, exhibe tranquilidad ciudadana y amplia seguridad para que ambas delegaciones se paseen por sus calles. Y no es tampoco la primera vez que genera este ambiente para cobijar el entendimiento con los del ELN, pues acogió ocho rondas de conversaciones similares entre diciembre de 2005 y agosto de 2007, en un esfuerzo pacificador anterior aunque fallido.

No obstante, las partes han dejado entrever que la capital cubana sería una estancia transitoria y que se retomaría la idea inicial de sedes itinerantes. Lo cierto es que el panorama descrito, que incluye además elementos del tipo subjetivo en los equipos negociadores hacia determinadas realidades de los Estados involucrados en la mediación de paz, complejiza bastante el hecho de moverse a otro escenario, por lo que habría que sopesar bien en el futuro cercano los pros y contras. Tampoco hay mucho tiempo para grandes cambios en metodología y contexto, pues con el traspaso de mando en agosto pudiera augurarse el fin de la solución política y retomar la confrontación.

El tema más urgente, que de seguro marcará el intercambio y ánimos de los primeros días de agenda en la isla, es la búsqueda de un nuevo cese bilateral del fuego y las hostilidades, calificado de «cese el fuego más robusto y verificable» al decir del Alto Comisionado para la Paz en Colombia, Rodrigo Rivera. Ello para propiciar un ambiente de sosiego durante los comicios presidenciales del 20 de mayo. Hay voces que comienzan a proponer una gesto unilateral de la insurgencia, comparando procesos y poniendo el ejemplo exitoso de las múltiples treguas de las FARC, pero olvidan que, en este sentido, los elenos han sido mucho más tenaces al dejar claro que no habrá decisión alguna que no resulte del consenso y cualquiera que sea, deberá ser recíproca.

Están sobre el tapete además los asuntos humanitarios asociados a la liberación de los insurgentes prisioneros, y el cese de acciones ofensivas por parte del grupo rebelde. Pero más inaplazable resulta comenzar, de una vez y por todas, la agenda pactada para el diálogo que en quince meses de negociación pública no ha sido abordada en ninguno de sus puntos, empezando por la participación de la sociedad.

Comienza una nueva etapa de intensas discusiones, dobles discursos: el interno de la Mesa y el público en los medios colombianos e internacionales, obstáculos fabricados para entorpecer los avances, cruzada de acusaciones y muchísima ansiedad en un país que necesita zanjar definitivamente el uso de la violencia para dirimir sus diferencias.

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